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Flechas por Marbius

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3.- Y se acabó.

 

En algún punto de su vida, Tom hizo la analogía de las flechas de cupido para lo que lo unía (o no) a Bushido.

Aquel primer encuentro era su flechazo de amor, o al menos de deseo suficiente para hacerle perder la cabeza momentáneamente y montárselo en un baño público como una primera vez de dudosa calidad.

Enterarse que era una hombre casado y que además sería padre; la llamada flecha de desamor, y que a su paso dejó no una herida abierta, sino una cicatriz como recordatorio de lo pueril de su comportamiento al haber guardado su recuerdo tanto tiempo sin tomar cartas en el asunto.

Y ahí habría de terminar esa historia de no ser porque a la vuelta de los años el destino los volvió a reunir  una vez más para ponerle punto a aquel rollo suyo.

Luego de una relación larga, y tan seria como puede serlo cuando a pesar de casi cinco años juntos y haberse presentado ante la familia todavía no vivían juntos ni tenían planes de hacerlo, Tom se vio de pronto libre de compromiso y preguntándose si ese enfoque (el de llevar a cabo una existencia heterosexual) no era una versión fallida a la que debía de resignarse. La experiencia, y no poca de ella, le había revelado que su tendencia bisexual se inclinaba más hacia el lado de lo romántico cuando se trataba de mujeres, y más hacia lo sexual cuando había hombres involucrados. Lo cual se reducía a una simple elección: Satisfacción emocional o física; elige uno y elige bien.

—Tu problema es que no sabes entregarte del todo —dictaminó Bill alguna ocasión en que Tom se sinceró al respecto y pidió consejo—. Si tan importante es para ti tener a Ria a tu lado, trabaja con ella la parte sexual hasta que funcione; en caso contrario, busca formalizar algo con alguno de tus chicos en turno, que seguro que más de uno acepta hacer el esfuerzo.

Más confundido que nunca por su incapacidad para unificar esas dos facetas en una, Tom pasó cinco de esos cinco años con Ria siéndole infiel con una amplia variedad de hombres en los que buscó la plenitud y se encontró sólo un cuarto menguante para sus necesidades afectivas. Y Ria se lo perdonó, todos y cada uno de sus deslices se los perdonó e hizo caso omiso de las advertencias que marcaban aquella relación como destinada a fracasar.

Un último intento por poner a resguardo lo que tenían fue atar el lazo con un matrimonio endeble en donde antes del mes Tom abandonó su recién formado hogar y volvió al lado de Bill donde desde un inicio pertenecía.

—Si no funciona, divórciate —fue el consejo de éste, y Tom le dio largas por un par de meses más antes de llevar ante Ria su resolución y descubrir que ella sólo le estaba dando tiempo para que él descubriera por su cuenta lo que ella ya sabía.

—Nunca fuiste mío, y eso dolió, pero tampoco fuiste de nadie más, y… era incluso peor, porque me daba esperanzas de que cambiarías —le dijo ella durante su último encuentro, antes de permitir que los abogados trajeran consigo los papeles del divorcio y se los presentaran listos para firmar en la línea punteada.

Sintiéndose el abismo donde la luz entraba pero jamás salía, Tom aceptó la proposición que le hizo Bill de dejar LA por una temporada, moverse a Berlín, y buscar ahí ‘paz espiritual’, lo que a juicio de Tom era una soberana mierda barata que pretextaba huir de sus problemas con la vaga ilusión de que estos no pudieran nadar a través del Océano Atlántico, pero que aceptó sin gran oposición porque de cualquier modo nada lo ataba a ningún lugar, y daba lo mismo si era en LA, Berlín, Perú o Australia, él igual iba a tener que afrontar los problemas que lo aquejaban.

Tarde o temprano lo alcanzarían, y entonces sería hora de pagar…

 

Lo único que cambió en Berlín fue su agenda, pues coincidiendo con el redescubrimiento de su alma y la sanación de la misma, también estuvo la promoción de su más reciente álbum: El Dream Machine en el que había trabajado durante el último año y que ya tenía a Tom empachado por ser él quien coordinara cada pequeña edición de sus tracks y su gemelo quien sólo se limitara a señalar lo que él consideraba que eran los fallos.

