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GUARDAESPALDAS por JALIEN

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ByBill:

—¿Puedo sentarme?

Levanté la vista de mi nuevo librito de canciones -porque no tenía ni la más remota idea de dónde había perdido la vieja libreta-, y observé a Gustav parado frente a mí, preguntando si aceptaba que se situase a mi lado en horas de clase.

—Esto... eh... sí, claro. —Asentí. Gus sonrió levemente, por un microsegundo, disimulando aquello, pero lo había visto, estuvo ahí. Se sentó en el sitio vacío a mi costado, acomodándose, estirando los brazos, y sacó su boli, junto con su cuaderno, colocándolos sobre la mesa.

—¿Frío no? —Intentó sacar tema de conversación. Se despojó de la gorra que cubría su cabeza del clima lluvioso, y la sacudió hacia el otro costado, las gotitas se esparcieron por el suelo hasta que se evaporaron.

—Eh... sí.

No entendía a qué se debía tal acto. La última vez que había visto a Gustav, este me había mirado con una expresión de horror al creer que lo que había dicho Tom, sobre las fotos, era verdad. ¿Qué acaso no le importaba? ¿Aún así iba a sentarse junto a mí? Intenté no darle demasiada importancia, y me concentré en escribir nuevamente, de todos modos por algo estaba aquí.

—¿Mal día? —Preguntó centrando la vista en la sutura de mi frente. Me llevé la mano y la palpé antes de de responder.

—No ha sido nada malo después de todo. —Y eso era verdad. Lo que había pasado en casa, luego del hospital... no había sido tan malo, no podía quejarme de eso. No podía decir que el día había sido un asco.

—¿Es un nuevo escrito? —preguntó ésta vez. Volteé la cabeza y le lancé una mirada de confusión.

—Oye, Gus... —Hablé, intentando no sonar grosero— ¿Qué haces tú aquí?

—¿Eh?

—Esto... —Me rasqué la nuca con mi boli e hice una mueca, tratando de explicarme— Quiero decir... —resoplé— creía que no volverías a dirigirme la palabra luego de lo de la otra vez... ya sabes... las fotos. —Susurré en la última frase. Lo que menos quería era que todos lo escucharan y volvieran a decirme todas aquellas horrendas palabras.

Me parecía sumamente extraño que cuando di el primer paso en clase, todos parecieron ignorarme. Me miraron por unos segundos, y volvieron a lo suyo, como suyo no existiera, como si nunca hubiese pasado nada. En cierto modo, aquello, me había tranquilizado hasta los huesos. Nadie había hecho comentario alguno de aquellas fotos, nadie me había insultado por eso.

—¡Ah, sí, eso! —Gustav se acomodó las gafas y volteó la cabeza, dirigiendo su vista hacia dos personas al otro lado del salón, observándonos atentamente. Andy y Tom— Él me ha explicado.

—¿Él, quién? —Fruncí el ceño y Gustav volvió a mirarme.

— Tom...

—¿Tom? —No entendía lo que quería decirme. ¿Que le había dicho Tom ahora? ¿Otra mentira más?

—Antes de entrar —habló Gustav— Tom quiso hablar conmigo. Me ha dicho que lo de las fotos es una chorrada, que el tío de ahí no eras tú, que eran trucadas, y que tú no estas... que... que no estas colado por mí.

—¿Tom te ha dicho eso? —No pude evitar plasmar un semblante de asombro y regocijo al enterarme. Desvié la vista automáticamente hacia Tom, él nos observaba con expresión indiferente. Como si no le interesara nada, pero aún así mantenía la mirada fija, sin pestañear.

Definitivamente Tom sí había dicho una mentira, porque el tío de las fotos sí era yo, pero ésta mentira me convenía, y mucho. Me hacía recuperar la poca reputación que me quedaba.

—Así es. —Dijo Gustav— Y... lamento haberle creído antes... pero ya sabes... las cosas que dicen de ti es... es...

—Que soy un maricón. —Completé su frase volteando los ojos.

—Sí. —Los dos nos callamos en ese momento, sin saber qué decir. No me sentía incómodo pero tampoco me sentía muy a gusto. Hablar del tema, terminantemente no me hacía gracia alguna, prefería esquivarlo o ignorarlo, porque ya no soportaba que siempre me preguntasen lo mismo. Y luego de escasos minutos, Gustav volvió a abrir la boca, preguntando justo lo que menos deseaba— ¿Lo eres? —No se dignó a mirarme. Centró la vista a la nada y con la cabeza al frente.

—¿Soy qué? —Entrecerré los ojos. Gustav volvió a rascarse la nuca y siguió esquivándose de mi mirada filosa.

—¿Te gustan los... ya sabes... los... tíos?

Parpadeé varias veces y abrí la boca para contestar... en ese preciso momento el profesor, hacía aparición en el salón, acaparando la atención de todos, interrumpiendo antes de que pudiera dar una respuesta. Pero... ¿qué exactamente le iba a decir? ¿No? ¿Sí? ¿Tal vez?

En toda la clase no había prestado atención a una mísera palabra que emanaba de la boca del profesor, la pregunta de Gustav había tocado el bicho de la curiosidad que me picaba en el cerebro, impidiendo que me concentrase en otra cosa que no fuera eso.

¿Me gustaban realmente los tíos? No, claro que no... o... Yo... Ya no estaba seguro de la respuesta.

¿Me gustaban las tías? Sí, de hecho tuve algunas novias muy guapas, y he salido con bastantes tías. Pero eso nadie me lo preguntaba. Solo se proponían a sacar el arma y disparar los insultos "eres un marica", " te gusta que te la metan por el culo" "chupa pollas".

Nunca me había interesado un chico. Y si así lo fuera, yo no veía nada de malo en que eso pasara. ¿Por qué a los demás sí le importaba? No era que ahora me interesase alguien, no estaba colado por ningún tío, pero... pero ¿lo que había hecho no me contradecía acaso?

Lo que habíamos jugado ayer, no era un juego normal como los juegos de antes... Para nada. Era sucio, morboso, pero... No había estado nada mal. ¿Entonces qué significaba eso? Si me había gustado el juego que había practicado con un tío... ¿Eso quería decir que me gustaba un tío?

No. Ni hablar.
Yo no estaba colado por Tom.

Si bien todavía lo apreciaba y sí, quería que fuese mi amigo otra vez; pero eso era una cosa muy distinta a estar pillado por él, porque no lo estaba ¿cierto?

Como decía Tom... era solo un juego. Un juego en el que ambos salíamos ganando...

¿O no?

En ninguna clase juego ambos apostadores salían ganando, era una ley irreversible que uno de los dos terminara por perder en algún momento... Y no me preocupaba quién de los dos perdería, sino... las consecuencias que sufriría aquel perdedor.

ByTom:

—Bien... ¿Así que ahora te quedas en lo de Bill? —Andreas me miró escrutadoramente, esperando una respuesta que no me digné a dársela— ¿Cuando pensabas decírmelo?

—¿Decirte qué, rubia? —Volteé los ojos.

—Que Gordon te da un pastón a cambio de protección para su hijo. —Lo miré con el entrecejo arrugado, intentando hacerme el desentendido— No te hagas, ya lo sé todo.

Andreas se cruzó de brazos, adoptando una pose de indignación.

—¿Y tú como....?

—Os he escuchado —me interrumpió —, el hospital no es un lugar seguro para hablar de dinero.

—¿Nos espiaste? —Aunque intenté mantenerme serio, y aparentemente molesto por aquello, no pude evitar reír al imaginarme a Andy, espiando a través de los pasillos— ¡Eres un cotilla de cojones!

—Sí, lo soy. Y tú eres un gilipollas.

—Afirmativo. —Asentí con la cabeza.

—Bill debe saber lo que estáis haciendo. —Habló de repente. Y automáticamente dirigí mi vista hacia él. Estaba sentado junto con el cerebrito con gafas, mirando a la nada, pensando en a saber qué mariconada.

Si Bill se enteraba de lo que su padre estaba haciendo, se enfadaría con él. Era lo que menos me interesaba, si por mí fuera que se odiasen toda la vida, Gordon se lo merecía... pero eso no me convendría. Ganaría mucho dinero protegiendo a Bill, y si este se enterara, Gordon dejaría de pagarme. No estaba dispuesto a perder el único trabajo decente que había conseguido y en el que había mucha pasta en juego. No estaba dispuesto... ni siquiera por Andy.

—¡Ni de coña!

—Si no se lo dices tú, se lo diré yo.

—¿De qué vas rubia? —Eso sí me había molestado— ¿Quieres joderme más de lo que estoy?

—Tom, tú sabes que yo sí quiero a Bill, a diferencia de ti sabes que nunca dejé de verle como un amigo a pesar de lo que nos ha hecho.

—¿Y eso a mí qué? —resoplé de mala gana— ¿Por qué no vas y le besas entonces?

—Eres un idiota. —rodó los ojos— Significa que a pesar de que a veces también le golpeo, y le humillo, yo no he pasado de la línea como tú. —Entrecerró los ojos. Sabía a qué se refería; las fotos y lo que le había hecho ese día— El pobre cree que eres su amigo otra vez... cuando a ti solo te interesa lo que ganas a costa suya.

—¿Y eso a mí qué? —Volví a preguntar encogiéndome de hombros.

—Que si Bill lo pillara se llevaría la depresión, y no por ti precisamente... —Desvió la vista, mirando hacia Bill y suspiró antes de volver a dirigirla a mí — ¿Sabes lo que sentiría cuando se enterara de que su propio padre le está ofreciendo como mercancía?

—No le está ofrecien... —No terminé la frase y callé de súbito atando cabos.

Bill y yo habíamos practicado un juego muy sucio ayer, un juego que... podía considerarse como... como un polvo. El padre de Bill estaba pagándome por ello, y yo terminaba en la cama con Bill. ¿Podía eso significar que me pagaba para estar con Bill? ¿Dinero a cambio de ofrecer a su hijo en bandeja de plata directo a la boca del lobo alfa?

—Por mucho que Bill nos haya hecho pasar mal —continuó hablando sin percatarse de mi estado— él no merece que su padre le haga eso. Por eso; o le dices tú, o se lo digo yo.

No respondí.

—Cuando me llamaste... —cambió de tema al instante— sonabas muy preocupado.

—Patrañas.

