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GUARDAESPALDAS por JALIEN

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Tom ingresó al juzgado, con la cabeza gacha y el corazón comprimido. Arrastró los pies, pasando delante del jurado y del juez. Los murmullos y susurros no tardaron en escucharse en todo el salón. El sitio estaba repleto, como nunca antes. Era el día de la sentencia penal, solo podía terminar de una forma.


El juez golpeó su mazo, haciendo callar a los presentes. Tom levantó la vista, buscando algún rostro familiar, algún punto de apoyo y comprensión... y lo encontró. Ahí, al otro lado, entre los asientos, estaban las únicas personas que creían en él, las únicas personas que comprendían su acto, las únicas personas que siempre habían estado con él, brindándole su apoyo, o lo que cabía. Los únicos... Kristen y Georg.


—¡Silencio! —Demandó el juez. Una vez no hubo susurro alguno, procedió con su labor— Señor Kaulitz, tome asiento.


Tom accedió a la orden del juez, sentándose a en el sitio donde le correspondía. El juez comenzó a leer un sin fin de palabras que Tom no prestaba atención. Su cabeza estaba volando por todas partes, pensando seriamente en lo que iba a decir. Sentía la mirada de sus dos amigos, quemando en su nuca, sin embargo no se dignó a volver a mirarlos, avergonzado.


—El jurado llama al señor TomKaulitz.


Despertó de su ensimismamiento y se incorporó con los ánimos por los suelos, caminando hasta el costado del juez, hacia una silla, que daba de frente a todos los presentes en el juicio. Inmediatamente una señora, de aproximadamente cuarenta años de edad, se le acercó con un libro entre las manos.


—¿Jura decir la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad? —Preguntó.


Tom posó una mano sobre el libro, mientras que la otra la subió por los aires, con la mano recta y señal de aprobación.


—¡Lo juro! —Mintió.


Georg y Kristen lo miraban, la joven derramaba lágrimas disimuladamente, en tanto su amigo tragaba saliva con el bello erizado al ver a Tom en semejante situación.


Tom no había pedido ningún abogado, no lo necesitaba, o eso era lo que él quería creer. Estaba dispuesto a contar su versión de los hechos de aquella trágica noche, hace un mes atrás. Y estaba dispuesto a cumplir la sentencia... sea cual sea que le impusieran.


Un abogado del jurado, se levantó de su asiento, dirigiéndose hacia Tom a paso lento. Se plantó frente a sus narices y lo miró, con fuego en los ojos.


—¿Quiere usted contar lo que ha pasado la noche del 1 de septiembre del presente año? —Preguntó el señor canoso.


Una joven, con gafas, comenzó a mover sus dedos rápidamente sobre una máquina de escribir, grabando en tinta toda la conversación que se se manifestaba en el tribunal.


Tom calló por unos minutos, sin saber por donde empezar a hablar. El corazón le dolía, las manos le temblaban y un sudor frío recorrió por toda su espalda, sin embargo tenía que contestar. Tenía que acabar con todo esto de una vez, y de manera definitiva.


—Yo... yo le maté. —Dijo Tom, con dificultad.


Los murmullos volvieron en aquel segundo. Kristen se cubrió el rostro, llorando al recordar la escena de aquella noche; y Georg solo podía permanecer estático, sin parpadear, sin respirar por un momento, sin apartar la vista de su buen amigo Tom. La tensión en todo el lugar era palpable e inaguantable.


—¡Silencio! —El juez volvió a golpear su mazo, todos guardaron silencio nuevamente, y dirigió la vista hacia Tom.


—¿Acepta usted que ha cometido asesinato entonces? —Volvió a preguntar el abogado.


—Sí. —Tom asintió levemente con los ojos cerrados, tragando saliva duramente, y presionando el borde de su camiseta, con nerviosismo.


Quería aparentar tranquilidad, pero por dentro sentía que se derrumbaba cada segundo que trascurría.


—¿Por qué lo ha hecho?


—Fue en defensa propia. —Respondió— Por ese motivo me he entregado.


Aquello era una mentira a medias. Tom sí se había entregado a la policía aquella noche, empapado de sangre; y el asesinato se había realizado en defensa propia... pero no había ocurrido como Tom lo estaba contando.


—¿Tiene usted alguna prueba que demuestre que haya sido en defensa propia?


—No. —Negó con la cabeza, volviendo a mentir. Sí la tenía. Tenía testigos... dos. Kristen y Georg. Pero él no quería involucrar a sus amigos en sus asuntos.


