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Moneda de cuatro caras. por contrateMCarey

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¿POR QUÉ SIENTO ESTO?

Ariel intentó acomodar su casa tanto como pudo, empezó sacando las bolsas de basura en las que había desechado el cadáver del ratón y limpiando su piso pero no pudo hacer más antes de sentir un hambre atroz poseyéndolo, su estómago le exigía comida, “No debí haber tomado tanto” pensó mientras sentía a su cuerpo exigiéndole alimento, así que decidió darse permiso de ir a comprar algo de comida para volver y terminar la limpieza de su hogar.

Tomó las llaves de su auto y lo arrancó siendo las dos de la mañana, muchas veces había conducido a esa hora en su vida, ya fuera por algún viaje con César o por volver del trabajo pero jamás lo había hecho para ir a disfrutar de la noche en camino a comprar su cena, la noche era demasiado tranquila, un espacio del tiempo en el que las personas pueden hacer cosas prohibidas estando seguras de que la noche será la más leal de las confidentes.

En ningún momento había olvidado su promesa personal de ir a comprar la cena en aquel McDonald’s en donde había laborado hace cinco años, después de que su primer novio lo engañara al igual que César y él encontrara un escape de su alcoholismo en un pequeño restaurante, además de un ingreso extra.

Antes de llegar a su destino se topó con una sorpresa que le trajo más memorias, como si todo el drama vivido ese día no hubiera sido suficiente, cinco minutos antes de llegar a aquel restaurante había un parque al aire libre el cual siempre se regaba por las noches, el agua expulsada por los aspersores daba un precioso efecto a la luz blanca del alumbrado público del lugar, ese efecto nocturno era aprovechado por César y Julio, su primer novio, quienes tenían citas ocasionales en aquel parque a través del cual se paseaban y besaban en el manto de la noche, cuando la ciudad dormía y nadie podía verlos. Extraño que lo olvidara, pues en algún momento de su vida él se cuestionó si en verdad podría superar a su primer amor algún día.

La marcha del auto lo condujo hasta McDonald’s, aquella sucursal en la que él había trabajado hace tantos años seguía oliendo exactamente igual. Para muchas personas todos los McDonald’s del mundo pueden oler igual, a una mezcla extraña de papas saladas y carne cocida, pero para un empleado la percepción de este olor cambiaba según el restaurante que visitara, pues al estar tan expuesto a un mismo aroma comienzas a especializarte en sus detalles, pero su restaurante no había cambiado nada.

Ordenó en la bocina, el amable cajero del otro lado le dio un cálido trato y recibimiento a pesar de que el turno de la noche era uno de los más pesados, recordó cuando tuvo que cubrir esos turnos en un par de ocasiones y al finalizarlos casi caía a desmayar, Ariel sintió empatía por el chico detrás de la bocina. Como siempre había pedido el combo más grande así que se imaginaba su total, aquel chico lo hizo pasar a la primera ventanilla, Ariel buscó en su cartera y preparó el billete con el cual iba a pagar y al llegar a dicha ventanilla lo estiró, entonces lo vio.

Al ver al chico que lo atendía su corazón no pudo evitar entumirse, una sensación de culpabilidad lo invadió pero desconocía la razón, su pulso aceleró y surgieron unas inmensas ganas de pedirle perdón sin ninguna razón. “¿Acaso no lo conozco?” Pensó Ariel en un intento para explicar el por qué había surgido ese sentimiento.

—Recibo quinientos pesos —le pidió aquel cajero desconocido.

—Claro —contestó Ariel, quien aún seguía desorbitado sin conocer la razón.

—Doscientos cinco de cambio, gracias por venir.

—¿Me entregan en la siguiente ventanilla? —preguntó Ariel sólo como un pretexto para poder ver un poco más la cara de aquel cajero e intentar reconocerla.

—Así es.

Ariel pensó que tal vez sólo era la histeria por todos los eventos tan pesados que habían ocurrido durante la noche, o tal vez sólo era nostalgia al ver al chico quien le recordaba los buenos momentos que él había vivido en el restaurante, por lo que se dispuso a avanzar esperando que sus turbios pensamientos fueran sólo causados por estrés.

