Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

GUARDAESPALDAS por JALIEN

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

ByBill

No me había resultado tan sencillo llegar hasta mi casa desapercibido. Era inobjetable el hecho de que no podía entrar ensopado con esa agua inmunda recorriendo hasta mis entrañas en clases, todos se la tomarían conmigo y yo ya no daba para más golpes e insultos. Opté por conducir rumbo a mi casa, sin que nadie se enterara. La única solución factible que resolvía gran parte del dilema. Había hecho todo lo que estaba en mis manos para que nadie alcanzara a verme, y lo había logrado... Aunque Gustav había sido el único que había reparado en mis torpes y escasamente sutiles movimientos en el aparcamiento la uni, intentando subir a mi coche, tener el estomago encogido de dolor y la pierna que Tom me había pisado lo dificultaba el triple. Sin embargo continuó con lo suyo, pasando de mí, acomodándose los audífonos y tarareando alguna canción, totalmente indiferente.

Ésta era mi situación; el nerd de universidad era más respetado que yo. Ni siquiera él quería entablar algún acercamiento conmigo. Así de jodido estaba. Así de solo.

Conduje por casi una hora, y no porque viviera lejos, de hecho mi casa quedaba a escasos diez minutos en coche, sino que el motivo de aquello se centraba en un solo razonamiento... Conocía a Tom a la perfección, sabía que luego de que él también quedase mojado por el líquido vomitivo, entrar a clases sería una opción descartada, y que, por lo tanto, iría a su casucha. Por eso recorrí la mitad de la ciudad en mi auto, a duras penas porque conducir muy bien no iba de la mano conmigo, a sabiendas de que si iba a mi casa a la primera, me lo toparía de narices y eso no sería un hecho agradable.

Mi audi nuevo, el que mi padre me había regalado hace tres meses cuando empecé la universidad, quedó pringoso de la suciedad y humedad que estaba impregnada en mi ropa. El asqueroso olor se había adueñado de mi coche, matando al aroma del pino fresco que colgaba por el retrovisor. Tenía que limpiarlo antes de que llegaran mis padres.

Por suerte había llegado en un momento en donde nadie se encontraba en casa, o como yo le llamaba, en "mi refugio", porque era el único sitio en toda la ciudad, y tal vez toda Alemania, dónde podía bajar la guardia y relajarme, donde "medusa rubia sucia", o sea el gilipollas de Tom, no podía tocarme.

Medusa rubia sucia... le había apodado de esa manera cuando todavía eramos amigos, hacia cuatro años atrás. A él no le hacía gracia que lo compararan con un monstruo ctónico femenino. Pero lo cierto era que sus rastas eran la perfecta comparación a las serpientes en la cabeza, como las tenía medusa, a excepción de su cabellera rubia sucia, y su mirada era tan fría y penetrante que dejaba de piedra a cualquiera que se animase a desafiarlo. De ahí aquel apodo... Aunque también le quedaba el de fregona vomitada.

Cuando entré a mi habitación, lo primero que había hecho fue sacarme toda la ropa y los zapatos, quedándome solo en bóxer, y la tirarla a una esquina.

—¡Qué asco! ¡Que puto asco! —Estrujaba mi cabello con fuerza queriendo que toda aquella agua se escurriera, aunque ya estaba casi seca.

La boca me sabía a mierda, casi me había tragado toda el agua del váter, y no aguantaba un solo segundo más con el mal sabor de boca. Entré a mi cuarto de baño, desparramando la pasta dental sobre mi cepillo, y limpiándome hasta que todo rastro de sangre y cosas asquerosas desaparecieron de mi boca.

Al salir del baño choqué de frente con el espejo de cuerpo completo y me observe detenidamente. Tragué saliva con cara de horror, los moratones cada vez acaparaban más todo mi cuerpo, desde la punta de los pies y mis delgaduchas piernas, hasta las costillas, los brazos... los labios, que los tenía partidos por la hostia que me había pegado Tom. Odiaba todo esto. Pero más odiaba mi cuerpo escuálido y esquelético, que permitía que abusaran sobre mí... si tan solo yo pudiera ser más grande y fuerte que él...

—¡Bill, cariño! ¡Ya llegamos! ¿Estás en casa? —La dulce voz de mi madre me sacó del ensimismamiento— ¡Has dejado las llaves puestas en tu coche! —Gritó desde lo más bajo de las escaleras. Mierda, con las prisas se me había olvidado.

—¡Ya voy, ma! —Le respondí— ¡Pero luego...! ¡Ahora tomaré una ducha, estoy cansado! —Seguí estrujando de mi cabello, y tras un segundo cogí la toalla del armario, aunque comenzaba a creer que ni con una ducha de dos horas pudiera quitarme todo este olor de mí.

—¡Pero no tardes! ¡Es de mala educación hacer esperar a las visitas!

¿Qué? ¿Visitas? ¿De qué hablaba?

