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RENDICIÓN DORADA por Anmilepe

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—Atacaremos nada mas salga el sol— anunció Gaara a sus viles hombres. De hecho, más bien se les podía calificar de harapientos. Buitres más que hombres. Los pocos que quedaban de sus propias tropas mas aquellos que se consideraban fuera de la ley: daneses, irlandeses y noruegos que no seguían a nadie excepto a si mismos. La basura de la tierra. Pero perfectos para sus propósitos. Luchaban brutalmente por cualquier cosa de la que pudieran conseguir algo.

—El Zorro ha acampado al borde del acantilado. Nuestra única oportunidad es pillarlo por sorpresa.

Gaara echó un vistazo al camino mientras se rascaba la sucia barba, asegurando el final de esta bajo su cinturón. Fue entonces cuando uno de los irlandeses que se habían unido a él se le acercó soltando un alegre gruñido entre la tira de dientes descoloridos y partidos.

— ¿Es que tienes ganas de pelea, danés? —preguntó el hombre.

—Siempre tengo ganas de pelea. Di lo que tengas que decir, hombre.

—He divisado entre los árboles un doncel cabalgando, vistiendo una armadura dorada. Uno del que quiero vengarme, pues lideró una incursión contra una tropa de daneses de la cual formaba parte hace un par de años. Entre los irlandeses se le conoce como el Guerrero Dorado. Debe estar buscando las fuerzas del rey de Meath. Podríamos hacerlo detenerse y tal vez utilizarlo. Podríamos hacerlo creer que somos irlandeses...

Gaara sonrió ampliamente.

— Le permitiremos a ese famoso guerrero irlandes que nos lidere contra el Zorro, con lo que la alianza se vera tristemente en problemas.

Gaara empezó a reírse. Justicia. Por fin se haría justicia con los noruegos y los volubles irlandeses.

Se volvió para gritar a todos los hombres.

—Esconded todos vuestros adornos vikingos. Si no habláis la lengua irlandesa, no abráis la boca. Estamos esperando al señor dorado.

 

Sasuke sabía muy bien que se había embarcado en un asunto arriesgado. Había hecho que Kiba y Hinata se quedaran largo tiempo en la mesa, haciendo como que bebía tanto como ellos, mientras estos parloteaban acerca la gran habilidad de los reyes de Dubhlain y Tara. Había simulado tan bien que tropezaba en la escalera que Hinata, riéndose, había insistido que Kiba lo llevara el resto del camino.

Después se había dedicado a esperar, sintiéndose como si el tiempo pasara a paso de tortuga.

Entre los baúles que se había traído llenos con sus pertenencias hacia tanto tiempo, cuando ni se le pasaba por la cabeza que su padre se dignara a juntarse con noruegos, afortunadamente había incluido la delicada cota de mallas, el casco y el protector facial dorado. Los dobló y envolvió con pieles y se deslizó silenciosamente fuera de su habitación.

No tuvo tiempo de ensillar un caballo por miedo a que lo oyeran. Deslizó una brida por la boca de un gran caballo bayo, y se cubrió a si mismo con una gran capa de lana para poder pasar como comerciante a través de los guardias sin ser descubierto.

Siguiendo meticulosamente el plan establecido, Sasuke cabalgó hasta una pequeña aldea agrícola en lo alto de una colina. Allí ofreció un brazalete de oro a cambio de un caballo para sustituir el suyo, que a la vuelta volverían a intercambiar, y el olvidar que lo habían visto alguna vez.

Fue solo cuando se puso en camino a través de los campos dirigiéndose hacia el camino de la costa que el temor empezó a atormentarlo. ¿Conseguiría salir ileso esta vez?

Sacudió la cabeza y cuadro los hombros mentalmente. Nadie podía sospechar que él era el Guerrero Dorado. Jamás había llevado a cabo ninguna de sus hazañas cerca de Dubhlain. Pero ¿Que pasaría si era obligado a desenmascarar su identidad cuando uniera fuerzas con Naruto?

Los dientes empezaron a castañearle. Una cosa era soñar encontrarse a su marido en iguales condiciones. Pero algo muy distinto era enfrentarse a su furia, que seguro sentiría, si se topaba en su camino a la luz del día. No, pasase lo que pasase, se enfrentaría con la cabeza bien alta.