—¡No es coña, Tom! —Exclamó— Podía sentir tu tensión desde la línea. —Lo miré directamente, apuñalándole con la vista— Creía que la preocupación era por Bill... pero luego de oíros en el hospital, me queda claro que era solo por el dinero... —Me relajé por completo al oír aquella teoría que él solo se estaba creando— porque si Bill muriera, te quedarías sin la pasta ¿no?

—Sí, exacto. —Sonreí de lado— ¿Qué esperabas? Sabes que lo que le pase al marica me tiene sin cuidado, solo me exalté por el dinero.

Andreas exhaló y se pasó una mano por el cabello, como pensando en algo más. Odiaba que adoptara esa pose meditabunda. Estaba haciéndome demasiadas preguntas, quería averiguar algo exactamente, pero no se lo dejaría... ¿qué exactamente se traía entre manos la rubia?

—Eres mi mejor amigo, y sin embargo a veces no te comprendo. —Habló.

—¿Ah sí?

—Dices que te tiene sin cuidado lo que le pase, pero... ¿Y qué hay de lo que hiciste en la entrada? —Preguntó sacándome de mi estado de relajación. Había metido la pata sin darme cuenta. Andy era un experto, un jodido experto, te exprimía hasta sacarte toda la información aunque no lo notarás. ¡Era un maldito cabrón!

—¿El qué? —Intenté sonar indiferente.

—Hablar con Gustav y... con todo el salón, mientras Bill había ido al servicio. —Volvió a mirarme con esa expresión de sospecha que tanto me cabreaba, levantando una ceja— ¿Por qué? ¿Por qué le has hecho... eso... a Bill, lo niegas, lo haces quedar mal, y luego te retractas para que nadie le moleste? Para que nadie lo insultara... Si te tiene sin cuidado lo que le pase... ¿por qué? —Y comprendí a lo que quiso llegar.

—Eso no es asunto tuyo. —Fue lo único que respondí.

Y antes de que pudiera hacer comentario alguno, la suerte estuvo de mi lado, y la primera clase había acabado. Me levanté apresurado, y me dirigí hacia la puerta, mientras los demás salían de forma tranquila y calmada, dirigiéndose al comedor. Encendí un cigarro, cuando llegué a un pasillo casi vacío y dejé que la nicotina me invadiera, caminando mas a prisa, hasta salir al aire libre. Todo estaba mojado, acababa de llover, aún así no me importó dar un paso fuera del edificio y fumar con todo lo que mis pulmones me permitían. A pesar de estropear el único par de tenis que me quedaba, pisando en un charco, seguí recorriendo por todo el patio, de aquí para allá, fumando uno, otro, y otro cigarro, para tranquilizarme y pensar en un nuevo plan.

Andy sabía más de la cuenta, y aquello estaba comenzando a ponerme nervioso. Si Bill se enterara de lo que su padre y yo estábamos montando, yo ya no recibiría la paga, y él... ya no querría volver a jugar conmigo.

Por mucho que me costara aceptarlo, jugar con Bill era... divertido, sí, muy divertido. Y ahora, que el muy ingenuo había vuelto a confiar en mí, yo podía jugar con él cuando quisiera. Y no estaba dispuesto a que precisamente ahora, cuando acababa de comenzar, el juego se acabara por la jodida boca de Andreas.

Andreas era muy cotilla, y eso significaba nada bueno para el juego, porque tarde o temprano acabaría por enterarse, y eso no me convenía. Ya sabía exactamente lo que había hecho en el baño, no podía arriesgarme a que se enterara lo de anoche. Eso no. Eso no lo podía permitir.

Debía pensar en algo... en lo que fuera. No estaba en mis planes abandonar el juego; y tampoco dejaría que Andy, mi propio mejor amigo, acabara con esto metiendo sus narices en donde no le importaba...

Debía hacer algo al respecto. Debía detener las sospechas de Andreas, porque le conocía como la palma de mi mano, y sabía qué estaba tramando con todas sus malditas preguntas...

Debía hacer algo para detener a mi mejor amigo.

ByBill:

—Entonces te veo esta tarde ¿vale? —Gustav se levantó del asiento y tras ponerse la mochila por los hombros, salió hacia el comedor, campante.

—Vale.

Me levanté con cuidado, y eché a andar hacia fuera ¡estaba muerto de hambre! Luego de lo de ayer... había quedado totalmente frito, y no me había dado tiempo de comer algo antes de venir a la uni, ni siquiera había dormido bien. Sentía el cuerpo pesado, como si mis piernas pesaran 100 kilos cada una.

—¡Eh! ¡Bill...!  —Escuché una voz, antes de salir por completo del salón. Volteé la cabeza, y observé como la persona más rubia de la clase se acercaba a mí, con una sonrisa radiante.

—Andreas...

—¿Como va tu cabeza, chaval? —Preguntó cuando llegó a mi lado— ¿Has quedado chalado tras el golpe? —bromeó.

—Bien... —Me encogí de hombros, y le devolví la sonrisa— Creo que de verdad sí, me he vuelto loco. —Contesté. Y estaba pensando que aquella no seria una mala definición.

Quizás sí me estaba volviendo un loco, por lo de ayer... y no precisamente por la caída y el golpe en la cabeza.

—¿Y el tobillo? —Ambos bajamos la mirada y moví un poco el pie, antes de contestar.

—Mejor...

Georg y Kristen, aún sentados frente a los asientos de Andy y Tom, nos observaron con el semblante de confusión. Probablemente pensando "¿Por qué Andreas está hablando con ese maricón?". No desviaron la vista de nosotros, ni por un segundo, con la frente arrugada.

—¿Comes con nosotros hoy? —Preguntó. El labio me tembló y mi mandíbula cayó, abrí los ojos y parpadeé varias veces. ¡No me lo podía creer! ¿Querían incluirme en su grupo? ¡Eso me flipaba!

—¡Sí, claro! —Sonreí.

—¡No! —Escuché un grito, seguido de un golpe en la mesa.

Levanté la vista, hacia los asientos, y observé a Georg parado, mirándome con asco y con los puños apretados, sobre la madera que acababa de pegar.

—¡Ese marica no se sentará con nosotros! —Vociferó para Andy. Dirigí una leve mirada hacia Kristen, ella me observaba indiferente, como si no recordara lo de la otra vez en su trabajo, en la tienda. Y bajé la vista hasta el suelo, sintiéndome avergonzado.

Georg se acercó a nosotros, con pisadas fuertes, y sentía como me encogía cada vez más a la par que él se situaba delante de mí, con su gran cuerpo de gorila, intimidándome y causando que mis rodillas temblaran por sí solas.

—¿Qué coña crees que estás haciendo, Andy? —Le preguntó— Si Tom supie...

—Tom lo sabe, —le interrumpió — y lo sabe de sobra.

—Estas mintiendo. Tom no dejaría que el marica nos ac...

—¡No me digas marica! —Hablé sin poder detener a mi lengua. Abrí los ojos y me encogí inmediatamente al observar su mirada de furia sobre mí.

Si existía una persona más homofóbica que Tom... ese era Georg. Y me odiaba con más intensidad que el susodicho. Él no me soportaba, y levantarle la voz, interrumpirle y  enfrentarme a él, no era una idea buena, para nada buena, por supuesto. Pero era un bocaza por naturaleza, y mi torpeza habitual siempre me traicionaba, poniéndome en problemas con los peores candidatos.

—¿O qué? —Dio un paso al frente, empujándome con su pecho. Clara señal de desafío; y una clara señal a mi cerebro que decía "peligro, alejate". Sin embargo, por más aviso que recibía de mi cerebro, mi cuerpo actuaba por instinto propio, como todo un gilipollas— ¿Qué harás, reputísimo maricón?

—¡Te enfrentaré! ¡Y a todos los que me digan marica! —Lo separé de mí y adopté una pose de pelea, con los puños al frente— ¡Os demostraré que no lo soy!

—¡JAJAJA! —Se descojonó. Andy rodó los ojos, probablemente no tomando en serio mi advertencia. Ni siquiera yo estaba muy seguro de qué idiotez estaba diciendo. Kristen me observó con una expresión rara esta vez, abriendo los ojos y negando con la cabeza, como diciendo "no lo hagas, gilipollas". Los pocos compañeros que quedaban, nos observaron en silencio, ansiosos por que empezara una pelea real— ¡Eso quiero verlo! —Habló Georg— ¡Anda, maricón! ¡Venga! ¡Si eres tan machito, pegame! ¡Venga!

Y no necesité que me lo pidiera dos veces...

—¡Ohh! —Gritos y murmullos inundaron el salón.

—¿Habéis visto lo que yo? ¿El maricón le ha pegado a Georg?

—¿Bill? ¡¿Bill le ha cerrado la boca al grandullón?!

El gorila giró la cabeza por el impacto de mi puño contra su rostro, su mejilla se enrojeció en un segundo. Andy abrió los ojos sin poder creercelo, boquiabierto; y Kristen se levantó de su asiento de golpe, con la mirada desconcertada. Los murmullos y risas seguían... y Georg también seguía, inmóvil, en aquella posición.

—¡Le ha dado tremenda ostia!

—¡Ehh! ¡Pelea, pelea, pelea!

En un segundo, antes de que pudiera notar lo que había hecho, los compañeros nos rodearon, formando una especie de círculo, dentro del salón, donde en medio solo estábamos Georg, Andy y yo.

Moví la cabeza rápidamente y me alejé un paso, mirando mi mano ¡¿Que cojones hice?! ¿Le había pegado a Georg? ¡¿A GEORG?! ¡Oh, mierda! Eso sólo significaba una cosa... ¡Tenía que comenzar a correr por mi vida!

El grandullón volvió a dirigir la cabeza hacia el frente, y se llevó las manos al cuello, doblándolo y tronándoselo, su rostro parecía el de un auténtico demonio sediento.

—¡Te arrepentirás de esto, maricón hijo de puta! —Gritó y se abalanzó sobre mí.

Como alma que lleva el diablo, salí escopeteado del salón, esquivando a la gente que nos rodeaba, gritando y sacudiendo mis brazos, corriendo lo mejor que podía con mi tobillo todavía no sano del todo, perseguido por Georg, y Andy venía corriendo tras él.

—¡Tú me lo has pedido! —Grité— ¡Aaahhh!

—¡Me las pagarás!

—¡Tú querías que te pegara!

—¡El que te va a pegar ahora, seré yo!

