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Piko terminaba de guardar unas cuantas cosas en una caja.
Una enorme caja de recuerdos.
Una vez terminó, miró el lugar que había diseñado con, su alguna vez esposo, Len.
Miró el anillo que aún conservaba de su matrimonio. Muchas personas e incluso su cuñada le cuestionaban el por qué lo seguía utilizando, pues él podría haberse buscado otra pareja y vivir con ella lo que le restaba la vida.
Sin embargo, él se encontraba satisfecho con aquel romance que tuvo.
Recordaba como aquel muchacho rubio y de expresivos ojos celestes le flechó desde el primer instante. Su espontaneidad y facilidad de hacer el ridículo para hacerle reír a carcajadas le había llamado mucho la atención.
Y como, a pesar de todos los prejuicios, estuvieron aferrados a estar con el otro.
Aunque probablemente eso haya sido por más la terquedad de ambos.
Rio por aquel pensamiento.
Todavía recordaba con lujo de detalle de cuando se casaron. Fue una boda muy improvisada, pues ambos habían acordado desde hacía bastante tiempo que se casarían tan pronto tuviesen la oportunidad.
Y así lo hicieron.
Y no importaba que no hubiese sido una boda con muchos detalles y lujos, para ellos había sido como un maravilloso sueño que se hacía realidad.
Ese día juró jamás quitarse su anillo sin importar lo que fuera a pasar.
Y lo iba a cumplir.
No importaba que su esposo estuviera muerto. Estaba muy tranquilo.
Lo estaba porque le había entregado todo lo que tenía todos los días, al igual que él hacia su persona.
No importaba que ya no estuviera con él.
Él seguía conservando aquel intenso amor.
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