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Como perros y gatos. por Larcisa

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Notas del fanfic:

Los tiempos de la historia original están alterados, para adaptarlo al relato. Disculpar las molestias. 

Advertencia: contiene un trio con lemon fuerte.

Posdata: la historia está terminada y consta de 5 capítulos. 

Vuestros comentarios, me motivan a actualizar antes.

Gracias por leer. 

Notas del capitulo:

¡Hola! 

Al ver una imagen de Lucius, frente a la chimenea con dos canes, se me ocurió esta historia. 

Es un trío: Remus x Sirius x Lucius.

Advierto: contiene lemon fuerte y algo de angustia.

Posdata: vuestros comentarios me motivan a actualizar los capítulos.

Cuando la celda se cerró con un lúgubre chirrido, Lucius se sintió angustiado ante la soledad apabullante. Un instante antes, lo habían acosado los flashes de los periódicos. Los fotógrafos de la prensa sensacionalista eran como las aves carroñeras. Lo habían despojado sin pudor de los restos de su dignidad, y se habían marchado abandonándolo en el olvido de la prisión de Azkaban.

El diario El Profeta, no tendría escrúpulos en publicar ante todo el mundo mágico esa deplorable imagen de un Malfoy. La ignominiosa fotografía, se difundiría con la velocidad con que se propaga un virus, para divertir las mentes enfermas de todos los que deseaban verlo caer.

Había intentado mostrar toda su soberbia frente a la cámara, pero únicamente su cabeza forzosamente elevada por el collarín medicinal, había salvado levemente su maltrecho orgullo. La fotografía lo mostraba encadenado, arrodillado y con el harapiento pijama a rayas de un preso. Sus muñecas estaban restringidas por dos argollas oxidadas, y atadas con vendas sucias que envolvían sus manos heridas, mientras sostenía precariamente su tosca placa de preso. Lo peor de todo, no fue soportar esa humillación. Sus emociones lo habían traicionado. Sintió sus ojos casi llorosos cuando el flash los deslumbró, y no pudo ocultar la súplica silenciosa reflejada en su mirada.

Su única opción era resignarse a su encierro, pues de lo contrario sufriría psicológicamente, y atraería a los dementores. No estaba dispuesto a sucumbir ante la demencia que perturbaba todas las mentes confinadas en aquel lugar maldito

Se estremeció de frío cuando se recostó contra el muro piedra. Las dolorosas punzadas de dolor le recordaron todas las heridas mal curadas que tenía su cuerpo.
Perdió la batalla de un modo humillante. Lucius Malfoy era conocido por ser un magnífico duelista, y tenía la singular habilidad de luchar con dos varitas al par. Esta vez un niño lo había desarmado dejándolo indefenso. Harry Potter, no se había contentado con truncar sus planes por segunda vez, había destrozado su reputación y credibilidad.

Encargado de la delicada misión de obtener la profecía, y tras haber fracasado con el diario del Lord, en esta ocasión no se podía permitir fallos. Su plan era contener a los mortifagos, para que ningún niño saliese herido. Evitaría el escándalo, cuando todos los estudiantes regresasen ilesos a Hogwarts; su misión prevalecería en secreto ante el mundo mágico. En el fondo de su corazón, era consciente de que solo eran pequeños, de la edad de su propio hijo. No le debería resultar difícil convencerlos para que le entregasen la profecía. Era hábil persuadiendo con amenazas o promesas. Su lengua envenenada, y su tono mesado y sibilante, los perfeccionó en Slytherin; esto le permitía manipular a su antojo a los altos cargos del ministerio.

Lo peor no fue lidiar con el afamado y temerario Harry Potter, y su camada de leoncitos de Gryffindor. Sirius Black apareció en el momento más inesperado, como un fantasma fugado de su encierro eterno, y dispuesto a culminar una aciaga profecía.

Lucius no pudo recobrarse de la sorpresa a tiempo; el puñetazo impactó contra su rostro violentamente lanzándolo al suelo. La esfera que el Lord le había encargado obtener, se rompió ante sus atónitos ojos azules; a escasos centímetros de su mano tendida. En ese momento sintió que él mismo se hacia añicos, como ese frágil cristal. Había perdido una misión por segunda vez, y la ira del Lord recaería sobre ellos. No estaba dispuesto a que la familia Malfoy asumiese las consecuencias de su propia negligencia. Debería divorciarse y convencer a su hijo de que renegase públicamente de su padre. Únicamente de este modo saldrían sin ningún cargo cuando fuese juzgado por ser un mortifago. Su amada Narcisa, no tenía la marca oscura en su brazo, y era lo suficientemente inteligente para guardar las apariencias ante la sociedad mágica. Su hijo Draco, no tendría ningún interés para el Lord. Voldemort no encontraría la manera de utilizar a su familia para presionarlo a él, y de todos modos estaba encerrado.