—¡No quiero, no quiero! ¡AAH! —Pegué un bote de susto, cuando estiró los brazos y estuvo a un centímetro de alcanzarme. Encorvé el cuerpo e hice un esfuerzo por coger velocidad. Mi corazón latía desesperadamente, que dolía bajo mi pecho.

—¡Como que te atrape, desearás no haber nacido, maricón de mierda! —Gruñó. Sentía sus pasos pisándome los talones, temblando detrás de mí— ¡Te voy a masacrar!

—¡Auxilio! ¡Que me matan! —Grité absolutamente acojonado. Opté por doblar por un pasillo, de improviso, confundiéndolo con mis movimientos, y corrí tomando algo de velocidad. El grandullón era algo lento, debido a su cuerpo y altura, eso me daba algo de ventaja, aunque algo me decía que con mi tobillo malo, aquello no duraría por mucho tiempo.

—¡TE VOY A MATAR! —Gritaba Georg a mis espaldas. Gruñendo como un león salvaje, cazando su cena.

—¡Ay de mí! ¡Pobre de mí! —Movía los brazos exageradamente mientras echaba a la fuga. Mi vista comenzaba a nublarse debido al bombeo de mi corazón, que me mareaba— ¡Que me matan! ¡Me van a matar!

Volví a doblar por otro pasillo, el pasillo que dirigía hacia la salida del edificio. Podía ver la puerta, como si fuese una linea de meta, corrí desesperadamente para salir de la universidad... y fue entonces cuando la puerta se abrió por mis narices, y sentí un impacto severo, chocando con algún idiota que acababa de ingresar. Caí de culo al suelo, siendo alcanzado por las grandes manos del gorila, Georg.

—¡Ahora sí! —Exhaló por la nariz, como un toro rabioso. Georg era una mezcla de miles de animales furiosos— ¡Te voy a matar! —Gritó por última vez.

Se subió sobre mí, sobre mi estomago, con ambas rodillas a los costados, aprisionandome, dejándome sin escapatoria alguna. Cogió del cuello de mi chaqueta, apretándola con tanta fuerza, que sentía que el roce me quemaba, y la otra mano la levantó por los aires, formándolo en un enorme puño que se dirigía directo a mi rostro.

Un solo golpe de Georg bastaba para romperme algo y dejarme K.O. Era el doble de fuerte que Tom, y el doble de peligroso. Cerré los ojos con fuerza, cubriendo mi rostro con los brazos, esperando a que el impacto llegará...

Nunca llegó.

Abrí un ojo, con algo de temor, y tras notar lo acontecido, abrí ambos, como dos grandes platos, frotándomelos con las manos. No podía creer lo que estaba viendo. Quedé con la estupefacción al tope.

El puño de Georg fue detenido a centímetros de mi cara, por un brazo que le había aplicado una especie de llave, atajándolo e inmovilizándolo. El brazo de la persona con la que había chocado recientemente... el brazo de Tom.

—No le toques un solo puto pelo... —Advirtió en voz baja. Pero tanto Georg, como yo, lo habíamos oído perfectamente.

Quizás había sido por la corrida, o, por el susto, pero mi corazón latía aún más fuerte al verle. Agachado a la altura de Georg, su propio amigo, e inmovilizándolo por la espalda, y clavando la vista fijamente sobre mis ojos, sin parpadear, sin despegarlo de los míos, con la mirada tan intensa y penetrante, una mirada que nunca había visto que me la dirigiera. Una mirada... que no terminaba por entender.

Mi estomago se encogió. Tal vez se debía a que Georg seguía sentado encima, con la mirada perdida y desconcertada. Si mi asombro y sobresalto había sido sumamente grande, estaba seguro que Georg se había llevado mucha más sorpresa que yo.

—Levantate, ahora. —Le ordenó. Georg se removió bajo el agarre de Tom, y encogí el rostro de dolor, el grandullón era un tío muy grande, estaba aplastándome hasta los huesos. Tom notó mi expresión— ¡Levantate, idiota! —Lo estiró hacia arriba y lo alejó de mí, situándose en medio para que Georg no se acercara— ¿Qué puñetas haces?

—¿Qué puñetas haces tú? —Atacó Georg.

—¿Por qué le ibas a pegar? —Preguntó Tom. Me levanté del suelo, sacudiéndome la ropa, y observando en silencio la conversación de los tíos más fuertes de la uni. Tenía la vista directa al rostro enfurecido de Georg, y a la espalda tensa de Tom.

—¡No le iba a pegar, le iba a matar! —Le corrigió. Dio un paso al frente otra vez, con la intención de cumplir su amenaza. Tom lo empujó para que se alejara, y retrocedió casi instintivamente pegando su espalda a mi pecho.

—No le vas a tocar.

—¿Qué te traes, tío? —Georg lo miró con confusión y enojo— ¿Desde cuando defiendes al maricón?

Si no hubiera tenido a Tom pegado por mi pecho, probablemente no me hubiera dado cuenta de la tensión de este, al escuchar la pregunta de Georg. Pero lo noté, lo sentí, porque estaba completamente pegado a mí.

—No le defiendo. —Se excusó y fruncí el ceño automáticamente. ¿Le daba vergüenza admitir que sí me defendía? Me había dicho que éramos amigos otra vez, que era mi protector... ¿Le daba vergüenza decirlo? ¿Yo le daba vergüenza? Bajé la cabeza sintiéndome ridículo, y retrocedí un paso despegándome de Tom.

—Pues a mí me parece que sí le defiendes. —Demandó el gorila.

Tom se tronó los dedos y emitió una risita, negando con la cabeza.

—No le defiendo. —Volvió a decir— Es simplemente que con mi marica nadie se mete.

—¿Tu... marica? —Georg lo miró aterrado, y levanté la cabeza rápidamente mirándolo desconcertado.

—Buscate un marica a quien molestar, Georg. Este es mío. —Tom volvió a retroceder. Su espalda volvió a chocar por mí, y los bellos se me pusieron de punta al sentir su calor— Solo yo puedo pegarle, solo yo puedo joderle. Solo yo. Es mío.

—¿Pero...? —El semblante de Georg se tornó confuso.

—¡Pero ni una mierda! —Le interrumpió— Como que me entere que te has metido con mi marica, te las verás conmigo, ¿me oíste?

—¿Qué? —Georg apretó los puños y podía jurar que sentía ganas de golpear a Tom en aquel momento.

—¡¿Me oíste?! —Preguntó esta vez con casi un grito que retumbó todo el pasillo vacío— ¡A este marica nadie le vuelve a tocar... excepto yo! ¿Te has enterado, cabrón?

Se quedaron mirándose en silencio por unos segundos. Podía notar el rostro confundido, asqueado, asombrado y sobresaltado de Georg, mas no podía ver el semblante de Tom. Tras unos cuantos segundos más, y cuando la tensión parecía elevarse hasta el tope, percibí un leve gruñido de Tom, tan leve, que quizás solo lo había imaginado. El rostro de Georg cambió, poniéndose algo pálido, desvió la vista hacia mí, y la volvió a dirigir a él, alternativamente. A mí, a Tom, a mí, a Tom, a mí... y a Tom por última vez.

—¡Como quieras! —Se limitó a decir. Volteó rápidamente, y andó hasta el final del pasillo, con pasos grandes y pesados, con los puños duros como rocas, y se perdió de nuestras vistas cuando dobló hacia la derecha, dirigiéndose al comedor.

Tom giró para observarme, sin apartarse de mí. La expresión en su rostro era calmada, como si nada hubiese pasado.

—¿Estas bien? —Su mano cogió de mi brazo, de mi bíceps. Tragué saliva y asentí— ¿Por qué quería pegarte?

—Porque yo le pegué primero.

Los ojos de Tom se abrieron de par en par, denotando impresión y apretando mi pequeño bíceps, con más fuerza.

—¡¿Tú?! —Levantó mi brazo y analizó la casi inexistente masa muscular que tenía— ¡¿Tú?! ¡Eres un saco de piel y huesos! ¿Le has pegado así?

—Sí. —Asentí orgulloso.

—¡JAJAJA! ¡No te lo puedo creer! —Comenzó a reír. Me alejé un poco de él, recostándome por la pared y descansando de la huida— ¿Y por qué le pegaste? ¡No puede ser! ¡¿Como me lo he perdido?!

—Él me dijo marica. —me encogí de hombros— Le dije que le demostraría que no lo era, y me desafío a pegarle. ¡Yo solo hice lo que él me pidió! —Me reí. Y entonces fue Tom quien se puso serio.

—¿Le pegaste para demostrar que no eres un marica?

—Sí.

—¡Pero si sí eres un marica!

—¡Yo no soy...! —Tom levantó una ceja y bajé la cabeza, sintiendo mis mejillas rojas al recordar lo que había dicho ayer.

—¿No lo eres?

No respondí. Me encogí de hombros y alicé mi cabello despeinado. Pensé unos segundos qué tipo de respuesta debería dar. No encontré ninguna, no encontraba respuestas, solo preguntas... muchas preguntas.

—¿Por qué odian tanto a los homosexuales?

Tom se tensó de repente y desvió la vista, aparentando indiferencia, pero su tensión estaba ahí, yo lo podía notar.

—Tenemos motivos diferentes —habló— además... los homosexuales son repulsivos y... —Volvió a hacer la misma mueca que había hecho en el baño la semana pasada, como si quisiera vomitar.

—No todos los homosexuales son repulsivos.

—Lo son.

Apreté los labios, queriendo decir más, pero no encontraba la manera sutil de hablar. Lo dije como se me ocurrió, sin pelos en la lengua.

—¿Entonces tu crees que eres repulsivo?

—¿Yo? —Frunció el entrecejo.

—Lo que hicimos anoche... ¿Te pareció repulsivo?

—Eso es algo diferente... —Se encogió de hombros.

—Es lo mismo.

—No lo es.

—Sí lo es.

—No follamos.

—Fue como si lo hiciéramos.

—Estas delirando.

—Tú delirabas cuando te corrías sobre mí.

—¿Y tú no? Gritaste como puta.

Ambos nos quedamos callados un momento, sin saber que decir, y de repente comenzamos a reírnos de nosotros, por lo que habíamos hecho, por como habíamos jugado, por como nos habíamos sentido en ese momento.

—Sí... —Me reí y miré al piso, completamente rojo otra vez— Grité como puta.