Entonces empezó a preocuparle que su plan para atraer a los invasores no funcionara. Puede que ya hubieran oído algo sobre su llegada. Eso no tenia sentido. Eran proscritos, y además hacia tiempo que el Guerrero Dorado no era visto. Durante todo ese tiempo no había tocado la espada. Había permanecido junto a todas sus cosas.

Con la proximidad del amanecer se iba poniendo cada vez más nervioso. A pesar de todo continuó cabalgando con todas sus energías hacia el norte, escuchando atentamente cada sonido entre los árboles, cada susurro del viento. Mientras el rosa del amanecer sustituía la oscuridad de la noche, vislumbró a lo lejos señales de un campamento: el humo de las hogueras extinguidas, ramas rotas entre el follaje, marcas de pisadas de caballo en el barro...

No tenía ninguna intención de acercarse demasiado a los hombres de Meath. Había planeado dejarse ver solo antes de seguir cabalgando hasta encontrar el campamento de los proscritos y tenderles una trampa. Pero antes de hacer nada, se aseguraría de que esos hombres fueran irlandeses.

Desmontó y se internó en el follaje, moviéndose tan silenciosamente que ni una ramita chasqueó. Con la llegada de la temprana luz rosa y dorada empezó a notar que respiraba más fácilmente. No había duda de que eran irlandeses. Solo los irlandeses lucharían vistiendo sobrevestes de piel y dejarían las armas cerca del fuego. Lo mas seguro era que los proscritos sobre los que había hablado Kiba fueran normandos y probablemente daneses, mas unos pocos irlandeses y noruegos traidores.

Sasuke se dio prisa para volver hasta su caballo. Esperó escondido en un hueco entre la vegetación hasta que amaneció del todo, momento en el que se ajustó el casco dorado, montó y atravesó el campamento a caballo.

 

Un corpulento guerrero corrió hacia él y le explicó rápidamente donde estaban acampados los proscritos. Sasuke asintió, esperó a que la banda irlandesa montara sus caballos y de nuevo se dirigió hacia el norte seguido por la tropa. Cabalgaron mientras el sol subía en el cielo y cuando casi habían llegado al segundo campamento, Sasuke comenzó a entender a su padre como nunca antes lo había hecho.

Lo que tanto amaba era la tierra, y eso era la tierra. El rico y fructífero verde manto en verano, los árboles repletos de vida, el aire fresco y vibrante. Eso era la tierra, esa belleza. Los campos y colinas verdes, el brillante color del cielo y las flores florecientes cercanas al mar. Ese era su sueño...

Estaba tan concentrado en los cantos matinales de los pájaros y en los brillantes campos cubiertos de rocío que casi se topo de bruces con el campamento de los proscritos. Se encontraban al este del camino, asentados en una ensenada de la playa, perfecta para sus propósitos. Grandes cuevas y enormes rocas flanqueaban las ensenadas, unos refugios ideales en los que las tropas irlandesas podrían ocultarse para cargar contra los forajidos.

Señalo a sus seguidores que se agruparan en pequeños grupos, indicándoles a cada uno donde colocarse. Los hombres dejaron atrás sus caballos y se arrastraron a lo largo de todo el follaje hacia el refugio de los acantilados. Sasuke aguardó hasta que todos estuvieran adecuadamente posicionados. A continuación, el doncel busco su propio refugio en lo alto de los acantilados. Se arrastró cuidadosamente a través de la escarpada superficie, terriblemente consciente del sonido de su propia respiración, de la arena ardiendo y los guijarros bajo sus manos.

En lo alto del acantilado de su elección, observó que el campamento era mucho más numeroso de lo que había vaticinado. Meditó sobre la batalla que se acercaba, deseando con todas sus fuerzas que el sol no les pegara a los ojos tan fuertemente. Complicaba la visión, dificultando la valoración de su enemigo.

Respiró profundamente, luchando contra la nauseabunda oleada de terror que lo recorría, deseando desesperadamente que nunca se hubiera visto obligado a enfrascarse en tal empresa esa mañana. Pero era demasiado tarde para acobardarse. Hombres irlandeses lo rodeaban; irlandeses dispuestos a luchar, a morir.

