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Beautiful Stranger por ChocolatIceCream

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Notas del capitulo:

Segundo capítulo listo! ;)

Seijūrō toca desde que es un niño. Toca para sí mismo. Toca para su madre. Toca cuando todo está demasiado silencioso. Toca cuando es difícil ponerle palabras a algo. Toca cuando todo es demasiado ruidoso. Toca cuando está cansado, cuando no está cansado, cuando no sabe lo que quiere. Seijūrō toca el violín y el piano, a veces canta, y todo a su alrededor se siente bien. Seijūrō toca y todo a su alrededor deja de ser importante, perdido entre sueños y notas que conoce de memoria, escuchándose a sí mismo. Siempre intenta aprender nuevas piezas, le gusta hacerlo. No es ningún reto. Es sencillo.

A veces será Melody of love de Beethoven, otras tantas recordará a Niccolò Paganini con Capriccio n°24 en La menor. A menudo se recuerda que debe revisar el tercer concierto de Vladigerov o volver a aprender a tocar Godowsky de Java Suite. Nunca se da por vencido. No hay partitura que no pueda aprender, incluso si algunas cuestan más trabajo que otras, al final el resultado es el mismo: melodías vivaces, ligeras, soñadoras, melodías que te llevan lejos entre tus sueños. Tal vez fue por eso que no pudo notarlo al principio, tan entusiasmado con La Campanella que no fue consciente de la presencia extra en el aula que consideraba vacía. Tal vez es por esa misma razón que se sintió ofendido al no recibir respuesta a sus preguntas. O tal vez es el hecho de haber sido descubierto en una actividad que hasta ahora era privada, para él y para su madre, para nadie más, lo que le lleva a la absurda situación de seguir recordando.

Negándose a admitir (no quiere, no puede, no hay manera) que los ojos centellantes y deseos del insignificante sujeto de antes le hicieron recordar los ojos brillantes de su madre cuando aprendía una nueva partitura. Porque no es razón suficiente.

Así que al final simplemente le resta importancia. Ignorando ese hecho porque simplemente duda que vuelva ocurrir.

O al menos así lo cree hasta que una semana después entra a la biblioteca de la escuela, totalmente convencido en avanzar con sus tareas tanto como pueda para no tener que preocuparse de más ésta noche.

Y se mueve entre los estantes en busca de los libros que le serán útiles. Saluda cordialmente a un profesor que se topa en el camino antes de seguir su camino hasta detenerse a examinar los estantes con gran interés.

Rápidamente se encuentra a la deriva entre tantos libros. La tarea es sencilla, y el debería ser capaz de encontrar el libro que necesita –y lo ha hecho a decir verdad–, pero encuentra que hay más libros de su interés de los que creía, y, de cierta forma, es relajante estar ahí rodeado de nada más que silencio. Demorándose tanto como quiere. Después de todo es raro que tenga éste tipo de oportunidades, incluso si es la sencilla tarea de seleccionar un libro, se siente bien no tener plazos inmediatos contando los tic tacs de un reloj.

Al final, además del libro que necesita, decide que debe llevarse ese otro de gastada pasta verde, lo hojea durante unos momentos y se toma su tiempo para leer el resumen.

Y es ahí cuando sucede.

Un fuerte golpe contra su hombro y luego el sonido de alguien cayendo al piso. Por reflejo Seijūrō lleva su mano hacia su hombro y luego mira hacia abajo en busca de la persona que ha chocado contra él, totalmente dispuesto a sermonearle sobre cómo no debe andar por la vida con la cabeza en las nubes causando daño a otros, pero se calla al ver a la otra persona frotando el centro de su frente con una mueca de dolor en su boca, aunque no puede hacer nada con su ceño fruncido en molestia.

Seijūrō no es idiota, y no le toma mucho tiempo reconocer el cabello castaño oscuro como un nido de pájaros, y el cuerpo delgado y ligeramente más bajo que el suyo envuelto en una gran sudadera gris.

Ahora que lo mira mejor Seijūrō siente una vaga sensación familiar que no tiene nada que ver con el encuentro de la semana pasada. Aunque no logra recordar el por qué.

—¡Disculpa-me! — el grita, como realmente grita, no es un gritito, es un grito, como si no fuese plenamente consciente de su voz, y Seijūrō se siente mortificado por llamar la atención de los demás estudiantes. —Yo…uhm…n-no miraba — aunque ya no grita, apenas parece poder formar sus palabras, Seijūrō no está seguro de si es por los nervios o si el chico es simplemente idiota. Cuando el chico alza el rostro, aparentemente dispuesto a mirarlo ésta vez a los ojos su expresión se ensombrece en vergüenza, casi alarmado. Y Seijūrō sabe que le ha reconocido, porque la sangre desaparece de su rostro dejándolo totalmente en blanco. Un recuerdo repentino invade sus pensamientos, un flashback de unos meses atrás cuando compartía una tarde junto a su buen amigo Shintarō y como ésta había sido irrumpida por un ruidoso chico de cabellos negros que –según sus propias palabras–, sólo estaba ahí por casualidad. No se había quedado mucho tiempo, excusándose con algo sobre acompañar al chico que espera algunos pasos tras él al supermercado… su nombre…

—¿Furihata? — se atreve a verbalizarlo, y por el pánico que invade los ojos del chico está seguro de que él no le recuerda en lo absoluto y muy seguramente se pregunta cómo rayos sabe su nombre. Y no lo culpa. No todo el mundo tiene la capacidad de recordar rostros y nombres al final.