Tom se acercó a mí, con un paso lento, jugueteando con su piercing, mi espalda chocó contra la pared y él posó una mano al costado de mi cabeza, mirándome a los ojos de cerca.

—¿Entonces...? —Preguntó. La vibración de su voz chocó por mi rostro y tragué saliva, sintiendo un calor intenso en todo mi cuerpo, especialmente en las mejillas.

—¿Entonces qué?

—¿Jugarás conmigo, otra vez?

Observé atentamente el movimiento de su piercing a la par movía sus labios para articular aquella pregunta clave. Sonrió cuando notó mi vista fija sobre sus labios y desvié mi enfoque a otro punto. No se me ocurrió mejor lugar que centrarlo en sus ojos.

Su mirada me dio escalofríos.

Tragué saliva, y volvió a acercarse un poco más, pegándose a mí.

—¿Y?

—¿Y... q-qué? —Tartamudeé. Tom posó la otra mano, al otro lado de mi cabeza. Tragué saliva otra vez y sentí un subidón en el estómago.

—He cumplido —habló— te he defendido de quién quería lastimarte. —Dirigí mi vista nuevamente hacia su labio. Ver aquel piercing moviéndose y bailando al sonido de su voz era algo que me llamaba mucho la atención— Tú debes cumplir también... —Era tan hipnótica la manera en la que aquel metal brillaba por la luz, el movimiento, y un poco de saliva embarrada por el— Debes cumplir tu parte del juego, Bill —Los piercings me gustaban, y mucho, yo tenía dos por eso, en la lengua y en la ceja; él solo tenía uno. Pero yo no quería los míos, yo quería ese. Y él... él estaba muy cerca de mí. Tan cerca, demasiado cerca— Tienes que ju...

Le besé.

No había sido mi culpa. Él estaba demasiado cerca. Él me estaba seduciendo. Él me estaba hipnotizando con su piercing y esa voz, con esa mirada, con su manera protectora de ser ahora. Él... no yo. Yo no quería besarle... al menos no en un principio, luego, fue otra la historia.

Tom se sorprendió por mi acto, se sorprendió tanto que no se movió un solo ápice, tensándose nuevamente. Ni siquiera me había dado cuenta de cómo lo hice, simplemente ya estaba haciéndolo; todo pasó tan rápido como para que pudiera pensar. Sentí su piercing rozando mis labios y no pude contener mis ganas de morderlo. Ese piercing, el maldito piercing, era el culpable del beso. Quería arrancárselo de un mordisco.

Entreabrí mis labios y volví a morderle con más fuerza... Tom pareció reaccionar, y no de la manera en la que esperaba...

Sus manos, las que tenía a ambos costados de mi cabeza, se movieron rápidamente hasta cogerme del cabello y estirarmelo, haciendo que levantara un poco la cabeza, y lo siguiente que sentí fue algo húmedo, húmedo, completamente húmedo invadiendo mi garganta. Tom estaba usando la lengua, y no tardé demasiado en seguirle el juego. Levanté mis manos hasta su pecho y apreté su camiseta entre mis dedos, atrayéndole mas a mí. Tom volvió a jalar de mi cabello, con más fuerza; dolía, dolía mucho, sin embargo no me apartaba, y él tampoco hacía esfuerzo alguno por apartarse. El beso se intensificaba conforme pasaban los segundos, cada vez más salvaje, cada vez más mojado, y cada vez más doloroso.

Seguía estirandome del cabello, con toda la fuerza que podía emplear, sentía que me los iba a arrancar en cualquier momento y dejarme calvo, me estiró hacia él y movió la cabeza, metiendo la lengua aún más, sin dejar un solo espacio entre nosotros. La cabeza me dolía, el aire estaba comenzando a faltarme, y mi corazón pararía en menos de un segundo, por la rapidez con la que latía.

De pronto, todo había cambiado. Necesitaba apartarme para coger aire, pero Tom no me lo permitía. Intentaba alejarlo de mí, empujándolo del pecho, sin embargo él aferraba sus dedos a mi cabello, enredándolo entre ellos y abriendo más la boca, dominando el beso.

Me estaba devorando, me estaba lastimando, necesitaba respirar, necesitada que soltase de mi cabello... ¡Dolía!

Logré apartarle por un solo segundo, uno, en el que tuve tiempo de coger media bocanada de aire, cuando se acercó nuevamente partiéndome la boca con esa lengua descarada que no dejaba de moverse un solo momento. Tom gruñó, como si estuviera enfadado, intentó alejarse llevándome con él del cabello, y volvió a empujarme hacia atrás, volviendo al mismo lugar, chocando por la pared.

Parecía que estaba luchando contra él mismo, luchando por apartarse o por mantenerse en esa situación. Era una lucha constante en su cabeza, al igual que con la lengua. Su respiración era alocada, casi o más que la mía.

¿Qué exactamente estaba ocurriendo? No lo sabía. ¿Por qué estaba ocurriendo? No tenía ni la más remota idea. Solo estaba pasando, y parecía que nunca acabaría. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por el piercing? ¿Ese piercing que ahora entraba y salía de mi boca, chocando con el piercing de mi lengua? Tampoco lo sabía, y de hecho, no me importaba en ese momento.

No me importaba que quién estaba peleando conmigo utilizando la lengua fuera un tío, tampoco me importaba que fuera mi ex mejor amigo, o que fuera mi acosador por muchos meses. No me importaba de verdad. Porque todos ellos eran una sola persona... era Tom, quien ahora era mi protector. El que me protegía de los que querían golpearme por creer que era un maricón.

Un marica.

¿Era entonces realmente un marica? Si antes tenía dudas... ahora las tenía aún más. No entendía nada, no comprendía nada. Solo estaba seguro de una cosa...

Me estaba besando con un tío, con Tom, y... me estaba gustando hacerlo.

ByAndy:

Corrí tras Georg para intentar alcanzarlo y que no asesinara a Bill. ¡Pobre de Billy si el grandullón conseguía cojerlo!  ¡Le pegaría hasta dejarlo sin piel!

Bill corría muy rápido, Georg era algo lento, pero iba a alcanzarlo en cualquier momento. Mientras gritaba y huía desesperadamente, corriendo por los pasillos, apreté el paso e intenté seguir su ritmo, pero era muy malo en esto de las corridas, me habían dejado atrás en poco tiempo. Sin darme por vencido seguí trotando, hasta doblar por el último pasillo que dirigía hacia la salida, y los vi. Vi a Georg sobre Bill, intentando pegarle, y siendo detenido por Tom.

Retrocedí automáticamente, escondiéndome en la esquina del pasillo, y sacando y poco la cabeza, espiando todo.

Tom defendía a Bill, le gritaba a Georg y este ponía una cara de confusión extrema. Claro... Georg no tenía ni la mínima idea de que Tom trabajaba protegiendo a Bill, era lógico y normal para mí. Los demás no lo sabían.

Tom volvió a gritarle a Georg y este se volvió, enfurecido, dirigiéndose nuevamente hacia el pasillo donde estaba. Seguí observándolos y Georg llegó hasta mí, con el rostro descompuesto y asqueado. Me miró de mala manera, probablemente odiándome por haber invitado a Bill a que se sentara con nosotros. Le devolví la mirada, sin dejar que me intimidara, y paso de mí, dirigiéndose al comedor donde probablemente estarían Kristen, Vin y Dylan.

—¡Menudo idiota! —Murmuré. Pobre Georg, lo que tenía de músculos, no lo tenía de cerebro, y aunque lo tuviera, él nunca entendería el vínculo que existía entre Bill, Tom y yo.

Bill era nuestro amigo, mucho antes que la manada, pero eso ellos no lo sabían. Si lo supieran... lo comprenderían todo.

Volví a girar la cabeza, y saqué un ojo a través del pasillo, observando detenidamente a Bill y Tom. Intenté concentrarme para oír sus voces.

—No todos los homosexuales son repulsivos. —Dijo Bill.

—Lo son.

—¿Entonces tu crees que eres repulsivo?

—¿Yo?

—Lo que hicimos anoche... ¿Te pareció repulsivo?

¿De qué estaban hablando? ¿Anoche? Anoche habíamos ido al hospital a por Bill y... y... ¡Tom se había quedado en su casa!

—Eso es algo diferente...  —Contestó mi mejor amigo.

—Es lo mismo.

—No lo es.

—Sí lo es.

—No follamos. —Atacó Tom.

—Fue como si lo hiciéramos. —Bill demandó.

Tragué saliva. No podía ser que estuvieran hablando en serio... No no se atrevería a... ¿O... sí? ¡¿Tom y Bill... fo-follaron?! No... Debo estar oyendo mal...

—Estas delirando. —Tom se burló.

—Tú delirabas cuando te corrías sobre mí. —Bill volvió a demandar.

¡¿Cuando se corría sobre él?! No... ¡Imposible! Ellos dos no... no pueden... no pudieron... no deben... ¡Imposible! De Bill, de él sí me lo esperaba, pero de Tom... de Tom no ¡Y menos con Bill!

—¿Y tú no? Gritaste como puta.

Ambos se quedaron callados un momento y luego comenzaron a reír, con complicidad, lanzándose unas miraditas entre esas risitas.

—Sí... Grité como puta. —Aceptó Bill. Vale... Eso no era una novedad. Era más que evidente.

—¿Entonces...? Preguntó Tom, acercándose a él.

—¿Entonces qué?

—¿Jugarás conmigo, otra vez?

Bill no contestó, poniéndose nervioso y Tom lo rodeó con sus brazos, dejándolo sin escapatoria. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tom solo usaba esa posición para... para ligar. ¿Tom quería ligarse a Bill? No, que va, estoy volviéndome loco quizás... o... los locos eran ellos.

—¿Y? —Tom se acercó mas a Bill.

—¿Y... q-qué?

—He cumplido, te he defendido de quién quería lastimarte. Tú debes cumplir también... —Tom se acercó aún más a Bill, cerca, muy cerca... Demasiado cerca. Y Bill.... él estaba evidentemente nervioso— Debes cumplir tu parte del juego, Bill. Tienes que ju...

Si alguien me lo hubiese contado, nunca lo habría creído. Pero lo vi, lo hice, con mis propios ojos, les vi, lo vi todo, a ellos, a sus manos, a sus lenguas. Lo vi... Y decidí no verlo más.

Aquello era demasiada información para mí.