—¡Espere! —lo detuvo el cajero. Cuando Ariel frenó su motor una hoja de esperanza creció en su árbol de dudas, por un momento pensó que el chico también había sentido algo similar.

—Sí, dime —pidió Ariel mostrándose estoico para no parecer demente.

—Yo…no… no importa, siguiente ventanilla le entregan.

“No, no por favor, dime quién demonios eres, dime por favor por qué me siento tan extraño sólo con verte si no te conozco, y si te conozco por favor hazme recordar quien eres pero por favor explícame por qué me siento así si no debería sentir nada por ti” pensó Ariel, sintió frustración al saber que tal vez nunca sabría el origen de aquel sentimiento que lo había invadido, la frustración ramificó un enojo irracional que le hizo sentirse molesto con aquel cajero quien se negaba a ayudarle al recordar, sabía que los dos habían sentido lo mismo al verse pero ninguno lo había dicho. Sus acciones se automatizaron, no sintió cuando sus manos encendieron el motor y se encaminó a la zona de entrega, pero lo que sí sintió fue una gota de agua resbalándose en su mejilla, no supo cuando surgió ni cómo llegó ahí pero una lágrima se había escapado de su cara, una lágrima que le recordó la lluvia de la noche anterior, dicha lluvia hizo reminiscencia a aquel momento en el que lloró en el hombro de su hermana, aquel llanto ocasionado por la traición de su exnovio a la mitad de una boda especial, boda en donde estuvo a punto de golpear a la persona con la que César le fue infiel, persona que iba acompañada de su propia pareja, pareja a quien amenazó con un fuerte grito, pareja que se subió a aquel auto llorando. Esa simple gota lo había ayudado a recordar todo.

“¡Es él!”. Movió frenéticamente la palanca de su auto y dio reversa, empezaba a entender esas emociones extrañas al compás de sus recuerdos, aquel chico era a quién el tipo subió de un fuerte grito a su auto. Sus movimientos dentro del carro eran desesperados a pesar de que su vehículo volvió a aquella ventanilla a una baja velocidad, Ariel se postró nuevamente frente a ésta y tocó el claxon

La ventanilla se abrió poco a poco, apenas Ariel vio la cara completa de aquel chico cuyo nombre aún desconocía comenzó a hablar.

—Yo también te vi y sentí algo raro ¿Nos conocemos? Yo me llamo Ariel —Ariel esperaba que aquel chico también lo conociera, pero en un intento de no parecer desesperado decidió aparentar que no recordaba quien era aquel cajero, al final era probable que en verdad aquel joven no lo reconociera, aunque su corazón le aseguraba lo contrario.

—Señor, yo creo que…

—¡Por favor no finjas! —gritó Ariel mostrando un aspecto inefable—. Sé que te conozco, me llamo Ariel ¿Te soy familiar?

—No, perdona, no te recuerdo

—Ya me lo suponía —respondió Ariel, intentando ocultar su desconcierto—. Bueno, no importa, una disculpa

—No se preocupe pero debería avanzar.

Ariel reconoció cada una de las expresiones de Dante, logró distinguir en su cara aquella misma expresión de vergüenza que él moldeaba en su rostro cuando le avergonzaba que la gente lo etiquetara por trabajar en McDonald’s. El chico seguía siendo una persona fea para Ariel pero no pudo evitar sentir ternura cuando vio esa cara.

—Claro, gracias.

Ariel avanzó y tomó su orden, mientras retomaba el camino de vuelta a casa comenzó a comprender sus emociones, él se había ahogado un mes entero en alcohol pero en la otra cara de la moneda había alguien que había sufrido mucho más la separación de su pareja, alguien quien había estado junto a un pilar en la comunidad científica y ahora era un empleado en McDonald’s, Ariel imaginó que tanto para aquel chico como para él las cosas habrían sido distintas si tan sólo él no hubiera llevado a César a esa dichosa boda. “¿Es que acaso es mi culpa?” se cuestionaba Ariel mientras se imaginaba todos los malos tratos que ahora aquel chico recibía por parte de los engreídos clientes, mismos tratos que él conocía muy bien por su pasado.