—Yo podría subirle las llaves, no se preocupe, señora —Una voz masculina le sugirió a mi madre. Hubiese seguido con lo mío con total naturalidad, si no hubiese sido porque esa voz yo la conocía perfectamente desde los cinco años... esa voz la oía todos los días, hasta en mis pesadillas— ¿Dónde queda su habitación?

—¡Oh, eres tan amable! Gracias. Es la primera subiendo las escaleras.

Mi corazón latió con fuerza. No podía ser lo que estaba pensando. ¡Imposible! Debía ser una mala pasada de mi mente al comparar aquella voz, además... yo nunca recibía visitas de nadie. No lograba pillar nada ¿A quién cojones estaba mandando mi madre subir a mi habitación?

No podía ser él. Mi madre no podía traicionarme de esa manera.

Escuché pasos acercándose con lentitud hacia mi dirección, como jugando con mi desesperación... uno, dos, tres... seguía subiendo los escalones. Sentí un mareo repentino por la fuerza con la que mi corazón saltaba y gritaba. Con una mano apreté mi cabeza y con la otra mi pecho. Los segundos se me hacían eternos, ante cada paso desesperadamente lento, y retrocedí por inercia, apretujando todavía más mi pecho, para calmar a mi corazón que sentía que se me iba a escapar por la boca.

Y los pasos se detuvieron delante de mi puerta...

El pomo se movió bruscamente, haciendo un sonido que mi cerebro captaba como "peligro", sin embargo no podía reaccionar a más. Estaba jugando... sabía que jugaba con mi temor al mover el pomo de aquella manera irritante.

¡Bum, bum, bum, bum! Mi corazón latió con más insistencia, como advirtiéndome y sugiriendo que saltara por la ventana si no quería morir todavía, pero mis piernas me traicionaban en ese momento. Ellas no reaccionaban. Y en un minuto, toda mi habitación se volvió sombría y tenebrosa, como una escena de película de terror en donde el asesino encontraba tu único escondite, y lograba entrar para mutilarte despiadadamente.

La puerta se abrió lentamente, haciendo un chirrido acojonante, y solo me bastó un microsegundo para vislumbrar una de sus serpientes rubias siseando y amenazando, ansiosa por picarme y matarme, para aclarar todas mis sospechas... Y sentí como el mundo entero paró, al igual que mi corazón con un último latido insistente, paraba de súbito.

Él. El tío de mis pesadillas, había logrado colarse a mi refugio. Ya no estaba seguro en ninguna parte... Oficialmente, era hombre muerto.

—¡Hola, mariquita! —La risa gutural que emitió tras su falso saludo, fue el detonante que había acabado con el poco valor que hacía que me mantuviera de pie.

Me desplomé.

Y vi negro, todo negro...

...

 

—¡Uoahh! —Sentí un líquido helado impactando por toda mi cara y el pecho. Me incorporé pegando un bote del susto, con la respiración agitada, y me froté los ojos, tiritando.

 

Cuando alejé mis puños y los abrí, vi a Tom parado al final de mi cama, con su típica pose de superioridad y esa extravagante sonrisa maliciosa que lo caracterizaba, tenía una mano al aire y en ésta un vaso de cristal, por el que seguían escurriéndose unas gotitas.

 

—¡Ya era hora de que despertaras! —Sonrió, sacudiendo el vaso con el que me había mojado con algo.

 

—¡AAAHHH! —Me levanté de mi cama de un brinco. El susto que me había llevado fue tan grande que casi caí de culo al suelo, cuando me levanté y la sabana quedó atascada por mi pierna ¡¿Qué hacía él aquí?! ¡Me va a matar! ¡Me va a matar! ¡Espera...! ¿Cómo había llegado yo a mi cama?

 

—¿Estás feliz de verme, mariquita? —Preguntó con tono burlón, mirando hacia mi entrepierna— parece ser que tu amiguito me recuerda... ¿Me estabas esperando en bóxer? Tú no pierdes el tiempo, marica —Se descojonó.

 

Miré hacia abajo, el bulto no era demasiado, pero sí muy notorio. ¡Joder! ¿Qué culpa tenía yo de despertarme así desde ya casi tres meses? Tras algunos pisotones logré desliar la sabana de mis piernas escasamente peludas, y la recogí tapándome la delantera. ¡Podía morirme de la vergüenza ahora mismo! ¡Maldita suerte la mía!

 

—No te lo tapes... Venga, que ya lo he visto ésta mañana. Seguro que lo quieres repetir —Se acercó un paso, insinuante, y yo retrocedí, espantado.

 

—¡Aléjate, chalado! —Grité. Decir que estaba asustado, sería quedarme corto. Estaba entre un estado de pánico y nerviosismo extremo, lo que impedía que pensase con claridad para aclarar mis dudas y matar ésta confusión. Comencé a mirar por todos lados, ya desesperado, buscando una salida; mi puerta estaba detrás de él por lo que sería imposible llegar hasta ella sin pasar por Tom primero. Miré la ventana...  ¿Todavía sería demasiado tarde para saltarla? Tal vez me rompería una pierna o un brazo por la altura. No. Ni hablar— ¡¿Qué haces aquí?! —Pregunté con los nervios a flor de piel, sentía que mi corazón no daba para más, me faltaba el aire y el pecho me oprimía.