Di media vuelta, dirigiéndome hacia el comedor, en silencio. Como si no hubiera pasado nada, pero por dentro sentía que la curiosidad me carcomía. Tom era mi mejor amigo, le conocía como a nadie... o eso creía. Porque este era un Tom que no conocía, que no comprendía. Bill había sido mi mejor amigo, y aunque seguía apreciándolo, todavía no nos llevábamos muy bien después de estar separados por años, Bill había cambiado entonces, era otro Bill, un Bill que ya no conocía y al que tampoco entendía.

¿Por qué lo estaban haciendo? Se habían enredado anoche y... ahora se habían besado. ¿Acaso siempre estuvo ahí y yo no lograba verlo? ¿Acaso Bill y Tom siempre... siempre habían tenido algo más que una amistad y por eso Tom le odió tanto cuando él nos traicionó? Ellos dos no podían... Tom no podía enredarse con un tío, Tom... odiaba esas cosas, aunque, al parecer no lo hacía del todo. Tom decía ser un homofóbico, pero esto lo contradecía de narices.

¿Desde cuando Tom era un homofóbico? No lo sabía bien... Empezó en el instituto, a los quince años, de un día para otro, empezó a odiar a todos los homosexuales.

¿Desde cuando a Bill le gustaban los tíos? Quizás siempre, y no lo pillaba, o quizá no le gustaban y... y Tom le estaba confundiendo.

No podía entender nada. Aquello era demasiado para mí. ¡Si los demás se enteraran sería el fin de ambos! La reputación de Tom estaría por los suelos y Bill... correría peligro innegablemente.

¿Debía hacer algo yo y nunca hablar de lo que había visto como el mejor amigo que era? No. No haría nada. Ellos estaban teniendo algo, y me lo estaban ocultando. Me estaban excluyendo... no querían confiar en mí. Y eso no me gustaba. Yo no les debía ningún favor. Yo no tenía por qué cerrar la boca, yo quería saber más... E iba a averiguarlo todo.

Llegué al comedor y abrí la gran puerta, buscando con la mirada a los demás, los encontré en nuestra mesa de siempre y me acerqué a ellos, campante y tranquilo. Con una rara sonrisa en mis labios, con el rostro ensombrecido.

Si tan solo llegara a contarlo, sería el fin de Tom... y también sería el fin de Bill...

Me senté con el grupo, y abrí la boca.

ByTom:

"¡¡DESPIERTA, CAPULLO!!"

Una alarma de color roja sonaba en mi mente, como una sirena de ambulancia, aturdiéndome. Mi cerebro mandaba miles de señales de alerta; me gritaba, me insultaba, me reclamaba por la semejante mariconada que estaba cometiendo inconscientemente.

"¡¿QUÉ PASA CONTIGO, GILIPOLLAS?!"

Una parte de mí hacía un esfuerzo gigantesco por apartarse de él, pero otra parte, que no conocía hasta este momento y que, probablemente, era más fuerte que mi lado normal, estaba dominando la situación, guiando mis manos y mi lengua contra mi voluntad, enojandome hasta el tope conmigo mismo. ¡Yo no quería, por supuesto que no! ¡Bill fue quién me besó! ¡Era su culpa!

También era culpa suya besar de esa manera provocativa. ¿Quién le mandaba a besarme así? ¿No era consciente de las consecuencias que traería? Mordisqueaba mi piercing junto con mi labio, metía la lengua y podía sentir su piercing rozando contra la mía.

"¡ALEJALE Y PEGALE!"

No podía. Aplicaba todo lo que tenía pero no podía. Quería alejarlo de mí y pegarle por haberme besado. Pero no podía reaccionar... ¿Qué puñetas pasaba? ¡No tenía control propio de mi cuerpo, ni de mis actos!

Y como por arte de magia, apareció. Apareció el control remoto que activaba mi instinto de matón, cuando sentí a mi cuerpo cruzar la línea, tras percibir un ligero estirón hacia mi pantalón, o, específicamente, bajo él.

Abrí los ojos, y reaccioné por fin...

Lo alejé, y limpié la saliva que seguía rodeando mis labios, con el reverso de la mano; él me miró con los ojos abiertos, y la mandíbula temblando, sabiendo lo que le esperaba; tragó saliva pesadamente cuando observó mi expresión de disgusto. Y en un movimiento rápido, ni siquiera yo lo noté, ya veía mi puño dirigiéndose a su boca, con toda la fuerza, ira y rencor acumulado por el beso, embistiendo por él.

—¡Arg! —Se llevó una mano a la boca, y de esta comenzó a emanar el inconfundible color rojo de la sangre, a borbotones.

—¡Nunca vuelvas a hacer eso! —Le grité, cabreado hasta los cojones, lo cogí del cuello, apretándolo con una mano, y con la otra le volví a golpear.

Un golpe, otro golpe, y otro más.

"¡Sí, eso, dale más fuerte!" mi mente me instaba a hacerlo más severamente, a descargar todo lo que sentía en ese momento.

Le pegué... le pegué como nunca antes, le rompí el labio, le pegué en la sutura de su cabeza, que volvió a soltarse y descocerse, le pegué en la nariz... y la sangre comenzó a escurrirse hasta su barbilla, formando una catarata sangrienta. Bill tenía la cara hinchada de tantos golpes, y yo... yo no podía parar. A pesar de sus suplicas y llantos, yo no paraba, no podía parar. No tenía suficiente.

—¡Tom, por favor, para! —Gritaba. Volví a pegarle en la boca para que callara— ¡Agr! ¡P-perdón! ¡Por favor... y-ya no me pe-pegues! —Lloraba.

—¡No llores! —Fue la única respuesta que le di— ¡Eres un hombre, hijo de puta! ¡Y los hombres no lloran!

—¡Por favor, detente! —Intentaba cubrir su rostro con los brazos, mientras lloraba inconsolablemente.

—¡No llores, maricón! —Le cogí del pelo con fuerza, y comencé a embestir su cabeza contra la pared, una y otra vez.

—¡Aaaahh! —Seguía llorando y gritando de dolor, otra herida se abrió en su cabeza, emanando más sangre— ¡Tom... duele!

—¡Los hombres no lloran, y tu eres un hombre! —Volví a embestir su cabeza por la pared— ¡Los hombres no besan a otros hombres!

—¡Para Tom... p-por favor! —Su rostro denotaba intenso y absoluto dolor— ¡Me estás lastimando... m-mucho!

Lo sabía, sabía que lo estaba lastimando más de la cuenta, incluso tal vez me estaba pasando un poquito, pero no podía parar. Sentía mucha rabia, impotencia, mucho... mucho... malestar en el estómago. ¡Una rabia inmensa! Porque aquel beso había vuelto a despertar a la guarra de polla ¡Y eso me encabronaba!

—¡Por favor... Tom! —Habló. La voz se le debilitó, dejó de oponerse por falta de fuerzas, y la sangre casi ya no me dejaba ver con claridad su rostro.

De repente, al verlo de esa manera tan débil, vulnerable, tan pequeño entre mis manos gigantescas y torturándolo, una parte de mí, la parte nueva que acababa de nacer sintió ganas de... de protegerlo, de salvarlo de mis propias garras.

"DETENTE, PARA"

Mi mente gritaba con todas sus fuerzas, y yo... yo no podía parar, seguía pegándole, debilitándole.

"¡CABRÓN, PARA, LE VAS A MATAR!"

Continuaba pegándole. Mi cuerpo se movía ahora en contra de mi voluntad. Ya no quería pegarle, ya no quería hacerle daño... ya no quería...

Lo volteé y le di un rodillazo en el estómago, lo cogí del cuello y lo obligué a que me mirara. Su rostro estaba empapado de lágrimas y sangre, mi estómago se comprimió de horror. Quería abrazarle... pero en su lugar, recibió otro golpe más en el ojo.

—¿Por... qué? —Preguntó en una manera que casi no pude entender. Sus labios estaban hinchados y su voz sonaba quebrada, rota— ¿Por qué me pegas... si me dijiste que... q-que eras m-mi protector? Juraste que nadie volvería a... lastimarme —Secó sus lágrimas y su labio se encorvó hacia abajo, con una mueca de niño pequeño y desagradablemente entristecido— y tú eres el único que siempre termina lastimándome.

Y aquella fueron las palabras claves para despertar de aquel embrujo sediento de venganza, para ser dominado por mi nuevo yo.

Me sentí el ser más despreciable del mundo.

Me alejé de él, con los ojos abiertos y la mirada fija en su rostro demacrado. ¡¿Qué había hecho?! ¡¿Qué puñetas había hecho?! ¡Me había pasado esta vez!

—Bill, yo... —Levanté una mano hacia él y la expresión de pánico que puso, me estremeció.

Bill me temía otra vez, había desaparecido su confianza hacia mí, había desaparecido todo lo que habíamos logrado en estos días... y todo por mi culpa. ¿Qué clase de guardaespaldas intenta matar a golpes a su protegido, por un simple beso?

—¡Lo siento! —Hablé rápido— ¡Bill, lo siento mucho! —Me acerqué a él y le abracé— ¡Perdoname! ¡Perdoname por favor!

Bill me empujaba, intentando alejarme de él. Podía sentir que temblaba bajo mis brazos, asustado, confundido. Sin embargo no le solté, le abracé más fuerte.

—¡No hagas eso! —Le pedí— ¡No ignores mi abrazo! ¡Abrazame, Bill! ¡Perdoname! ¡Lo siento!

Bill no respondía, solo lloraba mientras seguía procurando librarse de mí.

—¡Lo siento de verdad! —Le apreté más— ¡No te enfades conmigo! ¡Por favor!

Bill dejó de removerse entre mis brazos, se quedó estático, quieto como una estatua, y su llanto cesó, convirtiéndose en un silencio sepulcral.

—¿Que no me enfade? —Habló por fin, pero al oír el tono de su voz, cambiada rotundamente, hubiese preferido que no hablara.

Dejé de apretarlo a mí, y le di libertad. Me alejé un poco, sin mirarlo a la cara. No me atrevía a mirar lo que había hecho... el horror que había cometido. Bill antes era bonito... era... yo le había convertido en una especie de monstruo horroroso. Había deformado su perfecta belleza, para convertirlo en alguien feo como yo. Lo lamenté tanto... de verdad había lamentado haberle golpeado en el rostro.

