Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El obrero y el arquitecto por kurerublume

[Reviews - 132]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Uff, me tardé en actualizar. Estaba ocupada comiendo rosca y volviéndome un animal gde ????. Pero ya volví. Espero les guste este cap. 

Agradezco mucho sus reviews :)

CAPÍTULO IV: El día que fui a su oficina

 

 

Como Fer me avisó, voy a la oficina del señor Ramón, no sin antes escuchar un «¡Oye, tú!» de parte del arquitecto Rafael hacia él, seguro se molestó por eso. Es bien especial para esas cosas.

 

Me dirijo al pasillo y voy a la segunda puerta a la derecha: la oficina del señor Ramón. En cuanto llego, está hablando por teléfono y me indica con un gesto de mano que pase.

 

—Sí, perfecto. Justo ahorita va a ir para allá. Hasta luego, Arquitecto —termina de decir y cuelga el teléfono.

 

—¿A dónde se supone que iré? —pregunto de mala gana.

 

—Irás a sus oficinas, Gabriel. El arquitecto Santiago te quiere hablar de unas cosas personalmente. Esta es la dirección —me da una tarjeta—. Ve enseguida, por favor —veo que es el mismo logotipo de la tarjeta que me dio el arquitecto hace unos días. Se ve tan profesional y formal—. ¿Gabriel?

 

Parpadeo repetidas veces y sonrío por educación— Sí, voy de inmediato —en ningún momento me senté, así que simplemente di media vuelta y me largué de ahí. Sé cómo llegar a esa zona, pero dudo que en estas fachas sea bien recibido en un edificio lleno de arquitectos—. Pues que se aguanten —digo quedito y sin más, me dirijo a la parada del camión que me acercará a mi destino.

 

El trayecto es bastante tranquilo, todavía es de mañanita, pero a esta hora ya todos están en sus trabajos. Como no conozco muy bien, no puedo darme el lujo de dormirme en el camino, simplemente me quedo mirando a la ventana, pasando locales, calles, semáforos, anuncios.

 

Después de unos 30 minutos es que me bajo y rezo por que mi sentido de orientación no me haya abandonado. Camino un rato y decido preguntarle a uno de los que tienen un puesto de comida en la calle dónde queda ese dichoso lugar.

 

—A unas dos cuadras, joven.

 

—Gracias —y por fin, después de 40 minutos de camino, llego. Es un edificio muy… bonito. No sé, se ve caro. Es como que sin corbata no pasas.

 

Me arreglo poquito mi cabello y mi ropa para entrar con toda la confianza que tengo. La recepcionista se me queda mirando extraño y me pregunta con quién vengo y cuál es mi nombre. Sí, señorita, vengo a robar este lugar.

 

—El arquitecto Díaz lo espera. Tome el elevador, cuarto piso a mano derecha. Despacho 48.

 

—Gracias —le sonrío apenas y sigo sus indicaciones.

 

Llego muy rápido, bendito elevador.

 

Hay otra recepcionista, pero esta es mayor y se ve pues… agradable. Ella pregunta más amablemente y me pide que espere a que el arquitecto se desocupe. Claro, aquí son a sus tiempos.

 

—Miriam, ¿sabes dónde dejé mi mochila? —aparece de la nada un tipo joven, morenito, pero menos que yo. Hasta me atrevo a decir que está guapo. Creo que eso es un requisito aquí.

 

—Diego, seguro la dejaste en el despacho de…

 

—¡Oh, cierto! ¡Gracias! —antes de que salga corriendo por su estúpida mochila, se detiene y se me queda mirando sin disimular. Siento que me está barriendo con la mirada. No es que sea incómodo, para nada obviamente, pero… ¡carajo, que deje de hacerlo! — Hola —me saluda como si nada y se acerca a mí—, ¿estás esperando a alguien? —me pregunta serio, pero con calma.

 

—Sí, de hecho…

 

—Gabriel, pasa, por favor —me asusto al escuchar la voz de Santiago.

 

—Sí. Con permiso —me alejo de él, pero en serio no miento cuando digo que siento todavía su mirada taladrándome.

 

Una vez adentro del despacho del arquitecto, me quedo embobado. Es preciosa, tiene colores neutros: negro, blanco y grises. Pero no se ve opaca ni nada por el estilo, se ve muy formal y con la luz que le da a esta hora hasta me dan ganas de quedarme aquí. Tiene una vista bonita del lugar, no muy alto, claro, pero se aprecian los árboles y otros edificios iguales o más impresionantes.

 

—¿Te gusta mi oficina? —sí, ya sé que parezco maraca cada vez que me habla, pero es que su voz tiene ese tono que… ufff, me encanta.

 

—Sí, bastante —respondo con una sonrisa, una muy amplia y sincera porque sí, ¡me gustó muchísimo!

 

—Algún día tendrás una igual o mejor —se para junto a mí y palmea mi espalda.

 

—Soy soñador, no estúpido —le digo cansino. Es decir, en sueños podría tener algo así. No se me hace justo que diga esa clase de comentarios sin realmente creerlo. Es tan hipócrita.

 

—Yo no comencé con esto, Gabriel. De hecho, a mi socio y a mí nos costó bastante levantar este lugar. Empezar de cero, conseguir el dinero, convencer a clientes, vender tu imagen; fue difícil y apenas estamos empezando. El edificio no es nuestro, rentamos todo el cuarto piso. Pero créeme, pronto construiremos el nuestro, justo como los arquitectos sabemos hacerlo —volteo a verlo ¿esperanzado? O igual y es porque acabo de escuchar una historia feliz.

