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El obrero y el arquitecto por kurerublume

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Notas del capitulo:

¡Holaa! Bueno, creo que este fic ha gustado :)

Les dejo el 2do cap.

Agradezco a Ushio-Tsuki y Ally por sus reviews. Espero les guste.

Disfruten ^^

CAPÍTULO II: Gabriel

 

No puedo imaginarme  viviendo una vida que no sea esta. Hace mucho que trabajo como mano de obra para el señor Ramón y está bien. No me quejo, claro que es  joderte todo el pinche día, pero está bien. He hecho buenos amigos, aunque… hay algo que hace que me ponga triste.

 

 

Algunos de la obra, desde hace unos meses, me han empezado a hacer burla por ser «puto», así me dijeron, esa es la palabra para gente como yo; como Gabriel, el puto al que le gustan los hombres, aunque es obvio que si soy “puto” es por eso y porque en sí no hay obreros que se proclamen abiertamente maricones, digo, ni yo lo haría así.

 

 Pero todo pasó por ser un pinche descuidado que, sin vigilar que no anduviera nadie cerca, besé a mi ahora exnovio.

 

Lloré poco, la verdad. No es como que no tenga sentimientos, pero odio ser un llorón. No, no odio, me caga ser un llorón.

 

Sí, soy algo grosero y no me importa. La gente de este trabajo es aún más pelada 1] que yo y no les dicen nada, así que no hay problema. Pero eso sí, en mi casa tengo la lengua más pura del mundo. Mis papás detestan que hable así, pero es normal digo yo. No sé qué se hacen de lengua puritana si cuando se pelean se llaman por otros nombres.

 

Hipocresía, así funciona esto. Y si no es eso, a mí qué, así lo llamo yo.

 

Hablando de cosas que importan, sí me llamo Gabriel, mido 1.75 cm, mi cabello es castaño oscuro, tengo la piel morenita, un poquito más que Fernando. Siempre tengo la cara sucia, y no por cochino, sino que ser obrero es «te ensucias o te ensucias». Por eso nunca uso mi ropa nueva, no quiero que acabe inservible.

 

Dejé de estudiar hace 2 años, tengo 19. La verdad me hubiera gustado seguir estudiando, pero no puedo pedir imposibles. No cuando hay 2 hermanos que cuidar, tengo otro que es el mayor, se llama David, pero parece nunca ser suficiente para pagar todo: luz, agua, gas, comida, renta, útiles, material para la escuela de los peques. Ellos son lo más bello que tengo; mi familia es mi más preciado tesoro con todo y nuestros problemas.

 

Sé que en otras circunstancias podría ser la persona más agradable del mundo, pues aunque solo Fer lo sepa, frunzo el ceño a propósito para que a nadie se le ocurra molestarme, total él hace lo mismo. Y funciona, aunque claro, luego con el pendejo de Fernando se me olvida cuando me hace reír.

 

Siempre quejándose que soy impuntual. ¡Ja! No sabe lo que esa palabra significa, lo más tarde que he llegado son 20 minutos, ¡pero no! Para Fernando siempre llego tarde, ¡él tiene la culpa por no aprender!

 

A decir verdad, me emociona mucho este nuevo trabajo, hace bastante que no teníamos uno que nos tomara más de 1 año. Además, la empresa para la que vamos a trabajar y la de Arquitectos son muy buenas. Eso demuestra que hacemos las cosas bien, como debe ser.

 

—Hijo, ya despierta —ni hace falta que lo diga, llevo despierto los últimos 10 minutos, completamente emocionado.

 

—Voy, voy —me siento en la cama, contemplando mis pies—. Hoy será un buen día —susurro más como una frase de diario, dicen que pensar cosas positivas te atrae cosas iguales, así que pues… vale la pena intentarlo.

 

Sorprendentemente, y a saber que no me sorprendo con facilidad, estoy listo a tiempo. Creo que en serio ando muy emocionado con esto.

 

Tomo el transporte público, a esa hora no hay mucha gente y hasta encuentro un asiento vacío. Me alcanza perfecto para una siestecita.