A los meses previos a su salida, la promoción incluyó no sólo las entrevistas de rigor en radio, televisión y prensa a las que ya estaban acostumbrados, sino también su participación en otro tipo de eventos a los que Bill los anotó como un mismo ente, a pesar de las reticencias de Tom que antes prefería quedarse en casa que salir a entregas de premios, desfiles de alta costura, y un sinfín de fiestas que incluían a celebridades de alto y bajo rango, y en donde por una vez no eran ellos el centro de atracción entre diseñadores, modelos, musas, fotógrafos, maquillistas, estrellas de reality shows, bloggers, y una variopinta colección más de personajes que Bill conocía de nombre y vista, y que le sirvió a Tom como referente para no sentirse tan perdido.

Fue Bill quien presentó a Tom con Shermine, ex Miss Europa de sabría Diox cuántos años atrás, a juzgar por las señales inequívocas de su rostro ajado por el sol y la ayuda del bótox y el colágeno con los que pretendía recuperar la lozanía de la juventud, a pesar de que su figura no delataba en lo más mínimo que superaba la treintena y era madre de una niña pequeña. Sumado a su título de belleza, descubrió Tom que además de eso, Shermine fungía como centro de cotilleos y figura estelar ahí mismo en Berlín, pues todavía tenía trabajo para algunas campañas internacionales grandes.

Era, en grandes rasgos, la clase de celebridad que Bill catalogaba como miscelánea, pues no era ni esto ni aquello, sino una combinación menor de varias actividades que volvía multifacética a la persona en cuestión, aunque Tom era un poco más cruel al respecto, y simplemente se preguntaba cómo conseguían ingresos si su único talento era una cara o cuerpo bonito (rara vez ambas), una personalidad alegre (aunque hueca) y talentos todavía por definir.

Cualquiera que fuera su opinión, eso no cambió el hecho de que él y la ex reina de belleza conversaran casi exclusivamente durante una de esas veladas, y que al despedirse intercambiaran números de teléfono con evidente interés mutuo que iba más allá de una simple amistad.

A fin de cuentas, Tom consideró adecuado el lugar y el momento para volver a probar suerte, pues hacía meses desde lo de Ria, en el intermedio había habido un par de encuentros casuales, y se sentía con ánimos de volver a la vieja comodidad que sólo podía obtener de una mujer. El que Shermine además hubiera pasado por dos divorcios previos le sirvió a él como referente para confiarse de que estaban en el mismo bote, y que juntos sabrían entenderse en ese aspecto.

Por supuesto, sus estimaciones erraron y más de lo que habría llegado él a imaginar…

 

Con Shermine redescubrió Tom la apacibilidad que trae consigo una pareja.

Mensajes afectuosos, llamadas para quedar, citas en sitios privados, visitas turnadas en sus respectivas residencias, besuqueos en el coche, y manoseos en las alcobas…

No amor, eso no, y tampoco un compromiso serio, al menos no todavía, pero sí de momento una distracción adecuada en la que su compañía era bien requerida y apreciada.

Bill no aprobó exactamente su relación, de la misma manera en que exactamente no la reprobó, pero dentro de la escala de grises que era su opinión respecto a Shermine, sí le hizo saber a Tom que estaba buscando soluciones y en su lugar se encontraría con problemas.

—Es mayor que tú.

—Igual que Ria.

—Ya, pero esta vez hablamos de más que un par de años. Con la edad que tiene, iba al Gymnasium cuando tú todavía usabas pañales.

La crítica hizo que Tom se cruzara de brazos y mantuviera un estoico silencio dirigido a su gemelo, por lo que Bill dio un paso atrás y se disculpó, o al menos hizo una versión propia de ello.

—Haz lo que quieras, ya eres mayorcito para tomar tus propias decisiones, pero… No vengas llorando cuando no funcione, porque sólo diré-…

—Te lo dije —remedó Tom su tono de voz, adivinando la frase en el acto—. Vale.

Aunque los temores de Bill tenían fundamento real, no por ello dejó Tom de verse con Shermine, y su relación prosperó al punto en que los medios tuvieron noticias suyas y la novedad corrió como pólvora en los canales habituales, aunque sobre todo por internet, donde las fans fueron quienes más resintieron el enterarse de que su guitarrista favorito ya no estaba de vuelta en el mercado de solteros cotizados y se comportaron acorde a ello bombardeando la cuenta Instagram de la ex reina de belleza con mensajes de todo tipo, tanto a favor como en contra de que ella y Tom fueran un ítem.

