—Kouyou. —llamó una voz grave y aburrida.
—Akira. —respondió otra voz, monótona.
—¿Qué hacemos? —preguntó, en el mismo tono, sin apartar la mirada del frente.
—Jugamos Mortal Kombat… y voy pateándote el culo. — ni un intento de gracia plasmado en su tono.
—¿Por qué? —No tenemos nada más que hacer.
En una de las casas del residencial Setagaya*, se encuentran dos adultos, encerrados en una habitación, acompañados únicamente por la oscuridad e iluminados parcialmente por la luz del televisor, en el que se proyecta la imagen y se reproduce el sonido del famoso juego de consola “Mortal Kombat”. Ambos hombres sumergidos en el combate más que en la plática, movían frenéticamente los controles sostenidos en sus manos para vencer a su oponente y dar fin a la partida. Insultos y quejas iban y venían, tanto hacia los personajes como para el jugador que asestaba los golpes de mayor potencia. “Finish Him” fue anunciado, Smoke realizó su ataque, dirigió su diestra al rostro de Liu Knag, esparciendo humo en el interior del maltrecho cuerpo del adversario, dándole fin a la partida y, seguido, “Smoke Wins!” se leyó en la pantalla.
—Fatality. —exclamó Kouyou, a la vez que la palabra se mostró en letras rojas y los gráficos se desvanecieron.
—Eso fue una mierda. —dijo enojado Akira, tirando el control del Player 2 hacia la mesita de centro. — El control ha de tener mal funcionamiento. ¡Liu daba golpes al azar, saltaba sin siquiera yo presionar el botón!
—Deja de inventar excusas, Akira. —hablaba, mientras desconectaba todo cable que unía la consola y el televisor. —Ni hagas berrinche. —aunque estuviese dándole la espalda, conoce demasiado bien al rubio. —No culpes al personaje o al control, culpa al jugador. —Hubiese elegido a Kitana, contra ella no tendrías oportunidad. —amurrado y con mirada desafiante ignoraba las palabras del castaño. —Elijas a quien elijas, perderás. No puedes ganarme, acéptalo, bobo. —lentamente, abrió una de las cortinas, parpadeaba acostumbrándose al repentino cambio de luminosidad, en silencio; a diferencia del otro, quien continuaba sentado en el sofá, siseando maldiciones al astro rey.
—Recuérdame, ¿por qué acepté vivir contigo?
—No tuviste otra opción, ninguno la tuvo. Mi madre subastó mi alma, tu pujaste la mayor cantidad y cuando intentaste deshacerte de mí ni tus habilidades de kendo pudieron aplacar la ira de Cerberos. —suspiró, curvando sus labios en una media sonrisa. —Recuerdo, claramente, ese día. Casi te haces pipí en los pantalones al ver el infierno a punto de desatarse reflejado en los ojos de mi madre y hermanas, mientras yo los observaba bajo la sombra y protección del árbol de fuego* en el jardín, con mi guitarra en el regazo. Yo estaba listo para componer una trova* en tu honor.— su sonrisa se ensanchó, dejando escapar una leve risa de humor.
Entrecerró los párpados y apuntó con el dedo índice acusadoramente, Akira, se alzó del inmueble, alterado e indignado por tal memoria. —¡Te rogué por ayuda! ¡Te hice mil promesas y me abandonaste entre las garras de esos demonios!
—¡Y no haz cumplido ninguna de esas promesas!—devuelve el mismo gesto.—Ten cuidado con lo que dices, Suzuki, fui criado por esos "demonios".
—¿Sí? Pues, mira qué tan bien te criaron, eres tan malvado como ellas. —Sí, puedo ser peor.—le dedicó una mirada prometedora de mucho dolor.—Pero no ahora. Tengo que irme, mi turno inicia en 15 minutos.—Kouyou, aravesó la sala de estar hacia la habitación que comparte con Akira, cambió su pijama de colores azul y gris por ropa de calle. Regresó a la sala vistiendo una camiseta blanca holgada con patrones aleatorios coloridos, jeans negros y botines con detalles grises, el cabello pulcramente arreglado y un bolso, cuya tira cruzaba su pecho de derecha a izquierda.
—¿Hay alguna razón por la que estemos juntos? Digo, tener una "condena" no es suficiente.—cierto rintintín de sarcasmo resonaba en dicha frase.
—Hay una razón definitiva, ciertamente.—se acercó hasta la ventana, donde el mayor estaba recostado en el marco, antes, distraído viendo el paisaje de el residencial. Pocos centímetros distanciaban sus rostros, sus narices apenas se rozaban.—Porque nos amamos.—pronunció, luego, fundió sus labios durante 10 o 30 segundos... ¿A quién le importa el tiempo?
—Um, tiene sentido para mí. —al separarse, dio un toquesito a la nariz de Kouyou.—Ya vas tarde, vete a besarle el trasero a Yutaka.—le daba breves empujones para llevarlo hasta la puerta principal.
—Besaré tu trasero cuando regrese.—dio un guiño "seductor".
—No, si yo lo hago primero.—le empujó una última vez, sacándolo completo de la casa y sonriendo amplio le despidió. —¡Qué te vaya bien! Por cierto, dale a Yutaka mi mensaje: "Si quieres al pato Donald de regreso, ven por él.". Él sabe a qué me refiero. Bye.
La puerta fue azotada justo frente a él, sin darle tiempo a procesar o responder a lo mandado. Prefirió ingnorar las locuras del sujeto con el que compartía no sólo un hogar, sino una vida y las vidas siguientes en sus reencarnaciones.