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Tradición impensable por 1827kratSN

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Un suspiro invadía la cocina en cierta tarde como cualquier otra. Provenía del cielo frustrado que admiraba su tanda de chocolates ennegrecidos, más oscuros de lo que deberían estar, además de caracterizarse por un sabor tan amargo que ni siquiera logró mantenerlo por mucho tiempo en su boca. Habían salido horribles, eso a pesar de que no hizo mayor cambio en la receta que estaba siguiendo desde que inició todo ese asunto del entrenamiento.

Era triste saber que no tenía dotes en la cocina

 

 

—Al menos sólo hice un poco — trataba de darse ánimos a sí mismo, pero no estaba funcionando demasiado bien

 

 

Con desgano recogió los utensilios que usó, los limpió, dejó todo en su lugar, y guardó su intento fallido en una bolsita de papel para después desecharla, pues no quería que alguien lo probara por error y terminase en la enfermería. Suspiró profundamente antes de dirigirse a su oficina para revisar los pendientes que mantenía, aunque en realidad iba a fingir leer y matar el tiempo un rato.

¿Qué estaba haciendo mal? Se preguntaba con desánimo mientras mordía su labio inferior y contraía los músculos de sus mejillas por diversión. Sin darse cuenta hacía una mueca un poco infantil, pero al estar solo no había problema en demostrar su inmadurez momentánea

 

 

—¿Por qué tan triste, Tsuna? — el mencionado elevó su mirada para toparse con la avellana de su lluvia

—No es nada, Takeshi — sonrió forzadamente

—Pues a mí me parece que estás tan triste que arrastras los pies al caminar — sonrió un poco antes de colocarse junto a su amigo y palmearle la espalda — sea lo que sea, se puede solucionar. No te desanimes

—Hayato te lo dijo, ¿verdad?

—Bueno — rió nerviosamente — sí — confesó rascándose la nuca — pero no se lo digas. Se pondrá histérico si sabe que tú sabes que yo sé que intentas mejorar los chocolates del último San Valentín

—Suena tan patético — su aura depresiva incrementó

—Ey — sonrió rodeándole el cuello con uno de sus brazos — ¿y si mañana te ayudo, Tsuna?

—Gracias, Takeshi… Será mucho mejor si tengo alguien revisando que no use cosas extrañas en la preparación

—¡Déjamelo a mí!

 

 

Pero ese encuentro no fue coincidencia, claro que no. Detrás había un sinnúmero de palabrotas y golpes que cierta tormenta propinó a cierto guardián jovenzuelo que había cambiado la esencia de vainilla por salsa de soya. ¡Maldito rayo!

Lambo se había escabullido esa mañana, cambiado un ingrediente, y escapado, pero no notó que se olvidó de desechar el frasquito real. En uno de sus bolsillos estaba el frasco verdadero de esencia de vainilla y por ende cargaba consigo la evidencia de su crimen, porque sí, si alguien le hacía daño al décimo Vongola, aunque fuera sólo una travesura, sería acusado de criminal.

Gokudera había notado un pequeño comportamiento extraño en esa “vaca estúpida” pues lo vio sonreír cuando Tsuna acaba de entrar a la cocina a “escondidas”. Obviamente la tormenta no era ni un poquito idiota y enfrentó al muchacho, entre los forcejeos y pelea verbal (que, por cierto, terminó por romper uno de los jarrones en la sala), descubrió el frasquito especial. Enfureció tanto que empezó una persecución escandalosa

Una cosa llevó a la otra, Yamamoto dedujo que tenía que ir por Tsuna y alejarlo del caos que era los jardines delanteros de la mansión y fingir que nada pasaba mientras platicaba con su cielo. Sólo rogaba porque no destruyeran demasiadas cosas, aunque eso sonaba demasiado imposible porque en cierto punto algo estalló con tanta potencia que el piso vibró

Y eso sólo fue el inicio

Los intentos por sabotear al décimo Vongola fueron numerosos, tantos como los propios intentos de Tsuna por fabricar sus adorados chocolates comestibles, duplicados cuando veían al décimo salir de la mansión para seguramente comprar ingredientes o adquirir unos chocolates de muestra de alguna tienda especializada y de gusto del castaño. Y si no fuese por lo despistado o ingenuo que podía llegar a ser el cielo, todo se hubiese salido de control