Bill... estaba irreconocible.

Apreté los puños con fuerza, odiándome intensamente por aquello ¿En qué había convertido a Bill? Y sobre todo... ¿En qué me había convertido yo?
Le había pegado varias veces, pero nunca me había sentido tan mal por ello, nunca había sentido culpa y remordimiento... Nunca lo había lamentado. Y ahora sí que lo hacía. Lo sentía de verdad, hasta el extremo de suplicar su perdón... ¿Por qué? ¿Me importaba tanto que Bill no se enfadara conmigo? Quizá mi monstruoso acto me había abierto los ojos... pero tarde, muy tarde.

—¿Que no me enfade? —Gritó esta vez, con rabia en su ser. Las tornas del juego habían cambiado, una vez más— ¿Cómo esperas que no me enfade, gilipollas?

Y lo siguiente que hizo, me lo había merecido, me lo había ganado a pulso, y se lo dejé. Dejé que me pegara, que se descargara, porque me lo merecía de verdad. Aunque sus delicados golpes no me hacían gracia alguna, ahí me quedé, quieto sin oponerme, mirándolo en silencio, viendo su odio repentinamente volver hacia mí, pegándome en el pecho con sus puños, y aguantando sus lágrimas.

—Lo siento... —Fue lo único que pude decir, otra vez.

—¡No lo sientes más que yo! —Seguía golpeándome— ¡Yo lo siento! ¡Siento que tengas que ser un capullo de mierda! ¡Siento que tengas que pegarme hasta dejarme frito! ¡Pero sobre todo siento por mí! ¡Siento que siempre tenga que caer en tus palabras! ¿Y sabes que? —Preguntó y tragué saliva forzosamente, sintiendo algo raro recorrerme en la garganta, algo raro e inexplicable, no sabía lo que era... pero... se sentía como un nudo, impidiendo que tragara saliva con normalidad, un nudo que dolía y por alguna insólita razón, aquello afectaba a mi estómago, sintiendo una molestia extraña que no me gustaba para nada— Lo que más me duelen no son los golpes... sino que quién me los da eres tú, Tom.

Y entonces volvió a cubrirse el rostro, escondiéndose de mí y volviendo a llorar. No quería que le viera llorando, porque odiaba que me burlara de su sufrimiento.

"¡No llores, tú eres un hombre, y los hombres no lloran!"

Yo siempre le decía eso, siempre... pero ahora era lo que menos quería hacer. Decir que disfrutaba ver eso, sería una absurda y vil mentira. Tal vez al otro Tom, al Tom de hace unos meses sí le gustaría, pero... yo ya no era aquel Tom, al menos no del todo. No me atrevía a mirarle y tampoco me atrevía a decirle algo más.

Volteé y salí disparado, dejándolo solo en aquel pasillo vacío, mientras me adentraba más y cruzaba el comedor de cabo a rabo, sin mirar a nadie, hasta entrar al baño de este y saltar por el lavamanos. Abrí desesperadamente el grifo, y dejé que mis manos se llenaran de agua, lanzándome a la cara para calmarme.

Jamás me había sentido más mierda en mi vida. ¿Qué había hecho? ¡Había deformado a Bill! ¡Había cruzado la línea! Solo porque me había besado... pero ¡¿Por qué me besó?! Si no me hubiese besado, nada de esto hubiese pasado... Ahora me temía otra vez, ahora ya no querrá volver a jugar conmigo... ¡Pero no era todo mi culpa! Él se lo había ganado a pulso... Porque había hecho mal, estaba mal, muy mal que me besase. Me había sacado de mi propio control ¡No era solo culpa mía! ¡Yo no quería besarle! Pero... pero sí lo hice. Le seguí la corriente. Le besé yo también.

¡Besé a Bill! ¡Al maricón! ¡Le besé! ¡ME CAGO EN LA PUTA MIERDA DE LOS COJONES DEL MISMÍSIMO DIABLO CHUCHO E HIJO DE PUTA DEL COÑO! ¡BESÉ A UN JODIDO TÍO! ¡NO ME LO PODÍA CREER! Y... lo que menos me creía era que... no había sido repulsivo como imaginaba que lo sería. Para nada.

Le había pegado hasta el punto de desfigurarlo, por un simple beso... que no había estado mal.

¡Era un animal de mierda! ¡Era el peor de todos!

Una vez el agua recorrió todo mi rostro, y sentí que la sangre se estabilizaba distribuyéndose con normalidad por todo mi sistema, levanté la cabeza mirando hacia el espejo de frente, quise ver mi cara plasmada en el reflejo, pero en su lugar, pegué un salto del susto y volteé con rapidez cuando noté la figura de una persona parada detrás de mí.

—¡No hagas eso! —Me llevé la mano al pecho, respirando hondo para tranquilizar mi sobresalto.

—¿Te he asustado? —Preguntó— Tú nunca te asustas, Tom... ¿Acaso has hecho algo malo? ¿Tan mala tienes la conciencia?

—No estoy para tus jueguitos, Andy.

Andreas avanzó hacia mí, con los brazos cruzados, y dio un pequeño brinco sentándose sobre el lavamanos, al lado mismo de mí. Me lanzaba una mirada picara, sospechosa, como si quisiera decir algo y no sabía cómo. No me importaba realmente, tenía otras cosas más importantes en qué pensar. Me recosté por el lavamanos y levanté la parte baja de mi camiseta, y me sequé la cara con ella.

—¿Y bien...? —Dijo con una voz rara— Cuentame qué ha desayunando Bill.

—¿Eh? —El corazón latió con adrenalina al oir su nombre y alejé la camiseta de mi rostro rápidamente, dirigiéndole una mirada de confusión, frunciendo el ceño.

—¿Qué ha desayunado Bill? —Volvió a preguntar.

—¿Y yo por qué puñetas tendría que saberlo? —Contesté. Andy mostró todos sus dientes con una sonrisa algo macabra y su rostro se ensombreció.

—Porque como le has metido la lengua hasta el estómago, supongo que has degustado algo de su desayuno... —Respondió, y sentí un peso enorme caer sobre mis espaldas, aplastándome. Sentí como mi corazón dejaba de latir por unos minutos y palidecí de inmediato, perdiéndome en esas palabras—¿O pretendes negarmelo? —Andy saltó del lavamanos, situándose frente a mí de brazos cruzados, con una mirada acusadora.

—¿D-De que... habl?

—¡Lo he visto todo! —Estalló— ¡Te has besado con Bill! ¡Le besaste! ¡Le metiste la lengua!

Palidecí aún más hasta el punto de marearme, y sostenerme del lavamanos para no caer al suelo. ¡¿Qué me estaba contando?! ¡No podía ser verdad!

Andy se acercó a mí, un paso, posando su dedo índice sobre mi pecho, apuntándome mientras seguía hablando, y yo... yo no podía responder. No podía hablar. No lo podía creer.

—¡Ni siquiera te atrevas a negarlo, medusa! ¡Os he visto! ¡A vuestras manos y a vuestras lenguas! ¡Os he oído también! —Me gritaba, enfadado. El corazón me latía con más desespero. Me sentía como un niño siendo reñido por su padre; como un ladrón siendo descubierto por un policía, y que no había escapatoria alguna— ¡Oí que habéis jugado un juego donde al parecer os habéis corridos uno encima del otro! Dime, Tom... ¿A qué jugabais? ¿A la mamá y al papá? O debería decir... ¡Al papá y al papá! ¡Porque sois dos tíos, joder!

—¡Calla! —Le empujé e intenté coger aire lo más calmado posible, aunque aquello era una tarea muy difícil en estas circunstancias de la escena— ¡Calla, calla, calla! ¡No quiero oírte! —Me tapé los oídos con las manos y caminé de izquierda a derecha, pensando en algo. Cosa en la que fracasé, mi mente estaba intensa e intolerablemente en blanco.

—¿Por qué habéis hecho eso? —Andy me tomó del hombro y me giró para encararlo— ¿Acaso salís a escondidas de todos? ¡No me vengas con que estas colado por Bill!

—¡No! —Grité, haciendo que se callara— ¡Eso es una absurda gilipollez! ¡¿Como podría quedar pillado por un tío, Andy?! ¿Como se te ocurre q..?

—¡Se me ocurre porque es lo más coherente pensar eso al ver a dos tíos enrollarse! ¡Joder, Tom! ¡Abre los ojos!

Lo miré directo a los ojos, en silencio. Ambos nos observamos como en una lucha de miradas; como si el que desviaba primero la vista, perdía. Y por primera vez... había caído en cuenta que yo no siempre ganaba como creía, porque perdí la lucha al no soportar aquella mirada de acusación severa por parte de mi mejor amigo.

—No me he enrollado con él... —Aclaré, con voz normal, sin necesidad de gritar más, cabizbajo.

Andy suspiró profundamente, y cerró los ojos asintiendo, como intentando tranquilizarse. Cuando volvió a abrir los ojos, aquella mirada desapareció, para convertirse en la misma de siempre.

—Creo que ahora entiendo mucho... —Fue lo único que dijo. Levanté la cabeza en ese momento y lo miré, negando con la cabeza.

—Tú no entiendes, Andy.

—Sí, lo entiendo.

—¡No puedes entender, si ni siquiera yo me entiendo!

—¡Venga, Tom! Tú lo entiendes muy bien... solo no lo quieres aceptar.

—¿Qué es exactamente lo que no quiero aceptar?

—¡Que te mola Bill, desde que eramos unos críos!

—¡¿Estás chalado, gilipollas?! —Le volví a gritar. Aquello era el colmo, ¿como podía pensar eso de mí? ¡Yo no era un marica!

—¡El chalado eres tú! ¡Se te ha ido la pinza! —Me gritó también, su rostro volvió a cambiar a uno más relajado, como pensativo, mirando a la nada— O... Quizá siempre ha sido así, y sólo no lo notaba.

—¡No se me ha ido la pinza por ningún tío! ¡Y eso no pasará! —Me acerqué a él, con la clara intención de intimidarlo— ¿Acaso no me conoces? ¡Soy tu mejor amigo, por un coño, Andreas!

—¡Pareciera que no lo eres! —Atacó— ¡Me ocultas cosas!

—¡No te oculto nada, por una mierda! ¡Que odio a todos los maricones, coño!

