Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Eine Kleine por Dragon made of Fullmetal

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

EINE KLEINE

―fragmentos de una vida―

X

| DISCRIMINACIÓN |

«No me avergüenzo de mi amor».

(Stephen King)

XXX

Con los pulgares ocultos en los bolsillos, se deleita observando el azul del cielo que, despejado por completo, deja al descubierto un sol poco más que cálido. El verano de 1924, uno de los más calurosos que se han registrado, ha caído sobre Central y vaya que se hace notar. Pero en realidad no se siente especialmente ofuscado, no se siente a punto de quejarse del calor, pues es un día que le otorga paz al corazón. O al menos Roy se siente de buen humor.

Y la razón, por supuesto, tiene forma humana.

De pie bajo el marco de la puerta principal, sus ojos derivan casi con naturalidad para posarse sobre aquel que siempre adora observar: a su lado, Alphonse se está abotonando un sencillo chaleco color gris claro. Entonces el menor lo mira, incapaz de notar la forma mágica en que, producto de la luz solar, su piel adquiere una cualidad divina y rosácea ni cómo su cabello y ojos dorados brillan, pero Roy lo nota todo, se alimenta de la imagen como si ésta fuera un elixir maravilloso. Alphonse le dedica una sonrisa, una que Roy corresponde y luego eleva la vista al cielo. Alphonse suspira a gusto.

―Es un día precioso, hace mucho que no veía un cielo tan azul... Y cómo me recuerda a Rizenbul.

A Roy, por su parte, siempre le quita el aliento la belleza que se instala en sus facciones cuando Alphonse piensa en su tierra natal. El mayor cierra los ojos y apoya la espalda contra el marco. Roy lo saborea todo: la voz de Alphonse en sus oídos, la certidumbre de que hay un hogar feliz al que puede regresar, estar vivo en el ahora. Abre sus ojos, mirándole con una sonrisa, anhelante y entregado.

―Tu propuesta de salir a dar una caminata, aunque desquiciada para otros, se antoja adecuada para mí ―Roy se interrumpe un segundo, pensativo, para después agregar―. Y creo que debería considerar hacer que instalen un aire acondicionado en un par de habitaciones. La sala de estar es sencillamente inhabitable.

Alphonse asiente para luego reír, porque Tama ha elegido ese momento para aferrarse a su pierna, maullando débilmente en busca de atención, intuyendo quizás que su dueño va de salida. Alphonse se agacha para mimarlo con caricias.

―Has tenido una semana muy intensa en el trabajo y quisiera que te relajes un poco, nada más. Creo que el parque que queda a unas cuantas esquinas debe sentirse más agradable que el interior de la casa ―se pone de pie cargando a Tama contra su pecho, como si el animal fuese un bebé, aquel que de hecho siempre será para él. Profiere un pequeño bufido que da entender que se siente sofocado―. Pero espero que el calor no nos mate en el camino.

Aquello hace sonreír a Roy.

―Me atrevo a opinar que sobreviviremos ―sus ojos se desvían a la mascota del hogar y Roy sonríe más, sabiendo lo que vendrá aunque Alphonse no ha dicho nada todavía―. ¿Quieres llevarlo con nosotros, verdad?

Sonrisa adorablemente apenada.

―Ya sabes que no me gusta dejarlo solo en casa a menos que no haya otra opción ―Alphonse lo acaricia con dulzura y el gato se regocija bajo sus dedos. El mayor reflexiona, una vez más, en que esa criatura y él tienen mucho en común si de Alphonse se trata. Sacudiéndose el pensamiento, Roy no hace más que asentir.

―Mimas a Tama más que a mí ―Roy suspira con dramatismo teatral―. Es una pena encontrarse en segundo lugar ―satisfecho ante el sonrojo que sus palabras han ocasionado en Alphonse, además del cómico expandir de ojos dorados, Roy se permite sonreír―. Vamos, entonces.

