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Dangerous por California Night

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Notas del capitulo:

Quéee pasa mis chicxs, aquí traigo un capitulito algo más largo de lo habitual para compensar por mi ausencia, es que he estado estas 3 últimas semanas de exámenes y no me daba la vida para más!!

Pero lo importante es que ya estoy por aquí, disfrutad!!!

Espero que os guste!!!!

-        Volveré en un par de días…

-        ¿Qué mosca te ha picado? – Preguntó al otro lado del teléfono. - ¿Por qué vuelves a casa?

-        Necesito aclararme, Brenda.

-        ¿Ha pasado algo con Sam? – Los segundos de silencio hablaron por sí solos. - ¿Qué es lo que…?

-        “Me estoy enamorando de ti” – Tragué saliva. – Le dije que… me estaba enamorando de ella. – La voz de Brenda se transformó en una mucho más seria.

-        ¿Y qué es lo que dijo?

-        Nada, Bren. – Apreté la mandíbula y dirigí mi vista hacia la ventana. – No dijo nada.

 

 

-        Sam. – La acallé. – Me estoy enamorando de ti.

La pelinegra se separó bruscamente, como si una corriente eléctrica la hubiera atravesado, deshizo el agarre que tenía sobre mi cintura y su mirada rompió el contacto con la mía. La miré, esperando una respuesta. Una respuesta que nunca llegó.

Mi mandíbula se marcó de la presión que ejercía y chasqueé la lengua, enfadada. La miré, pero ella no se atrevía a hacerlo.

-        ¿Sam?

Nada. La pelinegra no respondía.

-        Debería… irme. – Mi enfado se transformó en una mueca triste y una sensación incómoda instalada en mi estómago. Sentí ganas de llorar ante la situación y giré el rostro. – Hasta mañana, Sam.

 

 

-        Menuda cobarde… - Sentí la voz enfurecida de Brenda. – Iré contigo.

-        No. Necesito estar sola.

-        Pero Emma…

-        Volveré en un par de días, te lo prometo. – Sonreí débilmente. – No le digas a Abi la razón de por qué me he ido, ¿Vale?

-        Tranquila, no diré nada. Pero… ¿No crees que Sam se lo contará?

-        No lo creo. – Sonreí con ironía. – Al fin y al cabo es una cobarde.

-        Siempre he pensado que entre Sam y tú…

-        Yo también. – Respondí secamente. – Pero parece que… no.

-        Debe haber alguna razón, Ems.

-        O simplemente que no le gusto como pensaba y me he montado una puta película en la cabeza. – Resoplé con disgusto. – Ya he llegado, tengo que colgar.

-        Llámame si necesitas algo, ¿Prometido?

-        Prometido. – Aseguré con media sonrisa. – Te quiero.

-        Pues anda que yo… - Rio bajito y distinguí una sonrisa en sus labios. – ¡Saluda a tu madre, y a Frank! ¡A todos!

-        Sí, pesada. – Colgué con una pequeña sonrisa, la cual se borró al pensar el motivo por el cual estaba allí. Prácticamente le había confesado mis sentimientos a Sam. Joder, lo había hecho. “Me estoy enamorando de ti”, dije. Menuda gilipollas soy.

Cargué con la mochila y bajé del autobús, solamente había traído el ordenador portátil, un libro y algo de ropa. Tenía todo lo que necesitaba en casa, así que, ¿Para qué cargar con algo más pesado? Eran seis horas de viaje, cuanto menos equipaje, mejor.

Anduve unos veinte minutos desde la estación hasta llegar a casa, el pueblo no era grande así que todo estaba cerca. No me encontré con mucha gente, lo cual agradecí porque no tenía ganas de entablar conversación con nadie. Simplemente quería llegar y estar con mi familia.

Era una casa de dos pisos con un pequeñito jardín, situada en el barrio más extremo del pueblo, a diez minutos andando del centro. Era un lugar tranquilo y rodeado de naturaleza, ya que se situaba en la ladera de una montaña. Hacía algo de frío al ser casi las diez de la noche y agradecí haber traído una chaqueta para resguardarme de él.