—¡No me vengas con eso! —Volvió a señalarme con el dedo— ¡Tú no eres un homofóbico como dices serlo! De eso me he enterado hace tiempo. No le había dado demasiada importancia... hasta ahora. ¿Por qué?

—¿Por qué, qué? Y no te confundas... yo sí odio a los maricas. —Le desafíe con mis palabras, apretando los puños.

—¡Jajaja! —El muy gilipollas optaba por descojonarcerse en mis narices— ¡Venga, Tom! ¡Que no eres un homofóbico! ¡Uno de verdad no andaría besando a otros tíos!

—¡Le pegué por haberlo hecho!

—¡Pues entonces deberías pegarte a ti también! —Demandó— ¡Porque Bill no ha sido el único, eh! ¡Tú has colaborado a gusto! ¿Y qué me dices del juego, ah? ¿Le pegaste por aquello? ¿O se lo has perdonado porque ha hecho que te vinieras? ¡Por Dios, Tom! ¡Reacciona!

—¡Tú no entiendes una mierda! —Estaba comenzando a enojarme, nuevamente— ¡Y nunca lo harás! —Apreté la mandíbula, contendiendo la furia que se avecinaba.

—¡Nunca entenderé si no me lo explicas, joder! —Se defendió, levantando los brazos como señal de comprensión— ¡Tú nunca me cuentas nada, siempre tengo que averiguarlo por mí!

No le respondí. Sentía demasiada rabia y cabreo, hacia él, hacia Bill, hacia mí... hacia todo. Volteé de improviso, dándole la espalda, y descargué mi furia por la losa del lavamanos, golpeándola con toda la fuerza del momento, abriéndole algunas grietas por el impacto.

—¡Ya vale, Tom! —Habló Andy, un poco más calmado, intentando tranquilizarme también— No es que esté mal... digo... quiero decir... No hay nada de malo en que te guste un tío.

—¡Que no me gusta Bill!

—Yo no he mencionado a Bill... —Me tensé y sentí como se acercaba a mis espaldas— solo he dicho que no estaba mal que te guste un tío.

Volví a girar para mirarlo, con los ojos casi desorbitados, y las manos temblando por el golpe de antes.

—¿Estás diciéndome marica?

—No. —Negó con la cabeza— Pero si lo fueras, y, algún día quisieras tener algún tipo de relación... por mí no hay lío, tío. —Me dio la espalda y comenzó a caminar hacia la salida— Solo que me gustaría enterarme por ti. No por otros, o tener que verlo con mis propios ojos de sorpresa, porque eso ha sido chocante. ¡Tú eres mi mejor amigo, deberías aprender a confiar en mí!

Tragué saliva.

—¡No estoy ocultándote na...! —Callé. No completé la frase, porque sí, había algo que Andy no sabía. Algo que había estado ocultando de todos, a excepción de Kristen. Solo ella lo sabía, nadie más.

Andy tenía razón. Él era mi mejor amigo, yo debería aprender a confiar en él... Él nunca podría comprender mis actos, si yo no se lo explicaba, y la única manera de hacerlo... era abriéndome de una maldita vez con él. Contarle todo. Y si no lo había hecho antes, era por la desagradable sensación de imaginar que se decepcionaría de mí y sintiera lástima. ¡No había algo que odiara más que sintieran pena por mí! Yo no quería la compasión de nadie! ¡Y menos de mi mejor amigo! Pero tampoco quería quedarme sin uno, por no confiar en él...

—Andy... —Lo llamé antes de que saliera del baño— Espera.

Andy volteó, lentamente, y suspiró.

—¿Quieres que te demuestre que sí confió en ti? —Le pregunté. Él desvío la vista hacia el suelo, y se encogió de hombros, como si no le interesara, pero por su semblante de curiosidad entendí que sí lo quería, aunque tratase de mantenerse indiferente— Te lo contaré todo...

Noté su labio curvarse en una sonrisa placentera, y volvió a dirigirse hacia mí. Sonreía porque le contaría todo... pero estaba más que seguro que cuando se enterara de aquel pasado enterrado que ahora sacaría a flote, se estremecería, y desearía nunca haberlo sabido.

—¿Qué quieres saber primero? —Le pregunté.

—¿Eres gay?

—No. —Y eso era verdad. Yo no me consideraba uno. Para nada.

—¿Entonces...?

—No lo sé, y te estoy siendo sincero.

—¿Estás confundido o algo?

—Sí... pero no por lo que piensas. Digo... ¡Bill no me gusta, por Dios! ¡Es un tío! Pero... ¡Pero el muy puto parece una jodida tía! No puedes culparme por eso...

Andy rodó los ojos, y resopló.

—Vale, lo admito. —Se encogió de hombros— Incluso yo llegue a imaginarle de una manera sexual y...

—¡Prefiero que no me lo digas! —Le interrumpí, levantando las manos hacia él, y calló de súbito. No podía imaginarme a Andy... pensando en rarezas y mariconadas por Bill. Aunque yo sabía que a Andreas poco le importaba la orientación sexual de lo demás, él no pensaba como yo, por aquella razón prefería no imaginar aquello.

—¿Eres un homofóbico realmente? —Preguntó. Y ahí estaba la pregunta clave, que desbordaría toda la información escondida por años. Suspiré y negué con la cabeza.

—No... no lo soy realmente.

—Entonces... —Andreas frunció el entrecejo— No lo entiendo. Dices que lo eres. Andas por ahí como si fueras uno. ¿Por qué?

—Porque quiero serlo. —Respondí. La expresión en su rostro denotó aun más confusión.

—¿Y por qué demonios pretendes querer ser un homofóbico cuando no lo eres?

—¡Porque los jodidos maricas son asquerosamente repulsivos! ¡Merecen morir! ¡Son una abominación! ¡Todos deben ser odiados, pero no puedo odiar a todos! ¡Si no odio a todos, entonces no soy un homofóbico realmente aunque quisiera! ¡Y quiero odiarles a todos! ¡Matarles! ¡Vengarme! —Comencé a gritar alterado.

—¡Calma, tío, calma! —Me cogió de los hombros y respiró profundo, para que lo imitara, calmándome— Respira, ¿vale? Inhala, exhala.

Respiré como me lo había dicho, antes de continuar.

—¿Ya? —Asentí levemente. Aunque lo cierto era que no estaba preparado del todo para comenzar a desenterrar aquello y contarlo. No quería. No podía, pero debía hacerlo— Ahora... suelta la sopa —Habló— ¿Por qué quieres matarlos? ¿De qué quieres vengarte?

—Todo fue culpa del tiburón... —Sentí como aquel nudo de hace rato, había vuelto a aparecer, impidiendo que hablara con sobriedad.

—¿El... ti-ti-tibu...rón? —Andy tragó saliva, y comenzó a temblar cuando pronuncié el apodo de nuestro más grande rival en la jodida existencia.

—¡Voy a vengarme de él! —Le dije. Andy negó con la cabeza y alejó sus manos de mí, o quizás, se le resbalaron por el temblor de su cuerpo— Tú no lo sabes, Andy... pero el tiburón me ha marcado.

Y mi mejor amigo estuvo a punto de caer al suelo, si no hubiera sido porque se sostuvo a tiempo del lavamanos, dejando todo su peso sobre este.

—¡¿Te ha marcado?! ¡¿Cómo?! ¡¿Cuando?! ¡¿Dónde?!

—A los dieciséis... —Confesé— Pero no pienso mostrarte el lugar exacto de su mordida. —Bajé la mano hasta tocar aquella cicatriz... la cicatriz que nunca  había dejado que nadie la viera... Hasta anoche, luego de jugar... La única persona que la había visto y tocado... era Bill.

—¡¿A los dieciséis?! —Andy pareció recuperar la compostura— ¿Y me lo cuentas ahora? ¡No te lo puedo creer, Tom! ¿Y eso que tiene que ver con que quieres ser un homofóbico de cojones?

—¡Porque el jodido tiburón es un marica de narices! ¡Y un violador hijo de puta!

—¿Y tú como puñetas sabes eso?

Cerré los ojos con fuerza, sintiendo un sudor frío recorrerme la espalda. El corazón me latía como si hubiese echado la carrera de mi vida. Jamás había sentido sensación de angustia alguna. Me sentía acobardado como pocas veces en mi vida, receloso del rechazo que suponía que Andy pudiera sentir... Aún así... Antes de arrepentimiento alguno, abrí la boca, sin mirarlo, y hablé. Le conté, moviendo la lengua tan rápido como nunca.

—Porque yo estuve ahí cuando...

ByBill:

Cuando Tom me dejó solo, abandonándome en aquel pasillo, como un perro vagabundo, anduve con cuidado de no llamar la atención de las personas de la uni. Tuve que rodear casi toda la universidad, para poder dirigirme al otro baño que se encontraba cerca del aparcamiento, porque estaba seguro de que el mamón gilipollas del reputísimo Tom había ido al baño interior. Necesitaba limpiar toda esta sangre de mí. No podía dejar que me vieran así... ¡No iba a victimizarme más! ¡Se había acabado! ¡Había cruzado el límite!

El otro baño, pequeño y más asqueroso, al menos tenía agua en el grifo. Metí mi cabeza bajo este y dejé que el chorro recorriera todo mi rostro hasta que el agua saliera limpia, sin ningún color rosa desteñido de la sangre. Levanté la cabeza y observé mi rostro en el espejo.

Hubiese deseado morir en aquel momento...

Mi rostro estaba irreconocible, hinchado, roto en unos sitios, amoratonados en otros, la sutura se había desprendido de mi piel, otra se había abierto, mi labio estaba partido, el ojo morado amarillento, y tan hinchado como un sapo enfadado. Asqueroso... Era la única definición hacia mi persona ahora... asqueroso. Era completamente feo y asqueroso.

La rabia, al igual que la impotencia y la tristeza, me inundaron instantáneamente. ¿Por qué me había vuelto a pegar? ¿Por el beso? ¿Por el jodido e insignificante beso? ¡¿Qué le pasaba por aquella cabeza de medusa mal formada y mugrienta?! ¡Tom estaba loco, pero loco de verdad! ¿No se había dado cuenta que él inició metiéndome la lengua? Yo solo le había mordido su reputísimo piercing. ¡Yo no podía respirar y él no me permitía apartarme de él! ¡Era él quien quería dominar y devorarme!  Incluso llegué a suponer que quizás, a una mísera parte extraña de él, le gustara al menos un poquito ¿por qué me había pegado hasta tal punto entonces? ¿Por que ahora?

