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GUARDAESPALDAS por JALIEN

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ByTom:


El sonido de los gemidos y jadeos era aturdidor, no obstante era bien recibido por mis oídos, Bill no sentía bochorno alguno por dejar escapar aquel eco casi ahogado de su garganta, retorciéndose de placer bajo mi cuerpo y apretándome la espalda con sus largos dedos; y yo no sentía vergüenza alguna por tocarlo, gruñir y restregarme sobre él como si fuera un loco.


Pero es que sí lo estaba ¡Estaba chalado de verdad! Pero él tenía la culpa. Me había dicho que no era un violador y que le había gustado que le sacudiera la salchicha ¿Qué clase de tío decía eso? ¿Qué clase de tío usaba maquillaje y se pintaba las uñas? Era culpa suya lucir así, y admitir que le había gustado la paja también era culpa suya. No era culpa mía, aquí la víctima era yo, no él.


Yo solo lo estaba haciendo por diversión. Un juego... sí. No era que a mi me gustara, simplemente el juego era la única manera de controlar a mi nabo. ¿Quién hubiera dicho que volvería a jugar con el marica? Ni yo lo hubiese pensado. Llegué a creer incluso que aquel juego inocente que había empezado hace tantos años, no volvería a repetirse, y... en cierto modo...Así lo era. No se estaba repitiendo exactamente. Esto no era como uno más de nuestros juegos. Ahora éramos unos tíos por completo, con la inocencia aniquilada y podrida, todo ahora era morboso.


Simple perversión y morbo.


De inocentes ya no teníamos nada. De críos solo nos tocábamos, sentados en el trastero de su jardín, escondidos dentro de un closet viejo, viendo revistas porno. Eran simples toques y algún que otro jalón del rabo, cuando empezábamos a conocer nuestro cuerpo y parte de la vida sexual, cuando sentíamos vergüenza del otro y no nos animábamos a más. ¡Nunca nos habíamos enrollado! ¡Nunca hicimos algo más que tocarnos! ...hasta ahora. Bueno, a decir verdad... lo de empezar aquel juego había sido idea mía, por lo tanto, el que le tocaba a Bill siempre era yo. Él solo me había tocado una vez, y no volví a dejárselo. Y no dejaría que lo vuelva a hacer. Jamás. No me gustaba jugar así, solo quería hacerlo yo. Ese juego sí me gustaba. Pero el juego de ahora... era mucho más depravado que el de antes... mucho más.


Vale, tampoco pensaba en tirarmelo ¡Eso sería el colmo de los colmos! Me estaba volviendo loco, sí. Pero no se me había ido la pinza por completo. Todavía estaba lo suficientemente cuerdo, como para saber que lo que estábamos haciendo era un simple juego, y no un polvo.


¿Follar con Bill? ¡Qué puto asco! ¡Yo no era un marica para enrollarme con un tío! Aunque... Bill contaba como tía.


Si bien el juego era muy sucio, estaba más que claro que Bill lo estaba disfrutando más que yo. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, por donde se colaba su aliento cálido ante cada gemido que se le escapaba. Se removía bajo mi toque, atrayéndome más hacia él y pegando mi rostro a su pecho que subía y bajaba en menos de un segundo, apoyé el oído sobre el corazón del marica, latía tan fuerte que el bombeo me mareaba. Tuve que llevar la mano que le masajeaba el cuello,  en ese punto exacto, sobre su pecho, para tranquilizarlo.


Nunca había escuchado un corazón latir con semejante tamboreo y rapidez, como lo hacía el corazón de Bill. ¿Qué pasaría si de una se le paraba y dejaba de latir, dándole un infarto instantáneo? El único sospechoso, y con justa razón, sería yo. Aquello me dio mucho en que pensar... Por primera vez, en ese momento lamentaba tanto que tuviera que tener un jodido problema del corazón. Y lo lamentaba de verdad. No porque me interesara el bienestar del maricón precisamente, sino que por aquel motivo tenía que ser cuidadoso con mis movimientos, para no matarlo. ¡Era una mierda! ¡Yo no era cuidadoso en estos actos! ¡Yo era una bestia de cojones! Me gustaba sentir el placer brutal, despiadado y salvaje... no podía ser atento ¡Y menos con Bill que merecía todo mi desprecio! Pero no había de otra...