 

—Vengo a matarte.

 

¡Bum, bum, bum, bum! ...

 

No... No era demasiado tarde para saltar.

 

Sin darle tiempo al tiempo, mis piernas ya se encontraban realizando su labor, corrí hasta la ventana y la abrí, sacando una pierna, dispuesto a lanzarme al precipicio, que resultaba ser mi única salvación.

 

—¿Qué haces? ¡Idiota!

 

—¡Suéltame, suéltame!

 

Tom se abalanzó sobre mí, a mis espaldas, y pasó sus brazos hasta mi torso, aprisionándome, evadiendo mi intento por escapar. Me removía como culebra entre garras de un halcón, y no importaba cuantas veces intentase librarme de su agarre, simplemente era imposible debido a su fuerza extrema, en comparación a mi esquelético cuerpo.

 

—¡Te vas a matar!

 

—¡Tú eres el que quiere matarme!

 

—¡Estaba bromeando, capullo! ¡Alejate de la ventana! —Le golpeé el abdomen con el codo durante el forcejeo, y a pesar de lanzar un suspiro lastimero, no me soltó— ¡Agh! ¡Idiota! ¡Baja!

 

—¡Que no! ¡Que voy a saltar!

 

—¡No seas majadero! ¡Vas a espichar! ¡Quita, marica!

 

—¡No, no! No me mataré, solo quiero escapar de ti...

 

—¡Te matarás! —Afirmó, fortaleciendo su agarre. El vaso, que todavía traía en mano, golpeó mi nariz y mis ojos se humedecieron, atontándome por un segundo— ¡Eres un saco de piel y huesos! ¡No resistirás la caída, enclenque! ¡Quita!

 

—¡Quita tú! —A pesar del golpe, no desistí. Seguía manteniendo firme la idea de escapar— ¡Deja que me lance! ¡No soy tan débil como parezco! —Logré levantar la otra pierna y sacarla. Ahora ambas las tenía afuera, colgadas, solo faltaba mi cuerpo del trasero para arriba.

 

—¡Ni de coña! ¡Me culparan por tu estupidez, y creerán que te he tirado yo! —Tiró de mí hacia atrás con fuerza, pero me sostuve por el filo de la ventana con mis piernas.

 

—¡Pues de todos modos me matarás si no me mato yo primero!

 

—¡Como no te alejes ahora mismo de ésta puta ventana, te meteré una puta patada en el puto culo que no podrás sentarte por todo un puto año! —Amenazó.

 

Sin embargo no estaba dispuesto a entrar de nuevo a la habitación con Tom ahí dentro. ¡Sería mi fin! ¡No había nada que hiciera que cambiara de opinión!
O eso creí.

 

—Perfecto. ¿Entonces... no vas a entrar? —Preguntó, todavía tiraba de mí hacia atrás mientras yo me esforzaba por ir hacia delante.

 

—No.

 

—¿Entonces... quieres que te deje caer desde aquí?

 

—Sí.

 

—Vale... —Dejó de tirar con fuerza, dejándolo todo a mi decisión. Me soltó, y cuando estuve dispuesto a saltar...— Pero pienso que sería una vergüenza morir en bóxer ¿No crees?

 

Eso no lo había pensado.

 

—Tus bolas quedaran aplastadas luego del impacto, o tal vez se te subirán hasta la garganta luego de la caída —Siguió comentando. Tragué saliva y saqué la cabeza, echando un ojo hacia abajo. Estaba muy... alto.


—Creo que... —Comencé a sentir vértigo de repente. Mi habitación quedaba en el segundo piso, pero eran pisos altos debido a la tremenda casa que tenía, y abajo no había nada que pudiera amortiguar mi caída, más que un suelo de piedra que decoraba el reducido espacio que separaba mi casa de la de Tom— Ya... ya no voy a... saltar —Tragué saliva otra vez. Me sentía acojonado.

—¡Ah, no! Ahora te aguantas y saltas —Atacó. Me dio un ligero empujón que me bastó para perder el equilibrio.

—¿Qu...? ¡AAHH! ¡Gilipollas, ayúdame! —Quedé colgado de la ventana, sujetándome con fuerza a ésta solo con las manos. Tanto mis piernas como todo mi cuerpo estaban extendidos a casi cinco metros y medio de altura aproximadamente.

—¡Tú querías saltar! ¡Venga, suéltate! —Instó, riéndose cruzado de brazos. Las tornas del juego habían cambiado. No se movía ni un mísero centímetro, observando desde su posición.

—¡Que ya no quiero! ¡Súbeme! —Luchaba por escalar, inútilmente, y volvía a resbalar, mis rodillas comenzaron a escocer cuando la pared las raspó, sintiendo un dolor punzante en ellas.

—Andas muy bipolar, marica. ¿Qué tal si te echo una mano?

—¡Sí, ayudame!