Esa sensación lo acompañó todo el camino y no lo abandonó ni estando postrado frente la puerta de su apartamento, sacó las llaves de su puerta pero al intentar incrustarla su mano se entumeció, como si el aire le impidiera mover más su brazo para entrar en su hogar y le prohibiera olvidarse de todo lo que había visto en ese viaje, aquel chico que ahora estaba tras un mostrador estaba atascado en su mente, siguió luchando esperando poder insertar la llave pero no tardó demasiado en darse cuenta de que era él quien no quería olvidarlo, no quería dejar ahí al pobre chico  con quien se había cruzado en el restaurante porque probablemente ahora era esa persona quien pasaba por lo que Ariel alguna vez había vivido.

“No, lo que pasa no es mi culpa pero tampoco es la suya, si tan sólo pudiera ayudarlo, yo vi sus ojos y estoy seguro de que él estaba mintiendo, en cuanto ambos nos vimos nos reconocimos y antes de irme pude recordar quién era él pero ¿Por qué ahora no puedo dejar de pensarlo? Tal vez debería…”

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Dante había recordado a aquel chico con aspecto de vago apenas escuchó su nombre pero no quiso admitirlo, Ariel, todo vino de vuelta a su mente al escuchar por primera vez ese nombre, era aquel hombre con quien se había topado en el estacionamiento poco más de un mes atrás, ambos habían olvidado sus celulares y el destino los encontró en el estacionamiento, ahora nuevamente se veían en un restaurante como cliente y empleado, Dante sonrió un momento  al pensar en que esa era probablemente la manera más extraña de descubrir un nombre, pero por alguna razón se sintió impotente por haber sido incapaz de decirle que lo recordaba de aquella vez en la que ambos descubrieron a sus parejas engañándolos.

Tal vez lo que le había detenido fue la vergüenza de portar un uniforme de McDonald’s, la primera y última vez que ambos se habían visto Dante portaba un traje fino y ahora no era ni la sombra de lo que había sido antes, o tal vez lo había detenido el que al pensar  en lo absurdo de la situación un recuerdo de Bernardo volviera a su mente.

“Si lo conocía ¿Por qué no pude decírselo y por qué maldita sea Bernardo no sale de mi mente” Pensó Dante durante las cuatro horas que le restaron del turno. Cuando el reloj marcó las seis de la mañana llegó la hora de Dante para partir, aquel encuentro a la mitad de la madrugada no dejó de repetirse en su memoria una y otra vez, en varias de las repeticiones mentales creó escenarios en los que detenía a aquel cliente y le recordaba en donde se habían conocido, pero Dante no podía impedir sentirse absurdo pues esa oportunidad se había postrado frente a él y su propia timidez le había quitado una oportunidad. “¿Una oportunidad De qué?”  se cuestionaba Dante.

Después de haber cambiado su ropa y haberse despedido de sus amigos Dante salió del restaurante, había decidido olvidarse de todo lo que había ocurrido ese día y dejar de pensar en escenarios tontos pues ya no había manera de regresar el tiempo y cambiar la respuesta que había dado. Colocó “Who is she” de Patrick Doyle en su teléfono, cubrió sus oídos con sus audífonos y se dispuso a continuar con su vida.

“Aquel chico ¿Qué habría pasado si tan sólo le hubiera dicho mi nombre?” No dejaba de pensar Dante, pero un fuerte tirón en el hombro que le botó los audífonos le impidió seguir sus planes, Dante sintió miedo al sentir que alguien le jalaba el hombro, dio una brusca vuelta y de repente se vio frente a frente con aquel chico que unas horas atrás le había dicho su nombre, Ariel, su rostro era diferente ahora, no sólo porque estuviera rasurado y su olor a alcohol se había esfumado, en su mirada se podía ver una necesidad de encontrar algo.

