El exterior.
Quería saber cómo es el exterior, ¿realmente me hacía esa pregunta? Mi boca se secó, no me sorprendía, pero ¿qué podría decirle? Cualquier posible respuesta se atoraba en mi garganta, sabía que de alguna forma lo decepcionaría, nada que decirle, el agarre en mi muñeca se tensaba, por supuesto se cansaba de esperar.
— ¿Significa mucho para ti la respuesta? —Pregunté.
Ladeó su cabeza, quizá pensando al igual que yo.
—Sí.
Me temía esa respuesta, y ahora me sentía con lástima, realmente en su vida jamás había salido al pueblo, no sabía si eso era bueno o malo, pero para su punto de vista era algo deprimente. Quité su mano de mi muñeca para luego sujetar su propia mano directamente entrelazando mis dedos con los suyos, busqué de nuevo sus ojos, los que me miraban sin ninguna emoción perceptible a primera vista.
—El exterior puede ser bueno y malo —Me acerqué a la ventana y separé las cortinas, la tormenta era más leve, pero nieve seguía cayendo —, mira ¿consideras esta tormenta algo bueno o malo?
Se tomó unos breves momentos para pensar en una respuesta, luego se acercó a la ventana y tocó el cristal con sus dedos.
—Tal como dices, la tormenta es algo bueno y malo —Luego volteó a mirarme—, ¿existe un balance? ¿Hay más bueno que malo o viceversa?
—Existe la variación, pero nunca habrá una respuesta determinada, lo que te explico a ti no serviría de mucho si no lo experimentas tú mismo.
Una sonrisa tímida adornó su rostro por unos segundos, luego cerró las cortinas y se quedó en su lugar, luego me di cuenta que seguía sosteniendo su mano y la solté lentamente.
—Ha sido bueno conversar contigo Mihael.
—Lo mismo digo.
Nos despedimos y Nate regresó a su habitación. El resto de la noche pude dormir tranquilo.
Al día siguiente la tormenta había terminado, era bastante temprano y nadie se levantaba aún, de seguro ya había ocasionado muchas molestias, así que sin intenciones de ser grosero decidí irme lo antes posible, dejé las mantas bien dobladas, recogí mis cosas y salí.
No sabía en qué pensar ahora, finalmente había conocido al chico de talco, había hablado con él, se podría decir que mi sueño se había hecho realidad, ¿pero luego qué? ¿Era todo? ¿Qué debería hacer ahora? ¿Volvería a verlo? De nuevo tenía muchas preguntas en mi mente.
Al llegar a casa, me sentía vacío, y mi casa bastante fría, ¿siempre se había sentido así? De seguro ellos ya habrán despertado, espero que no les haya importado que me haya marchado, quizá hasta les haya aliviado, después de todo para sus ojos era un desconocido que podría descubrir el secreto de que tenían un niño hecho de esteatita resguardado en esa casa que casi nunca se ve con sus puertas abiertas.
De repente no me sentía con ánimos de preparar algo para el desayuno, había perdido todo apetito, solo dediqué el resto de la mañana en recostarme y recapitular lo que había vivido la noche anterior.
Por cosas de la vida tuve que entrar a su casa, conocí finalmente al chico de talco, tuve una conversación con él, y después de eso me tuve que marchar, ¿qué significa para mí? No me sentía con ganas de volver a dormir, pasaría el resto del día haciendo flojera en mi cama, todavía con los recuerdos tan frescos de hace unas horas.
Siendo casi mediodía finalmente sentí los efectos del hambre, me levanté y fui a la cocina a preparar algo. Tomé la bolsa con las compras y comencé a organizar todo en sus respectivas estanterías y el refrigerador, cuando algo extraño apareció en el fondo de la bolsa.
Un pequeño pedazo de un material blanco, casi tan delgado como un cabello, con un lustre perlado y una transparencia traslúcida, una fibra más hermosa que el oro y más suave que la seda, tan frágil y ligero. Sabía perfectamente lo que era, y sin preguntarme cómo terminó en mi bolsa lo acaricié con mis dedos, lo atesoraría por siempre.
Después de todo era un mechón de cabello del chico de talco.