En ese momento, casi como sabiendo que hablaban de él, Tama salta de los brazos de Alphonse, aterrizando con elegancia mientras baja por los escalones de la pequeña escalera de piedra que conduce a la calle y Roy reconoce, en su andar ostentoso, que el animal es consciente de que ha conseguido lo que quería. Roy sonríe para sí mismo. No era raro que se metiera entre ellos cuando Roy estaba demasiado cerca de Alphonse.

Él mismo comienza a atravesar la puerta, guardando las llaves de la casa en su bolsillo derecho. La voz de Alphonse lo frena.

―Roy…

Mustang voltea. Alphonse, que por su cercanía se ha convertido en todo lo existente en su campo visual, sin dudarlo todo lo que Roy querrá ver jamás, toma su mejilla con delicadeza. Une sus labios, permitiendo que la duración del contacto se alargue hasta lo incalculable, volviéndose ambos dos hilos que no dejan de enredarse entre sí, hasta dar la sensación de que están haciendo el amor de pie. Un pecho se funde contra otro y latidos se vuelven uno solo. Justo cuando en Roy despiertan las ganas de dirigirse a otro lugar que no es el parque al cual planean acudir, Alphonse se separa, soltando una risita que se adentra como plumas en sus oídos y el corazón de Roy brinca ante el color en sus mejillas.

―Ningún segundo lugar: existes tú y nadie más ―asegura en un susurro. Alphonse le sonríe y Roy se eriza deliciosamente―. Va-Vamos o sino Tama llegará antes que nosotros.

Alphonse sale casi corriendo, mitad queriendo alcanzar a su mascota por la calle y evitar que se pierda, mitad en una huida tímida ante el despliegue apasionado que él mismo desencadenó.

Sin palabras, lo observa alejarse: sus ojos negros están clavados en la espalda que paso a paso empequeñece y Roy recuerda, con la claridad de una fotografía, la forma en que la misma luce cuando duerme a su lado, perfecta, que parece nunca acabar, tan atractiva como un lienzo que invita a pintarse con mil escalas coloridas. Finalmente, cierra la puerta y los sigue a ambos. Y la sonrisa en su rostro es natural, es el resultado de una vida que le da felicidad en cantidades que nunca pensó poder experimentar. No pide más si el resto de sus días serán similares, variando únicamente en los mil modos en que van a amarse.

XXX

El parque es pequeño, pero encantador: ofrece a sus visitantes una fuente ubicada en su centro que atraía aves diminutas, bancas de madera reluciente descansando bajo árboles y pequeñas secciones tapizadas por pasto y flores. Todo en este día parece ir bien, parece ir de lo mejor.

Más tarde, al repasar lo sucedido, ambos aprenderán un aspecto distinto de esta verdad que creían conocer a la perfección ya, pues la vida es un docente que nunca finaliza su lección: es imposible predecir qué día se te tatuará en la memoria y el corazón como uno que te lastimó especialmente.

A la sombra de un árbol, Alphonse deleita a Roy con una historia de su infancia: una ocasión en que los pequeños hermanos Elric se pasaron un día entero, desde el desayuno hasta la cena, intentando hacerle a su madre un ramo de sus flores favoritas a base de alquimia a escondidas de la misma, el cómo se esforzaron por darles una forma detallada y realista. Alphonse ríe al contar lo complicado que fue para ambos ocultarse de la agudeza de Trisha Elric y sonríe, hermoso y nostálgico, recordando la felicidad de ella cuando finalmente le extendieron el frondoso ramo. Roy esboza una sonrisa encantada por lo que está escuchando en el mismo instante en que una sombra se proyecta sobre ellos.

El momento, así, explotó sin producir ruido.

El parque está habitado por nada más que un puñado de personas este sábado por la tarde. Esto es lo que resultó ser el detonante de todo, la razón por la que Roy no pudo evitar echarle un vistazo, uno fugaz, insignificante, pero que bastó para que lo viese todo.