-        ¿Quién es? – Escuché una voz al otro lado de la puerta cuando toqué el timbre. La puerta se abrió y sonreí de inmediato. - ¿Emma?

-        ¡Frank! – Sonreí y enseguida sentí sus brazos sobre mí, estrechándome de manera exagerada contra su pecho. – Nno ppueddo rrresp…irar.

-        ¿Quién es a estas horas, Frank? – Se separó de mí y se apartó un poco. - ¡Cariño! – Corrió hacia mí y me estrechó contra ella con fuerza.

-        Mam… nno pueddo rrrrespirar... – Comenzó a llenarme de besos y la abracé con fuerza.

-        Qué sorpresa, cielo. ¡Qué sorpresa! Estás guapísima, y más delgada, ¿Comes bien?

-        Sí, mamá. Como bien. ¡Hace sólo tres meses que no me ves, exagerada!

-        ¿Has cenado? – Un gruñido atravesó mi estómago y respondió a su pregunta. – Justo empezábamos a cenar, estábamos esperando a que Lauren acabara sus deberes.

-        Voy a ir a verla. – Sonreí con mi madre de manera cómplice, me llevaba muy bien con mi ‘hermanastra’, entré sin avisar, agradecida de que tuviera la música tan alta que no me escuchaba. - ¡¡¡¡¡¡BBBBÚUUUUU!!!!!

-        ¡ME CAGO EN LA HOSTIA PAPÁ!

-        ¡Oye, esa boca! – La abracé por el cuello y giró el rostro, dándose cuenta de que no era Frank.

-        ¡¡¡Ems!!! – Respondió sorprendida. - ¿Qué haces aquí?- Se giró y me abrazó con fuerza. - ¿Ya te han echado de la universidad?

-        Eso quisieras tú, idiota. – Besé su frente y revolví su cabello. – ¿Vamos a cenar?

 

Acabamos de cenar y salí al jardín seguida de mi madre, la cual había preparado algo de chocolate caliente.

 

-        ¿Cuándo vas a decirme qué es lo que pasa?

-        No pasa nada, mamá. – Suspiré y me miró.

-        ¿Te has peleado con Brenda? ¿Has suspendido alguna asignatura? ¿Te has peleado con alguien? ¿Mal de amores? – Paró en seco. – Has torcido la sonrisa, así que es una de las últimas, ¿eh? – Sonrió de lado. – Tu padre tenía esa misma manía… - Se hizo el silencio, mi madre se recostó en la silla y miró hacia el cielo, el cual estaba repleto de estrellas.

-        ¿Cómo se llama el chico con el que te has peleado? Parece ser que te gusta bastante como para venir aquí a huir del problema. – El silencio volvió a reinar y desvié la mirada.

-        No es exactamente… - Me mordí el labio al recordar que mi madre no sabía absolutamente nada de mi orientación sexual.

-        Oh. – Dio un pequeño sorbo a su chocolate. - ¿Entonces cómo se llama ella?

-        ¿Qué cómo se llama ella? ¿Así, sin más? – Pregunté. - ¿No vas a decirme nada de…?

-        ¿Y cuál es el problema? – Arqueó la ceja. – Te gusta una chica, ¿no?

-        S-sí. – Di leves toquecitos sobre la mesa. – No pensaba que… fuera a ser tan fácil.

-        ¿Acaso no debería ser así siempre? – Sonrió. – Frank. – Llamó al rubio  que se acercaba con otra taza humeante sobre sus manos. – A Emma le gusta una chica. – Me sobresalté y giré mi rostro para ver a Frank, el cual posicionó detrás de mí.

-        A mí también me gustan. – Dijo sin más, colocándome una manta encima y esbozando una sonrisa. Los miré a ambos con sorpresa, sabía que ni mi madre ni Frank iban a rechazarme por mi orientación sexual, pero en serio, ¿así sin más? – Quédate el tiempo que necesites, algo me dice que tienes mucho en lo que pensar. – Besó mi cabeza y se despidió, Frank trabajaba muy temprano cada mañana, por lo que necesitaba descansar.

-        ¿Cómo se llama? – Preguntó mi madre con interés cuando pasaron unos cuantos segundos.

