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En la oscuridad. por Ayamashi Kame

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Notas del capitulo:

Jelou Mademoselle!

Vine con el capitulo 02 reescrito y reeditado.

Borré sin querer el segundo cap que ya estaba, pero igual iba a ser reemplazado asi que...

Como dije estaré reescribiendo toda la historia :3.

Última revisión:

29/09/2018.

 

— ¿Qué es ese olor?

 

El pelo revuelto le viene de maravilla. Es lo primero que pienso cuando se despierta. Entonces  vuelvo y me estrello con la realidad. William es una lombriz en las puertas del culo.

 

Se incorpora y pone los pies en el suelo. Me analiza con somnolencia y cuando capta las imágenes, pone la mirada más sardónica que encuentra.

 

— Si el talco hubiera podido eliminar el olor, aun conservaría mi nariz.

 

Sonríe cuando me oye bufar y yo hago un intento por ignorarlo. En ese entonces, lleva meses quedándose en mi casa, y fuera de que es un puerco, no me molesta para nada ver su cara todos los días. Su mirada va hacia mis piernas y luego a mí pecho. Dejo de respirar, frunzo el ceño, no me importa que me miren, pero cuando lo hace Will no tengo idea de que pensar.

 

Era mi presentación de tesis. Para él es un día normal, pero yo tengo miles de preocupaciones mientras repaso una y otra vez lo que tengo que decir llegado el momento. Chasquea la lengua al sentirse ignorado y se levanta para comenzar con su mañana. No sabe que soy más consiente de lo que se imagina, vaya  inútil tengo a mi vista.

 

Sale en cuanto termino de atarme los zapatos. Yo me preocupo frente al espejo porque estoy haciendo un lío con mi corbata. Al salir, tengo un nudo amorfo en mi cuello, un traje negro y la camisa blanca  medio desabrochada.

 

Mi madre está ajetreada en la cocina y Will le está ayudando. Yo vuelvo a intentar con mi corbata y no puedo evitar quedármele mirando. Está sonriendo. Las arrugas de la frente se ensanchan cada vez más como redescubriendo el oxígeno. Él lo ignora pero ya va casi año y medio de la muerte de su madre y noto que poco a poco comienza a ser el mismo.

 

Me da la seguridad para sentir que todo esta bien a pesar de que mucho cambió desde entonces. Aunque luego desconfío, Will nunca nota los presagios ,ni malos ni buenos. Están sirviendo el desayuno cuando me abrocho del todo la camisa y he desecho el nudo mal hecho de la corbata.

 

—Jay ¡Ven a tomar el desayuno!

 

Me grita mamá. Creo ver toda la despensa sobre el comedor, e intento ignorar el asunto de mi estómago, siento que voy a vomitar. Quiero decirle que no tengo hambre, pero desisto cuando me mira como si fuera el dios Apolo.

 

William me mira divertido y cuando estoy poniendo un pan en mi plato mantiene sin reemplazar su gesto anterior una expresión de duda.

 

— ¿Debería llamarte Díaz o Wright?

 

***

 

— ¿Te vas a poner el clásico “pelo pincho”?

 

No entiendo del todo la referencia, me distraigo viéndolo apoyarse del umbral y mirarme con un especial buen humor en los ojos,  sin saber que demoro más tiempo de lo normal en sus brazos. En el instituto no practicaba ningún extraacadémico pero si se subía los muros para saltarse las clases, por lo que en algún momento desarrolló una musculatura marcada. Todavía conserva el hábito. En una de esas tantas borracheras mencionó que se siente como Tom Cruise. Ridículo.

 

 

 

Estreché los ojos a lo que luchaba por quinta vez con la corbata. Ya por ahí los ánimos bajan. Bien, me digo cuando se acerca, soy un campeón, un maldito campeón, no tengo porque temer. No voy a fallar, maldición.

