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Miedo por TheSexiestDiva

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Notas del capitulo:

He de aclarar antes de cualquier otra cosa que no pretendía publicar tan tarde, lo que pasa es que tuve problemas médicos, pero bueno ya estoy bien (:P)
Diva: Sin más que agregar, más que agradecer a quienes leyeron el prólogo, esperamos que este capítulo les agrade y vamos haya

Miedo

La impresionante Eleum Loyce, una magnifica ciudad construida en la tundra ártica, rodeada por una igual de impresionante muralla. Probablemente la ciudad más segura en aquel cotico mundo.

Aunque como cada ciudad poseía sus triviales problemas diarios, problemas que entorpecían la vida de sus habitantes, problemas minios que sacaban de quicio a la población, vamos, como en cada gran urbe. En aquel preciso instante un hueco en la muralla, un problema que se podría haber evitado, pero nadie le prestó atención hasta que el frío congelante del exterior comenzó a cubrir las calles, a colarse en sus viviendas, a hacerlos tiritar.

- Hum…- Conteniendo un suspiro de cansancio ladeó la cabeza, observando caer una de las tablas, mal colocadas, con las que habían intentado tapar inútilmente la ruptura.

Como es que nadie le había informado de esto antes, el hoyo era gigantesco, ¿Cómo habían podido pasarlo por alto? ¿Cuánto tiempo le habría tomado crecer tanto? ¿Qué tanto era el desinterés de la gente o solo era que pensaban que no pasaría nada? O tal vez ¿Es que acaso no querían molestarlo por algo tan minio? Fuese como fuese el daño estaba hecho, y él estaba ahí, a unos pasos de distancia observándolo.

- Majestad- El solemne llamado de uno de los soldados le despertó de sus pensamientos.

Giró la cabeza mirando hacía aquel hombre, que haciendo un reverencia se hizo a un lado, mostrándole que su encargo había llegado, las carretas con los materiales para reparar la muralla. Le dio una sonrisa de agradecimiento al soldado, pasó seguido a acercarse a los vehículos de madera, donde varios soldados ayudaban a los constructores a descargar. Algunos (los nuevos) miraron con aflicción sus acciones, el cómo se subía a una de las carretas y con sus propias manos, el rey, comenzaba a bajar la carga.

Con todo preparado el monarca fue el primero en sacarse los guantes de piel, preparándose para el ardua labor de reparación, su guardia fue la primera en imitar sus acciones, seguidos por los compungidos constructores. Cuando levanto varios costales echándoselos a los hombros, como un plebeyo cualquiera, uno de los constructores no aguanto más y se le acercó, sin atreverse a hacer contacto visual.

- Majestad, por favor déjelo. No hace falta que usted se ensucie las manos en una labor tan mundana. Para eso estamos nosotros- Habiéndose interpuesto en el camino del gobernante hablo forzadamente, enrojeciendo por la impresión y el sobre esfuerzo que le estaba costando hablarle a su rey, realizando una pronunciada reverencia todo el tiempo que se atrevió a plantarse delante del monarca.

El conocido como el Rey de Marfil parpadeo entre sorprendido y curioso, tanto por las palabras como por las acciones de aquel jovencito- Soy un rey- Inició con tono suave, plasmando una pequeña sonrisa en sus labios. El muchacho alzó la mirada sorprendido ante aquel tono paternal- Los reyes estamos para cuidar a nuestro pueblo sobre todas las cosas, entonces… ¿En qué clase de rey me convertiría si no pudiese reparar una mundana ruptura en la muralla? Si no pudiese ¿No crees entonces que no sería capaz de proteger a nadie?- Le hubiese dado una palmada amistosa al jovencito en la espalda, pero llevaba las manos ocupadas, así que solo le sonrió con gentileza- ¡Vamos señores a trabajar!- Anunció rodeando al constructor, que se había quedo frio en su sitio.

El joven fue devuelto a la realidad por las risas de los soldados, así como de los constructores mayores, que le veían con ternura, como si fuese un torpe niño de no más de cinco años, el joven enrojeció, decidiendo acompañar a todos a tomar algunos instrumentos para comenzar con su labor.

