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VANISHED por Karenlauren

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Esperé un poco más para asegurarme que Iruka ya se hubiese ido, en cuanto dieron las once en punto empecé a andar a paso lento por la carretera hacia casa.

Me esperaba una hora de caminata, si me daba prisa, sino la cosa se podía alargar hasta dos horas y con esa lluvia que me impedía ver mucho... iba a llegar muy tarde a casa.

Paso a paso a través de la lluvia intensa, andando por el arcén de la carretera, pensaba en qué pasaría cuando mis poderes despertasen, tenía muchas ganas de saber si habría heredado la fuerza del rayo de mi padre, un ExDeo muy poderoso, su tatuaje era una criatura semejante a un caballo pero dorado. 

O si, tal vez, se hubiesen impuesto los genes de mi madre y pudiese hacer explotar cosas. Ella y Dei compartían tatuaje, ambos eran ExDeo de la familia de los felinos, Dei era un leopardo de las nieves y mi madre era una tigresa albina. Podrían ser mis maestros para controlar ese divertido poder. Aunque, a lo mejor, podría tener la fuerza de Tsunade, mi abuela, que era capaz de levantar un coche con un solo brazo o quizás podría invocar ranas gigantes como mi abuelo Jiraya... Soñando despierto, no me di cuenta que los faros de un coche iluminaban mi silueta y un volvo negro disminuía la velocidad para quedarse a mi altura.

- ¡Naruto! – Al oír que alguien me llamaba a pesar del ruido de los truenos y la cortina de agua me giré para encontrarme con un par de ojos negros que me escudriñaban con curiosidad. Esbocé una sonrisa.

- ¡Hola Hidan! – él movió la cabeza.

- ¿Quieres que te lleve a casa? – Negué con la cabeza, iba empapado y no podía mojarle esa tapicería de cuero tan cara.

- No, gracias. – Una cabeza, del color de las zanahorias, se asomó al lado de la del conductor. – Hola, Pain.

- Vamos, Naruto, - me miró con pena entremezclada con compasión. – sino te vas a resfriar.

Suspiré y supe que Pain no aceptaba un no por respuesta. Me acerqué al coche al mismo tiempo que la puerta se abría, dejándome ver que en el coche no solo estaban los adolescentes de mi misma clase, Karin y Konan, de la clase de al lado, estaban en los asientos de atrás, me tendieron una toalla de color negro algo húmeda.

Me envolví en ella tratando de recuperar algo de calor mientras cerraba la puerta y ellas me miraban como si fuese un juguetito. Un muñeco de esos que lloraban, les podías dar el biberón y vestías con todo lo que estaba a tu alcance.

Un escalofrío recorrió toda mi espalda, puntos negros me impedían ver lo que sucedía a mi alrededor, fueron creciendo hasta que tan siquiera reconocía los rostros a mi alrededor. Asustado, traté de pedir ayuda, pero una fuerza invisible hizo que mi espalda se arqueara y las voces se mezclasen a mi alrededor.

- ¿¡Qué le pasa al crío!?

- ¡...hospital! – al final me cansé de tratar de distinguirlas, dejándome llevar por la inconsciencia. 

<<- Vamos, Naruto, te hemos recogido de la carretera para llevarte a casa, es lo menos que puedes hacer. – Karin tenía una mirada maliciosa, siempre había sido más sensible a las emociones de la gente, gracias a mis padres, ellos me enseñaron qué era una mirada de odio... una mirada que prometía mucho dolor.

Retrocedí hasta que alguien me sujetó por los brazos, era Konan. Ella tenía el don de poder meterse en la cabeza de alguien, podía controlar su cuerpo, aún si su voluntad seguía despierta. Era un poder horrible, lo estaba sintiendo en mis propias carnes. No quería, aunque.... tampoco sabía cómo detenerles. Mi cuerpo se movía en sinfonía de las órdenes de Konan, mi ropa desapareció... dejándome en calzoncillos.

Oh, vaya... - dijo Karin antes de reírse junto a las carcajadas de Hidan y la sonrisa burlona de Pain. - Pero si son de dibujos de animalitos, en el fondo aún eres un crío...

Quería poder mover mis brazos, volver a ponerme mi ropa y salir de ahí pitando pero Konan me mantenía bajo su hechizo. No pude más, solo quería que ellos parasen, en cuanto vi que Hidan sacaba su móvil y lo grababa todo algo en mi mente hizo "click". Una voz me hizo un trato que no podía rechazar.

De repente, Konan empezó a gritar y puso sus manos en su cabeza, tironeando de su pelo. Karin se acercó asustada para intentar ver qué era aquello que le hacía tanto daño a su amiga pero, en cuánto lo comprendió se lanzó para pegarme. La detuve con una sola mano.

El silencio de la estancia solo era roto por los gemidos que Konan soltaba en el suelo, echada en posición fetal.

Sentí la presencia de la mente de Hidan, tratando de colarse en la mía... pero abrió los ojos desmesuradamente, comprobando que un muro impenetrable me defendía de él. Su ceño se frunció, como si algo no encajase en mi cabeza. Se levantó para coger a Konan en brazos y sacarla de la sala pero le detuve, de la nada me protegió una barrera de chackra, como él lo había llamado.

Todos retrocedieron, asustados. Karin empezó a gritar desmesuradamente, eso me puso de muy mal humor.

Lo siguiente que me mostró ese sueño fue un baño de sangre.

Mi reflejo en ese espejo roto me mostró los que se ocultaba en mi interior. Un monstruo de ojos rojos y nueve colas.>>

- ...volviendo en sí... - Miré a Hidan a través del espejo del retrovisor. Podía oír los latidos de mi corazón en mis oídos. Mi sangre llevaba más adrenalina que dióxido de carbono.

- Quiero bajar. – Todos los viajeros se me quedaron mirando.

- ¿Por qué? – Dijo Hidan despacio, cauteloso. Eso me puso muy nervioso, ya sé cuál era mi poder, ya sabía de quién había heredado el maldito don.

- Este no es el camino a mi casa. – Asustado me encogí en mi asiento, no quería que pasase lo que había en mi visión, eso no estaba bien. – Quiero bajar ahora mismo.

Estaba a punto de ponerme a gritar, pero Karin se me adelantó con una sonrisa cruel. Ahí estaba... su verdadera cara, sabía que el hecho que hubiesen sido amables conmigo era demasiado bueno como para ser verdad.

Ella se inclinó y abrió la puerta que estaba mi lado a la vez que desabrochaba mi cinturón. Abrí los ojos desmesuradamente comprendiendo lo que querían hacer...

- Entonces baja. 

El coche seguía en marcha.

Antes de que pudiese abrir la boca, sentí mi cabeza golpear contra el cemento de la carretera. Rodé por el suelo, mis piernas y brazos ardían pero lo que más me dolía era el brazo izquierdo. Oí los pitidos del coche que iba detrás de nosotros, vi las luces a través de la llúvia, traté de moverme, aterrorizado comprendí que no podía mover las piernas...

Cerré los ojos mientras me cubría la cabeza con los brazos. 

Recé.

Le pedí a Dios que, si estaba ahí, me ayudase. Pero mis plegarias fueron interrumpidas por un pitido que se instaló en mi cabeza, sentí como mi cuerpo se relajaba y alguien me llamaba. 

Pero la oscuridad se le adelantó.


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