 

Nuestras miradas se encuentran, la opresión que siento en el pecho se libera un par de centímetros cuando el corazón se sale de control. Me quita la corbata y hace el nudo a la mitad. Puedo darle el crédito, es lo único que sabe hacer que yo no. Me la devuelve ya lista y lo único que hago es ponerla bajo las solapas. Cuando jalo, el nudo se tuerce, lo veo cuando me mira con suficiencia para acercarse a ayudarme de nuevo

 

Esa vez sus dedos se acercaron a mi cuello. Es el momento más estúpido que recuerdo. No por él sino por mí. Se me seca la boca cuando se acerca y puedo detallar sus facciones, sentir el calor de ese cuerpo y como resultado de la concentración, la nitidez del rictus de su mandíbula. Inspiro para sentir su respiración acompasada, y aprieto los labios cuando uno de sus dedos me roza, él ignora todo eso mientras desliza el nudo hasta donde debe estar. No me calma, de hecho, es todo lo contrario

 

Retrocede y yo lo cojo por la espalda baja para evitarlo. Se timbra, puedo verlo dudar y me permito sonreír ¿qué pasa? No sueles pensarte las cosas ¿o sí?

 

Titubea durante un tiempo, pero eso no significa nada. Siempre que no sepa lo profundo de la responsabilidad va por todas. Lo veo relajarse y amilanar con una sonrisa cínica como si hubiera estado esperando. Pero no me engaña, es esa bendita manía de salirse con la suya la que no lo deja admitirlo.

 

Los brazos le cuelgan a los lados. Podría empujarme si quisiera y se lo hago saber. Como respuesta se acerca, cerrando el espacio entre nuestros cuerpos, obedeciendo a una especie de reto mudo. “Si alguien sale huyendo de aquí no soy yo” me dice sin hablar. Pero yo tampoco tenía intenciones de marcharme. Entreabro los labios, espero mientras observo. Encuentro esa mirada familiar, la malicia  y la diversión que expresa cuando va hacer una travesura.

 

 

 

 

Entonces me besa. Él maldito me besa y cierro los ojos. Todos mis pensamientos se pierden en un rincón. No me importa que se retracte después cuando sepa lo que está haciendo, porque la electricidad me recorre los sesos. Will se olvida también, lo siento cuando abre la boca y me jalonea el cabello echándome la cabeza hacia atrás. Y me oigo gruñir cuando siento el calor de su lengua rozando la mía.

 

 

***

 

Si es Will, es irresponsable. Nada más hay que sacarlo por las tres veces que se ha cambiado de carrera por reprobar más de tres materias. Y si es él, también hay que saber que no es nada considerado, espera que todos le hagan todo y estén ahí para él. Así que no sé porqué me sorprendí, ni porque sentí que quería mandarlo al hospital.

 

—Jay, Ella es Anabel.

 

Nada más verle la maldita sonrisa de Ken me sacó de quicio. Ella era preciosa, pelirroja, piernas largas, buenas proporciones, una tez blanca y la cara suave y hermosa. No tengo ni idea de cómo se consigue chicas tan calientes. Bueno sí. Es atractivo, y un idiota de primera.

 

—Es un placer.

 

Le tendí la mano y sonrió. Una sonrisita tierna y blanca.

 

—Es mi chica.

 

La mente me quedó en blanco y no lo miré directamente. Me concentré en la amplia sonrisa de ojos brillantes de Ana, que no hizo más que emocionarse ante el tinte de orgullo en su voz. Horas después resonaron las palabras un largo rato. Me pareció como una llamada extorsiva de dudosa procedencia. De mal gusto, aterradora e incrédula.

 

Pasé horas y horas sopesándolo, dándole vueltas al asunto. Todo eso fue el mismo día de mi graduación. Hasta el sol de hoy no se como mierda es que no tuvo idea de que lo amaba, que lo amo y que me hizo sentir como una basura. ¿Para qué iba yo a hacer todo eso si no lo amara?

 

Llegamos a casa muy tarde en la madrugada. Teníamos un par de cervezas encima, recordé las bonitas palabras, las malditas miradas cómplices, los bailecitos y los abrazos. Habíamos brindado, hablado de toda clase de tonterías sobre el pasado, mis compañeros gritaron y me hicieron reír. Pero mis ojos no paraban de irse a donde él.