El Rey de Marfil no había nacido en una casa noble, no era el heredero de nada, solo fue un soldado más, el mejor sin lugar a dudas, pero solo un soldado. La gente le siguió a él, no a su nombre, a sus antepasados o a su sangre, a aquel hombre de ojos verdes, de bonachona mirada y sempiterna sonrisa, a sus convicciones y méritos propios. Le siguieron por reinos y llanuras, por cientos de miles de kilómetros, hasta aquel lugar congelado, donde decidió que fundaría su reino. Su nombre y su prestigio se corrió de voz en voz por el mundo entero, y poco a poco más gente se unió a sus filas, hasta crear el actual, magnifico e imparable Eleum Loyce.

Con la ayuda de la guardia real y el mismo rey no tardaron en concluir la labor. Por ambos lados del muro trabajaban, devolviéndole la gloría a la muralla y la tranquilidad a sus habitantes.

Estaban subiendo las herramientas y el material restante a las carretas, preparándose para devolverse al interior de la ciudad, cundo el rey sin previo aviso se detuvo, girando el cuerpo avanzó algunos pasos, con la mirada fija en un punto del yermo prado blanco que se extendía hacia el horizonte. Segundos que se convirtieron en horas, al menos para los soldados y constructores que se detuvieron al notar las acciones de su rey.

- Aava- Musito distraído.

Ninguno de sus hombres le escucho, pero los soldados desenvainaron sus espadas al ver a la mascota de su rey aparecerse como un espectro, el color blanco del enorme tigre lo había hecho pasar desaparecido, hasta para el ojo más experto, hasta el último momento, cuando se postro delante de su rey, inclinándose, permitiendo que el hombre montara sobre su espalda.

- Vuelvan a Eleum Loyce- Orden que tan solo parecía una sugerencia, aunque sus soldados que bien le conocían sabían que desacatar sus palabras no era una opción, por lo que a regañadientes guardaron sus espadas y apresuraron a los constructores a terminar de empacar para marcharse.

Mientras el monarca y su tigre se perdían en la distancia, desdibujándose contra la ligera nevada, que diariamente azotaba las proximidades de la ciudad.

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Un precioso bosque de coníferas congelado.

Escarcha blanca cubría sus ancianos troncos, cristales de hielo colgaban hermosamente de sus ramas cubiertas de nieve. Un hermoso prado de blanco y azul que había atrapado su fascinación. No podía de dejar de girar la mirada, quería verlo todo, gravar aquel lugar de ensueño en sus memorias.

Había pasado por muchos lugares hermosos, pero este prado congelado se llevaba el premio ante sus ojos. Además que por algún motivo prefería este clima frio antes que el cálido del sur. Podía parecer que no, pero este frió que mordía su piel era agradable, era revitalizador, muy diferente del frió hueco lleno de muerte del abismo.

Iba tan ensimismado en observar aquella belleza helada, o es porque era un caso pedido, que no noto la presencia que se acercaba a él como increíble presteza, no lo noto hasta que un enorme tigre blanco estuvo delante de él. Aunque no mostró ni sorpresa ni ninguna otra emoción, su corazón sí que salto de la impresión. Aquel felino era inmenso, su cabeza yacía a tres o cuatro metro del suelo, de un solo bocado se lo tragaría completo. Aunque en su impasible rostro de porcelana, no mostro la turbación de sus pensamientos. Tampoco grito cuando el animal se acercó y le olfateo, restregando su inmensa nariz húmeda en su rostro.

- Vamos Aava- Una voz gruesa, pronunciada con suavidad y gentileza vino de detrás del tigre. Casi jadea ante esta sorprendido, no esperaba encontrarse a nadie más, y mucho menos que aquella bestia tuviese un jinete.

Aava se sentó obedientemente, dejando tranquilo al desconocido, a la vez que permitía que su jinete bajase de su lomo. Entonces el renombrado Rey de Marfil apareció en su campo de visión. La poderosa presencia del monarca, asimismo como su constitución alta y musculosa, le congeló la fatal línea de pensamientos. Solo el miedo persistió, extendiéndose como un eco, más fuerte mientras el rey de ojos verdes se le aproximaba.

