Día 52: De prostíbulo
Como mi primo es homofóbico, e imbécil, no tengo ninguna opción con él. A menos que, claro está, sea igual que Claudio y termine haciendo de todo. Pero mientras eso no suceda, no voy a malgastar mi tiempo con su vida.
Así es que, preferí pensar en cosas más productivas, como la herencia que puedo recibir si es que tengo un hijo con mi esposa.
-¿Cómo lo vamos a hacer con el bebé? - le pregunté a Gaby el otro día.
Ambos estábamos acostados en la cama, y es que para aparentar tenemos que dormir juntos.
-No sé... A ti te gusta que te metan el pepino, pero dudo mucho que se pueda engendrar un niño por el culo... - sentenció la gorda sin tomarme mucha atención.
-¿No sería más lógico que tú quedaras embarazada? - ella es muy rara.
-Mira... Conociéndome, créeme que es más fácil que tú quedes preñado antes que un pene entre por mi panocha... - me miró fijamente a los ojos.
Bueno, la gorda tenía razón en eso. ¿Se imaginan que ella fuera hetero? Que cosa más rara.
-Hablando de eso... Somos amigos y hemos vivido mucho juntos, pero.... ¿Tú cómo te defines? ¿Eres Gay? ¿Te gustan las mujeres?.... - quería que fuera sincera.
-Yo soy yo... ¿Por qué tengo que tener una clasificación? - me observó un tanto enfadada.
-Bueno.... Porque... Y esto.... Y además... - mierda que tenía razón la gorda.
Solo en ese momento me di cuenta lo obtuso que había sido mi pregunta.
-Me gustan los hombres... Pero los maricones, esos que son bien afeminados, que les gusta que le penetren bien fuerte... Pero no me gustaría ser hombre, ni soy hetero... Con un dildo me conformo... - respondió igual, aunque no era necesario.
Solo me quedé callado, y la observé un rato. Creo que se sintió enjuiciada, como si quisiera maltratarla por sus diferencias. No supe qué más decirle, por lo que solo atiné a reposar mi cabeza en su hombro. Al final, si alguien hubiera entrado, creería que somos una pareja de verdad.
A la mañana siguiente salimos al pueblo, para mí era recordar mis vacaciones de infancia, pero para Gabriela era una excursión a un lugar desconocido.
Caminamos por las calles de tierra, adornadas por frondosos árboles que se mecían serenos y nos dejaban ver uno que otro rayo del sol.
Vi la misma cantina de siempre, esa pequeña y oscura donde todos los ebrios del pueblo se juntan. También está la peluquería de la mujer más chismosa, esa que se concentra más en la vida de la vecina que en cortar bien el cabello. Por eso todos tienen el pelo tan terrible. Está el mismo almacén del anciano ciego, que vende todo mucho más caro, porque... ¿Quién puede criticar a un desvalido?
Todo parecía igual, como si no hubieran pasado más de veinte años sin visitarle.
Y de pronto, sucedió un hecho que no recordaba. Un momento que vi muchas veces en mis visitas, pero que había olvidado por completo.
Todas las mujeres que se decían decentes, comenzaron a mirar por las ventanas de su casa, espantadas por lo que sucedía. Los hombres comprometidos eran encerrados en sus piezas, mientras que los solteros eran los más entusiasmados, relamiéndose los labios ante su visión.
Todos los días, a medio día, las prostitutas caminaban por el pueblo camino al río. Se supone que allí se van a bañar con el agua cristalina que viene de la montaña, que es su secreto para ser tan guapas. Yo creo que más bien es una forma de promocionarse y de recordarle al pueblo que ofrecen sus servicios. Todos se revolucionan, unos las quieren, otras las odian, pero nadie es indiferente a ese desfile de tetas saltando y traseros meneándose.
-Ahí tienes a tu bebé... - dijo Gaby de pronto, mientras veíamos a las prostitutas caminar.
-No me voy a meter con una prostituta... Eso olvídalo... - en serio, desde ahora quiero ser bien marica para mis cosas.
-Que no, que las putas siempre quedan embarazadas, podríamos comprarle uno a ellas.... Es mejor a que lo boten... - y así fue como decidimos ir esa noche a visitar a las prostitutas.