Es sumamente molesto y todos sus sinónimos posibles describir ese cosquilleo que le recorre las amígdalas cada que piensa en cierta personita de cabellos erizados a tres colores, no era su intensión volver a cruzarse con él pero el jodido “destino” parecía restregarle que cuando más quieres alejarte de algo, con mayor razón ocurrirá lo inevitable.
El problema era como seguía sin asimilar la partida de su único e irrefutable rival de duelos y seguiría culpando al pequeño niño de ser tan despiadadamente parecido por el cabello, pensó mucho que hacer al respecto y estuvo a nada de enviar a cortárselo sin consideración alguna; cosa que no hizo por su sentido de “joven adulto” que es como para hacer tal niñería.
¿Quién busca a quién? Ese era su dosis de duda diaria, desgraciadamente su empresa era la principal culpable por llamarlo seguido al edificio con mucho papel tras de sí para firmar sobre su imagen de propaganda al juego de cartas y emblema de victoria.
Por fortuna para el dueño de la empresa, él llevaba el control de las citas y reuniones así que sabía bien que día y que hora aparecería y en que piso, con ese material se daba a la fuga cuando lo buscaban dejando a Mokuba a cargo del asunto.
Peor tantito resulto ser que un tiempo después se le ocurrió la fantástica idea de hacer su propio juego y buscar patrocinio, siguió cada una de sus pisadas, odiaba admitir que tenía curiosidad por su habilidosa mente y destreza para crear algo innovador. No iba a permitir que cualquiera se ensalzara de su trabajo y él estaba ahí para impedir una posible competencia.
No esperaba menos de la propuesta de Yugi, el trato de patrocinio fue pactado inmediatamente, ya estarían en contacto más seguido.
Sus juntas de colaboración resultaban algo tensas entre los dos, más por Kaiba que por Yugi aun así todo aquel que les rondara se percataba y huían a paso apresurado al departamento más cercano.
Había cierta chispa, una chispa nada flamable pero volátil al mismo tiempo ¿Por qué? Yugi ya no tenía más porque intimidarse por el tono de voz del mayor pero le preocupaba lo poco comunicativo que se presentaba ante él y a su punto de vista era peor que antes, ni siquiera se dignaba a llamarlo por su nombre, un simple “hey”, “oye”, eran los adjetivos con que se refería a su persona, cosa que lo hacían sentir bastante inseguro.
Para Kaiba le daba igual la nimiedad de su nombre, pronunciarlo siquiera le escaldaba la lengua a cada silaba, escribirlo era como quemarse los dedos, leer el susodicho nombre le hacía arder las corneas.
Necesitaba un remedio a su extraño comportamiento paranoico antes de volverse loco y hacer algo que no estaba dispuesto a afrontar después.
Una vez en su despacho de la mansión quedó dormido sobre su escritorio, un ligero sueño que fue interrumpido por Mokuba.
-¿Qué quieres ahora, Mokuba?
El pequeño estaba ligeramente pálido, algo preocupado nada discreto para mostrarle la pantalla de quien llamaba, un nombre que últimamente se veía reflejado en algunos documentos y algunas notas:
“ATEM”