—Pero para que caigas...

—¡¿Qué?! No ¡No! ¡Ay!—Golpeó mis dedos con el vaso de cristal que todavía tenía en sus manos— ¡No seas bestia! ¡Tom, por favor!

—¡Cae, cae, cae! —Canturreaba con cada golpe. Su rostro era el mismo de siempre, el del Tom acosador y perverso, que disfrutaba de la desesperación y dolor ajeno... aunque me había hecho cosas peores.

—¡No, no, no! —Me aferraba al filo de la ventana, con los dedos adoloridos. Sentía como si estuvieran a segundos de quebrarse y partirse en dos.

Y a pesar de ser un escuálido y anémico, mi peso era más de lo que mis manos podían soportar, sumándole los golpecitos que machacaban mis dedos... Y en un visto y no visto, ya me encontraba por los aires, cayendo y gritando.

—¡AAHH! —Mientras caía, mis ojos no se despegaron del rostro sobresaltado de Tom, que lo contemplaba todo desde arriba.

—¡Bill! —Gritó asomándose a la ventana y sacando la cabeza, tan rápido como un rayo.

Lo siguiente que sentí fue un dolor intenso en el tobillo derecho, por el cual cayó todo mi peso. Y me lo agarré, gritando aún más, hasta que me salieron lagrimitas de dolor.

—¡AAGGGH! —Nunca antes había sentido tal dolor en mi vida. Las lágrimas no paraban de salir. Si bien la caída había sido fugaz y dañina, los raspones que me gané en los codos, otro más en las rodillas, y en las caderas, no se comparaban con la congoja que sentía por el tobillo.

—¡Me cago en la puta! —A pesar del aturdimiento temporal, logré escuchar su grito, seguido del sonido de un cristal haciéndose añicos, en mi habitación.

Vislumbré una sombra por los aires, enfoqué la vista con los ojos acuosos y noté el cuerpo de Tom cayendo velozmente tras una zancada. El sonido de su caída fue aturdidor. Creía que también se lastimaría o algo, pero se incorporó en un segundo y se acercó a mí, apresurado, sin ningún rasguño.

—¿Estás bien? —Se acuclilló y posó una mano sobre mi tobillo, el cual yo apretaba por el dolor.

—¡Me duele! —Me quejé— ¡Me duele mucho! Creo que me lo he dislocado —Cogió mi tobillo con sumo cuidado, y lo levantó un poco, posicionándolo sobre su rodilla, observándolo a detalle. Me mordí el labio para reprimir un grito. Dolía demasiado.

—Mmm... No lo creo —Comentó inspeccionando el sitio—, pienso más bien que ha sido solo un esguince.

—¿Por qué lo dices?

—Porque si te lo hubieras dislocado, ya estarías armando un escándalo solo por tocártelo, y no me estarías contestando. Estarías gritando y retorciéndote de dolor —Dirigió la vista hacia mi rostro, y sonrió— Creo que has tenido suerte.

—¿Suerte? ¡Me he torcido el puto tobillo por tu culpa!

—¡De eso nada! ¡No ha sido culpa mía!

—¡Me has empujado y machacado los dedos, gilipollas!

—No sabía que no aguantarías. ¡Solo iba a dejarte así un rato más y luego te iba a subir!

—¡Pero no lo he aguantado!

—Eso te lo has ganado a pulso por capullo. No me eches la culpa a mí. ¡Tú querías saltar!

—¡Pero luego ya no!


—Eso ya no es asunto mío, marica. Además, no hay tiempo para reproches... —Bajó mi pie y se incorporó, tendiéndome la mano— Venga, tenemos que tratar ese tobillo cuanto antes.

Negué con la cabeza.

—No puedo caminar. ¡No puedo entrar así! —Señalé mi bóxer, la única prenda que tenía puesta— ¿Qué diría mi madre si me viera entrando en bóxer... contigo?

—Como quieras. Pero si luego empeora no me tires la culpa.

Miré mi tobillo, éste ya estaba hinchado como un sapo y se estaba tornando de un horrible color morado rojizo. Tom tenía razón, empeoraría si no lo trataba ya mismo, pero no podía entrar por la puerta en estas fachas ¿Y qué le diría a mamá si me preguntaba lo que me había pasado? Y de repente caí en cuenta de que la puerta principal no era la única entrada a mi casa.

—Vale... —Tomé su mano e hice el esfuerzo para incorporarme. Me paré en un solo pie, sin apoyar el lastimado al suelo. Me atajé de su hombro para no caer— ¿Cómo llegaremos hasta mi habitación?

—Te llevaré a caballito —Sugirió. Sus ojos se opacaron como con un toque de nostalgia, y desvío la mirada hacia el suelo.

—Vale, pero no entraremos por la puerta del frente —Aclaré— Mejor meteme por atrás.

Su rostro serio y nostálgico, cambió repentinamente a uno de asombro y de picardía.

—¿Que te la meta por atrás? ¡No veas! Tú con un esguince y aún así pensando en mariconadas. ¡Guarro!