La mujer oscila la edad de la vejez, quizás los sesenta años, de perfil elegante, vistiendo un sencillo vestido negro de mangas que abarcan hasta las muñecas, con un diminuto lazo rojo a modo de decoración posicionado encima de su pecho izquierdo y un sombrero de tela marrón sobre su cabello rubio platino. Lo primero que llama la atención de Roy, no obstante, son sus ojos grises. Grises: grises como lo frío, lo insípido y lo que no tiene corazón.

Todas estas descripciones, para Roy, adquieren sentido luego, cuando envuelve a Alphonse en brazos mientras yacen acostados en el sofá.

Los dedos de Alphonse están discretamente entrelazados con los suyos mientras hablan: discretamente, sí, sin gritarlo al viento, pero siendo capaz de notarse si mirabas con atención. Roy se fija en la fémina vestida de negro: ella, de igual manera, se fija en Roy al caminar frente a ellos. Ojos grises se posan en Alphonse y, finalmente, en la unión que conforman sus manos. Y la mujer, que hasta entonces expresaba indiferencia en sus facciones por esos dos hombres que compartían asiento, transmuta asquerosamente: el color gélido de su mirada expresa algo con indiscutible claridad.

Asco.

Como queriendo remarcar su sentir, una mueca le retuerce el rostro cual trapo asqueroso y su boca despiadada murmura algo para sí misma, algo que los oídos de Roy no alcanzan a escuchar, sin detener su caminar.

La mujer les da la espalda para cuando Alphonse le cuenta cómo se propuso junto con su hermano a crear algo para Winry la próxima vez, probablemente una herramienta, pero Roy no puede asegurarlo, pues no lo está escuchando. El latido de su corazón es tan acelerado que ha enmudecido todo lo demás.

Ha pasado tan rápido, tan desprevenidamente, que Roy se queda paralizado, que no puede más que sentir náuseas ascendiendo por su garganta y hielo envolviéndole la piel. Nunca había experimentado en carne propia algo remotamente cercano.

Nunca se había clavado una mirada tan cruel sobre Alphonse y él.

Roy Mustang, de entre muchas cosas, es un hombre que confía con ceguera en su intuición. Así pues, no lo duda en lo más mínimo al llegar a esa conclusión: sabe que la aversión que estalló en esos ojos tiene un único motivo, que se oculta detrás de prejuicios podridos.

Lo que esos ojos duros dijeron sin voz es claro: que las manos de dos hombres tenían permitido tocarse en mil contextos, excepto en ese que indudablemente unía sus dedos con los de Alphonse.

―Roy... ―el menor, sensible e intuitivo y maravilloso como en cada ocasión, ha notado su silencio repentino, la forma en que parece haberse ausentado de todo. Alphonse se aproxima y coloca una de esas manos cálidas, que invitan a nunca soltarse, en su brazo. Susurra―. ¿Ocurre algo?

Retornando de golpe, Roy lo mira, sin saber qué expresar. Y la forma en que Alphonse ha acortado la distancia entre ellos es lo que desata el infierno: porque al moverse, ha despertado a Tama, quien dormía en su regazo.

Tama, quien mira a sus dueños con un adormilado ojo verde.

Tama, quien decide que seguir allí es aburrido cuando tiene todo un parque por explorar.

Tama, que al salir despedido hacia donde fuese que se le haya antojado ir a jugar, se cruza en el camino de cierta mujer de negro quien todavía seguía cerca, apareciendo tan repentinamente que a la misma le resulta imposible esquivarlo: sin poder evitarse, ella acaba en el suelo al enredarse Tama en sus zapatos de tacón corto, no sin antes proferir un grito sorprendido.

Ambos se ponen de pie como si les hubiese azotado un látigo. Roy lo mira todo con ojos incrédulos, incapaz de creer lo que ha sucedido en un tiempo que no llega ni a los dos minutos. Cuando por fin se atreve a mirarlo, ve que Alphonse está más blanco que el papel, adivinando lo que va a hacer muchísimo antes que el propio Alphonse actúe.

Roy nunca se equivocaba cuando de él se trataba.

