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GUARDAESPALDAS por JALIEN

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Tom fue sacado de su celda, por un guardia corpulento y con expresión de pocos amigos. Fue dirigido hacia un gran salón opaco, de un feo color gris y con las paredes peladas. En aquel sitio se hallaban los demás presos, acompañados con sus respectivos seres queridos y no tan queridos, riendo, hablando... pasándola bien.


Había superado su primera semana en prisión, le había sido más duro de lo que imaginaba. Definitivamente no podía comparar los años vividos en el instituto o en la calle, con la auténtica desdicha que significaba estar tras las rejas de una verdadera y espantosa prisión.. Había sido duro para él... ser el nuevo en aquel mundo de inadaptados, no suponía envidia de nadie. Los presos antiguos habían dejado las cosas claras con él, advirtiendo que quién mandaba dentro de esas cuatro paredes eran ellos, y no él. Le habían pegado, le habían obligado a hacer cosas... pero más allá de eso, Tom seguía manteniéndose firme a pesar de su desgracia. Lograba hallar la forma correcta de manejarlo.


Creía que todavía tenía las cosas bajo control.


Llegó a mitad del gran salón, rebuscando con la mirada a algún rostro familiar entre toda esa gente desconocida e insignificante para él. Sonrió de oreja a oreja, reluciendo una sonrisa que no mostraba desde hacía una semana, desde que había pisado por primera vez su nuevo hogar. Vio grandullón a lo lejos, esperándolo en una de las mesas de visita, sentado sobre una banca mal puesta, junto su con su más fiel amiga, Kristen. Sintió deseos de correr hacia ellos y abrazarlos como nunca antes, sintió la necesidad de escaparse del mundo con ellos, como lo hacían antes... antes de que él estuviera encerrado. Había pasado solo una semana, una, pero Tom sentía como si no hubiese visto a sus únicos amigos por casi una eternidad. Sus amigos... las únicas personas que le quedaban, su única familia. Pero no corrió, se acercó a ellos a paso lento, con un infalible nudo oprimiendole el pecho.


—¡Tom! —Exclamó Georg cuando el susodicho tomó asiento frente a él, de forma sorpresiva.


—¡No tenéis ni la mínima idea de cuánto me alegra veros! —Fue la respuesta de Tom.


Kristen saltó de su banca, y rodeó la mesa tan rápido que los muchachos a penas pudieron percatarse de aquel movimiento. Saltó por Tom, y con toda la fuerza que podía aplicar en aquel momento de debilidad absoluta, plantó un abrazo sincero en el cuello de Tom. El preso no dudó un solo segundo para devolver el abrazo.  Ella todavía no podía hacerse la idea de que su más grande amigo en la vida, debía permanecer en prisión... aunque fuese inocente.


—¿Cómo ha ido tu primera semana? —Preguntó Georg, intentando matar a la desagradable tensión que se estaba formando entre los tres. Observó más detenidamente a su amigo, percatándose de los golpes y moratones que traía en partes del rostro y los brazos.


Kristen se alejó de Tom, y optó por sentarse a su lado, analizando sus marcas sobre la piel blanca de su amigo.


—Bien... —Respondió Tom, encogido de hombros. No quería arruinar el corto momento que tenían, hablando de su miserable semana dentro de la prisión, mintiendo en partes para quitar peso a la situación Quisieron meterse conmigo, pero no se los dejé tan fácil.


—Tío... venga... —Georg lo miró con el rostro abatido hasta más no poder— Tú no tienes el por qué estar aguantando toda esta mierda aquí.


—Sí tengo qué, Georg. —Contestó—  Ya lo hablamos, no me retractaré. Me lo merezco realmente.


—No te lo mereces.


—Sí lo merezco... y lo sabéis de sobra. Sabéis el por qué lo hago.


Un corto silencio apareció. Kristen bajó la cabeza, sintiendo sus ojos aguarse de manera repentina, otra vez. Intentó esconder su rostro bajo su corto cabello negro, pretendiendo evitar que Tom la descubriera en ese estado amargo, sin embargo, cualquier intento por ocultarse de su amigo era inútil.


Eh... Kiki —Pasó un brazo alrededor de su amiga, apretándolo hacia él, sus lágrimas se desbordaron, recorriendo sus mejillas sin poder contenerse por más tiempo— No llores... no me gusta verte llorar.


Ella solo asintió y secó sus lágrimas sin decir palabra alguna, no obstante, volvió a bajar la cabeza, evitando mantener contacto visual con él, a la par intentaba mantenerse en mas calma y eliminar todo rastro de lágrimas de su rostro.


Tom volvió a mirar a Georg, con una expresión distinta a la reciente, con ansiedad y curiosidad, que le picaba y quemaba desde lo más profundo de su ser, torturándolo desde hace una semana.


—¿Y...? —Preguntó. Quería saber, quería saberlo todo.


—Lo mismo de siempre. —Respondió Georg, de mala gana. Tom asintió con una mueca en el labio, sintiéndose repentinamente desalentado. Esperaba algún cambio, alguna mejoría, pero ese no era el caso. Quizás... aún debían esperar a más— ¡Sigo sin comprender, Tom! —Habló Georg, quitando al preso de su ensimismamiento— ¡No puedo creer que hayas aceptado la sentencia! ¡Son ocho jodidos años por algo que no cometiste! ¡Ocho años para una persona inocente! ¡Es la puta mierda más grande que has hecho, Tom! Callar la boca y aceptar la condena... sin merecerlo.


—No soy inocente del todo. —Se limitó a contestar.