 

—Me alegro por ustedes. Sé que les irá muy bien.

 

—Es justo de eso de lo que quiero hablar contigo —se va a su escritorio y me pide que tome asiento—. Verás, acudimos a ustedes porque, aunque no lo hacen de la misma manera que nosotros, saben venderse y tienen referencias que a mi socio y a mí nos parecieron excelentes. Mejor que una carta de recomendación, ¿no crees? —asiento en silencio— Pues bien, hay un punto que no nos agradó tanto y en especial por esto de ser empresa nueva.

 

—¿Cuál es? Vaya al grano, por favor —si algo me sobra aquí es delicadeza, caray.

 

—Pues… —inhala y me mira fijo— no nos agrada que haya menores de edad laborando. Sabemos que el contratista tiene la intención de ayudar, el Lic. Ramón es bastante bueno, pero no podemos aceptarlo. Quería saber si hay alguna manera de que lo convenzas para que, al menos en nuestro proyecto, no laboren. Sé que te estoy pidiendo algo difícil, sé que son tus amigos, pero…

 

—Lo comprendo —le respondo antes de que siga hablando—, pero no estoy seguro. Esos compañeros laboran cuando pueden, estudian y trabajan. Se esfuerzan. No se me hace justo que…

 

—Exacto, tienen que seguir estudiando, Gabriel. ¿No te gustaría a ti volver a hacerlo? ¿Tener mejores oportunidades? —ok, eso fue un golpe bajo.

 

—Arquitecto, por favor cállese —me voy levantando de mi asiento lentamente—. Le comentaré su posición respecto a esto al señor Ramón, ¿eso era todo?

 

—Gabriel, intento darte una justificación para nuestra decisión. No sabíamos de eso hasta que se les contrató. De lo contrario, tendríamos que dar por terminada la colaboración —abro mis ojos por la sorpresa. Pero qué extremistas son estos tipos.

 

—Sí, solo mire qué bien estamos colaborando, ¿no? No puedo creer que quieran dejar sin trabajo a gente que lo necesita. Además, no son muchos, solo 3 en la constructora son menores.

 

—Queremos hacer las cosas bien desde el inicio, Gabriel. No puedes culparnos por eso. Así es como deben hacerse estas cuestiones —lo noto bastante firme, pero tranquilo. Supongo que así es él.

 

—Lo comentaré con el señor Ramón, lo que él decida estará bien. Confío en su juicio, lo conozco por más tiempo.

 

—Me parece bien, Gabriel. Esperaba que fueras nuestro intermediario si así se requiere. Tampoco queremos terminar el contrato con tan buenos trabajadores.

 

—Con permiso.

 

—Te acompaño —me dice levantándose.

 

—A pesar de mi apariencia, no robo nada, lo juro —digo a modo de broma, pero cuando Santiago me va a abrir la puerta, la vuelve a cerrar.

 

—¿Piensas que esa es la imagen que tengo de ti, Gabriel? —me siento acorralado, ¿de dónde sacó toda esta puta seriedad?

 

—N-No. Fue una broma, hombre —carajo, que se aleje, que se aleje, ¡que se aleje! Está muy cera para mi gusto—. No te lo tomes tan a pecho [1] —le sonrío poquito y noto que esto se vuelve incómodo. Él también ya cayó en la cuenta de cómo estamos ubicados… espacialmente en su oficina. Casi está sobre mí.

 

—Discúlpame si te asusté, no fue mi intención —dice para volver a tener ese porte elegante—. Creo que será mejor que Diego te acompañe.

 

Diego, huh.

 

No pasa ni un minuto cuando ese moreno vuelve a estar frente a mí. Asiente una vez cuando Santiago le pide que me deje en la entrada. Apenas y me despido de él.

 

—Vaya, no duró mucho esa junta, ¿no? —yo no la llamaría junta.

 

—Supongo.

 

—Creo que hiciste enojar a mi jefe, y mira que no suele hacerlo. Creo que es la primera vez que lo veo así, su cara daba miedo —me codea repetidas veces y solo niego con una sonrisa.

 

—¿Tú trabajas aquí? —oh, vaya. Creo que acabo de hacer una pregunta muy pendeja. Bien dicho, Gabriel, seguro solo vino a entregar las tortas. Pero qué idiota ando hoy.

 

—Hago mi servicio social.

 

—¿Qué es eso?

 

—Pues que sigo estudiando mi carrera, estoy en los últimos semestres y por eso tengo que hacer mi servicio social. Ya sabes, sin paga y solo por la experiencia —noto ese sarcasmo en su voz y me empiezo a reír.

 

—Qué bueno.

 

Salimos del elevador y me deja en recepción.

 

—Aquí nos separamos. Espero volver a verte, Gabriel —un cosquilleo me recorre sin poderlo evitar. Su tono de voz fue… coqueto, ¿coqueto? Santo Dios, ya estoy delirando. La falta de oxígeno aquí te apendeja—. Porque me agradaste muchísimo.

 

Sonríe como solo alguien sonreiría a otro alguien que le atrae.

 

Sí, mi puto cerebro es un maldito traicionero. Seguro justo por eso, porque es puto. Ahora anda viendo agua donde no hay. Supongo que es por la “escasez” de estas semanas. Tengo que desquitarme y pronto, antes de que esto empeore.

 


[1] Se usa para decir que no hay que tomarse las cosas tan personalmente. 

Notas finales:

¿Les ha gustado? Jaja fue un tema medio delicado, y Gabriel lo sabe. 

Nos seguimos leyendo. 

¡Besos! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).