Lucius decidió dar batalla aún con todo en su contra. Los mortifagos se batían contra los Aurores, que aparecieron para capturarlos. Era consciente de su desventaja. Los miembros desquiciados y consumidos por el encierro en Azkaban que componían sus filas de mortifagos (como su propia cuñada Bellatrix) no podían competir en igualdad de condiciones contra Aurores entrenados y en perfecto estado.

Decidido a vengarse de Sirius Black por provocar la rotura de la esfera y con ello su ruina. Se posicionó en la plataforma donde luchaban y les hizo frente junto a otro mortifago decidido a ayudarle en la reyerta. Eran dos contra dos. Primero disparó su magia contra Harry Potter, para dejarlo fuera de combate. Después se dedicaría por entero a su venganza contra Sirius Black. El hombre frustró su ataque poniéndose frente a su ahijado. A su compañero mortífago lo eliminaron con rapidez, y mientras se recomponía de la sorpresa, Harry Potter le arrebató con un conjuro una de sus varitas. Bailó con soltura esquivando y deteniendo los ataques de sus oponentes en un grácil retroceso. Finalmente acosado por los ataques de Sirius quedó completamente desarmado e indefenso. Sirius no dudó en lanzarle otro ataque mágico, y sin nada con que poderlo detener, puso sus manos como única barrera.

Lucius salió proyectado contra la pared y tras el brutal choque cayó al suelo aturdido. La batalla mágica a su alrededor era encarnizada, y con su cuerpo magullado y golpeado, apenas podía eludir los ataques mágicos que rebotaban sin haber dado en sus objetivos. Algunos mortifagos habían logrado escapar de los Aurores, y él mismo lo había intentado.

Sin su varita mágica y tan herido solo podía huir a la desesperada. Su respiración era angustiosa y resollaba sonoramente a cada vacilante paso. A causa del golpe contra la pared, su cabeza parecía estallar de agonía, y se tambaleaba inestable por el mareo. Sus ojos azules se entrecerraban llorosos por el dolor, y cada vez veía más borroso. A tramos se arrastraba y en otros avanzaba penosamente. Conocía muy bien aquel lugar, y por donde debía escapar, para que perdiesen su pista entre aquellas calles neblinosas. No se detuvo ni por un instante, pues se sentía perseguido y asediado. Estaba a punto de de caer de rodillas por la extenuación de mantener ese ritmo rápido; su cuerpo no podía aguantar mucho más en su mal estado. La pérdida de sangre por las diversas heridas. Sus manos quemadas y fracturadas (por haberlas usado como escudo del hechizo) ahora no le permitían que se apoyase brevemente en un muro para tomar aliento.

Estuvo seguro de su éxito cuando divisó a pocos metros una destartalada pensión del Londres mágico. Pagaría una habitación, y después usaría la red de chimeneas para llegar inmediatamente a su mansión. Se detuvo justo antes de tocar a la puerta con sus nudillos. Sus manos heridas le dolería aún más al golpear la robusta madera. En su lugar, decidió propinar ligeros puntapiés a la puerta, de todos modos surtiría el mismo efecto. Su bota golpeó varias veces y la puerta crujió resentida.

Lucius esbozó una leve sonrisa aliviada, cuando le abrieron, pero al instante se desvaneció de sus labios ese gesto reconfortado. Sirius Black estaba en el interior con una expresión sombría. Por inercia intentó cerrarle la puerta en las narices y correr, pero fue detenido en seco por la rápida mano de Sirius. Jadeó entrecerrando los ojos acuosos por el dolor ante el empuje contrario de Sirius, que mantenía sin dificultad la puerta abierta presionando su dolorida mano. En ese instante sintió a alguien cerniéndose detrás de él, y se giró alarmado. Remus Lupin lo apuntaba con la varita.

— ¡Entrégate Malfoy!

Lucius siseó encolerizado:— Nunca me entregaré voluntariamente...

Sirius agarró la muñeca del rubio, y la presionó hasta ver su gesto de dolor:— No estás en condiciones de resistirte Lucius.

Lucius apretó sus finos labios conteniendo el gemido de dolor. Se percató de que la varita de Sirius se asomaba por un bolsillo de la túnica, y estaba a su alcance. Rápidamente la asió con su mano libre y la lanzó lejos. Como esperaba el castaño lo soltó y se apresuró a recogerla. Sirius un metamorfomago, con la capacidad innata de transformarse en un animal, se comportaba como el chucho en el que asiduamente se trasmutaba.