—Por favor no me evites más—le dijo el chico a Dante sujetándolo fuertemente sin llegar a lastimarlo—. Y por favor no me preguntes cosas porque tal vez ni yo sepa cómo responder, o por lo menos no hasta que me digas ¿Puedo saber tu nombre?

¿POR QUÉ SIENTO ESTO?

Ariel intentó acomodar su casa tanto como pudo, empezó sacando las bolsas de basura en las que había desechado el cadáver del ratón y limpiando su piso pero no pudo hacer más antes de sentir un hambre atroz poseyéndolo, su estómago le exigía comida, “No debí haber tomado tanto” pensó mientras sentía a su cuerpo exigiéndole alimento, así que decidió darse permiso de ir a comprar algo de comida para volver y terminar la limpieza de su hogar.

Tomó las llaves de su auto y lo arrancó siendo las dos de la mañana, muchas veces había conducido a esa hora en su vida, ya fuera por algún viaje con César o por volver del trabajo pero jamás lo había hecho para ir a disfrutar de la noche en camino a comprar su cena, la noche era demasiado tranquila, un espacio del tiempo en el que las personas pueden hacer cosas prohibidas estando seguras de que la noche será la más leal de las confidentes.

En ningún momento había olvidado su promesa personal de ir a comprar la cena en aquel McDonald’s en donde había laborado hace cinco años, después de que su primer novio lo engañara al igual que César y él encontrara un escape de su alcoholismo en un pequeño restaurante, además de un ingreso extra.

Antes de llegar a su destino se topó con una sorpresa que le trajo más memorias, como si todo el drama vivido ese día no hubiera sido suficiente, cinco minutos antes de llegar a aquel restaurante había un parque al aire libre el cual siempre se regaba por las noches, el agua expulsada por los aspersores daba un precioso efecto a la luz blanca del alumbrado público del lugar, ese efecto nocturno era aprovechado por César y Julio, su primer novio, quienes tenían citas ocasionales en aquel parque a través del cual se paseaban y besaban en el manto de la noche, cuando la ciudad dormía y nadie podía verlos. Extraño que lo olvidara, pues en algún momento de su vida él se cuestionó si en verdad podría superar a su primer amor algún día.

La marcha del auto lo condujo hasta McDonald’s, aquella sucursal en la que él había trabajado hace tantos años seguía oliendo exactamente igual. Para muchas personas todos los McDonald’s del mundo pueden oler igual, a una mezcla extraña de papas saladas y carne cocida, pero para un empleado la percepción de este olor cambiaba según el restaurante que visitara, pues al estar tan expuesto a un mismo aroma comienzas a especializarte en sus detalles, pero su restaurante no había cambiado nada.

Ordenó en la bocina, el amable cajero del otro lado le dio un cálido trato y recibimiento a pesar de que el turno de la noche era uno de los más pesados, recordó cuando tuvo que cubrir esos turnos en un par de ocasiones y al finalizarlos casi caía a desmayar, Ariel sintió empatía por el chico detrás de la bocina. Como siempre había pedido el combo más grande así que se imaginaba su total, aquel chico lo hizo pasar a la primera ventanilla, Ariel buscó en su cartera y preparó el billete con el cual iba a pagar y al llegar a dicha ventanilla lo estiró, entonces lo vio.

Al ver al chico que lo atendía su corazón no pudo evitar entumirse, una sensación de culpabilidad lo invadió pero desconocía la razón, su pulso aceleró y surgieron unas inmensas ganas de pedirle perdón sin ninguna razón. “¿Acaso no lo conozco?” Pensó Ariel en un intento para explicar el por qué había surgido ese sentimiento.

—Recibo quinientos pesos —le pidió aquel cajero desconocido.

—Claro —contestó Ariel, quien aún seguía desorbitado sin conocer la razón.

—Doscientos cinco de cambio, gracias por venir.

—¿Me entregan en la siguiente ventanilla? —preguntó Ariel sólo como un pretexto para poder ver un poco más la cara de aquel cajero e intentar reconocerla.

—Así es.