—Lo siento —se disculpó Tom de ello una noche en que salieron a cenar ellos dos en compañía de Bill y un grupo de amigos en común.

—No eres tú el que me ha llamado perra, así que no tienes nada por qué disculparte —resumió ella con la barbilla en alto—. Además, ya estoy acostumbrada.

De ese comentario que Bill alcanzó a escuchar fue que el menor de los gemelos se sirvió para presentarle a Tom el historial de su actual novia, la cual acarreaba consigo dos divorcios, sí, pero también un puñado de relaciones breves y muy intensas (con hombres mayores y ricos, eso tenían en común) que los paparazzis habían captado con sus lentes alrededor del mundo.

—No te sorprendas cuando llame a la prensa en una de sus citas —cerró con una advertencia, y Tom se guardó de confirmarle que él también tenía esa misma impresión.

En todo caso, los meses se acumularon y su estancia en Berlín se prolongó hasta que llegó el momento de salir de gira… y después volver a la rutina, que de pronto ya no tenía el mismo atractivo que cuatro semanas atrás.

Para entonces Tom ya había conocido a Daliah, la pequeña hija de Shermine con uno de sus ex esposos, y si bien no había sentido ninguna emoción en particular cuando la cría le extendió la mano para saludarlo como estaba aleccionada por su madre, al menos no se grajeó el disgusto que normalmente le invadía cuando de por medio tenía que lidiar con niños cuya edad era menor a una cifra.

Carajo… Si hasta a la hija de Gustav le había rehuido, y si bien su amigo no se lo había tomado como personal, Tom se temía que Shermine no sería de la misma idea, por lo que el mayor de los gemelos hizo un esfuerzo extra al tratar de congraciarse con su hija (“Futura hijastra”, como la llamó Bill con malicia) y sugerir que los tres salieran juntos a un parque infantil para conocerse mejor.

El experimento tuvo tanto sus partes buenas como las malas, situándose el empujarla en el columpio y comprarle un helado como de las primeras, y lidiar con su llanto cuando una abeja le revoloteó demasiado cerca como de las segundas.

A modo de recompensa, Shermine lo premió esa noche subiéndose en su regazo después de haber acostado a Daliah y montándolo como caballito de feria hasta que los dos alcanzaron el orgasmo y después compartiendo un cigarro con la ventana abierta y disfrutando de un momento post-coito en donde todo era bueno y nada podía ir mal, excepto que…

—Han invitado a Daliah a una cita para jugar con Aaliyah este domingo —dijo Shermine en respuesta a una invitación que le hizo Tom a aprovechar el fin de semana y salir juntos al campo de paseo—. Ya confirmé nuestra asistencia.

—Ah, ok.

—Pero puedes venir también. A Anna-Maria no le importará recibir a un invitado más.

—Supongo que podría ir… —Murmuró Tom sin comprometerse todavía—. ¿Quién es ella, una amiga modelo o…?

—Oh, más bien una conocida de la guardería de Daliah, hemos hecho buenas migas y las niñas suelen jugar juntas sin problemas, pero en sí Anna-Maria ha hecho carrera valiéndose de sus hombres —dijo Shermine bajando la voz en un tono confidencial que no podía en duda que aquel era un chisme y de los jugosos. Sus ojos centellearon al acercarse a Tom y contarle el resto—. Tal vez no le conozcas por el tiempo que has pasado fuera de Alemania, pero si por algo es conocida es por sus romances con un par de futbolistas de alto calibre y por su matrimonio con Bushido.

—¿B-Bushido?

—Exacto. ¿Lo conoces?

—Uhm… —Tom intentó mantener la calma—. No personalmente, pero Bill tuvo un cierto roce con él hace años cuando hizo unas declaraciones un poco subidas de tono. No es exactamente persona grata para nosotros.

—Mmm, interesante. Como sea… Tienen una casa preciosa a las afueras de Berlín, y con espacio suficiente para hacer fiestas maravillosas. Anna-Maria nos ha cogido cariño a mí y a Daliah, por lo que nos invitan seguido a sus parrilladas. Deberías unirte a nosotras este domingo —presionó de vuelta, rozándole con el pie por debajo de la sábana—, seguro que será divertido.