Se mofó con un comentario mordaz:—¡Recógela!— Y entró con premura en el lugar de hospedaje cerrando con un portazo tras él.

Escuchó fuera el gruñido de Remus, pero su corazón latía con demasiada violencia para prestarle atención. Se dirigió a la señora mayor que atendía a los clientes, y le demandó una habitación con su habitual altanería. En un momento estaba en el interior de la modesta estancia que había pagado y se afanaba en encender la chimenea. La penosa tarea de apilar la leña en el interior, sin emplear magia y con sus manos dañadas, le hicieron recordar la comodidad de disponer de elfos domésticos para esas labores. Sus ojos azules recorrieron ansiosos la habitación, buscando con que prender fuego; su mirada se detuvo sobre la repisa de la chimenea, en donde estaban aplicados unos papeles y una caja de cerillas... Debería ser suficiente con aquello. Se arrodilló, para prender fuego y maldijo en voz baja el hollín que manchaba sus pantalones. El fuego no prendía por más que lo intentaba, y su mente agobiada por la huida, tardó en discernir la respuesta: con la humedad la madera no ardía. Se incorporó maldiciendo y sacudiéndose el hollín de su pantalón negro. Estaba dispuesto a arrojar al interior de la chimenea una manta de la cama, y prenderle fuego, para poder escapar. La voz de Sirius a su espalda lo paralizó en seco.

— ¿Se te olvida que una vez que un perro recoge algo se lo devuelve al que lo lanzó?

Lucius se giró alarmado; observando con recelo a Remus, que le cerraba el paso hacia la puerta. El vello de su rubia nuca se erizó al escuchar al licántropo:

— Nunca soltamos una presa.

Lucius intentando recuperar el resuello, siseó jadeante:—¿Qué sois dos perros de presa que cazan en manada?

Sirius respondió con la ironía propia de un Black:— No, realmente cazamos a dúo. Te pudimos rastrear por el olor a sangre, eres muy escurridizo.

Lucius arqueó una ceja incrédulo y Remus tomó la revancha:— Tú pareces un gato acicalándote y buscando enroscarte en el calor de las mantas.

El mortífago comprendió en ese instante que ambos canes, habían estado dentro de la habitación cuando se limpió el hollín, y se dirigió a por la ropa de cama, para prender la chimenea... Quizás incluso habían entrado mucho antes, y contemplaron su patético espectáculo intentando encender una simple chimenea. Si tan solo tuviese su varita a mano, podría tener una oportunidad contra esos dos.

Ambos Aurores lo apuntaron con sus varitas amenazantes. Lucius se agazapó atento, para intentar esquivar cualquier ataque mágico.

Sirius resopló:— Ríndete no pretendemos hacerte más daño.

Remus gruñó:— No intentes jugar con nosotros empleando algún truco sucio.

Lucius exasperado bufó en respuesta:— Preferiría entregarme yo mismo en el ministerio, y no permitir que me nadie me vea en vuestra compañía.

La varita de Sirius emitió un destello fulgurante. Lucius lo esquivó por muy poco lanzándose a un costado, pero su cuerpo dolorido no reaccionó a tiempo, cuando el conjuro de ataduras de Remus le cayó encima.

Lucius se había resistido todo lo que pudo cuando los dos Aurores lo condujeron hasta el ministerio. Una vez frente al edificio, recuperó su compostura y su dignidad, comportándose con su habitual arrogancia. Respondió ante las acusaciones de los Aurores con la soberbia de un noble ultrajado por una falacia.

Después todo había concluido mal, menos el divorcio de su mujer, y la renuncia de su hijo a todo lo que se relacionase con él. No todos los triunfos eran dulces, y aquel en especial, le resultaba insoportablemente amargo. Su familia se había desecho del lastre que en esos momentos suponía él. Eludieron el riesgo de ser investigados, y acabar en Azkaban. Eso lo reconfortaba, pero no lograba quitarse la angustia de haberlos visto testificar contra él, y deshacer todos los vínculos que los unían legal y legítimamente.

Lucius Malfoy evadió concentrarse en la celda mugrienta y umbría que lo mantenía confiando. La claridad apenas se filtraba entre las rejas estrechas del único ventanuco. Se había habituado a no sobresaltarse con los imprevistos gritos demenciales o los lamentos desgarrados de los otros presos.

Nunca pensó que se acostumbraría a ver a los dementores vagar frente a su ventana. Lo asediaban intentando sorprenderlo desprevenido, y robarle el alma con su tacto de ultratumba. Los atraía la desdicha y la locura. Eran temidos por robar todo rastro de felicidad a sus víctimas y dejarlas vacías... En Azkaban no encontrarían nada similar a la felicidad. Los dementores (como los carroñeros que eran) podrían darse un pútrido festín con las almas desoladas y atormentadas de los presos mugrientos y abandonados.