—¿Qué? ¡No! ¡Que entremos por la puerta trasera!

—No cambies de tema. Mejor admite de una vez que eres marica, marica.

—¡Que no lo soy! ¡Que me molan las tías!

—Ésta mañana lloriqueabas por la paja: "¡No, Tom! ¡Por favorno! —Imitó con una voz aguda y sarcástica— ...¿Y ahora me sugieres que te la meta? Sí que eres bipolar ¡Jajaja!

—¡Que no! ¡Calla!

Me sentía indignado y humillado otra vez ¿Por qué tanto afán en que dijera que era homosexual? ¡Si no lo era! Tenía bien en claro mis preferencias sexuales... ¡Me encantaban las tías! ¡Me enloquecían! Y me hervía la sangre cada vez que me llamaban maricón. No por homofóbico, sino porque lo utilizaban como un insulto. ¡Me cabreaba!

—Ya vale... No seas quejica —Se posicionó delante de mí, dándome la espalda, y se agachó un poco— Sube... —Lo miré con desconfianza— ¡Venga, sube! ¡Que no te haré nada! —Tras lanzar un bufido, todavía algo dudoso y desconfiado, rodee su cuello con mis brazos, y di un pequeño brinco. Él me acomodó sobre su espalda y comenzó a caminar hacia el jardín trasero de mi casa.

La situación me sonaba tan familiar, y tan distante. Recordé cuando de niños, como de siete u ocho años, él, Andreas y yo jugábamos en mi jardín toda clase de juegos; a los pistoleros, al pilla pilla, y luego nos lanzábamos a la pileta. Tom siempre me subía a caballito y saltábamos juntos al agua, porque yo no sabía nadar y tenía miedo de que me ahogara. Me preguntaba si Tom recordaba los mejores momentos de nuestra infancia.

—Oye...

—¿Hmm?

—¿Recuerdas cuando me subías a caballito y nos tirábamos a la pileta? —Sentí como su espalda se hinchaba por la tensión, y paró de súbito, guardando silencio por algunos segundos.

—...Sí —Aceptó, volviendo a andar, con pasos un poco más apresurados que antes.

—¿Y recuerdas cuando Andy se orinó sobre tu gorra y te la pusiste sin saberlo? ¡Tus rastas quedaron oliendo a meado todo el día! —Noté como la tensión de su espalda disminuía, y percibí un ligero sonido proveniente de él, que lo tomé como una sonrisa.

—...Sí —Volvió a afirmar.

Sonreí al corroborar que no lo había olvidado. Acerqué mi nariz a sus rastas y las olfatee, ahora olían a coco.

Tom dobló la esquina de mi casa, acercándose a la puerta de atrás. Miré a lo lejos a un costado, hacia la pileta, y podía jurar que veía la forma de tres niños de siete años jugando, saltando, riendo, gritando, disfrutando, divirtiéndose sin preocupaciones, como los buenos amigos que eran. Dos niños, uno subiendo a caballito al otro y lanzándose al agua; y el tercer niño, jugando con la pelota de playa en ésta. Luego los tres comenzaron a salpicarse con chapoteos y se tiraron todo lo que encontraban en el agua, como en una especie de "guerra acuática"... Y luego, poco a poco, los pequeños niños se fueron desvaneciendo hasta desaparecer y no quedar absolutamente nada.
El corazón se me comprimió, y mi sonrisa se quebró encorvándose hacia abajo, las lágrimas amenazaban con salir otra vez.

 

Todavía no entendía por qué había acabado nuestra amistad, y que me culparan de aquello. Yo nunca había hecho nada de lo que me acusaban, y de un día para otro ambos me odiaban. Los tres nos habíamos perdido, luego de haber cruzado tantos obstáculos para no separarnos.

 

Ahora solo quedaban recuerdos de aquellos tres inocentes niños, y golpes, muchos golpes de los ahora hombres que alguna vez habían sido mis mejores amigos.

 

...

 

—No quiero oír quejas ¿Vale? —Preguntó Tom, con el trozo de su camiseta en las manos.


Subir hasta mi habitación no había sido un problema. Mi madre se encontraba en la cocina, concentrada en la cena, y no sintió cuando subimos las escaleras en silencio. Luego de que Tom me dejara en mi cama, volvió a saltar por la ventana (porque bajar por las escaleras era perder el tiempo según él) y entró a su casa, cogió un cubo y lo llenó con hielo, rompió una de sus camisetas en tiras a modo de que sirvieran como vendas, y volvió a mi casa, entrando por atrás, otra vez.

La hinchazón había bajado un poco gracias al hielo, pero un ligero dolor seguía latente, ahora solo tocaba vendarlo para evitar que la lesión agravara, y dejar el tobillo en reposo.

—¿Me va a doler?

—Solo un poco, el hielo debió anestesiarlo, pero sentirás una molestia por la presión de las vendas —Cerré los ojos y me mordí el labio inferior cuando empezó a vendarlo.

—Tom... me duele.