 

Sentí el calor de su piel levemente cuando pasó frente a mí. Ninguno de los dos dijo nada, no estábamos tan borrachos. William y yo tenemos aguante para tomar. Me costó esa vez identificar lo que decía esa mirada, y me quedé un rato frente al refrigerador bebiendo un vaso de agua sin querer averiguarlo.

 

Entré después de un par de minutos, cuando ya me había amilanado. Will estaba sentado en su cama con los pantaloncillos de dormir. Sigo pensando que él es algo oscuro, y que es más egoísta de lo que parece. A pesar de la oscuridad pude verle los ojos claros y reconstruir el rostro anguloso.

 

El ejerce un poder sobre mí que desconozco. Desde siempre, se vienen ideas estúpidas a la cabeza que yo secundo porque quiero ver la expresión triunfal y esa diversión malcriada que nunca cambia. Es difícil de explicar, cuando me mira a los ojos, me incluye —como si supiera que no voy a decir no— e influye. En nuestra infancia era cuestión de momentos, un segundo estaba negando y al otro surcando la cerca del centro deportivo para zambullirnos en la piscina y luego,  lanzando huevos podridos en la ventana de Jim mientras William reía.

 

Así fue como solo alcancé a quitarme la camisa. No sé si se daba cuenta, dice que no. Maldito sea, sabe, sabía, lo supo siempre, solo que quería que se lo dijera, y me arrastrara.

 

Me di la vuelta para encararlo. Tenía la cabeza apoyada en la mano izquierda y una media sonrisa en sus labios que me resultó seductora. Es un grano en el culo, tiene afanes autodestructivos.

 

Un par de segundos y estaba sobre él sujetándole los brazos por encima de la cabeza. Y bastaron otros dos para tener sus labios entre los míos. Yo sabía que le excitaba el juego nuevo, que se dejaba porque era yo y  porque era su forma de vengarse.

 

Ya conocía su boca. Ya era costumbre hacerlo, llevábamos año y medio de eso. Estaba por irme de allí para salir ileso de todo eso, pero el clamor de su respiración cuando me alejé me detuvo. Dejé que el impulso hiciera de las suyas y le besé la mandíbula, mordisqueé, pasé al lóbulo suave y sensible, le respiré en el oído y me henchí cuando suspiró. Bajé y seguí el tramo hasta su cuello. Me dejé llevar por los sonidos y antes de que pudiera darme cuenta ya me había desviado por la clavícula, el tórax, el estómago; inhalando el olor, la mezcolanza del sudor, el alcohol y un atisbo de colonia.

 

 

Solté sus manos.

 

Me sorprendí cuando las sentí sobre mi cabeza. Imaginé sus nudillos apretándose en mis cabellos mientras  le respiro en el estómago y me vence el estremecimiento. La elástica me tienta y la bajo un poco, lo suficiente para que el aire frío haga lo suyo, deteniéndome apenas se asoma el vello rizado y oscuro. Espero que se incorpore  y  siento que son minutos, no lo hace. En cambio escucho su respiración irregular y sus dedos hincados en mi cuero cabelludo.

 

No soy capaz de decir nada cuando encuentro que hay debajo. Trago saliva y siento que es más de lo que puedo imaginar. En mi mente muchas cosas no pasaban, esa era una de ellas.

 

Me suelta. Sus manos caen lánguidas a los costados, respiro sobre él y luego alzo la mirada, me está viendo con ojos entornados, con la respiración desencajada y la boca formando una línea temblorosa. Nunca lo había visto así, y tampoco me había dado cuenta de que te puede mirar intensamente, lleno de deseo.

 

Recuerdo las veces que lo imaginé y terminaba  con las manos sucias y una pantalla blanca como único pensamiento coherente. Eso me fue suficiente para tomarlo con mi boca, y es más de lo que hubiera imaginado cuando deja salir un gemido ahogado.