 

 

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Llego, en serio, en serio, puntualmente al trabajo. Aunque me extraña ver a Fernando ahí parado como idiota en la puerta.

 

—¿Sabes que para abrirla tienes que girar la perilla y empujar? —sí, así es mi saludo. Fer se sobresalta un poco y me da un zape por eso.

 

—Faltan 5 minutos para que sea la hora —me responde serio.

 

—Estás pero si bien loco, Fer. Ya entra de una puta vez conmigo —intento jalarlo para que entremos juntos y de mala gana me hace caso—. Ya en serio, das miedo —le digo bromeando.

 

—Es importante ser puntual, ni antes ni después.

 

—Solo eran 5 minutos, no media hora.

 

—Di lo que quieras, no me harás cambiar de parecer.

 

—Pinche terco que eres —veo cómo me pone los ojos en blanco y me comienzo a reír por dentro.

 

—¿Y ese milagro? Llegaste a tiempo, incluso antes. ¿Viniste con la cama en el transporte o qué? —veo cómo igual está sonriendo y así sé que su “enojo” ha pasado.

 

—Sí, justo eso. La traigo todavía pegada a la espalda.

 

—Se nota, amigo —somos los primeros en llegar, así que nos servimos un poco de café y comenzamos a platicar.

 

—¿Siempre tienes que esperar a los demás? —pregunto cuando han pasado 10 minutos sin señales de vida por acá.

 

—Sí, te acostumbras. Tranquilo.

 

Suelto un bufido de rendición, pues ya qué más puedo hacer si no es esperar a esos desgraciados.

 

En eso, la puerta se abre, dejando pasar a un blanquito… muy, ¡ahhh, carajo, carajo! Creo que mis ojos lo ven apuesto.

 

—Disculpen, buenos días, ¿está el Licenciado Ramón? —nos pregunta, pues sus opciones no eran muchas.

 

—Sí, está en su oficina, la segunda puerta a la derecha —indica Fer con seguridad. Qué raro, no he visto que el señor Ramón haya llegado.

 

—Muchas gracias —da media vuelta y se va.

 

—Pero si no ha llegado —le susurro al menso este.

 

—Ya llegó, siempre llega antes. Lo sabrías si llegaras a tiempo.

 

—Ya, ya, no hace falta que la mecha corta se prenda —digo con un tono para que se moleste, lo cual funciona a la perfección.

 

—No soy de mecha corta.

 

—Claro que sí.

 

—Que no.

 

—Que sí.

 

—Que no.

 

—Sí y punto final.

 

—Eres un… —antes de que podamos terminar la “discusión”, el señor Ramón hace acto de presencia y parece inspeccionarnos a ambos.

 

—Gabriel, ven, por favor —un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Carajo, carajo, carajo, ¿para qué me quiere?

 

—Voy —mi voz sale como la de un niño asustado, lo sé porque Fernando soltó una ligera risilla—. Ahora termino contigo, idiota —susurro y gesticulo cada palabra para que me entienda. Y él solo responde con un «ya sabes dónde encontrarme». Es imposible, al final ambos sonreímos por nuestras pendejadas.

 

—Gabriel, toma asiento —le hago caso, pero como solo hay dos putas sillas frente a su escritorio, pues… acabé sentado justo al lado de ese tipo. ¿Por qué no hay sillas en la esquina o en el pasillo frente a la oficina? Así me sentiría más tranquilo—. Te presento al Arquitecto Santiago Díaz. Arquitecto, él es Gabriel Mejía.

 

Malditos buenos modales. No nos queda de otra que estrechar la mano y decir el universalmente conocido «mucho gusto».

 

—Estoy a sus órdenes —le digo con una sonrisa, pero él solo hace una mueca extraña, haciendo que me enoje y maldiga internamente. «Pues no y ya, idiota. Ni quién quiera estar a tus pinches órdenes.»

 

—Gracias —es lo que responde con simpleza.