—No seas quejica. Aguanta.

—De verdad...

—¿Y qué quieres que haga? No soy un enfermero. No sé qué estoy haciendo, solo sigo mi instinto. Si te lo estoy poniendo bien, no tendrás secuelas, de lo contrario podrías quedar cojo de por vida o peor aún, se te puede engangrenar y amputar la pierna, así que estate quieto —Reñía, como un padre regañaba a su hijo, con el entrecejo fruncido y totalmente serio.

—¡¿Qué?! ¿Me cortaran la pierna? —Mi corazón bombeó rápidamente, y sentí que mis ojos me escocían del susto— ¡No quiero! ¡No quiero perder mi pierna! —Lagrimeé, me sentía afligido, como un globo desinflado.

El rostro serio de Tom comenzó a transformarse, sus labios temblaron levemente, y se puso rojo, mientras aguantaba la respiración... hasta que lo soltó sin soportarlo más.

—¡JAJAJA! ¡Es coña! —Se descojonó— ¡Eres fácil de engañar, marica!

—¡No es divertido! —Sorbé por la nariz y me sequé las lágrimas con el reverso del brazo— ¡Me he asustado!

Tom se incorporó cuando el vendaje se completó, me ayudó a recostarme y colocó tres almohadas bajo mi tobillo, para reposarlo.

—De hecho podría pasar —Comentó—, pero como el experto que soy sé que sanará pronto, como máximo en dos semanas —Se autohalagó con superioridad.

—¿Experto? Tú no estudias nada referente a medicina —Mencioné. Eso era evidente, ambos éramos compañeros e íbamos por HosteleríayTurismo.

—No me refería a eso —Se sentó a los pies de mi cama, sin permiso, y cruzó sus piernas. La expresión en su rostro era como si recordara algo. Algo... divertido— Me he torcido y dislocado varias partes del cuerpo en bastantes ocasiones —Fruncí el ceño, ¿como? ¿cuándo? Era mi vecino y yo nunca le había visto con algo así— En el instituto, al que Andreas y yo fuimos luego de que nos expulsaran... hemos pasado cosas muy feas ahí, hemos ganado varios enemigos que hasta el día de hoy desean nuestras cabezas en sus manos. Hemos peleado a muerte en aquel horrible lugar —Sonrió como si aquello no importara— Varios inocentes, así como personas que se lo merecían han muerto. Y eso son solo unos detalles... pero Andreas y yo lo llevamos bien, gracias a eso nos hemos vuelto fuertes. Aunque ahora muchos nos teman por haber salido de ese hueco asqueroso, pero esa es otra historia. En fin, lo que te ha pasado no es tan grave, estarás como siempre en dos semanas.

 

Miré el vendaje, armaba tanto drama por mi tobillo, mientras que Tom había pasado cosas peores y lo contaba como si nada. Como si no importaba que todavía lo buscaran para cortarle la cabeza, tan frío y sin sentimientos.


Ese era Tom, sonriente ante todo, insensible con todos.

Aunque... ésta vez no había sido indiferente conmigo, me había ayudado, y mucho.

—Tom... ¿puedo hacerte una pregunta? —Desvió la vista hacia mí, desinteresado.


—Escupe la sopa.

—¡Pero no te lo tomes a mal!

—No prometo nada —Se encogió de hombros. Suspiré rodando los ojos y me percaté de que ya estaba oscureciendo.

—¿Por qué me estás ayudando si me odias? —Sonrió y escondió sus ojos bajo su gorra con un movimiento. Su rostro se ensombreció.

—Digamos que... es una forma de agradecimiento.

—¿Agradecimiento? ¿De qué?

—Has dicho que solo una pregunta, no abuses de la confianza.

—¡Eh, pero si el que abusa de la confianza eres tú! ¡Quita de mi cama! ¡Es sagrada! —Lo empujé con el pie sano, sólo poco, en plan "amistoso".

—¡Jajaja! Me voy porque quiero, no porque tú me lo pides —Se puso de pie y se acercó a la ventana.

—¡No! ¡No te he pedido que te fueras! —Hablé apresurado, mi voz casi sonó desesperada y Tom paró en seco, volteó asombrado y alejé la mirada de él.

—¿Entonces quieres que me quede?

Quedé mudo por unos segundos mientras pensaba. A decir verdad nunca hubiese imaginado que Tom, la medusa rubia sucia, volvería a pisar mi casa luego de todo lo que me hacía en la uni, y que yo se lo permitiera, pero lo cierto era que me sentía cómodo, casi como cuando éramos amigos, además aunque no me lo dijera, yo sabía que había venido a mi casa por algo importante porque él no se aparecería sólo porque sí luego de cuatro años, y si se quedaba más tiempo tal vez lo podía averiguar.

¿Y si quería ser mi amigo otra vez y no sabía como decírmelo? Yo sí quería... le perdonaría todos los acosos si era mi amigo de nuevo.

—S-si tú quieres quedarte... —Respondí sin hacer contacto con su mirada.