 

 

—No pasa nada, Ryohei — sonreía mientras se levantaba pues hace poco había chocado con aquel hiperactivo guardián

—Lo siento, ¡al extremo!... En serio — también procedía a levantarse y sacudir un poco su traje

—Pero se ha arruinado — murmuró Tsuna al ver que las fundas de sus preciados materiales se habían roto debido a la abrupta caída y el contenido se había derramado por el suelo

—¿Qué es eso? — investigó Ryohei al ver algo parecido a polvo blanquecino, algo viscoso y algo marrón oscuro entremezclado en el piso

—Ingredientes — suspiró porque la azúcar impalpable, la esencia de vainilla, incluso la mantequilla yacía en el suelo, desparramada porque al parecer fue pisada por el mayor — pero no importa, ¿te hiciste daño?

—Pero, ¿por qué compras ingredientes si hay quien se encargue de eso en la mansión?

—Pues — sonrió forzosamente porque su semana no había sido demasiado buena — era una excusa para escapar de la reunión de hoy

—Ya veo — obviamente el de cabellos blancos no se creyó esas palabras, más porque la tristeza en esa mirada marrón era evidente — entonces te acompañaré mañana a comprar más de eso, ¡al extremo! — por sobre todas las cosas, nadie quería ver a su cielo triste, tal vez por eso quiso enmendarse, aunque sea un poquito

—Eso sería grandioso, Ryohei. Gracias — la sonrisa que Tsuna formó sí fue sincera en esa ocasión

 

 

Una sonrisa dulce, la mirada chocolate un tanto apagada y un suspiro cansado fueron suficientes para que el remordimiento de Ryohei se extendiera por su estómago, pecho y garganta. Aquel sol brillante de repente se apagó de a poco, porque se sentía miserable. Él pertenecía al grupo que quería evitar que los chocolates de Tsuna se hicieran, pero después de aquel incidente se sintió tan culpable que debió sentarse en la sala por un rato y meditar.

Tsuna no sabía mentir, tampoco podía esconder sus sentimientos, al menos delante de su familia no lo hacía, por eso el mayor se sintió basura. Tsuna lo veía como el hermano mayor que nunca tuvo y él sólo estaba actuando egoístamente y derribando los sueños de su cielo… se merecía un castigo extremo por eso.

 

 

—¿Cómo te fue, Ryohei-nii? — Fuuta lo miraba con un poco de duda — ¿pasó algo?

—No lo haré más — suspiró — ya no los apoyaré en esto

—¿Eh? ¿Porqué?

—Si siguen con eso, todo se pondrá peor, al extremo

 

 

Pero a veces asegurar la integridad propia ganaba a cualquier sentimiento anidado en el corazón.

Lambo, Fuuta, I-pin, Bianchi, Giannini y Souichi aun persistían en que no podían permitir más chocolates en esa casa, al menos no los que salieran de la cocina compartida en la mansión, así que siguieron intentando frustrar los intentos de Tsuna, eso a pesar de que otros trataran de enmendar sus travesuras. Esos “otros” eran el grupo liderado por Hayato.

Tal vez debieron hacerle caso a quien era más cercano al décimo Vongola, pero eran cabezas duras en ocasiones.

Un día desaparecieron los ingredientes, pero Hayato logró al menos obtener una ración extra que entregó él mismo a su jefe. Al día siguiente volvieron a arruinar la receta, creando unos chocolates de sabor amargo en extremo. En otra oportunidad la cocina tuvo un fallo, el horno y, en sí, todas las cocinas no sirvieron, no encendían por más que intentaron. Llegaron hasta el punto en que cambiaron el azúcar por sal sin importarles el prescindir de tan preciado ingrediente en la mansión incluso si sus comidas también se vieran arruinadas y los cocineros se tuvieran que disculpar personalmente con su jefe, quien obviamente restó importancia al asunto. Su cielo era tan bueno… pero en algún punto tenía que estallar

 

 

—¿Se siente bien, juudaime? — estaban todos sentados en la mesa, disfrutando de una acalorada cena como era tradición, aunque todo estaba más calmado puesto que faltaban dos individuos particulares que estaban en misiones, pero que seguramente llegarían esa madrugada o después de un par de horas