O era atento y seguíamos con el juego, o era yo mismo y lo mataba de un paro cardíaco.


¡Me cagaba en la puta mierda!


Tenía que hacer algo para calmarlo, algo... algún movimiento, alguna palabra, alguna mentira...


—Tranquilizate. —Murmuré aun sobre su torso, y mi cerebro mandó la dura orden de que la mano situada en el pecho comenzara a acariciarle suavemente en partes de la zona. Como si temiera tocar erróneamente en un punto y su corazón terminara por explotar.


Mi otra mano en cambio seguía con su trabajo de brindarle placer en la entrepierna, sin detenerse, de manera osada y violenta, desesperada, tanto... que hasta podía imaginar que en uno de mis movimientos pudiera arrancarle la polla de la entrepierna por la severidad con la que se lo jalaba... Pero Bill no se quejaba, él se dejaba, y yo no tenía por qué parar y hacerlo más sutil.


—N-no... puedo. —Habló con dificultad, y se encogió al sentir esas caricias. Gimió exageradamente, un gemido, grave y fuerte, y no pude evitar mover la mano con mayor rapidez aun, sintiéndola mojada, por el pre semen que se escurría de su punta hinchada, mojándolo por completo— ¡Ahg!


—¿Por qué no? —Pregunté, aclarándome la garganta al notar el temblor de mi voz al escucharlo. ¿Quién le mandaba gemir como puta? En las ocasiones anteriores no gemía de manera tan estúpida y guarra ¡Parecía una tía, joder! Tal vez se debía a que aquí éramos libres, libres de expresar todo, sin oportunidad de ser oídos por nadie. Pero eso no le daba el derecho de gritar y ponerme más duro.


Eso comenzaba a empalmarme aún más... si podía. Y a la vez me cabreaba.


Le odiaba, le odiada hasta los cojones por hacerme llegar hasta este punto, pero... A decir verdad, esto era bastante entretenido. Era raro, asquerosamente raro pero experimentalmente placentero.  Empalmarme hasta lo inimaginable... por Bill. Vale, eso ya había pasado en mis sueños y en la uni, pero no de esta manera tan ansiosa y latente ¿Donde coño tenía la jodida cabeza? Quizás las rastas me estaban pudriendo el cerebro por pensar que ahora... este juego... no se veía tan malo después de todo.  Solo porque era Bill, mi ex amigo. Solo por eso hacía la guarrada con un tío.


—Te comportas muy... raro, y y y... ¡OH DIOS MÍO! —Aulló Bill cuando sintió el piercing frío de mis labios sobre su pezón, dándole solo ligeros besitos pequeñitos. Quizá eso haría que se calmara y jugara más tranquilo conmigo.


No podía creer lo que estaba haciendo, solo por él. ¡Mira que besar el pezón de un tío! ¡Nunca lo hubiera creído! Imaginaba que sería repulsivo, vomitivo... pero... No podía negar que no lo era. A decir verdad no se sentía nada en absoluto. No sabía bien... pero tampoco mal. Nada mal.


Su corazón latió aún con mucha más fuerza, como si en cualquier momento atravesara su pecho y saliera corriendo, lanzándose por la ventana. ¡Y UNA MIERDA! No era eso lo que quería. En lugar de calmarlo, lo estaba sobresaltando aún más y no me convenía nada de nada. Yo no podía jugar si él no se calmaba... y yo quería jugar.


—¿Qué es lo que te pasa? —Pregunté entonces ya sin saber que hacer o como calmarlo. Dejé de acariciarlo y apoyé la frente en medio de su pecho. Sin embargo la otra mano no paraba ni un segundo, como si tuviera vida propia, incapaz de dejar de moverlo, porque a Bill le gustaba, porque Bill no quería que esa mano parara.


—Te-tengo... m-miedo —Tartamudeó. Sin embargo, aún así abrió más las piernas de golpe, cuando le masajeé la punta con movimientos circulares con el pulgar, y me acomodé mejor en medio de él, y levantó la cadera, arqueando la espalda y apretando los ojos— ¡Oh! ¡Mmh! ¡Tommmmmh!


Alejé la cabeza de su cuerpo, levantándola hasta frente a su rostro y lo observé con el ceño fruncido. ¿De qué exactamente tenía miedo? Mi entrecejo arrugado desapareció, cuando contemplé la expresión de regocijo que ponía. Ese semblante de placer era absolutamente... encantador. Sonreí de lado.