 

***

 

A la mañana siguiente despierto escondido en su cuello. No puedo describir nada porque es inexplicable, era un sentimiento parecido al vértigo. Abrió los ojos como si verme fuera lo más normal del mundo —de hecho lo es—, estaba serio y yo no esperaba otra cosa.

 

Levantó tranquilamente, cogió los pantaloncillos del suelo, se los puso y sonrió.

 

— ¿A...?

 

No terminó de decir lo que iba a decir. Volvió  a mirarme y suspiró. Luego soltó una carcajada.

 

***

 

 

Ana era cosa de él. Ninguno de los dos solía contar nada sobre “sus chicas”. Si la presentábamos era serio, si la traíamos con nuestras madres ya era algo peor. En mi caso nunca llevé a nadie con mi madre, y las veces que llegué a presentarle alguien a Will se trataba más bien porque él ya lo había hecho conmigo.

 

Por eso me sorprendió escuchar en la cocina que le propondría matrimonio.

 

De su noviazgo tres años ya. Quizás era algo lógico. Yo abogué por decirle que no tenía donde caerse muerto y que a penas y tenía un empleo decente. Me miró como si quisiera matarme, pero el no sabía que ya me estaba muriendo.

 

Dos meses después y ya tenía anillo, una semana y ya le había dicho que sí.

 

Esa noche miré su cama, estaba tendido mirando el techo y nada había en él sobre su jodida cara de idiota. Inicialmente comencé a verlo con un poco más de madurez, y luego tenía ese brillo en los ojos. Después de darse cuenta volteó a mirarme y me devolvió el gesto.

 

— ¿Qué piensas de esto?

 

Me reí.

 

— ¿De que demonios estás hablando?

 

El sonrió. Ignoré el hecho de que tenía cierto pesar en la mirada.

 

—De nada.

 

Al rato inició con cautela.

 

—Estaba pensando mudarme con ella al lado una vez que nos casemos.

 

Un momento me bastó para sentir como me escocían los ojos. ¿Para qué coño me dices esto a mí? ¿Qué tengo yo que ver?

 

— ¿Y quieres que te sirva de decoradora?

 

Esta vez el fue el que se rió, se sintió tenso, bien por él.

 

—Jay. Lo siento, ya sabes, por ser…

 

— ¿Un hijo de perra?

 

Me arrepentí de inmediato.

 

—Uh.

 

Fue lo único que dijo. Pero yo sé que lo hice enfadar.

 

—Ya no volveré aquí una vez que me case.

 

Me miró, supe que quería ver cuanto me dolía todo eso, también supo que estaba tan molesto como él, y cuando me di cuenta de que contenía la respiración pude encontrarme con que lo disfrutaba. Sentí que quería vomitar.

 

—A menos que le seas infiel a tu esposa, y vengas a esconder la cola en mi casa.

 

Dejé que saliera con rabia, lo suficiente para que supiera que no bromeaba. Lo ofendí.

 

—Eso no va a pasar.

 

— ¿Quieres apostar? Después de todo es lo que vienes haciendo.

 

Pagaría lo que fuera por haber visto su cara entonces. Podría jurar que palideció.

 

— ¿Eso? Ni siquiera fue sexo convencional.

 

Como sea, la rapidez con la que las palabras me impactaron fue tal que incluso me levanté casi al instante, me coloqué sobre él y luego estaba apretándole el cuello.

 

—Vuelve a repetirlo.

 

Estaba furioso, el corazón me bombeaba sin cesar mientras sentía pasar los recuerdos, la calidez de su cuerpo, la electricidad, el entumecimiento y el calor que recordaba como si hubiera sido cosa de horas. Era un dolor punzante y desesperante.

 

Sonrió. Miento si digo que esperaba que se retractara, ya entonces no esperaba demasiado de nada.

 

Entonces me abrazó. Podía sentir la tensión y toda la rabia abundando en mi cuerpo ¿por qué? ¿Por qué? Luego  me acerqué a sus labios con amargura y los tomé en un beso duro y profundo. Los dientes que me golpeaban por la rapidez dieron paso a un sabor metálico, ni así dejé de probar su boca, Will también se dejó hacer.