― ¡TAMA! ―vocifera, regañándole de un modo en que jamás lo hace. Alphonse se aproxima a la mujer con una desesperación que denota que, a sus ojos, es como si ella hubiese caído de un décimo piso en lugar de sólo haber tropezado con un gato―. ¿Se lastimó, señora? La ayudaré a ponerse de...

Las pocas personas que están en el parque los observan: otro señor de avanzada edad que leía el periódico, una madre y su hijo que caminaban hacia la fuente, un hombre con traje formal, quizás de la misma edad de Roy, almorzando solo en otra banca, a tan sólo unos pocos metros de distancia.

Alphonse llega hasta la mujer, que aterrizó de rodillas y que incluso perdió su sombrero en la caída. Ya se encuentra sentada, no obstante y Alphonse toma su mano con delicadeza, con cuidado, intentado ayudarla a levantarse, pero la situación alcanza un punto crítico, uno que era inevitable: la mujer se suelta del agarre de Alphonse con brusquedad. Las facciones dulces de éste denotan que no comprende la razón del gesto y, como era de esperarse, en su mente comienza a formularse la idea que tal vez ella está demasiado molesta por lo ocurrido como para aceptar su ayuda.

Pero la mujer, al hablar, le confunde el corazón instantes antes de ocasionar su paralizar total:

―Querido, pareces ser un buen chico, pero te pido que no me toques con las mismas manos que lo tocaste a él.

» Debería darles vergüenza hacer ese tipo de cosas donde todos los pueden ver.

Sin más, la mujer se pone de pie, se sacude el polvo que su vestido no recogió y se marcha, ajustándose su sombrero. No los mira en ningún momento, dejando detrás un mundo suspendido y sin importarle en lo más mínimo.

En lo que queda del incidente, ojos dorados miran el suelo sin verlo en realidad y una mano rechazada prevalece extendida. Las demás personas en el parque permanecen igual de silenciosas, mirando al joven arrodillado y al hombre de cabello negro de pie. Luego, reaccionan: el señor mayor carraspea y retorna a su periódico, la madre jala a su hijo para que apuren el paso, distrayéndolo para no responder a sus preguntas («¿A qué se refería la señora con que no la tocase, mami? ¿Yo no puedo tocarla a ella tampoco?»). El hombre de traje es el único que todavía los observa: mira a Alphonse con una expresión un tanto triste en el rostro, como empática, pero permanece callado. Él tiene un almuerzo del que debe ocuparse antes de volver a su trabajo.

Y Roy, resumiendo el sentir complejo en palabras claras, está colérico. Las uñas se le clavan en las palmas en un intento demencial por frenar su rabia, por encerrar en el corazón la tristeza que siente incluso, pero no está seguro de que sea suficiente ni que logré contenerle de hacer algo que a Alphonse quizás no le gustará.

Debería darles vergüenza.

Astillas de hielo con la forma de sus palabras se le clavan en el cuerpo, quemando, estremeciéndole por su frialdad y oh, jamás pensó que llegaría a experimentar tal nivel de dolor e incomodidad.

Qué mortalmente equivocada estaba al pensar que, en cualquier sentido, Roy pudiese avergonzarse de Alphonse.

Entonces Roy da un paso hacia adelante, uno decido e implacable. Y, aun así, con los ojos fijos en la mujer que con cada paso se alejaba más de ellos, no está seguro de lo que dirá si es que consigue abrir la boca. Sólo sabe que debe hacer algo al respecto, responder a la discriminación (¡qué sacudida le producía la palabra!) de la que nunca pensó serían objeto o sino lo lamentará hasta el último día. Sentirá que, de alguna manera, calló ante una injusticia.

Y es eternamente vulnerable a su música, el sonido le maneja de una manera que nunca manipula u abusa, sino que le susurra gentilmente el modo más prudente de actuar dictado por un corazón al que Roy nunca se igualará. La voz lo detuvo con dos palabras en forma de balbuceo débil, pero extrañamente firme:

―No, Roy.