Escuché sus pasos acercándose, y mi corazón se aceleró, apretujé la manta que cubría mi desnudez contra mi pecho y escondí mi cara bajo mi cabello.

Cuando llegó a mi lado, se plantó en silencio y por el rabillo del ojo noté como se agachaba y se acercaba a mi oído.

—¿Me estás pidiendo que me quede? —Susurró. Apreté más la manta entre mis manos, y tragué pesadamente para situar a mi corazón en su lugar ya que estuvo a punto de salir por mi boca.

—Pues... s-sí —Sentí su mano dura y aspera posarse sobre mi cabeza, y con movimientos suaves comenzó a acariciar mi cabello, desde la raíz hasta la punta. Me entraron escalofríos... porque sabía que eso no era nada bueno.

—¿Acaso ya no me tienes miedo? —Susurró, mientras sus manos seguían moviéndose de arriba a abajo.

—No —Y sentí como esas caricias se volvieron un fuerte agarre, y un tirón doloroso que hizo que lo mirara.

—¡Pues deberías! —Medio gritó en mi cara, a solo casi tres centímetros de mi nariz.

Arrugué el rostro, adolorido, hasta que dejó de estirarme del cabello. Volvió a ponerse recto y comenzó a andar nuevamente.

—Paso por ti mañana a las ocho —Avisó, abriendo la ventana. Ya había oscurecido por completo.

—¿Pa-para qué? —Pregunté sobandome la cabeza.

—Para llevarte a la universidad, porque no puedes conducir así.

—¡¿Qué?! ¡Pero si necesito reposar!

—Patrañas.

—Pero...

—¡Pero nada! ¡Aprenderás a ser un hombre! ¡Deja de comportarte como marica! —Tragué saliva, sintiendo como la sangre me hervía.

—¡QUE YA NO ME DIGAS MARICA! —Le lancé lo único que alcance en el momento, una almohada.

—¡Oh! ¡Mira como estoy agonizando porque las plumitas de tu almohada me carcomen en el rabo! —Dijo sarcástico con una vocecita molestosa.

—¡Que te den por culo!

—Hablando de culos... —Sonrió— Tú hueles a uno. Espero que te duches bien para mañana, porque no subirás a mi auto si sigues oliendo al baño de la uni.

Me encogí de la vergüenza, todavía no me había dado tiempo para ducharme luego de... ¡La foto! Recordé.

—¡Tom! —Lo paré antes de que saltara por la ventana y saliera, se detuvo observándome, con una pierna ya afuera— Mis fotos... no la recorras... por favor.

—De todos modos ya las he borrado —Se encogió de hombros— ...esas fotos ya no existen.

Sentí un alivio como si me quitaran quinientos kilos de encima, y sonreí al igual que él lo hacía.

—Gracias... —Fue mi respuesta. La suya fue enseñarme el dedo del medio, seguido de un guiño.

Y sin más, vi perfectamente sus rastas revolotear por los aires y a él cayendo en picada hasta desaparecer.

Un pensamiento fugaz se cruzó por mi cabeza luego de quedar concentrado mirando la ventana:
A pesar de haber recibido muchos golpes hoy, de casi haber muerto ahogado en mierda y haber sufrido un esguince... No ha sido un mal día después de todo.

ByTom:

—¡Tom! —El marica me llamó antes de que saltara por la ventana y saliera, me detuve y lo observé, con una pierna ya afuera— Mis fotos... no la recorras... por favor.

Estuve a punto de descojonarme en su cara ¿Quién se creía él para pedirme un favor? Aunque... seguirle su jueguito sería bastante interesante.

—De todos modos ya las he borrado —Me encogí de hombros, intentando sacarle peso a la situación— ...esas fotos ya no existen.

La expresión en su pálido rostro denotaban alivio y conformidad, y yo luchaba por mantenerme serio y aparentemente comprensivo.

—Gracias... —Respondió. Le mostré la peseta con los dedos y le guiñé un ojo. Estaba seguro de que él creía que lo hacía en plan "amistoso" pero lo cierto era que aquello lo había hecho de corazón y con todo el desprecio que le tenía.

Salté y caí al suelo en un segundo, me incorporé y lo primero que hice fue meter la mano al bolsillo, saqué mi móvil e ingresé a la galería... Ahí estaban, exactamente seis fotos del marica en el baño, ésta mañana.

¿Creía que no me había dado cuenta que en todo el día me insinuaba temas de nuestro pasado? ¿Que con sus preguntas y pidiéndome que me quedara me sensibilizaría y caería en sus brazos de maricona para ser su amigo otra vez? ¡Ja!

Quería enredarme en su juego, pero no tenía la menor idea de con quién estaba intentando jugar...

El que juega con fuego, se quema, marica. Y tú acabas de encerder la chispa.

...

 

Los tres guardias de seguridad, abrieron el portón blindado de la mansión del tiburón, líder de una nueva mafia formada en Hamburgo. El rubio con gafas ingresó con suma lentitud y tranquilidad, con una sonrisa satisfactoria por lo que acababa de capturar con su cámara, aquella que colgaba de su cuello.

