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Los Drabbles de Octubre-17 por Arince Bezariune

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Entró al edificio y subió al tercer piso, fue hacia su departamento para cambiarse de ropa, tomar unas cuantas cosas junto con su mochila y dirigirse a la puerta de enfrente. Tocó la puerta.

—¡Hola, Piko! —saludó una mujer rubia y de ojos azules— Me da mucho gusto verte y muchas gracias por la ayuda.

—No es nada señora —respondió el chico—, es un gusto hacerlo. —La mujer sonrió.

—Ven, pasa. Te voy a presentar a mi hijo —dijo antes de apartarse de la puerta para que el adolescente entrara—. ¡Len! —llamó. Un niño de ojos azules y cabello rubio sujeto en una coleta se asomó tímidamente por una de las puertas— Ven, te presento Piko, él será el que te cuide desde hoy.

—Pero... —intentó quejarse.

—Len, recuerda de lo que hablamos —interrumpió la señora con una mirada severa—. Recuerda que Miku ya no puede venir. Así que compórtate, por favor —dicho esto se dirigió hacia el adolescente—. Hoy no tiene tarea, así que no tienes por qué preocuparte por ello. Hay comida en la cocina, siéntete libre de agarrar lo que quieras.

—Gracias, señora. Lo tendré en cuenta —respondió educadamente el chico, acto seguido la señora se despidió y se fue el lugar—. Bueno —dijo viendo al chiquillo—, Len, ¿no? —el mencionado no respondió— Yo tengo dieciséis años. ¿Tú cuántos años tienes? —preguntó en un intento de romper el hielo.

—Qué te importa —respondió al niño sorprendiendo mucho Piko.

—Bueno... ¿Ya comiste? —el menor negó— Entonces ven, vamos a ver qué comemos.

—Miku sabía preparar muchas cosas.

—Bueno, yo también sé preparar varias cosas —sonrió—, en especial dulces. —El niño se veía sin interés.

—Qué bueno. —Y acto seguido se fue. El Utatane suspiró.

Al parecer iba a ser más complicado de lo que pensaba.




 

 

 

 

 

No le hacía caso.

No importaba lo que hiciera, no le hacía caso.

Intentó de mil maneras para tratar, aunque sea, de tener una pequeña conversación con el niño al que le calculaba unos cinco o seis años, pero éste se comportaba huraño con él.

Incluso se dio cuenta que ni siquiera le veía la cara y lo ignoraba cuando no le hablaba.

Se había rendido, por lo que simplemente se dedicaba a realizar las tareas de su escuela sentado frente a la mesa de la sala.

Sin embargo, un pequeño llanto irrumpió en sus oídos.

Se paró con rapidez y se dirigió a la habitación del pequeño, encontrándolo viendo su peluche favorito y que no soltaba por nada: Un racimo de plátanos. El peluche se hallaba roto, una de las bananas se había separado de más y se había descosido.

—Len —llamó—. ¿Qué pasó?

—Estaba jugando —intentaba explicar el niño entre leves sollozos—, y se me atoró y se rompió.

—Ya, no llores —le dijo mientras limpiaba los pequeños rastros lágrimas que tenía en las mejillas el Kagamine—. Ven, vamos a repararlo.

Fue así como Piko se puso a buscar la caja de hilos y agujas que había en la casa, una vez la encontró, tomó el hilo que necesitaba junto a una aguja y comenzó a coser el peluche. El niño se encontraba sentado entre sus piernas y veía con atención la reparación.

Piko cantaba una suave melodía para tranquilizar al niño.

Una vez finalizó le entregó el peluche a Len, quien abrazo el objeto con fuerza.

—Gracias —murmuró, el adolescente sonrió.

—No fue nada. —Y por primera vez, el Kagamine observó el rostro de quién le cuidaba, sonrojándose levemente antes de eso.

—Eres muy lindo —confesó sin pensar. El mayor rio un poco.

—Ah, ¿sí? —El chiquillo asintió— En ese caso, gracias.

Y por el resto de la tarde no se separó de su lado.








 

 

 

 

 

 

—Buenas noches —saludó la señora que regresaba a la casa, el Utatane se apareció de la mano de Len y con su mochila en el hombro—. ¿Cómo les fue?

—Bien, señora. Gracias —respondió el muchacho.

—¿No dio problemas? —preguntó.

—En lo absoluto. —La mujer sonrió.

—Me lo imaginé —confesó—. Ya te agrada Piko, ¿no es así? —le preguntó a su hijo, quien asintió.

—Me voy a casar con Piko —ante aquella afirmación, la señora rió junto con el adolescente, sólo que este último se hallaba un poco sonrojado.

—Ah, ¿sí? ¿Y cuántos hijos van a tener? —el menor soltó la mano del Utatane y le mostró todos los deditos de sus manos— ¡Diez hijos! ¡Que trabajo! —los mayores volvieron a reírse— Gracias por cuidarlo.

—No es nada —dijo el Utatane antes de sacudirle el cabello a Len—. Adiós, nos vemos mañana.

—No quiero que te vayas.

—Piko vendrá a cuidarte mañana —explicó la madre—. Ya es hora de que él se vaya a dormir y tú también, hijo —el niño miró al adolescente.

—Ve a dormir, mientras más rápido lo hagas, más rápido sentirás verme. —Se agachó para depositar un beso en la frente del menor, quien se puso rojito y salió corriendo a su habitación.

—Vaya, hiciste que se olvidara de Miku. ¡Impresionante! —comentó la mujer mientras acompañaba al chico a la puerta principal.

—Supongo —comentó apenado.

—¿Entonces te veo mañana? —Piko la miró y sonrió.

—Por supuesto.


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