 

Sujeté sus brazos mientras me frotaba, sin preámbulos. Él entrecerró los ojos brillantes y dejó salir la respiración en hilillos suaves y lentos, encorvaba la pelvis al encuentro con la mía y soltó el agarre de sus brazos para bajarme el pantalón. Juntó ambas partes y sentí sus dedos en mi extensión, me estremecí y seguí moviéndome para remover cada espacio y sentirlo más cerca, aunque yo sabía que estaba muy lejos.

 

Pegó su frente con la mía y sentí su respiración entrecortada, el siseo frenético golpeando mi rostro y el calor que copiaba el mío. Y me corrí.

 

Y luego caí sobre su pecho y suspiré inhalando el olor, mi habitación huele distinta cuando él está allí, es agradable. Pensé en ello hasta que mi respiración se normalizó y me levanté, poco a poco y sin demasiadas ganas de decir nada más. Me dolía, que se casara, que ignorara todo eso, que se hubiera corrido junto conmigo.

 

Sin embargo cerré los ojos y antes de abandonar la habitación dije: —Te amo.

 

Hasta esas palabras me dolieron.

 

***

 

 

Después de eso abandoné la casa. No pasó mucho tiempo para conseguir empleo en un bufete de abogados que me diera para pagar un alquiler. Mi padre tenía contactos que aún después de muerto querían ayudar al hijo.

 

El ambiente se me hizo raro, al igual que las mañanas tranquilas y silenciosas. Y la habitación se me hacía grande con una sola cama solitaria.

 

No supe de él como hasta seis meses después. Tampoco me importaba porque tenía demasiado trabajo como para preocuparme y honestamente evitaba pensar en eso. Después de ese tiempo me contactó. No sé como diablos supo mi dirección —porque yo no se la di— y vino a hasta mi piso.

 

—Vaya —lo escuché silbar, aunque no era la gran cosa—. Si eres buena decoradora.

 

— ¿Qué haces aquí?

 

Se mantuvo ecuánime. Tuvo que haber conseguido un empleo decente porque llevaba el cabello peinado hacia atrás y sus ojos antes traviesos adquirieron una especie de brillo agudo.

 

No le duró mucho la seriedad. Me cuesta adivinar en que coño estaba pensando su mente amnésica. Porque entonces se acomodó en el sofá y me sonrió.

 

—El próximo mes soy papa casada.

 

¿Y que mierda era ese chiste tan ridículo?

 

— ¿Sí?

 

Debido a que mi respuesta no capturó la atención para conducir la conversación a un punto específico, no dijo nada. Se limitó a recorrer el living con la mirada y escuchar el ruido de la lavadora.

 

—Me costó mucho que se decidiera por una fecha. Ninguna le parecía.

 

Él habló como si me contara el resultado de algún partido de Hockey de la Espn. Se me ocurrieron unas bromas, como decirle que  cualquiera con sólo verle la cuenta bancaria tendría miedo hasta de ser amigos, pero no estaba de humor.

 

—William. ¿Para qué me cuentas esto?

 

Tan solo por precaución metí las manos en los bolsillos. Seguirle la corriente me estaba poniendo de los nervios.

 

— ¿Para que otra cosa? Eres mi amigo.

 

Me pareció la cosa más estúpida que me había dicho en años.

 

—Comemos y bebemos del mismo plato, sí— me reí—, luego te meto la lengua hasta la garganta y de noche…

 

—Ya ¿no?

 

Se me estaba haciendo cada vez más difícil seguirle el hilo a la conversación. Sobretodo porque estaba crispado de nervios y yo solo quería tirarlo al deshuesadero.

 

—Aun está en pie lo de enterrarte bajo tierra.

 

Siseé, esa cara nunca me daba mucho preámbulo. Nunca hubiese podido herirlo como quisiera.

 

—Si es así no puedo pedirte que seas mi padrino.

 

Aquello me hizo sentarme en el sofá y reírme como si me hubieran contado el chiste más bueno del mundo. Él se limitó a afincarse en sus rodillas con un gesto soñador, hubiera preferido que me pateara en los huevos.

