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Len y Piko se encontraban en la sala de su casa sentados en el sillón largo y con su pequeña gatita a sus pies. Ambos muchachos veían la televisión después de haber cenado la comida que le habían dicho a Piko que podía consumir por su condición. Por su parte, el rubio lo hizo para que su pareja no tuviera la tentación de comer otra cosa que no fuera esa.
Pronto en la pantalla apareció un comercial con un paracaidista de protagonista.
—¿Y si lo intentamos cuando te recuperes? —preguntó el rubio.
—¿Paracaidismo? —El otro asintió— Hazlo tú si quieres, ya si te mueres te prometo que solo diré maravillas en tu funeral para que no luzcas mal.
—Obviamente hay riesgo, pero con buen entrenamiento lo podemos hacer...
—¿Podemos? Me suena a manada.
—¿No quieres? —Piko negó con la cabeza— ¿Por qué?
—No me gustan los deportes extremos... Además, debo admitir que me dan pánico las grandes alturas. Adoro la tierra, ¿qué te puedo decir? —Extendió los brazos hacia su novio— Ya tengo sueño, cárgame a la cama.
—¿Y eso si no te da miedo? —Cuestionó mientras apagaba la tele y se paraba.
—No, sé que contigo estoy seguro —confesó antes de ser cargado al puro estilo de una princesa—. Además, si me tiras te puedo despedir. —Len rio.
—¿Dónde quedó la ética?
—Bien lejos, así que vamos —respondió antes de recibir un beso en la mejilla.
La gatita les miró irse con atención.
Y cuando tuvo la seguridad de que no regresarían, comenzó a intentar subir al sillón.
A ella sí le gustaban los deportes extremos.
—¡Din! —exclamó la voz enojada de Piko desde la habitación— ¡Vas a rasgar todo, niña!
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