 

—Bien, el señor Díaz requiere a alguien de confianza que sea quien le comunique todo lo que pase en la construcción. Ambos son algo así como… las manos derechas de las empresas; ambos supervisarán de vez en cuando el proceso del edificio para que ambas partes estemos en excelente términos. Pues como saben, el director y un servidor no podemos estar al tanto de todo.

 

¡¿Pero qué carajos está diciendo?! ¿De aquí a cuándo soy su mano derecha? No, no, no, esto parece gato encerrado. ¿Por qué yo? Fernando es más cumplido que yo, ¡todo el pinche mundo lo sabe!

 

—Joven Gabriel, ¿está bien con eso? —me pregunta el tipo frente a mí. Claro, como si pudiera negarme.

 

—Claro que sí, espero usted igual —vuelvo a sonreír y ese pendejo vuelve a hacer una mueca. Ya en serio, ¿tengo algo en los dientes o qué?

 

—Bien, los dejo para que se conozcan un poco. Con permiso —dice el señor Ramón, marchándose, pero « ¡No, idiota, no tienes permiso de dejarme con este tipo! » grito internamente y obvio solo yo me escucho.

 

Bienvenida sea la incomodidad del silencio.

 

—¿Cuántos años tienes? —es la primera pregunta que me hace casi de inmediato.

 

—19 —al decir mi edad solo abre los ojos—, lo sé, ha der ser difícil creer que soy la mano derecha de este señor —¿difícil? Más bien algo imposible, si ni yo me creo esa basura—. ¿Y usted?

 

—28 —responde hasta con orgullo—. ¿Llevas mucho trabajando en esto?

 

—Desde los 10, señor —y vuelve esa expresión de asombro—. A mí me trajeron con pañal y pico incluido —le digo algo molesto para que entienda que ya es suficiente de esas caras como si fuera un bebé. Pero lejos de entender mi indirecta, lo veo sonreír.

 

—Te creo —responde todavía con esa sonrisa pegada a su cara. Sí, idiota, te digo que vine con pico incluido y “me crees”.

 

—Bueno… —pretendo dar por terminada esta conversación “para conocernos mejor”, pero puta madre, lo veo tomar aire para volver a preguntarme algo.

 

—¿Qué te gusta más de la construcción? —Oh, vaya, creo que esa pregunta es… difícil de responder.

 

—Todo —sí, sí, todo, TODO me gusta. Ya solo quiero irme de aquí. Dios, sácame de aquí, por favor.

 

—¿Todo? —y dale con ese pinche asombro. Vuelvo a sentarme correctamente en mi silla.

 

—Sí, sí, es que… —doy un suspiro muy largo, supongo que debo responder con honestidad— creo que me gustaría más si no lo hiciera por necesidad. La gente siempre se quiere aprovechar de eso y sabe que nos dejamos, por eso el salario es tan pobre. No es como en su caso, que lo hace por gusto, señor. Pero sí me gusta todo de la construcción, es divertido aprender aun a mi edad.

 

—¿A tu edad?

 

—Sí, a mi edad se supone que ya deberías saber hacer de todo en esto. Pero siempre hay cosas que aprender de acuerdo a los diseños que ustedes los arquitectos hacen.

 

—Me halaga ese comentario —se reclina en su asiento, acariciando su barbilla—. Es bueno ver que con la pregunta correcta dejaste de ser tan evasivo.

 

—¿Disculpe?

 

—No es nada —y justo él me acaba de hablar de evadir preguntas, otro hipócrita—. Será un placer trabajar contigo, Gabriel.

 

—Igualmente, señor Santiago —volvemos a estrechar nuestras manos. Amablemente le indico que él salga primero para poder acompañarlo a la salida.

 

—Le pediré tus datos de contacto al señor Ramón, mientras tanto, toma —dice al tiempo que me extiende una tarjeta. Ah, claro, su tarjeta de presentación.

 

—Bien —respondo tranquilo, contemplando esa pequeña tarjeta.

 

Ah, creo que yo también quiero una.

 


[1] Pelado(a): se llama así a quien es muy grosero.

 

Notas finales:

¿Les ha gustado? :)

Nos seguimos leyendo.

¡BESOS!


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