Ariel pensó que tal vez sólo era la histeria por todos los eventos tan pesados que habían ocurrido durante la noche, o tal vez sólo era nostalgia al ver al chico quien le recordaba los buenos momentos que él había vivido en el restaurante, por lo que se dispuso a avanzar esperando que sus turbios pensamientos fueran sólo causados por estrés.

—¡Espere! —lo detuvo el cajero. Cuando Ariel frenó su motor una hoja de esperanza creció en su árbol de dudas, por un momento pensó que el chico también había sentido algo similar.

—Sí, dime —pidió Ariel mostrándose estoico para no parecer demente.

—Yo…no… no importa, siguiente ventanilla le entregan.

“No, no por favor, dime quién demonios eres, dime por favor por qué me siento tan extraño sólo con verte si no te conozco, y si te conozco por favor hazme recordar quien eres pero por favor explícame por qué me siento así si no debería sentir nada por ti” pensó Ariel, sintió frustración al saber que tal vez nunca sabría el origen de aquel sentimiento que lo había invadido, la frustración ramificó un enojo irracional que le hizo sentirse molesto con aquel cajero quien se negaba a ayudarle al recordar, sabía que los dos habían sentido lo mismo al verse pero ninguno lo había dicho. Sus acciones se automatizaron, no sintió cuando sus manos encendieron el motor y se encaminó a la zona de entrega, pero lo que sí sintió fue una gota de agua resbalándose en su mejilla, no supo cuando surgió ni cómo llegó ahí pero una lágrima se había escapado de su cara, una lágrima que le recordó la lluvia de la noche anterior, dicha lluvia hizo reminiscencia a aquel momento en el que lloró en el hombro de su hermana, aquel llanto ocasionado por la traición de su exnovio a la mitad de una boda especial, boda en donde estuvo a punto de golpear a la persona con la que César le fue infiel, persona que iba acompañada de su propia pareja, pareja a quien amenazó con un fuerte grito, pareja que se subió a aquel auto llorando.

“¡Es él!”. Movió frenéticamente la palanca de su auto y dio reversa, empezaba a entender esas emociones extrañas al compás de sus recuerdos, aquel chico era a quién el tipo subió de un fuerte grito a su auto. Sus movimientos dentro del carro eran desesperados a pesar de que su vehículo volvió a aquella ventanilla a una baja velocidad, Ariel se postró nuevamente frente a ésta y tocó el claxon

La ventanilla se abrió poco a poco, apenas Ariel vio la cara completa de aquel chico cuyo nombre aún desconocía comenzó a hablar.

—Yo también te vi y sentí algo raro ¿Nos conocemos? Yo me llamo Ariel.

—Señor, yo creo que…

—¡Por favor no finjas! —gritó Ariel mostrando un aspecto inefable—. Sé que te conozco, me llamo Ariel ¿Te soy familiar?

—No, perdona, no te recuerdo

—Ya me lo suponía —respondió Ariel, intentando ocultar su desconcierto—. Bueno, no importa, una disculpa

—No se preocupe pero debería avanzar.

Ariel reconoció cada una de las expresiones de Dante, logró distinguir en su cara aquella misma expresión de vergüenza que él moldeaba en su rostro cuando le avergonzaba que la gente lo etiquetara por trabajar en McDonald’s. El chico seguía siendo una persona fea para Ariel pero no pudo evitar sentir ternura cuando vio esa cara.

—Claro, gracias.

Ariel avanzó y tomó su orden, mientras retomaba el camino de vuelta a casa comenzó a comprender sus emociones, él se había ahogado un mes entero en alcohol pero en la otra cara de la moneda había alguien que había sufrido mucho más la separación de su pareja, alguien quien había estado junto a un pilar en la comunidad científica y ahora era un empleado en McDonald’s, Ariel imaginó que tanto para aquel chico como para él las cosas habrían sido distintas si tan sólo él no hubiera llevado a César a esa dichosa boda. “¿Es que acaso es mi culpa?” se cuestionaba Ariel mientras se imaginaba todos los malos tratos que ahora aquel chico recibía por parte de los engreídos clientes, mismos tratos que él conocía muy bien por su pasado.

