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Anti tú por Sirius-Severus

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A pesar de tan solo dormir unas cuantas horas, no hubo ni rastro de aquellas pesadillas que lo perseguían todas las noches. Aquello lo puso de tan buen humor que muchos Gryffindor le preguntaron mientras estaban desayunando en el gran comedor a qué se debía. Ni él mismo lo sabía, pero tampoco le importaba.
 
No pudo evitar desviar la vista hacia el cuerpo que se adentraba en el gran comedor y se dirigía hasta la mesa de los profesores. Era Snape. Pudo verle los signos de la pelea de aquella noche en la cara. Tenía un corte en el labio y otro en un pómulo. Sirius no recordaba ese último en el pómulo, pero no le importaba, lo que quería saber era qué estaba hablando con Dumbledore y el por qué ambos salieron de allí por una de las puertas que utilizaban los profesores. ¿Y si Snape le estaba contando a Dumbledore sobre la capa invisible? Tenía que salir de allí y encontrarlos lo antes posible, pero la campana sonó, indicando que la hora del desayuno acababa de terminar y cada uno debía dirigirse a su respectiva clase.
 
Cuando salieron a los pasillos, se escabulló entre toda la gente y se dirigió hasta donde estaba el despacho de Dumbledore. No le dijo nada a sus amigos, porque no tenía tiempo que perder, luego se inventaría algo. 
 
Al llegar a la gárgola allí estaban, no hizo falta ni la contraseña pues estaban fueran. Decidió quedarse a escuchar lo que hablaban pero la voz de Dumbledore se escuchó claramente en todo el lugar.
 
-Joven Black, me alegra contar con su presencia y que por una vez no sea por una broma, ¿quería algo?- Sirius se sorprendió de ser descubierto, ese mago siempre se percataba de todo.
 
-Venía a buscar a Snape señor, tenemos clase de transformación y somos compañeros- su mirada se clavó en la Snape, el cuál lo miraba con el celo fruncido y cierta molestia notable. 
 
-Claro jovencito, no quiero ser yo quien os perjudique en vuestras clases. Seguiremos hablando de esto el viernes en mi despacio, Severus- esto último lo dijo en un tono mas bajo, y acto seguido la gárgola se abrió, el director entró y esta se volvió a cerrar. 
 
-¿Qué haces aquí, Black?- le espetó Severus, queriendo saber a qué venía aquella mentira que le dijo al director. Sirius se acercó hasta quedar a menos de un metro de él. 
 
-¿Qué estabas hablando con Dumbledore?
 
-No le he dicho nada- Sirius se le quedó mirando fijamente unos segundos, tratando de averiguar si aquello era cierto. Sonrío negando con la cabeza. 
 
-Tienes buena cara hoy, Snivellus.
 
-Eres tan gracioso Black.
 
-Lo sé, me lo suelen decir bastante- se encogió de hombros, haciendo caso omiso a la ironía en las palabras del mas bajo -¿Me vas a decir qué pasó anoche entre ese tipo y tú?
 
-Métete en tus asuntos.
 
-Te salvé, qué menos que saber el motivo de esto- le presionó un poco el corte del pómulo, a lo que recibió un manotazo en respuesta por el dolor. Sirius volvió a sonreír, hasta el último momento tenía que fastidiar al otro.
 
-Me vuelves a tocar y es lo ultimo que haces- le dijo sacando la varita de su túnica y apuntándolo en medio del cuello. Sirius tragó saliva y levantó las manos en señal de rendición. 
 
-¿Qué pasó en el baño?- volvió a preguntar esta vez manteniendo contacto visual con Snape. Este último suspiró negando con la cabeza, realmente Sirius le estaba desesperando. 
 
Severus se alejó de él guardando su varita en la túnica. Hubo unos segundos de silencio entre ambos que cuanto menos fueron incómodos. Sirius sabía perfectamente que no le contaría nada porque siendo realistas, ¿quién le contaría algo personal a la persona que odia? Exacto, nadie, pero debía intentarlo. 
 
-Y, ¿se puede saber qué hacías tú esa noche allí, sin tus queridos “amigos”?- Severus se cruzó de brazos.
 
-Yo he preguntado primero.
 
-Me da igual.
 
-Si te lo digo, ¿me dirás tú tu razón?- ambos se miraban fijamente esperando sacar algo de aquella conversación.
 
-Prueba.- Sirius no pudo evitar reírse ante la contestación de Severus.
 
-¿Te crees que soy tan estúpido como para fiarme de ti?
 
-Sí, la verdad es que eres bastante estúpido como para eso y más, Black.
 
Sirius 0 – 1 Severus. Sirius se le acercó y lo cogió de un brazo, apretándolo con bastante fuerza. Severus frunció el ceño pero le sonrío. Al ver su sonrisa el animago sintió su sangre hervir. Se estaba riendo de él en su cara, llevándolo a su terreno, y él estaba cayendo en su trampa.
Entonces Sirius comenzó a reírse aún sin soltarlo del brazo. 
 
-Por cierto, ¿cómo está Lily?- hizo una pausa cuando vio la cara que puso el otro -ah, es verdad, que no te habla. Vaya, que lástima, Snivellus ha perdido a su única amiga.
 
Lo soltó y Severus se fue de allí. Sabía que ese tema era su punto débil y si te metes con Sirius Orión Black, te atacará donde más duele. No tendrá piedad alguna. 
 
                           ********
 
Aquel viernes de finales de noviembre se presentó mas frío de lo esperado. Una tormenta acontecía fuera del castillo. A pesar de haber dormido tan solo dos horas se sentía feliz. Los días de lluvia al acabar las clases solía salir fuera en su forma animal para revolcarse en la hierba mojada, aunque después acababa tan sucio que necesitaba dos o incluso tres duchas seguidas. Instinto animal, lo llamaba él cuando Peter o Remus le preguntaban que por qué hacía aquello. 
 