 

Caminó hasta adentrarse, campante, hasta el salón de su líder, que hace unos meses le había mandado espiar a su enemigo de años cuando había dado con su paradero, con el motivo de averiguar sobre temas de su pasado y encontrar un punto débil por donde atacar. En los últimos dos meses el espionaje no había dado ningún fruto, y todo parecía en vano... hasta el día de hoy.

 

—¡Mirad quien ha aparecido! —Exclamó el tiburón, estaba sentado en su gran sillón de terciopelo, dándole caricias a su pitbull, que enseñó los dientes en cuanto notó la figura del fotógrafo.

 

El tiburón... apodo que se lo había ganado a pulso, por dos razones:

 

La primera; por la bestia devora hombres que era... Poseía una potente motosierra, su fiel compañera de la que nunca se separaba, con los dientes afilados y brillantes, con la que se encargaba de decapitar a sus víctimas, los dientes de su amada motosierra hacían una comparación a los dientes de un tiburón hambriento ansioso de sangre.


Y la segunda; tenía la costumbre de marcar a sus víctimas con un mordisco, señal de que no había más salida que su decapitación.

Cuando el tiburón te mordía... era imposible que salieras con vida.

—¿Qué te trae por aquí? Dime... ¿Has conseguido lo que te he pedido?

 

—Te he traído algo mucho mejor de lo que imaginabas. —Respondió el rubio, pasándole unos papeles al líder.

 

El tiburón los tomó con interés y las observó, no eran simples papeles, eran fotografías reveladas en las que el modelo principal era un tío vestido de rapero con rastas, y otro chico más. Al líder se le revolvió el estómago de odio al observar la escena de la fotografía.

 

—¿Qué significa esto? ¿Quién es él? —Preguntó con un tono de desespero en su voz, refiriéndose al otro chico, de cabello negro como las alas de un cuervo.

 

—Es un pringado —Respondió indiferente— Es el marica al que siempre acosa.

 

—Ya veo... ¿Y por qué lo esta cargando entonces? —Encorvó una ceja.

 

—Lo he seguido hoy a una cafetería —Comentó— y el padre del chico lo ha contratado para protegerlo, sin enterarse que él mismo es su propio acosador.

 

—¡Jajaja! —Rió el líder, y sus aliados rieron con él— ¿El tío más homofóbico protegiendo a un gay? ¡No me lo puedo creer!

 

—Capturé esa foto al costado de su casa, el chico es su vecino y por lo que logré escuchar de la conversación, eran íntimos amigos hace unos años... ¿Sabes lo que eso significa?

 

—¡Interesante! —Comentó el tiburón con la sonrisa más maliciosa y macabra que el fotógrafo jamás había visto en su vida— ¡ATENTOS TODOS! —Gritó acaparando la atención de sus aliados presentes en el gran salón de su mansión. Se puso de pie y su pitbull gruñó en cuanto su amo dejó de acariciarlo.

 

El silencio pesado se formó en el lugar y tanto el fotógrafo como los demás pudieron predecir las siguientes palabras del tiburón.

 

—¡EL MOMENTO HA LLEGADO! ¡HEMOS ENCONTRADO AL SEÑUELO PERFECTO! —Los aliados ensancharon una sonrisa siniestra en sus demacrados rostros, a sabiendas de lo que aquellas palabras representaban— ...¡MUY PRONTO LAS CABEZAS DE ANDREAS GÜHNE Y TOM  KAULITZ ESTARÁN EN NUESTRO PODER!

 

—¡EEHHHH! —Gritaron los aliados del tiburón  y levantaron los puños con sed de venganza, eufóricos y ansiosos.

 

El tiburón le dirigió una vista significativa al fotógrafo que había capturado aquella imagen.

 

—Quiero que me traigas a éste chico... ¡vivo! —Ordenó señalando al pelinegro de la fotografía— Quiero ser yo quien se encargue de él. —El fotógrafo no se inmutó.

 

—Sí señor —Respondió y volteó para dirigirse hacia la salida.

 

El tiburón volvió a mirar la foto, ésta vez con más detalle... Era Tom, parado y sonriente, con un chico de cabello largo y negro subido a su espalda, casi desnudo con una sola prenda puesta... un bóxer negro.


—¡Oye...! —Llamó el líder de los aliados, antes de que el fotógrafo desapareciera por donde había ingresado.

El rubio con gafas volteó, y miró a su líder, a su aliado... a su propia sangre.

—Buen trabajo, Gustav.

—Gracias... hermanito.

Gustav salió de la mansión del tiburón, con una nueva orden dispuesto a  cumplir... Llevar a Bill hasta su hermano.

El tiburón estrujó la fotografía entre sus manos, consumido por el rencor y el odio que sentía hacia su innegable enemigo. La volvió a alisar al instante y acercó sus labios a ésta, y de un mordisco, fugaz y severo, rompió la imagen en dos, separando la cabeza del cuerpo... Decapitando a Tom.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).