—Me lo pensaré —respondió Tom, aunque de antemano ya tenía su respuesta…

 

Para la visita Tom se vistió con ropa casual, gafas oscuras, y el cabello recogido a la altura de la nuca. En apariencia relajado, aunque para adoptar aquella imagen tuvo que pasar tres horas frente al espejo, indeciso de cuál camiseta ponerse, con qué accesorios adornarse, y si era prudente dejarse la barba larga para aparentar más edad o sólo pasarse la maquinita y recuperar el rostro juvenil que acaso alguna vez había atraído a Bushido a sus brazos…

Al respecto, Tom no abrigaba grandes esperanzas, al menos no reconocibles por sí mismo, pues se repitió durante todo el trayecto a su propiedad que hacía ese viaje por Shermine, que se les unía a ella y a Daliah a un paseo ‘familiar’ donde él representaba el papel del padre incluso si en la distancia se veía con claridad un rompimiento que tanto él como Shermine preferían ignorar.

La propiedad que Bushido compartía con su esposa e hija se encontraba a las afueras de la zona urbana de Berlín, rodeada de árboles, un pequeño lago que Tom sospechaba que era artificial, y una larga valla eléctrica donde tuvieron que registrarse para pasar.

—Espera a que veas la casa —dijo Shermine en alemán antes de pasarse al inglés para que Daliah no le entendiera y después no repitiera su comentario ante otros adultos—. Es el clásico ejemplo de nuevo rico con mal gusto para la decoración.

A criterio de Tom fue más bien una mezcla de ostentación (jardines que más bien quedarían en LA) y leve vulgaridad (un toque de político corrupto, o mafioso oculto) que se puso en manifiesto conforme avanzaron por el sendero de entrada y buscaron lugar al lado de una de las tantas camionetas que se habían estacionado a un costado de la casa.

A su encuentro salió la que Tom suponía que era Anna-Maria, y con ella venía una pequeña niña un poco mayor que Daliah dando brincos y charlando animadamente incluso si su madre no le prestaba atención para en su lugar recibir a sus nuevos invitados como la anfitriona perfecta que pretendía ser.

Tom esperó paciente a que Shermine y Anna-Maria intercambiaran saludos, y después se mostró afable cuando fue el turno de las presentaciones e intercambio de besos y apretones de manos.

—Siéntanse como en su casa —les indicó Anna-Maria—. Tenemos la barbacoa cerca de la piscina, así que espero que hayan traído sus trajes de baño.

—¡Piscina, sí! —Celebró Daliah, y Aaliyah se le unió en el festejo cogiendo su mano y emprendiendo las dos una carrera que Shermine desaprobó porque iban rumbo al agua y temía por un resbalón.

Dejando a Tom atrás, éste se recompuso con facilidad y enfiló hacia donde se encontraban el resto de los invitados, un grupo diverso más o menos dividido entre sexos pero por lo demás multicultural, en donde reconoció algunos rostros y lo mismo pasó con el suyo, así que no la pasó tan mal hasta que volvió Shermine vestida con su bikini de dos piezas y un chal encima, y a su lado Daliah con sólo la prenda inferior para meterse al área baja de la piscina.

Recibiendo una papa asada del empleado que estaba cocinando en la parrilla, Tom se sentó con el grupo a disfrutar de su comida y del sol que caía en sus cabezas y hacía del clima unos agradables veintes de temperatura donde el calor era bueno y no agobiaba.

Y así habría podido seguir entre charla amena y rica comida de no ser porque entonces se escuchó el ruido de un nuevo automóvil en el sendero, y el comentario alegre de Anna-Maria señalando que “su amor” acababa de llegar del trabajo.

Pasando un gran bocado de papa con crema, Tom buscó recomponerse con un sorbo de su limonada mineral sólo para descubrir que el nudo que sentía en la garganta nada tenía que ver con un aspecto físico, sino más bien emocional, pues al girarse para presenciar la llegada de Bushido la lengua se le pegó al paladar, y por un segundo sus habilidades verbales se redujeron a cero.

Ni por todo el oro de la reserva federal de USA habría sido capaz de decir un escueto “sí”, ya no se diga que corresponder el saludo con el que Bushido correspondió a los presentes.

Anna-Maria no tardó el salir al encuentro de su esposo y besarlo en los labios, igual que Aaliyah no hesitó en abrazarle una pierna y mojarle los bajos del pantalón tipo sastre que seguramente costaba sus buenos euros, pero que éste ni tomó en cuenta al alzar a la pequeña en brazos y besarle la punta de la nariz con afecto paternal.