Se puso en pie, blandiendo la espada en alto y en círculos. Los hombres empezaron a desperdigarse por todo el campo con la visión del doncel, una figura dorada en lo más alto de los acantilados, y su reacción fue la de siempre. Cada uno se posicionó, empezaron a gritar, cogieron sus armas y corrieron en dirección de los acantilados.

Se tiró de nuevo al suelo lanzándose a si mismo contra la dura y polvorienta piedra, con el corazón acelerado. Había llegado el momento de desaparecer. Pero antes de poder bajar, se dio cuenta de que algo funcionaba mal.

El enemigo no atacaba ciegamente. Alguien estaba gritando que era una trampa: el acantilado estaba siendo cuidadosamente rodeado en vez de atacado. Luego el sonido del entrechocar de acero llego a Sasuke rápidamente. Y así, la batalla había empezado.

Tenia que bajar del acantilado. Sería suicida quedarse atrapado allí. Comenzó a deslizarse con cuidado, fijándose en donde ponía el pie lo mejor que pudo. Los aullidos y el sonido de los aceros y golpes procedían del este. Lo único que podía estar pasando es que los irlandeses estuvieran retirándose en busca de sus monturas para así tratar de desaparecer entre los frondosos bosques.

Vio la arena por debajo de sus pies y saltó el último trecho, con la espada bien agarrada. Pero antes de poder huir corriendo, se topo con su enemigo.

Hacia mucho tiempo que no ejercitaba con la espada. Demasiado tiempo, pensó con remordimientos, mientras una enorme arma de acero caía sobre él. El peso, se recordó a si mismo desesperadamente. Piensa en su peso. Intenta solo escapar de él, huir de él.

Desesperadamente se defendió de los golpes de espada del alto y enorme guerrero. La pura desesperación lo mantuvo moviéndose, agachándose, saltando, deteniéndose, defendiéndose de cada aturdidor golpe con golpes igualmente aturdidores. Solo la desesperación lo llevó a tentar al enemigo para que lo atacara y encontrarse en cambio el afilado acantilado, perdiendo el arma momentáneamente. Todo lo que necesitaba era unos segundos, el suficiente tiempo para huir; pero al alzar la mirada se encontró que otro guerrero le tapaba la vista. La sorpresa lo golpeó como un rayo, pues el hombre al que se enfrentaba era su esposo.

La helada mirada del Zorro de Noruego lo taladró, consiguiendo abrasar y congelar su alma a la vez. Tan solo entonces, al mirar hacia atrás con consternación, se dio cuenta que había cometido un error mortal.

Los hombres que había dirigido eran los proscritos e irlandeses. No daneses. Ni normandos. Ni siquiera invasores, sino traidores a su propia tierra... A la alianza de su padre. Al Ard-Righ de Irlanda, al Zorro Noruego. Y se había aliado con las personas equivocadas contra su esposo.

Sasuke creía que lo había visto muy furioso, pero nada lo había preparado para el Naruto guerrero. El acero de sus ojos azules parecía extenderse por todo su imponente y musculoso cuerpo. El mismo brazo que empuñaba su arma, mostraba orgullosamente el emblema del zorro. El acero podía cortarse en el aire que lo envolvía, en el aura dorada que lo rodeaba tan propia de él. Entonces inclinó la cabeza ligeramente.

— Has organizado una encomiable escaramuza, señor, pero lo único que has hecho hasta ahora ha sido juguetear. Ahora a lo que te vas a enfrentar es a mi espada.

Sasuke ya no tuvo más tiempo para recapacitar sobre las consecuencias de sus estúpidas acciones pues se vio obligado a levantar su espada para defenderse. El tenía razón. Hasta entonces solo había jugueteado. No importaba cuanto se agachará o girará. Siempre estaba ahí. Y cada choque de su espada era cada vez más y más devastador. El era rápido, ágil, astuto. Permanecer con vida se convirtió en su principal preocupación.

Noto vagamente que estaban siendo observados por un puñado de vikingos, pero lo ignoró. Alguien empezó a moverse, pero Naruto le dijo bruscamente que esa era una batalla privada. Fue entonces cuando se dio cuenta que él estaba dispuesto a matarlo.