Roy no se movió un centímetro más. Pero cuando Alphonse finalmente lo mira, son esas lágrimas que bailaban en párpados inferiores las que le hacen desechar de manera definitiva cualquier descabellada acción. Lo haría todo por no verle llorar...

―Vamos a casa ―suplica Alphonse, impaciente, tragando saliva con visible esfuerzo. Verle en ese estado es sencillamente insoportable―. Por favor.

Sin esperar una respuesta, Alphonse recogió a Tama y lo abrazó intensa, fervientemente, en un intento de consuelo para sí mismo. Roy, deseando correr y aprisionarle en brazos, tan sólo asiente, con la boca tensa cual línea y con el corazón colgando de un filamento. Dio la vuelta y empezó el camino de vuelta a casa. Alphonse lo siguió y pronto estuvo a su lado con Tama en brazos y, sobre ambos, pesa la certeza de que en este preciso instante les dolería tocarse.

Cargando con el naranjo sol de la tarde a cuestas, ninguno dijo nada en todo el trayecto.

XXX

―Lamento si… si deseabas quedarte otro poco más ―son las palabras que, finalmente, tiene las fuerzas de pronunciar. Alphonse no lo mira, optando por clavar su mirada en la taza de té que Roy le ha hecho tomar, sabiendo a la perfección que el menor ameritaba algo que le relajara―. Merecías relajarte, po-por eso fuimos en primer lugar... Yo no debí ser tan egoísta.

Los ojos de Roy adquieren una tristeza inevitable. Lo mira desde la distancia, apoyado en el marco de la puerta que conduce a la cocina: casi no soporta estar ahí, tan lejos, cuando debería estar sobre todo su cuerpo, llegando tan profundo en el mismo que pueda ser capaz de besar la superficie de su corazón. Pero no puede evitarlo, no sabe por dónde comenzar, pues esta situación no se parece ni remotamente a ninguna que hayan atravesado jamás.

―Nunca eres egoísta ―sentencia Roy con gentileza―. Tengo la sensación de que nuestro planeta será consumido por el sol antes de que tú actúes con individualismo ―suspira―. Lo que pasó... fue nuevo para ambos, ¿no? ―no puede evitar que se le escape una broma ligera, pero se estremece ante lo que la misma ocasiona: Alphonse asiente cual niño dulce, pareciendo a punto de echarse llorar de una vez por todas. Y todo lo que Roy desea en estos momentos es perderse en el color de su mirada―. Yo... ―balbucea y entonces una luz de idea se enciende en su cabeza. Se fuerza a mostrar serenidad―. Ya... ¿terminaste tu té, Alphonse?

Éste alza las cejas, sorprendido. Ojos dorados, al fin, le bendicen al clavarse sobre su humanidad. Y aunque la tristeza late en ellos, Roy se siente respirar otra vez al encontrarse ante su color nuevamente. Dorado es sanación. Entonces Alphonse asiente apenas.

Roy le dedica una sonrisa igualmente ligera, sí, pero honesta.

―Bien ―susurra casi. De la nada, le ofrece una mano, logrando sorprender sobremanera a Alphonse―. Vamos, acompáñame ―es lo único que dice.

Sentado al lado del comedor, Alphonse lo mira. Lo mira. Lo mira más. Y cual objeto metálico ante un imán, se acerca, se aferra y lo sigue con naturalidad. Comenzando a tener indicios de lo que Roy planea, Alphonse lanza un respingo cuando ingresan a la sala de estar, misma que (finalmente) se siente más fresca a estas horas de la tarde. Acostados en el sofá, Alphonse no necesita más que los brazos de Roy envolviéndole por detrás, que el pecho de éste presionado contra su espalda, para aspirar aire temblorosamente y estallar, al fin, en un débil llanto.

Y era lo que Roy quería, es verdad, lo que sabe imprescindible y hasta saludable luego de tan desagradable experiencia. Pero un corazón que ama no puede evitar temblar cuando aquel que todo lo significa está sufriendo. Enterrando su nariz en su cuello en silencio, Roy se impone entereza, conteniendo estremecimientos, manos descansando en ese tan pecho amado.