Quería hacerlo por sí mismo... quería ser responsable por primera vez en su vida.


—Bien... —Habló el de canas— ¿Qué hay de Simone y GordonTrümper? También ha atentado contra ellos.


—¡No! —Negó— Eso no lo he hecho yo.


—¿Tiene prueba para demostrar su inocencia?


Tom exhaló con un toque de decepción en el rostro. Sí, tenía pruebas, pero no podía mostrarlas. Porque solo una persona conocía la verdad sobre lo que había pasado con los Trümper... y esa persona ya no estaba con ellos.


—No... —Respondió cabizbajo, sintiendo como sus ojos se humedecían un poco al recordar aquel acontecimiento. Parpadeó varias veces para apaciguar a la humedad y respiró profundo, intentando mantenerse indiferente.


—¿Tiene algo más que decir al respecto? —Preguntó el abogado.


Todos dirigieron la vista hacia Tom, interesados y atentos por lo que contestaría. Tom tenía mucho que decir, tenía mucho que contar y gritar... pero no estaba en sus planes hacerlo.


—No. —Respondió.


Georg y Kristen quisieron saltar y golpear a Tom para que hablara, pero permanecieron en sus lugares, dispuesto a obedecer la orden de su jefe, de su alfa.


El juez le pidió a Tom que volviera a sentarse en el sitio donde se había sentado anteriormente. Tom se incorporó y andando con pesadez, como si su cuerpo pesara una tonelada, llegó a su silla y cayó de golpe.


El jurado salió del salón durante unos minutos que parecían ser eternos, comenzando a deliberar acerca de la situación del chico. Tom movía la pierna frenéticamente, desesperado por saber qué pasaría con él. La puerta volvió a abrirse y las personas ingresaron lentamente. Tom quiso leer la expresión del jurado, esperando encontrar alguna pista en sus ojos, no obstante, ellos eran demasiado profesionales y le resultó en vano averiguar con anterioridad su sentencia.


Un miembro del jurado se acercó al juez, entregándole un papel en donde estaba escrito todo el caso del chico, junto con la sentencia.


El juez comenzó a hablar y el corazón de Tom sintió que se retorcía de innegable tristeza.


—Dados los siguientes acontecimientos, y la falta de argumento irrefutable, a pesar de que el mismo joven se haya entregado y haya afirmado haber cometido asesinato, en defensa propia, y al no contar con pruebas suficientes para demostrar su acción, el jurado ha encontrado al señor TomKaulitz... culpable.


El ruidoso murmullo de la gente volvió a oírse. Algunos gozando por la decisión, otros, como Georg y Kristen, desgarrados tras la noticia. Kristen quiso correr hacia Tom y abrazarlo cuando observó que dos policías se le acercaban con una esposa. Georg la atajó, atajando también sus ganas de llorar en aquel momento al ver a su amigo siendo apresado y mandado a prisión.


—El jurado ha debatido, llegando a un acuerdo irrevocable. —Continuó el juez, a pesar del estruendo dentro del salón— El señor TomKaulitz, de veinte años de edad, es condenando a pasar los últimos ocho años de vida en la prisión.


Tom cerró los ojos con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo lloró. Lloró como un niño. Lloró sin pudor. Lloró, deseando tener a esa persona entre sus brazos y abrazarla por última vez, aún sabiendo que aquello ahora era absolutamente imposible. Los policías lo apresaron de las muñecas y lo obligaron a levantarse del asiento, estirándolo un poco y dirigiéndolo hacia una puerta donde iría a cumplir su condena.


Tom desvío la vista antes de entrar en aquella puerta del infierno, centrándola en los únicos amigos que le quedaban...


—No me arrepiento de nada. —Susurró. Kristen y Georg pudieron leer sus labios desde la distancia, y se le erizaron los bellos.


Tom desapareció del juzgado. Fue dirigido a donde comenzaría una nueva vida. Una vida desastrosa y repugnante que él estaba dispuesto a vivirla, solo por un justo motivo... a pesar de no merecerlo.


Tom había mentido en el tribunal, y aquello le había condenado. No estaba dispuesto a decir la verdad, solo él y sus dos amigos sabían lo que exactamente había pasado hace un mes atrás, en la noche del 1 de setiembre.


Tom no era culpable... no era culpable de verdad, sin embargo, pasaría ocho años en prisión, solo para no romper la promesa que le había hecho a aquella persona hace meses atrás...


Esa persona que ahora ya no estaba con ellos, y que no podría estarlo nunca más.


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