Pero ni siquiera eso importaba, pues no se podía hacer nada. Se dejó llevar por el instinto y, a pesar de que estaba completamente agotado, luchó como un ratón atrapado con el único propósito de sobrevivir lo máximo posible. Incluso al caer de rodillas por la intensa fuerza del golpe contra su espada, intentó rechazar su ataque. Hasta que su espada voló de sus manos no aceptó que todo estaba perdido. Tirado en la suciedad con la punta de su espada en la garganta, cerró los ojos con la certeza de que ya era demasiado tarde para suplicar clemencia, demasiado tarde para hacer otra cosa excepto echar un ultimo vistazo al brillante sol y oler la brisa estival.

— ¡Por Dios, no lo hagas!

Era la voz de Obito. Estaba gritando. Y después el sonido de algo que golpeaba el suelo.

—No lo hagas, no puedes.

Naruto habló, con un tono extrañamente frío e inexpresivo, pero claramente autoritario.

 —Tranquilízate y vuelve a la batalla. No tengo la intención de matarlo. Dejadnos. Todos.

—Pero...— Era Obito, su querido Obito, quien sabía que Naruto estaba a punto de asesinar a su esposo, quien sentía la urgente y angustiosa necesidad de defenderlo, de protegerlo.

—Vete, — el gruñido del Zorro fue una orden furiosa. —Ya te he dicho que el doncel vivirá. Ahora, dejadnos.

Sasuke se arriesgó a abrir los ojos. Todos los demás habían obedecido su orden. Tan solo Obito, con la cara contraída por el dolor, todavía permanecía allí. Aun sentía la espada de Naruto contra su garganta. Súbitamente fue totalmente consciente de la dura tierra bajo su espalda, de los granos de arena contra su piel, de los sofocantes rayos del sol y, sobretodo de la fría y dura austeridad de la figura del gigante que se elevaba sobre él mismo.

—Naruto...— rogó Obito una vez mas.

—Jamás he pretendido asesinar a mi esposo, — espetó Naruto con tal desprecio en su voz que Sasuke se quedo paralizado del miedo.

—Lo... Lo sabes...— jadeó Obito.

La espada abandonó su garganta.

—Dime, Obito, ya que insistes tanto en quedarte, — Naruto continuó con una calma mortalmente fría. — ¿Que le hacéis los irlandeses a los traidores? Yo diría que el mismo Fugaku, si se le hiciera esta misma pregunta, coincidiría conmigo en que la muerte es la pena adecuada. — Miró hacia el suelo. —Levántate, Sasuke.

Durante un interminable instante no pudo moverse. De repente él se agachó y Sasuke, estúpidamente, pensó que éste tenia la intención de ayudarlo. Pero simplemente le arrancó el casco de la cabeza, liberando su cabello.

Brotaron lágrimas de sus ojos y con ellas sintió que renacía a la vida. Se levantó con la poca dignidad que le quedaba e intentó desesperadamente explicarse.

—Nunca quise montar en tu contra. Lo que quería era dirigir unas fuerzas irlandesas contra los proscritos que pretendían tenderte una emboscada...

Su mano salió disparada y agarro su pelo, enredando sus dedos cruelmente alrededor de sus sedosos cabellos negros.

—No lo hagas...— lo interrumpió. Se giro hacia Obito, aparentando tranquilidad. La única prueba de su furia era el dolor que sentía Sasuke en el cuero cabelludo.

—Este, mi amigo, es el mas astuto enemigo del hombre. Un doncel. Este primo tuyo es precioso, ¿verdad que si, Obito? Su mirada podría deshacer un iceberg, su pelo tiene el tacto de la mas fina de las sedas, su piel es suave y su cuerpo el de un dios. Puede sonreírte con esos labios más suaves que pétalos de rosas. Pero mientras lo hace, estará planeando tu muerte. Y luego, un día, pillan al pobre. ¿Y entonces que? Por supuesto, se declara inocente y se supone que le creerás porque estas tan extasiado con toda esa belleza...

— ¡Naruto! — chilló Sasuke. — No lo hice... Jamás iría en tu contra...