—¿Por qué lo preguntas? — Tsuna miró a su guardián con interés

—Porque usted luce apagado — todos en esa mesa giraron hacia el castaño

—Pues no — sonrió incómodo por todas esas miradas y al notar dos asientos vacíos en esa mesa —. No me pasa nada

—Tsuna — Takeshi se levantó de su lugar, el que estaba ubicado a la izquierda del castaño quien encabezaba la mesa a uno de los extremos — ¿por qué lloras? — sin pensarlo sacó un pañuelo y con éste cortó la ruta de una pequeña lagrimilla que surcaba la mejilla de su cielo

—¿Eh? — susurró al sentir aquella fina tela en su mejilla — yo no… — pero su voz se apagó cuando sintió la calidez de una nueva lágrima en su otra mejilla

—Tsuna-kun/Tsunna-san/Juudaime/Sawada/Tsuna-nii — fue la exclamación grupal al ver aquello

 

 

Las lágrimas del castaño se deslizaban suavemente por sus mejillas, sus ojos se entrecerraron y picaron sutilmente, su voz no salía, su garganta dolía, su pecho se estrujaba. No se dio cuenta de que se sentía tan triste, no hasta que su propio cuerpo quiso exteriorizar su pesar.

Tsuna trató de disculparse tras tomar el pañuelo cedido y limpiar sus vergonzosas lágrimas, pero no pudo porque un sollozo se le escapó primero. Cerró los ojos un momento para no ver esos rostros preocupados por él, no se merecía esa atención porque sus pesares eran vanos y hasta tontos. Sólo se quedó callado mientras intentaba retomar la compostura de sus acciones… pero no podía… no cuando volvía a sentirse inútil después de tantos años… pues ni siquiera un simple chocolate podía hacer… tal vez nunca dejó de ser tan patético… tal vez seguía sin servir para nada  

 

 

—Llorar es de herbívoros — la dura voz de Hibari hizo que Tsuna sólo emitiera una leve carcajada entrecortada debido a su sollozo — y tú no eres uno de ellos

—Bien… Bienvenido — el castaño carraspeó un poco para que su voz no se quebrara e intentó sonreír, pero no pudo

—Hum — vio rápidamente el rostro de cada persona asistente a esa cena y frunció el ceño. Claramente se fijó que la culpa se reflejaba en algunas personas y en otras sólo había comprensión y leve enfado

—¿Cómo fue la misión? — Tsuna miró a todos y sonrió sutilmente para que entendieran que estaba bien y que podían retomar la cena… pero en realidad nada se podía volver a retomar

—Bien — con extrema frialdad Hibari analizó la situación. No le gustó nada esas miraditas culposas dignas de pequeños roedores que robaban comida para ceder al hambre que no tenían — mi informe estará sobre tu escritorio en un par de horas

—Gracias, Kyoya… por favor toma asiento y…

—¿Qué hicieron, herbívoros? — no tenía pelos en la lengua ni paciencia para tratar con aquellos que le volvían la vida dura — hablen o los morderé hasta la muerte — vio a muchos tensarse y se le escapó una risita. Tendría una larga y divertida plática con ellos

—¿De-de qué hablas Kyoya? — interrogó Tsuna cuando ya logró parar su llanto — No ha pasado nada aquí

—Sigues siendo tan ciego, Vongola — el único que seguía degustando de su comida era el ilusionista, pero se detuvo para disfrutar del espectáculo — kufufu… están perdidos — Mukuro miró a la mayoría y sonrió burlón, pues si se quedó callado durante todos esos días fue por interés personal. Nada mejor que ver a la alondra moliendo a golpes a cada uno de ellos

—Estabas llorando — masculló Kyoya mientras fruncía levemente el ceño — algo te hicieron, omnívoro  

—Eso… — Tsuna no pudo ver a su familia, sólo giró su rostro levemente y sonrió forzadamente — lo que viste fue causado por una tontería mía — carcajeó quedito

—Cariño~ — Mukuro adoraba esas ocasiones en donde todos hacían estupideces que afectaban al décimo — Cariño~ — repitió burlonamente mientras miraba a Kyoya en busca de atención, obviamente adoraba molestar al “ave” también — si no dejas de ignorarme, no te contaré nada

—Calla — masculló entre dientes para no ceder ante el enfado — sólo habla, piña

—Que malo eres, mi amada alondra — sonrió maliciosamente mientras ganaba la atención de Tsuna sobre sí — pero tú eres mucho más malo, Tsunayoshi-kun

—¿A qué te refieres?