El gobernante miro al portador de aquella peculiar esencia que le había guiado hasta su emisor, era un ser de verdad hermoso. De grandes ojos azules que le respondían la mirada, piel pálida como la misma nieve que les rodeaba, mejillas sonrosadas, tal vez por las bajas temperaturas, labios rojos, y largo cabello color del ébano que acentuaba el azul de sus ojos y la palidez de su epidermis.

Aunque algo no encajaba y era su atuendo, una túnica blanca, sucia y desgastada, vuelta girones en algunos sitios. Sus pies desnudos no parecían resentir en lo más mínimo el frio de la nieve, parte de sus piernas eran visibles a través de la tela raída, sus brazos delgados estaban completamente descubiertos. No parecía posible que alguien, al menos alguien común y corriente, pudiese soportar el frio del norte con apenas ropa encima.

- ¿Estas bien? ¿Acaso te perdiste?- Preguntó con mesura, no quería perturbar más al de menor estatura, que no se había movido ni un ápice desde que él entro en su campo de visión.

La voz suave, la genuina preocupación que transmitía, arrancaron de su estupefacción al de ojos azules. Miró confundido al más alto, sin dejar que el sentimiento se reflejase en sus facciones. Perdió el hilo de sus pensamientos al detallar el rostro ameno del rey, su corto cabello alborotado de un peculiar tono castaño-rubio-verdoso, su piel tostada, muestra de que no era originario de la tundra, sus ojos verdes nublados de preocupación y su sonrisa trémula, que buscaba relajarle, mostrarle las intenciones nobles que tenía. Y por algún motivo, su presencia, y su rostro, realmente le relajaron. Por un momento, mientras sus ojos estuvieron fijos en los del otro no sintió miedo.

- Si- Respondió atropelladamente, apartando sus ojos de los verdes- No- Se corrigió casi instantáneamente, devolviendo su mirada hacía el otro hombre, aunque evitando hacer contacto visual con este. Había algo en esa mirada gentil, en la calidez que le otorgaba, algo que le quemaba y hacía que su conciencia se retorciera.

- Jaja- La risa sutil del hombre, le hizo mirarlo con espanto, con el corazón bombeando arrítmicamente, la sangre le quemaba, y su juicio se estaba perdiendo en un banco de niebla- ¿Es que no recuerdas nada?- Preguntó volviendo a preocuparse. El otro no dijo nada- Oh ya veo.

Ambos guardaron silencio. El rey maquinaba, manipulaba sus pensamientos a la velocidad de la luz, buscando las palabras correctas para expresarse. El otro no pensaba, ni siquiera respiraba, espantado, aterrorizado por aquellas nuevas sensaciones demoledoras, que una sola mirada y unas cuantas palabras podían causarle.

- No puedo ayudarte a recuperar la memoria- Inició con pesar el monarca- Pero puedo llevarte conmigo- El pelinegro retomo la conciencia ante aquella caballerosa proposición, mirando con extrañeza al rey- Tendrías un techo y todo lo que pudieses desear, quédate el tiempo que necesites, el tiempo en que tardes en recobrar la memoria- Ofreció volviéndole a sonreír, aunque esta vez, la enorme curvatura de labios que dejaba entrever la perfecta dentadura del rey, era reluciente, parecía brillar, hacía resplandecer como un sol al gobernante.

El más pequeño asintió con la cabeza, agachando la mirada, incapaz de seguir mirando al otro, a esa imagen reluciente, que agitaba su pecho y le infundía un calor (sofocante) que nunca jamás había sentido, ni siquiera en los recuerdos de su padre.

- Perfecto. Decidido- Hablo con la sonrisa en sus palabras, desconcertando aún más al de largos cabellos- Aava échate- El enorme tigre obedeció al instante, recostándose sobre la nieve. El rey se subió al lomo de la bestia sin problemas, una vez acomodado le tendió la mano a su invitado- Vamos dame la mano- Pidió con gentileza.