Seijūrō intenta explicarse, pero el chico da un paso hacia atrás casi tropezando con el libro que ha dejado caer antes.

Seijūrō extiende una mano automáticamente. —¿Estás bi…?

—¡L-lo siento! — Furihata irrumpe, ésta vez el grito no es tan fuerte. Da una ligera inclinación y de nueva forma balbuceos rápidos —Es mi culpa… yo no… no estaba — se calla, y Seijūrō ésta vez está seguro de que formar las oraciones correctas será toda una hazaña en éste momento para éste chico —. Realmente lo siento — logra decir agachándose en una nueva reverencia, dejando a Seijūrō de nuevo con las palabras en la boca, corriendo entre los estantes, desapareciendo de su vista.

Seijūrō tiene que aclararse la garganta y recuperar la compostura. Escucha algunas risitas entre los estantes, pero está seguro de que no se ríen de él, por qué quién en su sano juicio se reiría de él.

Seijūrō suspira. Intenta pensar en algo más acerca de éste tal Furihata, pero es inútil porque todo lo que sabe de él es que es amigo de Takao quien es amigo de Shintarō y nada más además de eso.

Mira hacia abajo y ve el libro aún en el suelo. Se inclina para recogerlo y hojea el libro en busca de alguna nueva información. Sorprendentemente el libro no parece algo que los chicos de su edad leerían. Habla sobre trenes, desde los más antiguos a los más actuales.

Intrigado Seijūrō levanta una ceja y continúa pasando página tras página. Es entre páginas que logra encontrar una hoja de libreta en la que el chico parecía haber escrito algo. Seijūrō no es curioso por naturaleza, pero, intrigado por todo el actuar de Furihata decide abrirlo. Sonríe apenas ligeramente cuando lee lo que el chico ha escrito con tinta purpura. Devuelve la hoja a su sitio y continúa buscando hasta que al final del libro encuentra lo que busca. Un nombre.

Kouki Furihata.

Y hay un montón de pequeños dibujos también. Dibujos de trenes, flores y sonidos. El libro parece no ser un simple libro, porque Kouki ha impregnado tantas cosas suyas en él que Seijūrō duda que no sea importante. Seguramente Kouki había estado tan apurado temblando y tartamudeando que no recordó llevarlo consigo.

Cierra el libro, sopesando sus opciones. Podría dejarlo en el área de artículos perdidos y el problema sería resuelto fácilmente. O podría llamar a Shintaro quien podría entregar el libro a Takao y éste mismo entregarlo a Kouki. Sería lo más simple.

Pero no si siente correcto. Por un lado, Kouki parecía estar intimidado por él, y aunque Seijūrō sabía que esa era la sensación que provocaba en todos, siempre que podía buscaba sacarlos de su error. Ser él quien devuelva el libro sería la mejor oportunidad para dejar las cosas claras.

En todos los aspectos, claro está.

Después de meditarlo durante algunos minutos decide que él nunca ha sido el tipo de persona que evade los problemas. Ir por el camino directo es algo que siempre le ha salido bien.

Toma su libro y el de Kouki en sus manos y se encamina hacia la salida.

Una vez las clases terminan decide enviar un mensaje a Shintarō. No le explica la situación, sólo le dice que quiere encontrarse con él justo ahora.

Y algo, entre todas las certezas que logra consolidar, le dice que Kazunari Takao estará ahí.

.

Razones por la que amo los trenes:

A veces cuando te sientas todo lo que puedes hacer es mirar por la ventana y disfrutar los paisajes, y entonces puedes empezar a soñar despierto. Me gusta cerrar los ojos y fingir dormir, suelo imaginar que soy alguien poderoso en otro mundo. En ocasiones cuando cierro los ojos y recargo mi cabeza contra el cristal de la ventana siento las vibraciones e intento imaginar en qué parte estamos ahora, conozco algunos caminos de memoria y he dejado de equivocarme.

Puedes leer, y leer siempre me tranquiliza, al igual que los crucigramas.

Puedes llevar comida para el viaje y nadie te dirá nada.

Si tienes suerte puedes encontrarte con gente extraña. He visto a muchas personas disfrazadas de algún anime, algunas otras vistiendo zapatos extraños; lo más raro que he visto ha sido un hombre con un traje de dinosaurio a cuestas.

A veces también intento leer las señales de estaciones a medida que pasan. Y algunos nombres de estaciones son increíbles.

Los trenes nocturnos son maravillosos puedes quedarte dormido en los campos y despertar en las montañas.

Y es mejor para el medio ambiente.


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