La última clase, la de historia de la magia se le estaba haciendo eterna. Estar allí escuchando al profesor hablar y hablar le estaba quitando las ganas de todo, hasta de respirar. Y por si fuera poco, lo habían separado de su mejor amigo, James, con la excusa de que no atendían. Que más daba eso si luego eran de los que tenían mas nota en los exámenes, argumentaba para sí mismo. Buscó a su amigo con la mirada y allí estaba, en segunda fila, sentado junto a Patrick, un alumno de Ravenclaw. Resopló indignado, apoyando la cabeza en la mesa. 
 
Cuando sonó el timbre que marcaba el final de las clases por aquel día, se levantó lo mas rápido posible y se acercó a Remus, que aún estaba recogiendo sus cosas. 
 
-Prongs, te encargo mis cosas. Déjalas en mi cama. Confío en ti amigo.
 
-Sirius, podrías llevarlas tú mismo. Además, Dumbledore ha prohibido salir a los jardines con esta tormenta, el bosque prohibido es aun peor con este tiempo.
 
-No te preocupes, ya sabes que me conozco el bosque casi mejor que los propios centauros- le revolvió el cabello a su amigo. Sabía que Remus siempre se preocupaba por ellos, todos eran animagos por él y eso hacía sentir al castaño culpable. Pero a todos les encantaba ser animagos.
 
-Es cierto, Padfood se conoce el bosque como la palmando su mano- James colocó un brazo por los hombros de Remus y este se relajó un poco. 
 
-Volveré tarde, no me esperéis despiertos- les guiñó un ojo y salió de allí casi corriendo. 
 
Una vez estuvo fuera, gracias a que por una broma de Peeves el vigilante Filch se había descuidado y pudo salir, se fue hasta quedar cerca del sauce boxeador. Adoptó su forma animal y empezó a corretear por todos los lugares. Incluso jugó a esquivar las ramas del sauce. Se sentía tan libre en ese momento que le daba igual incluso pillar alguna pulga. Se tumbó boca arriba en la hierba y empezó a restregar su espalda contra esta. No entendía cómo a sus amigos no les gustaba hacer aquello. El olor a hierba mojada le encantaba. 
 
No sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero en una de las veces que se quedó quieto escuchó las ramas del sauce moverse. Es entonces cuando se dio cuenta que alguien que no habitaba en el bosque estaba allí. Se acercó sigilosamente para poder ver quién era y cuál fue su sorpresa al ver a su hermano menor junto a Snape adentrándose en el bosque prohibido.
No lo pensó ni dos segundos y decidió seguirlos. Algo estaba pasando y si su hermano estaba implicado sabría qué era. Si lo de ir al bosque prohibido era cosa de Snape y este había arrastrado a su hermano hasta allí se las vería con él.
 
Los siguió a cierta distancia hasta que de repente se pararon y sacaron sus varitas. Ambos comenzaron a lanzar hechizos que jamás había escuchado contra los árboles. Quizá eran hechizos de algún libro de la sección prohibida de la biblioteca. Bien conocida era la fama de que a Snape le gustaban las artes oscuras. Además, si eran hechizos de ataque cualquiera, ¿por qué iban a practicar al bosque prohibido donde nadie podía verlos? Por no hablar de poner en riesgo sus vidas, ya que los centauros consideraban cualquier intromisión al bosque como una amenaza y podían atacarlos. 
 
Decidió acercarse mas a su hermano. La verdad es que aunque nunca lo decía, lo echaba de menos. No le gustaba que este siguiera con aquellas ideas que la familia Black le inculcaba. Sabía que su hermano no era malo, pero se dejaba llevar por los Black. 
 
-Regulus cuidado- le advirtió Severus al ver aparecer un gran perro negro de entre los árboles. Ambos lo apuntaron con las varitas. Sirius se tumbó en el suelo esperando que bajaran las varitas. 
 
-No parece querer atacarnos, ¿no?- Regulus se acercó aún con la varita en mano. Cuando estuvo a un metro el gran perro se le quedó mirando.
Entonces Sirius se acercó un poco mas, rozando con el hocico una pierna de su hermano. Regulus y Severus se miraron algo sorprendidos. 
 
-Creo que le has gustado- comentó el mas bajo, acercándose un poco. El menor de los Black le tocó la cabeza al gran perro, el cuál por la emoción colocó sus patas delanteras en sus hombros. 
 
-Eso parece, pero apesta- le acarició el costado. Si supiera que ese perro era su hermano muy distinta sería la reacción. Severus se acercó a ambos y el perro se le quedó mirando fijamente. Parecía que en cualquier momento saltaría a su yugular. Sirius bajó las patas al suelo y se colocó entre Regulus y Severus. 
 
-Igual tiene hambre- sacó unas galletas de una bolsa de tela. Sirius se relajó y comenzó a olisquearlas, la verdad es que sí tenía hambre y como cualquier perro se dejó llevar por sus instintos y se comió las galletas de la mano del de ojos negros. Se alejó sorprendido cuando se dio cuenta que estaba limpiando los restos de galletas de la mano de Severus. Le había lamido la mano a Snape. A Snivellus. 
 
Salió corriendo bosque adentro dejando a los otros dos Slytherin sorprendidos. Se sentía feliz por estado cerca de su hermano. Ser animago tenía sus ventajas, y más si lo era de forma ilegal. Volvió al castillo, se dio una ducha y se fue a dormir. 
 

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