Se pregunta qué estará haciendo, en estos momentos, la mujer que hoy se cruzaron. Se pregunta si ella los estará pensando del mismo modo en que Alphonse, sin dudarlo, repasa sin cesar sus tan crueles palabras. La amargura que Roy siente en el paladar le grita que mande al carajo todo, menos la calidez y seguridad que la presencia de Alphonse le inspira. Y es que nada obtendrá a cambio de torturarse con esos pensamientos.

Siente que el mundo ha muerto, para después renacer en uno nuevo, cuando Alphonse parece estar mejor: su llanto se vuelve cosa del pasado y Roy suspira inmensamente aliviado. Alphonse sorbe a través de su nariz de esa manera que tanto le derrite. Sonriendo, acariciando su cabello con la nariz, lo aprisiona con apasionamiento.

―Llevamos unos cuantos años juntos ―declara―. Y siempre me pregunté... si tarde o temprano íbamos a enfrentarnos a alguien como ella. Me decía a mí mismo que podría hacerle frente a cualquier cosa. Porque lo haría por ti ―suspirando, su voz adquiere un tono triste, casi afligido―. Pero... siento que es a mí a quien deberían rechazar o insultar o escupir a la cara o cualquiera de esas porquerías que podrían nacer de personas específicas: a mí, no a ti. Nunca a ti.

―Si me rechazan a mí, nos rechazan a los dos por igual. E-Ella dijo que deberíamos estar avergonzados ―dice Alphonse, repitiendo las palabras con una valentía que conmueve a Roy, que le hace amarle de una nueva manera, más madura e intensa, porque sabe que Alphonse lo hace por él―. A-Así que... estamos en esto juntos, ¿está bien? También... quiero abrazarte a ti, también quiero que puedas refugiarte en mí. Siempre podrás.

―Lo sé. Pero prefiero que me disparen antes que escucharte llorar.

―Tontito ―dice y esta vez es más difícil mostrar firmeza. Su voz tiembla sin poder evitarse―. No me ames tanto.

―Shhh ―lo silencia Roy, perdiéndose en las hebras de su cabello, disfrutando de la sensación de los latidos de su propio corazón estrellándose gentilmente contra la espalda de Alphonse―. No me digas qué hacer.

Alphonse ríe con debilidad pero, como en cada ocasión, la habitación se ilumina. Lo hacen al mismo tiempo, como algo planeado, pero infinitamente más mágico: dedos buscan dedos y, al encontrarse mutuamente, se entrelazan, descansando los veinte sobre el pecho del más joven.

Y no hay nada que ocultar o de lo que sentir vergüenza, pues con miradas y sonrisas y caricias al otro, a nadie están perjudicando.

Se sumergen en el silencio: apacible, delicioso, pleno. No obstante, su voz de ensueño lo rasguña y lo que su dueño expresa es tan hermoso, tan verdadero, que provoca ser grabado para poder reproducirse en todo momento.

―No hay diferencia ―declara Alphonse, despertando a un Roy que ya comenzaba a dormitar, sin tener verdaderos reparos en caer dormido en esa posición y lugar―. No hay diferencia entre la forma en que mi hermano ama a Winry y la forma en que yo te amo. No la hay ―Alphonse gira en el sofá hasta que ambos se encuentran a una nariz de distancia. El corazón de Roy brinca ante lo súbito, lo feliz, lo asombroso de que Alphonse sea real y de que se encuentre, precisamente, en su presencia. Y la forma en que ojos dorados lo miran, pareciendo poder arrollar cualquier obstáculo, acabará con él algún día―. Y no me avergüenzo de mi amor ―sentencia.

El beso plantado en su frente por labios gentiles es electricidad, es cura para su propio dolor, es salvación absoluta.

Es el broche de oro de la cuestión: usarán ese rechazo para fortalecer su amor. Serán, se dicen, indestructibles de cara al futuro.