-        Sam… - Suspiré. – Se llama Sam.

-        ¿Te gusta mucho?

-        Estoy enamorada de ella. – Dije de manera tajante. – Se lo dije y… no respondió.

-        Vaya… - Rio levemente.

-        ¿Qué es lo que te hace tanta gracia? ¿La parte en la que le rompen el corazón a tu hija? – Golpeé suavemente su brazo, algo molesta.

-        Tu padre hizo lo mismo. – Me miró con una sonrisa melancólica. – Me dijo que estaba enamorado de mí, el día de mi cumpleaños. Dejó la taza sobe la mesa del porche y se acercó. – Yo no le respondí. – Suspiró y miró al cielo. – Nunca antes me había enamorado y tenía miedo, mucho miedo de salir lastimada.

-        ¿Y qué hizo papá?

-        Se alejó. – Me abrazó por detrás, apoyándose en el respaldo de la silla y colando sus brazos por mis hombros. – Entonces fue cuando me di cuenta de que cada riesgo que pasara con él, merecería la pena. Lo busqué y le confesé todo lo que sentía.

-        ¿Y así comenzasteis a salir?

-        Qué va, cielo. – Suspiró. – Tu padre estaba muy dolido porque lo había rechazado, así que… me costó lo mío. Pero lo conseguí, comenzamos a salir. – Besó mi cabeza y deshizo el abrazo. – Buenas noches, cariño. Y no te preocupes… si ella te quiere, te buscará.

-        Buenas noches, mamá.

Pasé un buen rato en el porche, disfrutando del frío de la noche. Las temperaturas eran bajas e incluso las primeras horas de la mañana eran cercanas a los 0º. Si no venías preparado, podías pasarlo bastante mal. Me tumbé en la cama de mi habitación y me cubrí con el edredón hasta la cabeza. Recordaba cómo mi padre venía a mi habitación cada noche a contarme un cuento hasta quedarme dormida y me dejé llevar por el sentimiento de nostalgia. Cómo lo echaba de menos.

Y a Sam.

Hace dos días dormía pegada a ella y ahora… a 6 horas de distancia.

Odiaba salir de la cama por las mañanas, hacía mucho frío y todo el cuerpo se congelaba al retirar el edredón. El reloj marcaba las 7 de la mañana  y el ruidito de los pájaros amenizaba la mañana junto a los primeros rayitos de sol. El amanecer en el pueblo era algo impagable.

-        Qué bien huele. – Atrapé la tostada que acababa de saltar del tostador y le di un enorme bocado. – Yo quiefo fafé. – Mi madre me miró con el ceño alzado y colocó sus manos en jarras.

-        No hables con la boca llena. – Regañó. – Y primero se dice buenos días.

-        Buenos días. – Repetí con una sonrisa burlona. - ¡Estás haciendo tortitas!

-        Es lo que más te gusta desayunar, ¿Cómo no lo iba a hacer? – Dijo de manera obvia, sirviendo unas cuantas sobre un plato con mucho chocolate caliente por encima.

-        Qué pinta tienen. – Di un sorbo a mi café y sonreí gustosa. - ¿Mm? – Alcé el ceño cuando escuché el timbre de casa. - ¿Esperas a alguien a las 7 de la mañana? – Mi madre me miró con extrañeza y negó.

-        Quizás a Frank se le haya olvidado algo.

-        Siempre se le olvida algo, ¡Luego se mete conmigo diciendo que soy una despistada! – Me acerqué a la puerta y abrí de golpe. - ¿Qué se te ha olvidado? – Levanté la vista y se me formó un nudo en el estómago. - ¿Sam? ¿P-pero qué haces aquí? – Tragué saliva con fuerza e inconscientemente ejercí más presión sobre el pomo de la puerta - ¡¿Y qué haces así vestida?! – La miré de arriba abajo, llevaba una camiseta de manga corta y unos pantalones vaqueros rotos. El rostro de la pelinegra estaba enrojecido y sus labios estaban casi violetas. El rechinar de sus dientes me empezó a preocupar y la arrastré hacia dentro de la casa, donde estaba la chimenea encendida.