—¡Pero tú no le mataste! —AcusóGeorg. Los nervios estaban invadiéndolo. Él quería gritarlo. Gritar a los demás presos y devolverle los golpes que propinaban a su amigo, para que no volvieran a golpearlo, para que le dejaran en paz. Porque sabía que Tom le estaba mintiendo. Quería gritar a los policías, contar que Tom no tenía la culpa de aquel asesinato y que lo dejaran en libertad. Quería gritar a los cuatro vientos que él no merecía estar en prisión...


—De todos modos esa era mi intención. —Demandó Tom con la vista perdida, como recordando aquella noche— Si no lo mataba otro, iba a terminar matándole yo.


—¡Pero no lo has hecho! —Georg comenzaba a sulfurarse, comenzaba a sudar, y a hablar con un tono ronco y grave, por la clara calma que intentabaaparentar ¡No puedes permanecer aquí por culpa de...!


—¡No estoy aquí por culpa de terceros! —Tom le interrumpió, con los puños cerrados sobre la mesa, notablemente exasperado ante la reacción del grandullón— Estoy aquí por mi propia voluntad. Porque así lo quise. Porque así debía ser. Porque en el fondo sé que de verdad me lo merezco...


—Él no hubiese hecho lo mismo por ti... —Fueron las palabras de Georg. Las palabras que arruinaron por completo aquel breve momento compartido por los tres.


El preso se mordió los labios y bajó la cabeza de inmediato, desviando la vista de su amigo. Kristen subió la cabeza entonces, observando la tensión que se había formado entre ambos amigos. Levantó ambas manos, y las posó, una sobre la mano de Tom, y la otra sobre Georg, calmando la situación, como solo ella sabía hacerlo, como solo una verdadera amiga sabía sobrellevar una situación así.


—Lo siento... —Georg se disculpó, sintiéndolo realmente— No fue mi intención nombrarle.


—No importa. —Respondió Tom.


Aquello era una horrible mentira... Sí le había afectado, y mucho, pero mucho de verdad, porque muy en el fondo Tom sabía que Georg tenía razón... Y aquello le dolía.


Una alarma aguda sonó de repente en medio del gran salón, llamando la atención de todos hacia una esquina, donde un gran reloj digital, marcaba el número 1, colgado por la pared, arriba de la puerta que dirigía hacia adentro de la prisión nuevamente. Uno de los tantos guardias, se situó bajo la alarma, tocando un pequeño botón, para que callara. Infló los pechos cogiendo todo el aire que podía, y abrió la boca soltando con una voz grave y estruendosa el aviso con respecto al horario de visitas.


—¡Queda sólo un minuto! —Anunció— ¡Despediros ya y volved a vuestras celdas!


Tom cerró los ojos, con expresión de agobio y cansancio total. Él no quería volver. No quería dejar a sus amigos, no quería entrar nuevamente a aquel asqueroso agujero... pero debía llenarse de valor y afrontar las consecuencias de sus actos.


—No sabéis cuánto os agradezco que hayáis venido a verme. —Soltó Tom, con un nudo en la garganta. Odiaba las despedidas, lo odiaba de verdad. Sentía que ellos ya no volverían, que ya no le visitarían, que le olvidarían. Y temía por aquello. No quería entrar, ni que sus amigos salieran, sin embargo, continuó con su firmeza e irrevocable decisión por permanecer ahí Lamento tanto que las visitas tengan que ser tan cortas.


—Nosotros lo lamentamos más. —Respondió Georg Lamentamos que tengas que estar aquí.


Georg...


—¡Lo sé, lo sé! —Se apresuró a decir Pero solo quiero que sepas que si un día decides abrir la boca y contar la verdad, estaremos aquí para ti. —Habló mirando a Kristen, mostrando apoyo por parte de ambos.


Tom sonrió, bajo toda esa capa de angustia y tristeza plasmada en su transformado rostro, y tragó saliva para apaciguar a aquel nudo que le oprimía la garganta.


—Gracias...


—Estaremos aquí cada viernes, —Georg le sonrió, intentando sacar el  peso a la espesa situación desapacible— Sin falta... siempre. Llueva o truene. Siempre vendremos a verte, Tom. Los dos. Durante estos ocho años, aquí estaremos contigo. Te lo prometemos.


Tom volvió a sentir aquel nudo en la garganta, y en la boca del estómago, pero esta vez de puro alivio. No pudo evitar dejar soltar un suspiro pesado, que le oprimía el pecho desde hacía una semana, tranquilizandose un poco más tras oír las palabras de Georg.


Tom se levantó del asiento, y Kristen lo abrazó por parte de la cintura. Lo abrazó con fuerza. No quería que su amigo volviera a entrar. Georg se incorporó, rodeando la mesa para coger de los brazos de Kristen y apartarla de Tom. La chica abrazó a Georg, sin dejar de llorar, mientras Tom andaba nuevamente rumbo a su celda pútrida.


Ambos amigos observaron a Tom alejarse, hasta desaparecer de sus vistas. Georg le había prometido a Tom que estarían ahí cada viernes, se lo había prometido... y Tom se lo creyó.


Georg no debió haber hecho aquella promesa tan rápido. Ocho años era demasiado tiempo invertido en un simple prisionero, pero...


¿Cómo iba a saber lo que pasaría en adelante? ¿Cómo iba a saber que en poco tiempo uno de ellos abandonaría a Tom en ese lugar, y nunca más volvería a ir a verlo?


Desde entonces Georg había aprendido una valiosa lección: Jamás debía prometer algo que no sabía si realmente podría cumplirse...


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