Se estaba volviendo loco de placer... por mí, por mis movimientos, por mi mano haciendo su magnífico trabajo. Era un orgullo para mí enterarme que además de ser un experto con tías... también lo era con un tío. Y mi polla bajo mi bóxer lo supo en ese momento, saltando aun más, ansiosa y desesperada por salir a jugar como lo hacía hace años.


Ladeé la cabeza y me acerqué a su oído, sin dejar de masturbarlo de forma frenética y descarada. Bill gruñó y arqueó más la espalda.


—No tengas miedo —Susurré—, soy tu protector, Bill, yo no te lastimaría jugando.


Mordí levemente los lóbulos de su oreja. ¿Tal vez así se tranquilizaría? Tal vez así le gustaría más. Vaya sorpresa me llevé que en lugar de que se tranquilizara, los bellos de su cuerpo se le erizaron por completo, tensándolo más y amasando mi espalda entre sus dedos. Pero la mayor sorpresa que me llevé fue que a quién se le erizó aún más tras hacer eso, fue a mí. Traté de no darle importancia, y me concentré en mi tarea por hacer lo que fuera para tranquilizarlo, y terminar el jodido juego.


—¿N-no me lastima...rás? ¡Mmh!—Preguntó incrédulo, encogiendo el estómago y un gemido se le volvió a escapar.


Dejé de mordisquear la oreja, y levanté la mirada hasta su rostro, de nuevo. Reanudé mi acto de acariciarlo suavemente en el pecho y fue cuando Bill abrió los ojos, parpadeando varias veces como si estuviera ido, y me observó fijamente temblando como gelatina. Me acerqué aún más, tocando la punta de su nariz con la mía.


—Yo no podría lastimar a mi lindo marica... nunca más. —Moví la cabeza de un lado a otro, frotando nuestras narices melosamente.


No tenía ni la más mínima idea de cuánta fuerza de voluntad tenía que usar para hacer semejante mariconada. ¡Eso era lo último que podía hacer! ¡No podía dar más que eso! ¡Tenía que tranquilizarse después de esto, o le pegaría y le mataría! ...Y le hubiese matado en ese momento por haber hecho que hiciera tan absurda y nauseabunda gilipollez maricona, si no fuese porque definitivamente aquellas palabras y aquel acto, lograron por fin tranquilizar a Bill.


Soltó un gemido agudo, quizás había sido de alivio o era el simple placer que se estaba propagando por todo su delgaducho cuerpo, y noté como la tensión de su espalda se relajaba, volviéndose sumiso y tranquilo. Aunque el corazón seguía latiendo desenfrenadamente.


Bill suspiró profundo y alejó sus manos de mi espalda, llevándola a sus costados, relajado por completo. Sonreí innegablemente al enterarme de que había conseguido lo que quería... Relajar a Bill.


El juego podía comenzar al fin.


—¿No soy un violador, verdad? —Le pregunté— ¿Verdad que no, Billy? —Le abrí más las piernas, levantándolo un poco con mis rodillas, haciendo que su cadera subiera y se apoyara por completo a mi pelvis. Hubiésemos quedado unidos, si no hubiera sido por mi bóxer.


Bill no dijo nada, ahora estaba demasiado relajado como para hablar. Se mordía los labios, enrojeciendolos y humedeciéndolos frente a mí, con los ojos cerrados nuevamente, disfrutando cada centímetro que mi mano le tocaba.


¿Por qué tenía que poner esa expresión tan... tan...? ¡A la mierda!


—¿Quieres dejar de hacer eso? —Desvié la vista de su rostro, y la concentré en mi mano.


—¿Que... q-qué c... mmm... co-sa? —Jadeó y apretó la sabana a su costado— ¡Oh!


—Poner esa cara... —Gruñí— Me dan ganas de... ¡argh! ¡solo deja de poner esa jodida expresión!


—Si no te gusta... no me mires ¡mmh! —Cogió una de las almohadas de abajo de su cabeza, y se cubrió el rostro con ella, apretándolo sobre su cara y hundiendo sus dedos en ella— ¡Oh, Dios! —A pesar de oprimir el cojín por su rostro, escondiéndose de mi mirada, podía seguir oyéndolo— ¡Mierda, Tom!