Sus palabras se convirtieron en un grito cuando el tiró con fuerza del pelo, arrancándole lágrimas de los ojos.

—Una vez te prometí, mi señor esposo, — le contestó Naruto sarcásticamente —que cualquier otro problema que me causaras, tendría como resultado muchas víctimas. Siempre mantengo mis promesas. — Sin apartar esa mirada carente de emociones, Naruto se giró y silbó alto. Segundos más tarde dos noruegos con el magnífico caballo negro de guerra de Naruto se acercaron hasta quedar a unos quince pies de ellos. Naruto les impidió acercarse lo suficiente para ver a Sasuke. La montura se acercó solo a Naruto.

La verdad se hizo lugar en la mente de Sasuke cuando el enorme animal se acercó a su amo y Naruto sacó un par de grilletes de acero que colgaban de un trozo de cáñamo. Tenía la intención de arrastrarlo tras él como había hecho Sasuke el primer día que se habían conocido. Con la diferencia de que el doncel no tenía su resistencia ni su fuerza, ni su piel estaba tan aclimatada a los elementos.

—No puedes... —Obito empezó, pero Sasuke lo interrumpió, haciendo eco de sus sentimientos con horror.

— ¡Naruto, por favor, soy tu esposo!

La sonrisa con la que contestó a su súplica fue tan helada que se interrumpió rápido. La ira era tan intensa que no podía ver la profunda agonía que cubría.

—Vives porque eres mi esposo, — le dijo suavemente.

—Si me escucharas...

—Escucha tú, — rugió Naruto. —No necesito escuchar cuando puedo ver. Tu acción ha acarreado muertes, Principe. Hombres que lucharon para salvar Ulster para tu hermano, han muerto aquí debido a tu traición. — Le cogió las muñecas al leer el pánico en sus ojos antes de que este intentara instintivamente escapar, inmovilizándolas con las cadenas.

— ¡No! —jadeó Sasuke, intentando morderle.

Lo agarró del pelo otra vez, estirándoselo insoportablemente. Súbitamente lo soltó y lo empujo hacia Obito, como si fuera desmerecedor incluso de su ira.

—Vuélvele a poner el yelmo Obito.

Obito hizo su último desesperado intento para salvar a Sasuke mientras le alcanzaba el yelmo y el protector facial.

—Naruto, permíteme tomar su lugar. Castígame a mí.

Naruto se limitó a montar en su caballo con las cejas arqueadas y la mirada helada.

—Lo siento, pero Sasuke y yo nos hemos encontrado en esta misma situación con anterioridad. Todavía piensa que no hay leyes excepto las suyas propias. Tengo que hacerle entender que no hago amenazas por hacerlas, ni tampoco me gusta que mi esposo amenace mi vida cada vez que le vuelvo la espalda. Vuelve al campamento Obito. Si no puedes hacerlo por tu propio pie, llamaré a la guardia para que te ayude.

 

Sasuke de alguna forma consiguió ver la angustia que torturaba a Obito a pesar de su propio miedo.  Intentó hacerle señas para que se fuera y así hacerle creer que todo iría bien si solo se quedaba a solas.

—Vete Obito, — se las arregló para susurrar.

—No puedo.

—Debes hacerlo.

Sasuke vio como su primo se giraba y se alejaba del acantilado dando tumbos. La mirada del doncel siguió sus tambaleantes pasos antes de desviarla directamente hacia el hombre tan lleno de furia que se elevaba montado en el inquieto semental mientras tiraba de sus muñecas encadenadas.

—Esto, Principe, — gruñó Naruto, —es justicia. Ni siquiera en el arroyo, mi señor esposo, te guardé rencor. Y desde que llegaste a mi casa, he ignorado cada daga que me has lanzado. Se acabó, Principe. Hoy has cruzado la línea. Vas a recibir todo lo que te mereces que parece ser lo que te deparaba el destino desde el día que todo esto comenzó.

—No me oí...

No pudo acabar la frase. Apretó los labios y clavo los talones en los flancos del semental. El caballo empezó a marchar y Sasuke jadeó al verse obligado a correr para no caerse.