El pequeño entonces recordó las sosas trovas que había escuchado en su viaje, donde hablaban de galantes caballeros, montados en corceles blancos y ataviados en relucientes armaduras. Delante suyo, aquel cuento irrisorio se estaba convirtiendo en realidad. Solo que él tenía a un rey delante, montado en un tigre blanco y ciertamente ataviado en una reluciente armadura, armadura que era opacada por el brillo de la sonrisa amable del monarca.

Con timidez acepto el ofrecimiento, su mano aun desconfiada tembló en su trayecto hasta depositarse en la enorme extremidad del rey. Por un momento se lamentó que el de ojos verdes llevase gruesos guantes de piel, le hubiese gustado ser recibido por el calor y el tacto de la piel del hombre, pero rápidamente, avergonzado de sus pensamientos, hizo bolita aquél y lo lanzo al fondo de su mente, donde esperaba desapareciese.

No duro mucho su torpe esfuerzo, pues el rey apretó su mano con suavidad y lo haló hacía sí, sentándolo delante suyo.

El suave pelaje de Aava acariciaba sus muslos, la inflexible armadura del rey se apretaba contra uno de sus costados y, con el brazo derecho le estaba sujetando por la cintura, sus piernas (a la altura de la rodilla) se encontraban apoyadas sobre la pierna izquierda del rey, podía sentir el fuerte músculos del muslo debajo del grueso y áspero pantalón. Si su cuerpo pudiese darle forma a sus reacciones mentales se habría sonrojado, mas no podía, así que estaba a salvo de demostrarle cuanto le afectaba su cercanía.

- Vamos Aava- Indico con dulzura, el felino se levantó y dio media vuelta, recorriendo de vuelta el camino que habían tomado de venida, de vuelta al magnifico reino helado- Por cierto puedes llamarme Makoto… que es mi nombre- Finalizó con una risa nerviosa, producto de la torpeza de sus palabras. Este pequeño y hermoso ser lo ponía realmente nervioso, empeorado por la estrecha cercanía que compartían.

Apenas y escuchó lo que el monarca decía, demasiado concentrado en el movimiento del tigre, en como sentía el muslo de Makoto trabajar bajo la tela del pantalón, equilibrándose, ante los veloces movimientos del felino. Y era algo a destacar, Aava no tenía una montura, ni riendas, el rey debía equilibrarse y sujetarse solo con sus habilidades. El brazo enorme y musculoso envuelto en su cintura con gran fuerza e inusitada suavidad, impidiendo que saliese volando, ante los movimientos del gato súper-desarrollado. Su respiración tranquila sobre su mollera.

Sensaciones que hasta el momento eran desconocidas para él, el contacto de otro cuerpo, la gentileza y bondad con la que le estaban tratando, sin buscar nada a cambio.

Al sentir la persistente mirada del rey, entendió lo sumido que estaba en sus pensamientos, y proceso finalmente las palabras del rey, sabiendo que el hombre esperaba una respuesta.

- Haruka- Musitó al alzar la vista, y toparse de lleno con los ojos verdes del rey. Estaban demasiado cerca dada la posición, las puntas de sus narices prácticamente se tocaban, y por el tiempo que permanecieron mirándose respiraron el aliento del otro.

Al menos el rey tuvo la decencia de sonrojarse, cuando reacciono, sabiendo que se había perdido en la tormentosa mirada azul del otro por demasiado tiempo, su mandíbula tembló preparándose para soltar una disculpa, pero entonces Haruka giró la mirada hacía el frente. Makoto hizo lo propio, desviando la cabeza hacía un lado avergonzado, incapaz de ver al otro, y la nuca de Haruka estaba justo delante de él. Ninguno dijo nada más, sumiéndose en un silencio incomodo, que poco a poco se fue aligerando, hasta que las palabras ya no fueron necesarias.

Continuará.

Notas finales:

Y bueno eso es todo, les agradecemos su preferencia. Y ya saben si han llegado hasta aquí valen mil (;D). Hasta la próxima
Diva: ciao


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