"Nadie volverá a hacerte daño. Cuando tú me necesites, ahí estaré yo, para cuidar de ti, porque soy tu protector"

¡Menuda mentira que me había creído otra vez! ¡¿Mi protector?!
¿Qué clase de protector deformaba a su propio protegido? Era un chalado de primera... y sobre todo porque no se daba cuenta de lo que estaba haciendo él mismo.

Me instaba a jugar, me provocaba, me tocaba, me había besado él también... ¿Como llamaría a eso un supuesto homofóbico de cojones? Si de algo estaba seguro, era que Tom no era un homofóbico cómo decía ser. No sabía por qué se empeñaba a forjar aquella reputación hacia su persona... Si llegara a abrir la boca, yo podría hundirlo de una, y lograr que todos lo humillaran por lo mismo que yo. Él sí se lo merecía, él sí merecía que todos le pegaran y se burlaran de él, que le desfiguraran el rostro... Yo no. Si llegara a contarlo... pero no. No lo haría, porque tenía un mejor plan en mente.

Tom lo pagaría... pagaría todos sus abusos porque esta vez se había pasado de la raya. Tom lo pagaría... y se arrepentiría de haber acosado a todos los homosexuales de la universidad, pero sobre todo por haberme hecho esto a mí. Lo pagaría de verdad.

Porque en mis manos estaba lograr que Tom se fijara en un tío, que se volviera un jodido homosexual, y que pagara por todo lo que había hecho... o dejaba de llamarme Bill Trümper.

Escurrí mi cabello, me lo peiné con mis dedos, acomodándolo sobre mi rostro, cubriendo la deformidad de este. Respiré profundo y me di unas palmaditas en el rostro para espabilarme. Sonreí, de una manera sombría, o quizás desde ahora, con el rostro hecho mierda, esta sería mi sonrisa en adelante.

Volteé para salir del baño, y me encontré a Gustav, recostado en el umbral de la puerta, mirándome con los brazos cruzados y con una expresión de horror. Bajé la cabeza, escondiendo mi rostro bajo mi cabello, sin decir nada, y seguí caminando hasta pasar por su lado. Su brazo me detuvo antes de que pudiera salir...

—¿Quién te ha hecho eso? —Su voz sonaba como entre exaltado y preocupado.

¿Preocupación? ¿De verdad a alguien le importaba lo que me pasase, aunque sea un poquito? Lo dudaba.

—Nadie.

—¿Fue Tom, no? —Preguntó.

—No. —Mentí. Y no porque Tom se mereciera que no lo acusara, sino porque no necesitaba ayuda de nadie, para vengarme de él.

—¿Por qué le defiendes, cuando él siempre te humilla y te pega?

—No ha sido Tom. —Me zafé de su agarre y volví a caminar. Gustav me siguió y pasó un brazo por mi hombro.

—Vamos, idiota. Te llevaré a la enfermería de la uni, si alguna de esas heridas se te infecta, date por muerto.

—¿Por qué ahora quieres ayudarme? —Pregunté confuso, sin embargo no lo aparté de mí, y dejé que me guiara a la enfermería.

—Todos merecen ayuda alguna vez. —Se encogió de hombros.

No rechisté, y nos dirigimos rumbo al lugar donde tratarían mis heridas y me darían antibióticos, o algo así.

O... eso creía.

Hasta que Gustav desvió el camino de la uni, hacia el aparcamiento, dirigiéndome había su coche.

—¿Qué... haces? —Miré confundido a todos lados. No había nadie a la vista, solo Gustav y yo.

—Será mejor que no abras la boca, si no quieres que termine por abrirte la tráquea.

—¿Qué? —Y sentí un metal frío y filoso en mi cuello, presionándose hacia la yugular. Tragué saliva, cuando vi la expresión sádica de Gustav, llevándome a casi rastras hacia su coche.

—¡Camina! —Me apretó del hombro, donde me sostenía, y con la otra mano, amenazaba mi cuello con una navaja enorme y punzante, que me estremeció por completo. Empecé a ponerme nervioso y mi corazón comenzó a palpitar con rapidez del innegable temor— ¡Mi hermanito quiere conocerte! —Habló— ¡Le hará mucha ilusión por fin tenerte entre sus manos!

¿Su hermanito? ¡¿Quién mierda era su hermano?! ¡¿Y por qué coños quería conocerme?! ¡¿A dónde iba a llevarme, qué me iban a hacer?!

Mi corazón se comprimió de miedo, cuando Gustav apretó más la navaja por mi cuello, y me obligó a caminar apresuradamente, cuando nos acercamos a su coche.

—¡Sueltame! ¡Sueltame! —Me alteré.

—¡Calla la boca!

—¡¿Por qué haces esto?! ¡Esta mañana eras diferente, me invitaste a salir y ser amigos!

—Eres muy ingenuo, Bill... —Me estironeó de los hombros — ¡Camina! ...yo no quiero ser tu amigo, yo solo estoy para complacer a mi hermano. Solo quería que salieras conmigo para llevarte hasta él... pero me la has puesto fácil ahora, al estar solo en el baño de la uni, donde nunca nadie viene.

—¿Qué quieres de mí?

—Yo, nada. Es mi hermanito quién te reclama.

—¿Y quién puñetas es tu hermano?

—Lo averiguarás pronto... —Susurró y aquella voz, me dio auténtico escalofrío de pavor— Porque mi hermanito es el mismo tiburón...

—¿Quién es el jodido tiburón?

Gustav no contestó, se mantuvo mudo, e indiferente. Ya podía ver a su coche a poca distancia de nosotros, esperando por llevarnos hasta el susodicho tiburón. ¿Qué mierda sucedía? ¿Por qué Gustav estaba amenazándome con una navaja? ¿Qué querían de mí? ¿Quién era el tiburón? ¡No podía comprender nada! Tenía miedo, miedo de verdad. Quería salir corriendo, no podía. Quería gritar y pedir ayuda, tampoco podía.

No podía resignarme... no podía dejar que me llevara así sin más... ¡Necesitaba ayuda! ¡Ayuda! ¡Quien sea que fuera! ¡Ayudadme! ¡No dejéis que me llevara! ¡Cualquiera! ¡Por favor! ¡Auxilio!

"Nadie volverá a hacerte daño. Cuando tú me necesites, ahí estaré yo, para cuidar de ti, porque soy tu protector"

¡Tom! ¡Tom, ayudame, Tom! ¡Ven... protegeme! ¡Por favor, Tom! ¡No dejes que Gustav me lleve! ¡Ayudame! ¡Te necesito, Tom! ¡Te necesito ahora! ¡Te necesito de verdad! ¡Tengo miedo, Tom! ¡Ven y protegeme! ¡Quiero a mi protector! ¡Si no me cuidas, moriré!

¡Tom... ayudame por favor!

ByTom:

Le había contado todo a Andy, todo, todo... no había omitido ni una mísera información acerca de aquel día. Él lo supo sobrellevar, al menos mejor de lo que yo imaginaba, pero estaba innegablemente aturdido, confundido y asustado. Salí del baño, dejando a Andy solo, estaba shockeado, necesitaba tranquilizarse, y caminé hacia mi taquilla ... sintiendo una náusea horrible. Un malestar que hacía que el estómago se me revolviera y sintiera un dolor agudo en la cabeza. Estaba tenso, no sabía exactamente por qué... tenía... como un mal presentimiento de algo. Mis manos sudaban frío, y mi corazón no dejaba gritar algo, que no podía entender. Como una voz conocida, que me sonaba, pero no pillaba, que me gritaba intensamente, que me llamaba. Era un sentimiento feo... muy feo.

¿Que coño me pasaba? ¡Nunca había sentido sensación mas desagradable que ésta! ¿Estaba perdiendo la pinza realmente? Era probable que sí.

¡Me cagaba en la mierda!

Llegué a mi taquilla, y la abrí. La segunda hora de clases comenzaría en breve, debía sacar los libros y cambiarlos... En la clase volvería a verlo. Lo vería otra vez... ¿Cómo me atrevería a verle la cara ahora? Ahora que me estaba irreconocible...

Levanté la mano, y la metí en mi taquilla. Sentí un pedazo de papel extraño, que no me pertenecía en lo absoluto, que lo habían puesto aposta, metiéndolo sobre la rendija de la taquilla. Estaba volteada, y rota en un extremo.

—¿Qué es esto? —Fruncí el ceño y volteé el papel...

Sentí que el mundo entero caía sobre mí, el nudo en mi garganta volvió, y mi corazón volvió a latir, con más intensidad... con más fuerza... doliendo.

Y comprendí lo que estaba gritando...

"¡Ven y protegeme! ¡Quiero a mi protector! ¡Si no me cuidas, moriré! ¡Tom... ayudame por favor!"

Solté el papel, y antes de darme cuenta, ya me encontraba corriendo como un loco hacia la salida, no sabía a donde ir exactamente, me dejaba guiar por el instinto... por la voz en mi interior que me gritaba. Y corrí, corrí aún con mas desespero que cuando fui al hospital a por él, corrí mas rápido esta vez, porque sabía que de mi velocidad dependía volverlo a ver...

El papel... aquel trozo de papel dentro de mi taquilla, era una foto. Una jodida foto. Bill y yo, al costado de su casa, cuando le había subido a caballito... pero lo perturbador de esta foto, era que le faltaba un trozo, una pieza exacta del lugar donde tendría que estar mi cabeza. En la foto... yo estaba decapitado y Bill... Bill tenía la cara borrada con un marcador. Eso significaba solo una cosa...

El tiburón.

El tiburón había vuelto, quería a Bill... quería hacerle daño, no sabía por qué pero yo no se lo permitiría. No esta vez ¡No dejaría que la historia volviera repetirse! ¡No con él! ¡Con Bill no! ¡No Bill!

Aunque el tiburón cumpliera su amenaza, y terminara por decapitarme, yo no dejaría que le pusiera un solo dedo de sus asquerosas manos sobre él...

Porque yo era el protector de Bill... solo yo... y debía protegerlo. Haría lo que fuera por salvarlo. Quería salvarle... lo iba a proteger.

Consciente de que esta vez no lo hacía precisamente solo por dinero, sino... por algo más.

No entendía muy bien que era pero se parecía, demasiado, al temor.

Temor de que algo le sucediera a mi marica.


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