"Si no te gusta, no me mires"... No era eso. En realidad la situación era todo lo contrario. No quería que pusiera esa cara porque me gustaba que la pusiera. Me gustaba ese semblante de excitación en su estado puro. Y que se cubriera... no era lo mismo.


—Bill... —Lo llamé. Comencé a descender mi mano, la que había estado en su pecho, bajando hacia sus costillas, sus piernas, y llevándola hasta mí— Mirame. —Comencé a bajar mi bóxer lentamente— No te escondas, quiero verte.


La mano de Bill alejó la almohada de su rostro, lanzándola a un costado, y abrió los ojos por completo cuando me  observó, y se enteró de lo que estaba haciendo.


—¡Ahg! —Jadeó bajito— ¿Q-qué haces... T-Tom? Mm.


No respondí y seguí moviendo la mano. ¿Por qué cojones ya no se corría el muy majadero? ¡Nunca tardaba tanto! ¡Se me estaba cansando la mano, gilipollas! Observé de nuevo mi mano, aunque... no era precisamente a lo que prestaba atención, sino a lo que este sostenía, movía, marchaba, sacudía, estrujaba, sin piedad, tan brusco y tosco.


Tragué saliva, aquello era demasiado. Bill jadeaba y gemía como puta, y eso me estaba volviendo loco. Él lo estaba disfrutando... pero yo... yo no. ¿Por qué yo no? ¡Si jugar había sido idea mía!


Yo también quería jugar...


Me alejé de su torso, sentándome de rodillas frente a él, que seguía con las piernas más que abiertas y con el rostro rojo como tomate, cuando me vio con el bóxer abajo y a mi polla, por fin liberada, dura y rígida como un tronco.


—¡Madre mía, Tom! —Casi gritó. Sabía que era la primera vez que veía a mi amigo, luego de tantos años. Su expresión de asombro y sobresalto, me causó gracia, cuando tragó saliva, y centró su mirada por mi nabo.


Comencé a tocarme delante de él, sin reparo, sin piedad, como me gustaba. Él no podía moverse un solo ápice del desconcierto y estupefacción.


—Tócate. —Le ordené. Bill parpadeó varias veces y movió la cabeza, despertando de su ensimismamiento. Levantó la vista hasta mis ojos y volvió a tragar saliva.


—¿Qué?


—Que te toques. —Gruñí. Mi voz comenzaba a tornarse grave y ronca. El frote que estaba haciendo era severamente placentero— ¡Ohg! ¿A qué esperas? ¡Tócate, marica!


Bill pareció despertar por completo y antes de darle tiempo al tiempo, llevó una mano hasta su entrepierna y comenzó a tocarse. Apoyé una mano a su cadera y lo acerqué más a mí, con un movimiento casi involuntario, por un momento nuestras manos, masturbándonos cada uno, se rozaron, y un choque de electricidad recorrió por todo mi rabo.


Miré como Bill se la jalaba, y escuché que comenzaba a gemir otra vez, sin apartar la vista de mi polla. Nuestras manos volvieron a chocar, y en un visto y no visto, cogí su pito, otra vez, con la misma mano donde seguía sosteniéndomela. El marica dejó de frotarse y levantó la vista hasta mí, lanzando un chillido agudo. Intenté ignorarlo y no mirarlo. No dije absolutamente nada... él tampoco rechistó por lo que empecé a hacer.


Comencé a moverme sobre él, y con la mano de arriba a abajo, sosteniendo ambos penes, frotándose entre ellos uno con el otro, como un juego de espadas. Bill volvió a cerrar los ojos, y se llevó una mano al pecho, acariciándose encima del corazón, como si intentara tranquilizarse el sólo. La mano que sostenía de su cadera, acercándolo a mí, se levantó casi inconscientemente y recorrió todo su cuerpo, desde la cadera arrastrándose hasta su cuello. Bill abrió los ojos y yo se lo apreté.


—¡T-To-Tom! —Habló tembloroso.


—¡Sshh! —Seguí moviéndome sobre él, frotándonos cada vez más rápido— Tranquilo... ¡ohg! No... te haré... nada malo ¡ahg!


—Me-me-me vas a... estrangular... ¡ahg! otra vez... ¡hm!