Cohibido por la escena familiar que estaba presenciando, Tom desvió la mirada, y aguardó paciente su turno mientras Bushido iba uno a uno con los invitados y les agradecía su presencia. Al estar Shermine antes que él, sirvió que ella lo presentara como su actual novio, y a Tom no le pasó por alto la levísima inflexión de voz con la que apretó su mano (fuerte, seca, cálida; apropiada para otros sitios…) y le preguntó por Bill.

—Prefirió quedarse en el estudio trabajando un rato más —dijo Tom en respuesta.

—Es una lástima —dijo Bushido antes de ir al siguiente invitado.

La decepción que invadió a Tom tras un segundo encuentro tan anticlimático no se equiparó al tercero, cuando después de darles a todos el recibimiento a su casa, Bushido entró para cambiarse su ropa formal por un atuendo más casual y salió con bermudas, una camisa que llevaba abierta por el pecho, y sandalias.

Su aspecto siguió siendo tan bueno como siempre, y Tom no perdió detalle en apreciar tanto la firmeza de sus abdominales como la dureza de sus pectorales que delataban al menos varias visitas semanales al gimnasio, por no hablar de la barba de al menos tres pulgadas que cubría su rostro y estaba salpicada de un par de canas. El efecto, en lugar de avejentarlo le daba un aspecto maduro y reposado del que en su juventud había carecido, y que le hizo pensar a Tom que era más lo que había cambiado que lo que había permanecido igual.

«Y tal vez yo debería hacer lo mismo», pensó con amargura y buscando la mano de Shermine, que encantada por su repentino gesto de afecto se giró para un rápido beso en los labios.

Quizá en ello radicaba el éxito, y era su afición a torturarse con ese pasado el que lo mantenía anclado a la infelicidad y le impedía avanzar. En suma, una reflexión para la que había sido necesario un cierre contundente, volver a los orígenes y toda esa mierda que Bill se había tatuado al costado años atrás…

Tom se habría de ir de vuelta a casa con esa nueva convicción de no ser porque tanta limonada le provocó ganas de ir al sanitario, y tras disculparse con el resto de los invitados y preguntarle a la anfitriona a dónde se dirigía para encontrar el retrete más cercano, el mayor de los gemelos se llevó una extraña sorpresa cuando al terminar sus asuntos, Bushido le abordó a la salida del baño.

—Hey, ¿Tom, correcto?

—Ajá.

—Va a sonar extraño que diga esto después de tanto tiempo pero… —Bushido se pasó la mano por la nuca, y Tom volvió a contemplar aquel tatuaje que en su tiempo había sido el foco central de su atención y ahora de pronto era un simple manchón de tinta que no guardaba significado especial para él—. Las cosas cambian, las personas cambian, y uhm… Agradecería si-…

—Lo sé —interrumpió Tom—, lo entiendo.

—Sí, oye… Genial. Eres un buen colega —dijo Bushido con apuro, posando su otra mano sobre el hombro de Tom y apretando una vez—. Gracias.

—No hay de qué.

Aturdido por aquel cierre tan decepcionante, Tom se reunió con Shermine y escuchó de ésta cuando ella se inclinó sobre su oído que la fiesta ya estaba en declive, y que lo mejor sería marcharse temprano.

—Es mejor irnos cuando todavía desean nuestra compañía —bromeó ella, pero a Tom la frase le cayó peor que un puñetazo en el estómago.

Porque en lo que a él respectaba, ya era compañía non grata, y su presencia ahí no era requerida para nadie, pero en especial para Bushido.

Tras decir sus adioses, sentidos desde lo más profundo de las entrañas, Tom reservó para Bushido el último puesto, y mirándole a los ojos mientras apretaba su mano, no se guardó de mover los labios en una palabra silente que quedó pendiendo entre los dos:

—Marica.

No por sus actividades ilícitas con los de su mismo sexo, que dudaba hubieran tenido un fin, con él nunca había sido así… Sino en el sentido de cobarde, de pusilánime, de ser un mariquita por mostrase a sí mismo tal cual era.

Sólo el repentino cambio de presión entre sus dedos le reveló que Bushido había captado a la perfección su mensaje, y sin remordimientos, Tom retiró su mano y le dio la espalda.

A él y a lo que su figura había representado.

Era Game Over para los dos.

 

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