 

— ¿Me estás hablando en serio?

 

— ¿Por qué bromearía con eso?

 

Caminé por todas partes, las manos me temblaban. Tenía la esperanza de que fuera menos imbécil.

 

—Las cosas no cambian, supongo.

 

—Contigo no.

 

Respondió. Fue como si me escupiera en la cara.

 

—Te amo. Desde siempre ¿no entiendes?

 

Todos estos años se han resumido en eso. No hay forma de que piense en otra cosa si pienso en él y el recuerdo es simplemente vergonzoso; me sentí como si lo hubiera complacido. Me temblaba la voz y me giré por miedo a verle la cara.

 

—No.

—Sí.

 

Luego de un rato:

 

— ¿Te molesta?

 

Es la pregunta más estúpida que me ha hecho y lo sabe.

 

— Sí.

Me reconstruyo. Respiro hondo y vuelvo a mirarlo. Endurece la expresión y lo veo darse el golpe con la realidad.

 

— ¿Por qué?

 

Se ve angustiado, no supe muy bien que pensar de eso, pero me doy tiempo de respirar, guardar la calma.

 

—Porque no me has dado el tiempo de enseñarte.

 

¿Enseñarme qué? Se pregunta, lo sé y chasquea la lengua cuando lo descubre.

 

—Cierra la boca.

 

Amargura escuché en su voz. Eso no me intimida. Lo que lo hace, es lo mucho que empieza a dolerme lo que ocurre, porque estoy pensando en lo que quiere y en lo que piensa. Y lo que quiere es que nada de eso hubiera pasado.

 

—Inténtalo.

 

Le dije. Y esta vez le di el gusto de escucharme hablar en un hilillo, como si pedírselo fuera suficiente, cuando si hubiera querido, lo habría intentado decenas de veces.

 

—Jay…

 

—Inténtalo.

 

Volví a decirle, y se levantó. Sabía lo que implicaba tanto como yo y me valía mierda todo lo demás. No me importaba nada de la realidad ¿Qué engañaba a su esposa? ¿Qué arruinaría su matrimonio? Nada. Era lo de menos, ¿No tienes suficiente con que me hayas tenido todo este tiempo? Págame todo lo que te di.

 

— ¿Por qué de todas las personas yo? —Me agarró del pecho sin demasiada rabia, de hecho, se oía herido y asustado—. Eres el mejor en todo, lo tienes todo, lo que quieras, lo que necesites…

 

Sé que quería decirme más. Y sé que siempre fue así, que lo he mirado desde el hombro, con suficiencia. En secreto su madre quería que fuera como yo. Por eso las camas, por eso éramos amigos. Pero para mí, que siempre supe lo que debía hacer siempre fue al revés. Yo nunca tuve el valor de hacer otra cosa que no fuera ser el mejor estudiante, el mejor portado.

 

 Y allí estaba William, haciendo lo que le diera la gana.

 

Falla, una y otra vez. No es nada, no es nadie. Y es todo eso que es. Quería decírselo, pero era demasiado estúpido para hacerlo, de hecho, en mis cabales jamás hubiera dicho lo que dije si no me hubiera sentido como me sentía: — Sí, todo eso…— lo miré—. Pero no te tengo a ti.

Notas finales:

No me pregunten de donde salió todas esas escenas lemonosas. Quizá me inspiró Beriko-sensei. Ve tu a saber.

No me impactaron del todo :v, espero que cuando vuelva a revisarla logre hacerla mas...¿buena?

Este capitulo especialmente se me hizo algo complicado porque siento que Jason es el mas serio y maduro emocionalmente de los dos, así que no sabía como hacerlo. Mis disculpas si parece una nenita, no quería que resultara así xD.

Esta vez quise usar algo más que el drama de "me fui a emborrachar porque no me noticean" y eso no me dejó dormir, llevo dos días escribiendo de madrugada, quizá por eso no es la gran cosa (?).

¿Le gustó?

¿Me deja un reviú?

Nos leemos en otro capitulo bazofario.


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