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Despertó.
Sus ojos se mantenían cerrados, pero ya se encontraba consciente.
Escuchaba el ruido del monitor cardíaco en funcionamiento, al igual unos cuantos pasos a lo lejos.
Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era el suave tacto que le era regalado en su cabellera.
Abrió los ojos con extrema lentitud, tratando de acostumbrarse a la luz y el blanco de las paredes del hospital donde se encontraba.
Pronto su vista se enfocó en la persona que le regalaba las caricias.
—Hola, muñequito. Hasta que despiertas —le saludó Len sin parar su tacto. Piko no respondió— ¿Cómo te sientes?
—... Jodido —terminó respondiendo a lo que el otro rio.
—Supongo que es lo normal —señaló—. ¿Qué es lo último que recuerdas? —El Utatane se tomó unos cuantos segundos para hacer memoria.
—Al anestesiólogo poniéndome la anestesia —confesó arrastrando un poco las palabras—. Fue horrible, dolió muchísimo. No sé si fue mi imaginación o me pincharon dos veces —relataba con un poco de dificultad—. Pero lo recuerdo y hasta parece de una película de ciencia ficción porque me tuvieron que agarrar el brazo extendido para que no me moviera. No grité porque trataba de aguantarme, pero me fue imposible no dejar que se me cayera una lágrima. En verdad fue como de película —su acompañante volvió a reír—. Después de eso no recuerdo nada. Sabrá Dios que dije mientras la anestesia me hacía efecto.
—Quizás les mentaste la madre.
—Seguramente, pero espero que no —afirmó cerrando un momento sus ojos.
—Si tienes sueño, duérmete. No pasa nada, aquí estoy —dijo Len antes de depositar un beso en la frente de su pareja. Piko sonrió internamente por el cansancio—. Te amo.
—Gracias por estar siempre conmigo. Te amo.
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