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Los Drabbles de Octubre-17 por Arince Bezariune

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Tomó las llaves con fuerza y suspiró.

Abrió la puerta del departamento y se encontró con un extraño en la sala.

Sin mediar palabra alguna, el extraño pasó a su lado y se fue del lugar. Se quedó mirando por donde el hombre se había ido.

—Llegas temprano, Len —le dijo una voz a sus espaldas, se giró sobre sus talones y cerró la puerta.

—¿Quién era ese?

—No estoy seguro, pero tampoco me importa —el muchacho de cabellos blancos, quien era el dueño del departamento, se encontraba en el marco de la puerta que daba al dormitorio. Traía puesto un viejo suéter gris junto a un bóxer negro.

—Este lugar es un desastre —comentó Len en voz baja viendo las condiciones del lugar—. Debes ser más ordenado con tus cosas. No soy tu mamá para recordártelo siempre.

—Tienes razón, no eres mi madre —con el encendedor que traía en su mano, Piko prendió el cigarrillo que puso en su boca. Aspiró suavemente para después dejar salir el humo de sus pulmones—. Mi madre jamás se preocupó o interesó por mí.

—¿Qué es eso? —El de cabello blanco se le comenzó a acercar.

—Tranquilo —dio una calada en lo que le faltaba por llegar—. Es solo tabaco —y dicho eso dejó escapar el humo cerca de la cara del contrario, quien cerró sus ojos ante eso—. ¿Qué traes ahí? —preguntó con curiosidad por la bolsa.

—Piko, debes de dejar todo eso —dijo Len en tono firme. El otro arqueó la ceja.

—¿Y eso por qué? —preguntó antes de dar una nueva calada.

—Porque no te hace bien —quizás eso era obvio, pero al parecer el Utatane no lo entendía—. La droga, el emborracharte y... —se quedó callado un momento ante la atenta mirada del otro, quien después rio.

—¿Tienes celos de hombre que acaba de salir? ¡Mi vida! —exclamó con cierto tono de burla— Ya te dije, a ti te puedo atender gratis —puso sus brazos sobre los hombros de su acompañante—. Solo tienes que pedírmelo y lo haré.

—Yo no quiero eso —sujetó los brazos del otro y se los quitó de encima de manera delicada—. Yo quiero que dejes todo lo que te está destruyendo y organices tu vida.

—Mi vida es un desastre desde el momento que nací —dijo como si nada mientras caminaba hacia uno de los viejos sillones de la diminuta sala.

—No digas eso... —Len le siguió y se sentó en el sillón que se encontraba frente a su acompañante.

—Pero si es solamente la verdad —aspiró humo y lo dejó escapar antes de empezar a relatar—. Hijo de adolescentes que no me querían y fueron obligados a casarse. El esposo resultó ser un abusivo y alcohólico que le gustaba irse con cada puta que se le cruzara en frente. La esposa no hacía más que culpar a su hijo de meterla en ese infierno y a su hija de quitarle su belleza al quedar gorda después de ese embarazo —una nueva calada a su cigarrillo, Len solo escuchaba sin mediar palabra alguna—. Una vez que el desgraciado murió en una pelea de borrachos, la mujer se buscó un hombre peor, no solo porque maltrataba físicamente a sus hijos, sino que también les violaba.

—Para, por favor... —el Utatane le vio bajar la cabeza. Apagó el tabaco mientras proseguía con ironía en su voz.

—Y el día en el que lo atrapó con las manos en su hijo, ¿qué hizo la mujer? Echó al hijo por seducir a su hombre —rio con amargura—. Nada más imagínate al niño de 14 años teniendo que prostituirse para poder sobrevivir.

—¡Ya basta! —exclamó mientras se levantaba— Sé que has vivido cosas horribles que nadie debería sufrir, ¡pero no por ello tienes que estar así como estás!

—Y lo hice, tú lo viste. Así me conociste —se acomodó en su asiento—. Quise salir adelante y, cuando empiezo a hacerlo y a ser feliz, viene mi hermana y me quita todo a base de engaños. Tu fuiste testigo —Len se quedó mudo y miró sus pies, Piko al ver esto persiguió—. Ahí entendí que no se puede confiar en nadie y que todos se van. Tú también lo harás.

—Claro que no...

—¡Por supuesto que sí! ¡En algún momento lo harás, te aburrirás y me abandonaras!

—¿Por qué piensas eso? ¿Qué he hecho para que lo pienses? —cuestionó acercándose a él con lentitud. El otro se quedó callado sin saber que contestar.

—... Solo lo harás, todos lo hacen —intentó escapar, sin embargo, Len le tomó fuertemente de la muñeca—. ¡Suéltame!

—No. No lo haré —dijo con voz firme—. Escúchame, tú mismo lo dijiste: Te conocí en tu mejor época y a pesar de todo lo que ha pasado, aquí sigo. A pesar de que quieres que me vaya, de que tú insistes tanto en que me largue tu vida, aquí sigo y aquí seguiré.

—No digas cosas qué no vas a cumplir —dicho esto se soltó del agarre de su acompañante y se dispuso a irse con la mirada baja—. Solamente... Vete.

Comenzó a caminar hacia el dormitorio, pero una mano en su muñeca le hizo girarse y, rápidamente, un brazo ajeno le rodeó la cintura y unos labios se juntaron con los suyos.

Estaba en shock.

—¿Qué estás haciendo idio...? —intentó separarse, pero la mano que le sujetaba la muñeca pasó a su nuca y fue obligado a retomar el beso.

Era un beso como tantos que había dado. Pero la sensación era muy diferente.

Tan tierna, tan dulce... Tan cálida.

Inevitablemente sus ojos se volvieron cristalinos.

—... ¿Por qué? —cuestionó cuando Len se separó.

—¿"Por qué" qué?

—¿Por qué habiendo miles de personas mejores que yo te empeñas a permanecer a mi lado? Y ahora mostrándome esto... No lo entiendo.

—Piko... Te quiero. Y no importa que estés en el punto más oscuro de tu vida, yo sé que eres una maravillosa persona. Te quiero. —el mencionado cerró sus ojos.

—Cállate, por favor —pidió tratando de zafarse de los brazos de Len, pero este le abrazó con fuerza.

—Te quiero —el Utatane empezó a removerse con brusquedad.

—¡Qué me dejes, idiota! —Trató de escapar con más fuerza, pero era imposible. Cada vez peleaba menos ante los "te quiero" que repetía una y otra vez el Kagamine.

No pudo más y las lágrimas resbalaron de sus mejillas.

—... Te odio —dijo hundiendo su rostro en el hombro del contrario, quien le miró con una leve sonrisa—. ¿Por qué me haces esto? Tú tienes algo que me hace sucumbir... En verdad te detesto mucho —dio un suave sollozo. Len le dio un beso en la cabeza mientras le acariciaba la espalda, cosa que hizo que se estremeciera—. Ahora estoy dudando en lo que hago...

—¿Eso quiere decir que dejaras el alcohol, el tabaco y la droga?

La respuesta tardó en llegar, pero el leve asentamiento de cabeza le hizo extremadamente feliz.


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