―Si los demás supieran cómo se siente estar en tus brazos... ―jadea, tan perdido como si se encontrase en el interior de Alphonse, cuando no está más que sintiendo la extensión de su piel bajo sus manos.

―Lo sabes tú. Lo sabes tú. No quiero a nadie más.

Alphonse está sonriendo. Roy se convierte en un reflejo del gesto.

Y las palabras que los lastimaron se vuelven irrelevantes, desintegrándose en el aire, cuando encuentran su hogar en los labios del otro: el beso tiene más color del que poseen todos los seres que discriminan que habitan en este mundo.

XXX

Notas finales:

¡Hola! ♥
 
Siempre me siento feliz y agradecida cuando me es posible publicar acá, porque significa que hay cosas estables en mi vida, que hay lugares seguros a los que aun me puedo dar el privilegio de volver. El honor de su lectura es uno que siempre atesoraré, lo digo de corazón cada vez. Gracias por inyectarle la verdadera magia a todo esto. :')
 
Pues bien, un tema como éste es uno que tarde o temprano debía tocar en un shot, o más bien uno que yo quería abordar. Amo a estos dos hombres con todo lo que soy, quiero y pienso darles una vida feliz, pero hay cosas inevitables que vienen con su unión. Stephen King escribió en un epílogo: «creo que la mayoría de las personas son esencialmente buenas». Mentiría si dijera que yo no pienso igual, aunque a veces duela mucho mantener esa convicción. Mi intención acá no es demonizar a nadie. Y a pesar de que vivimos en una época en que se pelean por los derechos propios y ajenos como nunca antes en la historia, continua siendo una realidad para muchos en casi cada país del mundo: siguen habiendo seres que no tienen permitido algo tan sencillo como tomarse de la mano en público, que incluso pueden enfrentar consecuencias terribles por ello.
 
Nos quedan kilómetros y kilómetros y kilómetros de distancia por recorrer si queremos alcanzar una utopía medianamente realizable: la de la más bella igualdad. Pero sintiendo empatía por otros y reconociéndolos como los seres humanos que son se da el primer, más vital paso. Si yo no viviré para verla, seré feliz con que la descendencia de mis sobrinas sí. ♥
 
Sólo me queda decir que, de alguna manera, me siento culpable. Sé que palabras hirientes pueden dañar de maneras que repercuten por años, pero la realidad es que hay personas que sufrieron actos de discriminación de los que no sobrevivieron. Tengo bien presente esto. Espero que se entienda que escribo esto como una partícula de experiencia, la punta de un témpano doloroso cuya inmensidad comprendo.       
 
Gracias por leer. :')
 
Y ya por demás instalados en diciembre, me queda desear con toda el alma que 2019 haya sido un buen año para ustedes y, si no fue así, que en el cierre de esta década encuentren algún tipo de consuelo, de paz, ya sea acompañados o a solas. Son tiempos complejos estos, muchísimo, para tantas personas en el mundo y al mismo tiempo... Se me vienen incontables cosas que fueron el día a día en estos meses: mucha injusticia, mucha sangre derramada, mucho dolor. Mucha incapacidad de escucharnos mutuamente y los resultados tan espantosos. ¿Qué decir? Seguimos aquí, lector. En nombre de los que ya no lo están, de nosotros mismos y de los que están en camino a este mundo, no dejemos que la esperanza se nos escape de los dedos
 
Hoy más que nunca les mando un abrazo con mis palabras. ♥♥♥
 
Lo principal que me llevo de este año es algo que no me era tan evidente a comienzos del mismo: la forma en que me enamoré del cine, como en ninguna otra época de mi vida, me ayudó inmensamente. Estoy feliz con lo que este amor me ha dado, la forma en que me enriqueció como escritora y lo que sé que me dará a futuro. El arte siempre te da todo lo que puedas necesitar.
 
Gracias: como autora, como persona, como ser enamorado de lo que hace y que lo está intentado lo mejor que puede, como sé que ustedes también lo hacen. Gracias por haber estado. ♥ 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).