—Sí... —Le apreté con más fuerza, el rostro de Bill se puso rojo de inmediato— pero ¡ahg, mierda! —gemí sin poder evitarlo— pero no voy a... matarte.


—No lo hagas... —Sin embargo lo hice.


—Confía en mí.


Concentré todo la fuerza que me restaba en mi mano, haciendo uso de ella, y apreté el cuello de Bill sobre la cama. Él abrió los ojos, humedecidos, y se retorció bajo mi agarre. Su rostro empezaba a volverse morado, pero por la expresión que tenía, sabía que estaba haciendo lo correcto. Continué con el frote de nuestras pollas, sin parar, de manera frenética y ansiosa; más la masturbación que mi otra mano nos brindaba. Bill hacía un esfuerzo por alejar mi mano de su cuello, intentando apartarlo de él, dando ligeros estirones y golpecitos, intentando respirar inútilmente.


—Calma, Billy. —Susurré. Aflojé el apretón y vi como cogió aire desesperadamente— Respira ¡ahg! —Yo en cambio seguía moviéndome. Bill comenzó a jadear aún más y sentí un leve temblor de su polla por mi mano y mi pito— ¿Has oído sobre... la ¡mmh! asfixia... erótica? —Pregunté y el marica me observó, como si acabara de entender— Confía en mí... —Volví a apretar su cuello, cuando me aseguré de que haya cogido aire suficiente— ¡ahg! Te aseguro que... lo siguiente que senti...rás ¡mh! será un intenso placer...


Dejó de rehusarse en ese momento, depositando su confianza en mí. La excitación era demasiada e inaguantable, sentía que iba a venirme en unos segundos y algo me decía que no era el único. El rostro de Bill, casi morado nuevamente, pero con una expresión que no había visto hasta ahora, tan intensa y de gloria pura, fue la bomba que hizo detonar a mis últimos movimientos sobre él. Sentí como su pito tembló entre mi mano y mi nabo, abrió los ojos a su máxima capacidad y aflojé el agarre de su cuello, dejando de estrangularlo.


—¡AAAHHH! —Gritó estrepitosamente cuando lo solté. Se había corrido nunca, como si alguien hubiese vaciado una botella entera de leche sobre nosotros— ¡Aahh! ¡OHH! —Su semen chocó por mi estómago y se escurrió hasta mi entrepierna. Bill seguía gimiendo-gritando y retorciéndose de placer intenso. Sus gemidos, sus movimientos, y el último frote que hice, lograron que por fin pudiera terminar el juego.


Solté su polla, agarrándome solo la mía y sacudiéndomela como si no hubiese un mañana.


—¡Aaahhg! —Gruñí y sentí la gloria pura— ¡Oh, carajo! ¡Mierda! ¡Ohg! —Terminé sobre él; salió disparado, aterrizando sobre su pecho y caí a su costado cuando sentí el temblor de mis rodillas incapaces de sostenerme por más tiempo.


Nos quedamos uno al lado del otro, sin mencionar palabra alguna, recuperando el aliento, empapados de nuestros elixires mezclados entre sí.


No nos atrevíamos a mirarnos.


Tras unos minutos de incomodidad absoluta, sentí que debía irme de nuevo a la habitación de sus padres y dejar que descansara, casi eran las cinco de la mañana, y faltar en la universidad no era una opción en éstas fechas.


—Debo... irme. —Me levanté y me puse el bóxer lo más rápido que pude.


No tan rápido como creí...


—¿Qué es... eso? —Bill apuntó con el dedo índice, tocando ligeramente mi trasero, específicamente en la parte baja de la cadera y superior de las nalgas.


—¡Eso no te importa! —Me inmuté. Levanté el bóxer apresuradamente y apreté la cicatriz con mi palma, alejándome de él— ¡No vuelvas a tocarlo!


—Parece una... ¿una mordida?


Sentí como la sangre me hervía en un segundo. Cabreado, encolerizado, con deseos de romper todo lo que encontraba en frente, otra vez.


—¡Eso no es asunto tuyo, mariquita!


—Oye... no es para tanto, ¿por qué te pones a...?


—¡Calla la puta boca, maricona! —Le interrumpí y le di la espalda, limpiándome los restos de semen en mi estómago para no lanzarme a por él y golpearlo.