Sasuke gastó varios minutos simplemente tratando de ajustar su marcha a los andares del caballo y al accidentado terreno bajo sus pies. Después vio hacia donde lo dirigía y casi se cae de la impresión. Cerró los ojos con terror. Se estaban acercando al campamento.

Los varones, ocupados en sus respectivas obligaciones como ensillar los caballos, empacar u ocuparse de los muertos; pararon de trabajar. Los irlandeses lo miraron con ojos que expresaban incredulidad y tristeza por su traición. Las miradas de los noruegos eran más venenosas.

Ningún hombre se movió. Ni los irlandeses que sentían lastima por el doncel que tiempo atrás cabalgaba junto ellos cual dios, ni los noruegos cuyas miradas reprobatorias expresaban por si mismas su opinión de que debería ser desollado vivo en vez de castigado y humillado en publico. Lo único que quería era que se lo tragara la tierra mientras hombres que conocía de toda la vida se mofaban de él. Pero ni siquiera la humillación se acercaba al dolor que sentía al ver lo que su momento de locura había conllevado. Jamás en su vida olvidaría la visión de las caras de los fallecidos.

Finalmente, la tortura finalizó. Naruto giró el caballo, arrastrándolo a Sasuke bruscamente tras él. — ¡Cabalgamos hacia Dubhlain! — gritó. —Me adelanto con mi prisionero.

Como guerrero y rey que era Naruto, su autoridad era incuestionable. Nadie se atrevió a desafiarle. Sus hombres volvieron sus atenciones a sus faenas, dispuestos a seguirlo mas tarde en la distancia, tal como había ordenado. Tan solo un hombre desafió su orden, Shisui Uchiha, que todavía montaba junto a su cuñado, y que había recibido una herida leve en las costillas durante la escaramuza. Estaban ocupándose de su herida cuando el Guerrero Dorado había aparecido arrastrándose por el campamento, pero cuando por fin lo había visto, se había quedado paralizado por la sorpresa.

Pero cuando el Zorro empezó a cabalgar por delante del doncel, emergió de su estupefacción. Ya no consciente de su punzante herida, tensó los músculos y echó a correr a través del campo. Había perdido a Izuna, y le aterraba ver como el vikingo alejaba a su hermano del campamento.

Apenas después de alcanzar la fogata central fue una vez mas sorprendido al recibir un golpe en las piernas que le hizo caer de morros al suelo. Dispuesto a pelear se dio la vuelta y se topo con Obito.

— ¡Quítate de encima, Obito! ¿Te has vuelto loco? Es Sasuke el que...

— ¡Cállate! — suplicó Obito, escupiendo arena de la boca mientras Shisui y el volvían a ponerse en pie. Cogió a su primo por los hombros y lo sacudió firmemente.

—Escúchame Shisui, escúchame bien. Él sabe que es Sasuke. Y no lo va a matar. Pero ha cabalgado contra él. Ninguna ley de ningún lugar le impediría tomar represalias. Porque lo hizo, no lo se. Pero en realidad el lo esta protegiendo, Shisui. Observa la cara del vikingo al que llamamos amigo. Si no estuviera actuando tal como lo esta haciendo, lo hubieran calificado de cobarde y exigido algo mucho peor. Lo hubieran dejado casi muerto, contando que fueran benevolentes. Sasuke tiene que solucionar esto por si solo, Shisui. Si interferimos, podríamos estropearlo todo. Debemos esperar.

El irracional miedo de los ojos de Shisui fue desapareciendo, quien solo pudo hundirse de hombros.

—Es mi hermano, Obito, — sollozó Shisui. — ¿Como voy a.…?

—Déjalo ir y ten fe en el hombre junto al que has luchado hombro contra hombro durante este tiempo. Es un hombre extraño, ese vikingo a quien llamamos hermano. Poderoso y a la vez misericordioso. Implacable pero no despiadado. Será mejor que Sasuke se las arregle esta vez él solito.

¿Porque había luchado en su contra? Se preguntó Shisui. No podía condenar a Naruto, pero tampoco podía soportar que hicieran daño a su hermano. Esperaría hasta que llegaran a Dubhlain. Pero si Sasuke no daba la impresión de estar bien, desafiaría a todo el país si hacia falta para llevárselo de allí.

Notas finales:

¿Qué creen que pasara ahora?


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