—A nada importante, juudaime — obviamente todos empezaron a intentar evitar que el pobre castaño se enterara

—No es nada, Sawada

—¡Hablen, herbívoros!

—Ellos han estado saboteándote en estos casi quince días, impidiéndote hacer las cosas correctamente, dañando cada intento en que has puesto todo de ti — Mukuro elevó su voz por sobre los gritos de los demás — kufufu… y te han puesto en ese estado

—No puede ser, Mukuro — Tsuna sonrió, negándose a creer en aquellas palabras — ellos no…

—Te han deprimido tanto por fallos que en realidad no eran tuyos… que has llorado en frente de todos y sin darte cuenta

—No es verdad. Ustedes no harían algo así — los miró con súplica, martirizado por aquella posibilidad.

 

 

Silencio por parte de unos, miradas reprobatorias por parte de otros. Tsuna no podía creer lo que Mukuro había dicho, pero nadie lo estaba negando, nadie le estaba diciendo que era una broma muy horrenda, baja y negra. Miró con desesperación hacia su tormenta y éste, con culpabilidad, se inclinó en una reverencia exagerada mientras recitaba lo que muchos querían decir: «Perdóneme, juudaime, pero no pude evitar que todos los intentos por arruinar sus chocolates, fracasaran. Lo siento mucho»

Dolor.

Decepción.

Impotencia.

Tsuna no pudo verlos más a la cara, se centró en sus manos que aún sostenían el pañuelo de Yamamoto. Se sentía tan destrozado que ni siquiera sabía cómo reaccionar. Llevaba casi quince días intentando una y otra vez hacer el chocolate perfecto para cada uno de ellos, se frustró decenas de veces por no conseguirlo o porque algo le impidiera seguir practicando, se sintió inútil cada noche y cada mañana donde despertaba con la sola idea de volver a intentar todo una vez más.

Su propia familia le había prohibido progresar. Dolía. Dolía demasiado

 

 

—Yo… — murmuró Tsuna, sintiendo el escozor en sus ojos nuevamente

—Largo — Hibari miró a todos con reproche e ira, frunció su ceño y con un solo gesto espantó a muchos — herbívoros

—E-espera — Tsuna quebró su voz, pero intentó reponerse — no… se…

—Juudaime, ¡lo sentimos! — el corazón de todos se estrujó cuando el castaño cubrió su boca para ahogar un sollozo mientras agachaba la cabeza para intentar ocultar sus lágrimas — Todos aquí en verdad lo…

—No creo que unas bonitas palabras sirvan ahora, kufufu

—Cállate de una maldita vez, que tú ni siquiera ayudaste a terminar con la niñería de estos… — gruñó la tormenta

—Los morderé hasta la muerte — Hibari sujetó una tonfa en su mano derecha y dio el primer paso pues no dejaría que todos esos idiotas hicieran sufrir más a su cielo, al pequeño omnívoro que consideraba como un despistado, torpe y tonto hermanito menor

—No… — Tsuna apenas pudo pronunciar eso mientras sujetaba la gabardina que portaba su nube y lo detenía — por… favor… no

—Nosotros no queríamos hacerte daño, Tsuna-nii

—Pero ya lo han hecho — masculló Nagi, quien estaba furiosa como pocas veces — han sido muy malos con Boss

—Me iré — Tsuna tragó duro antes de levantar su cabeza — me iré con Enma… ustedes sigan con la cena — intentó sonreír, pero sólo salió una mueca extraña — buona notte a tutti

 

 

Los que en esa noche vieron las lágrimas lastimeras, la mirada opaca, la mueca extraña que simuló ser sonrisa, el temblor del labio inferior del décimo y el caminar rápido que dio para salir del comedor, juraban jamás olvidar aquello. Basura era poco para definir el cómo se sentían, incluso algunos perdieron su voz y sus ojos se cristalizaron debido a la culpa.

Tsuna en esa noche se volvió un cielo opaco y triste

Fueron idiotas y por eso no se quejaron demasiado cuando fueron mordidos hasta la muerte o metidos en ilusiones. Se merecían ese castigo.

 

 

Continuará…

 


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