—Lo siento... —Exhaló— No fue mi intención. —Levantó la sabana del suelo y se cubrió con ella, hasta el pecho. Volteé a mirarlo— Es una cicatriz y... no sé lo que signifique para ti, ni como te la has hecho; y yo... lo siento. No quería que te enojaras, —se cubrió hasta el rostro, avergonzado— es solo que...  lo que acaba de pasar... quiero decir... estaba nervioso y... yo solo quería...


Suspiré, más calmado.


—Entiendo.


—Lo siento.


Lo observé por unos minutos más mientras él se escondía de mi mirada analizadora. Ambos en silencio.


—Bien... me voy.


Volteé y caminé hasta su puerta, abriéndola sin perder el tiempo. Cuando estuve a punto de cerrarla tras de mí, la voz aguda, tímida y temblorosa de Bill, me detuvo en el último segundo.


—¡Tom, espera! —Paré de súbito y giré, prestándole atención. Se destapó, dejando al descubierto su rostro, nuevamente, enrojecido y abochornado— ¿Estarás ahí para mí?


—¿Qué? —Pregunté sin entender muy bien a dónde iba.


—Las fotos... —Habló— Todos me molestarán en la uni... —Noté como tragó saliva para hacer desaparecer a su voz temblorosa, inútilmente— ¿Me protegerás? —Preguntó con un hilo de voz. Y comprendí a lo que quería llegar— Cuando todos me señalen y me lastimen... cuando todos me humillen una vez más ¿Estarás ahí para mí?


—Sí, Bill. —Contesté sin necesidad de pensarlo— Nadie volverá a hacerte daño. Cuando tú me necesites, ahí estaré yo, para cuidar de ti... porque soy tu protector.


—Mi protector... —Repitió con alivio innegable en sus entrañas— Mi protector... y yo...  si eres mi protector, ¿entonces qué soy yo?


— ...Mi lindo marica.


Cerré la puerta de inmediato y me dirigí a la habitación de sus padres casi echando una corrida.


¿Qué había sido eso? ¿Qué exactamente había pasado? Eso ni era lo que yo tenía en mente, ni de cerca... Yo... yo quería jugar, sí, pero no esperaba que jugara de esa forma y terminara masturbándome por él. ¿Dónde coño tenía la jodida cabeza de medusa? ¿Donde mierda estaba el verdadero Tom en estos momentos? No podía ser... pero sentía como el viejo Tom volvía a hacer aparición ¡Y no quería eso! ¡Y una mierda!


Jodido marica, jodido juego, jodido Tom ¡Jodidos todos!


Me tumbé en la cama, boca para arriba, sin siquiera tomar una ducha a pesar de quedar pringoso de todo ese espeso líquido viscoso. Cerré los ojos, intentando pensar en lo que acababa de pasar...


¡Sorpresa!


No tuve tiempo de pensar en nada... caí profundamente dormido, como un bebé recién nacido y satisfecho. Luego de tantos días, por fin podía descansar dignamente. Quizá se debía a la comodidad del colchón... o quizás... porque... porque por mucho que me cueste aceptar... era eso lo que me faltaba; era eso lo que mi mente y rabo necesitaban para dejarme en paz de una malnacida vez.


Volver a jugar con Bill.


Era el "guardaespaldas" de Bill, sin que éste lo supiera; y a la vez era "su protector" estando él consciente de aquello. Aunque ambos parecieran ser la misma cosa, no lo era. No para mí.


Era su protector, y con eso conseguiría seguir jugando con él, siempre que yo quisiera.


Era su guardaespaldas... por dinero. Por el dinero que su mismísimo padre me había ofrecido.


En cualquiera que fuese mi rol, yo conseguía lo que quería. Porque yo siempre ganaba... sin importarme los sentimientos de los demás.


"Nadie volverá a hacerte daño. Cuando tú me necesites, ahí estaré yo, para cuidar de ti... porque soy tu protector"


Aquello lo había dicho de boca para afuera, sin tomarlo muy a pecho, porque en verdad... no me importaba en ese momento.


De haber sabido que en unos meses, aquellas palabras me hubiesen condenado de por vida, y hubiesen condenado también a mi lindo marica. Nunca lo hubiese dicho, y nunca hubiese vuelto a jugar con Bill...


Si tan solo lo hubiera sabido...


Porque aquel simple juego, terminó convirtiéndose en un arma mortal...


La peor de todas.


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