El paso del tiempo, debilitaba su cuerpo maltrecho, y muchas de las heridas envueltas con los vendajes sucios se habían infestado. El pijama raído y mugriento, apenas lo resguardaba del frío húmedo. Se estremecía tiritando violentamente; se abrazaba a sí mismo en busca de calor, y notaba todo su cuerpo ardiendo. La cabeza le dolía haciéndolo flotar en un extraño duermevela... No podía mantenerse despierto todo el tiempo, pero tampoco caía en la calma de la inconsciencia. Intuía que tenía fiebre. Las heridas le punzaban y sentía su piel tirante, irritada y demasiado caliente.

Lucius, planeaba constantemente cómo escapar de esa celda, y se repetía insistentemente la misma letanía: él podía fugarse de Azkaban.
Era un modo de convencerse a sí mismo de poder lograrlo, y no sucumbir ante la adversidad. Sirius lo consiguió, y estaba fuera de duda, que un Malfoy podría emular esa hazaña incluso con más vigilancia en Azkaban. Su mal estado no le permitía hacer planes de fuga con la mente despejada; en la semi inconsciencia, solo podía repetir su letanía, para aferrarse a su cordura.

En ocasiones le asaltaban recuerdos buenos de su pasado.
La nieve blanca y fría adornando con su impoluta blancura los traslúcidos cristales de la vidriera. El fuego ardiendo en el hogar de la antigua chimenea ornamentada. Él sentado cómodamente en su sillón de orejeras, forrado del mejor terciopelo negro. Estaba situado frente a la chimenea, la pieza central del gran salón. Lucius, el patriarca de la familia Malfoy, presidía orgulloso las fiestas navideñas. Draco abría los regalos deslumbrándose con su contenido, y se entusiasmaba con la idea de comenzar a utilizarlos. Narcisa le sonreía con calidez... Después el frío invernal lo calaba a hasta los huesos, y su familia se alejaba en la blanca bruma de la nevada, abandonándolo enterado en la nieve. Despertaba sobresaltado. Se repetía su letanía, recordando fragmentos inconexos y difusos del juicio o de mejores tiempos.


La amistad entre Remus Lupin y Sirius Black se había prolongado y fortalecido desde la tierna edad escolar, y en su etapa adulta se había trasformado en algo más íntimo. Ambos formaban una discreta pareja. Todos creían que ellos solo mantenían una amistad, y debido a su esforzado trabajo como aurores, tenían una perfecta coordinación mutua.

Remus entró en la humilde casa que compartía con Sirius. Le extrañó que su efusiva pareja no saliese a recibirlo, o le diese un beso de bienvenida. Llegó hasta la cocina que desprendía un magnífico olor a asado. Se encontró a Sirius meditabundo frente a una lechuza posada en el alféizar de la ventana. Se aproximó rodeándole con sus brazos la estrecha cintura:—¿Qué sucede? ¿Quién manda esta lechuza?

Sirius solo murmuró:— El ministerio...

Remus lo abrazó desde atrás, y le besó el cabello negro de la nuca:— Después nos ocuparemos de lo que suceda. Supongo, que no requerirá nuestra presencia inmediata.

Sirius negó con la cabeza y se giró, para mirarlo de frente y mostrarle la carta:— Se trata de Lucius, está muy enfermo por las heridas que sufría, la escasa ventilación y las condiciones insalubres de las umbrías celdas. Lo trasladaran a la prisión del ministerio, y como no desean ocuparse de un mortífago... Lo entregaran a cualquier Auror que quiera y pueda hacerse cargo de su estado y mantenerlo vigilado. En caso de reclamarlo más de un auror, será puesto a subasta en secreto dentro del ministerio y cualquier auror podrá pujar por él.

Remus miró a Sirius a los ojos y palideció. El eufemismo de que un Auror "se ocupará de su estado", se refería a ser un esclavo que la sociedad consentiría. El Auror podía decidir todo sobre su custodiado, qué comería, donde dormiría, y que debía hacer. Si el Auror lo golpeaba, nadie dudaría de que sería por el bien del desequilibrado preso, o por el de todos, al impedir que un peligroso mortífago escapase otra vez. Ambos se comprendieron con esa mirada, y supieron que lo querían, cuando murmuraron al unísono:— Debemos hacernos nosotros con Lucius Malfoy y no permitir que caiga en manos de ningún otro.

Minutos más tarde la lechuza abandonaba la sala con la respuesta afirmativa: Sirius Black y Remus Lupin, se unían a la subasta.

 

Notas finales:

Gracias por leer.

Si os gustó, por favor comentar. Valoro vuestra opinión.


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