Esa sensación lo acompañó todo el camino y no lo abandonó ni estando postrado frente la puerta de su apartamento, sacó las llaves de su puerta pero al intentar incrustarla su mano se entumeció, como si el aire le impidiera mover más su brazo para entrar en su hogar y le prohibiera olvidarse de todo lo que había visto en ese viaje, aquel chico que ahora estaba tras un mostrador estaba atascado en su mente, siguió luchando esperando poder insertar la llave pero no tardó demasiado en darse cuenta de que era él quien no quería olvidarlo, no quería dejar ahí al pobre chico  con quien se había cruzado en el restaurante porque probablemente ahora era esa persona quien pasaba por lo que Ariel alguna vez había vivido.

“No, lo que pasa no es mi culpa pero tampoco es la suya, si tan sólo pudiera ayudarlo, yo vi sus ojos y estoy seguro de que él estaba mintiendo, en cuanto ambos nos vimos nos reconocimos y antes de irme pude recordar quién era él pero ¿Por qué ahora no puedo dejar de pensarlo? Tal vez debería…”

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Dante había recordado a aquel chico con aspecto de vago apenas escuchó su nombre pero no quiso admitirlo, Ariel, todo vino de vuelta a su mente al escuchar por primera vez ese nombre, era aquel hombre con quien se había topado en el estacionamiento poco más de un mes atrás, ambos habían olvidado sus celulares y el destino los encontró en el estacionamiento, ahora nuevamente se veían en un restaurante como cliente y empleado, Dante sonrió un momento  al pensar en que esa era probablemente la manera más extraña de descubrir un nombre, pero por alguna razón se sintió impotente por haber sido incapaz de decirle que lo recordaba de aquella vez en la que ambos descubrieron a sus parejas engañándolos.

Tal vez lo que le había detenido fue la vergüenza de portar un uniforme de McDonald’s, la primera y última vez que ambos se habían visto Dante portaba un traje fino y ahora no era ni la sombra de lo que había sido antes, o tal vez lo había detenido el que al pensar  en lo absurdo de la situación un recuerdo de Bernardo volviera a su mente.

“Si lo conocía ¿Por qué no pude decírselo y por qué maldita sea Bernardo no sale de mi mente” Pensó Dante durante las cuatro horas que le restaron del turno. Cuando el reloj marcó las seis de la mañana llegó la hora de Dante para partir, aquel encuentro a la mitad de la madrugada no dejó de repetirse en su memoria una y otra vez, en varias de las repeticiones mentales creó escenarios en los que detenía a aquel cliente y le recordaba en donde se habían conocido, pero Dante no podía impedir sentirse absurdo pues esa oportunidad se había postrado frente a él y su propia timidez le había quitado una oportunidad. “¿Una oportunidad De qué?”  se cuestionaba Dante.

Después de haber cambiado su ropa y haberse despedido de sus amigos Dante salió del restaurante, había decidido olvidarse de todo lo que había ocurrido ese día y dejar de pensar en escenarios tontos pues ya no había manera de regresar el tiempo y cambiar la respuesta que había dado. Colocó “Who is she” de Patrick Doyle en su teléfono, cubrió sus oídos con sus audífonos y se dispuso a continuar con su vida.

“Aquel chico ¿Qué habría pasado si tan sólo le hubiera dicho mi nombre?” No dejaba de pensar Dante, pero un fuerte tirón en el hombro que le botó los audífonos le impidió seguir sus planes, Dante sintió miedo al sentir que alguien le jalaba el hombro, dio una brusca vuelta y de repente se vio frente a frente con aquel chico que unas horas atrás le había dicho su nombre, Ariel, su rostro era diferente ahora, no sólo porque estuviera rasurado y su olor a alcohol se había esfumado, en su mirada se podía ver una necesidad de encontrar algo.

—Por favor no me evites más—le dijo el chico a Dante sujetándolo fuertemente sin llegar a lastimarlo—. Y por favor no me preguntes cosas porque tal vez ni yo sepa cómo responder, o por lo menos no hasta que me digas ¿Puedo saber tu nombre?


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