-        F-f-f-fr-frío… - Se abrazó a sí misma, intentando generar calor inútilmente. Atrapé la manta que estaba doblada sobre el mueble del recibidor y se la eché por encima. Estaba helada.

-        Emma, ¿Quién es? – Sus ojos se abrieron con sorpresa y su gesto cambió a uno de preocupación. – Prepararé algo caliente.

-        ¿Cómo has llegado hasta aquí? – Pregunté una vez se colocó frente a la chimenea.

-        M-m-moto.

-        ¿Has venido en la moto desde la capital? ¿¡Así vestida!? ¿¡¡Durante 6 horas!!? – Alcé la voz. – Pero qué quieres, ¿Pillar una neumonía? ¿Caer enferma? ¡Joder, Sam!

-        Así que… esta es Sam… - Dijo mi madre al entrar al salón. – Toma. – La pelinegra cogió la taza entre sus manos, bebiendo con ganas. – Date un baño caliente, estás helada. – Pasó la mano por su rostro, comprobando su temperatura.

-        P-perdón p-por las m-m-molestias… - Coloqué mis manos sobre las suyas, evitando que temblaran y así vertiera el chocolate caliente fuera de la taza. Me miró ante el gesto y devolví la mirada con preocupación.

-        Emma, cielo… Tengo que irme a trabajar. – Se excusó con ambas. – Si necesitáis algo… - Asentí. – Laura está todavía dormida, asegúrate de que se coma el desayuno, ¿vale?

-        Yo me ocupo de todo, mamá. – Sam la miró y retiró la mirada con vergüenza, a lo que mi madre sonrió. – Nos vemos luego. – Sonrió de lado y desapareció tras la puerta.

-        Te prepararé un baño caliente… - Sentí la mano de Sam sobre mi muñeca al levantarme y tragué la saliva.

-        Emma… - Sentí su mano temblar y la retiré con suavidad.

-        Te avisaré cuando esté listo. Te dejaré algo de mi ropa…

 

“Te voy a matar” – Y pulsé enviar.

Brenda: ¿Y a mí por qué si se puede saber? – Respondió.

Emma: Ha aparecido Sam en la puerta de MI casa. En manga corta. Vaqueros rotos. Y viniendo en LA MOTO.

Brenda: Joder, está loca. Seguro que ha pillado una neumonía de caballo.

Emma: Ahora mismo se está dando un baño.

Brenda: Aprovecha y únete, quizás así se aclaren sus dudas.

Emma: ¿Me vas a decir de una vez por qué Sam sabe que estoy aquí?

Brenda: ¡Yo no le he dicho nada a Sam!

Emma: ¿Se lo has dicho Abi?

Brenda: A Abi… sí.

Emma: Joder, Brenda. Estaba claro que Abi se lo iba a decir a Sam.

Brenda: Oye,  Abi simplemente se lo ha dicho. Sam ha sido la que ha recorrido más de 400 kilómetros EN MOTO para ir a VERTE A TI. Y encima así vestida. Si eso no es amor…

Emma: Cállate.

Brenda: Ahora en serio.. ¿Qué vas a hacer? ¿La vas a echar?

Emma: ¿Cómo voy a hacer eso?

Brenda: ¿Se quedará contigo? ¿Y con tu madre? ¿Y con Frank?

Emma: Sí, sí y sí. No querrás que la deje durmiendo en el porche, ¿no?

Brenda: ¿Dormirá contigo?

Emma: No creo que quiera dormir con mi madre y Frank.

Brenda: Oye, pues a mí con Frank no me importaría

Emma: BRENDA

Brenda: Es broma.

Emma: Ya, claro…  Ya sale del baño.

Brenda: Suerte.

 

Llevaba una de mis sudaderas favoritas, era de color azul oscuro junto a unos pantalones blancos.

 

-        Gracias por el baño…

-        ¿Cómo te encuentras?

-        Muchísimo mejor. – Coloqué una mano sobre su frente, notándola caliente por el reciente baño.

-        Por lo menos ya no estás tiritando. – Desvié mi mirada a sus labios, que previamente estaban morados por la casi hipotermia que la pelinegra llevaba encima. Tragué saliva inconscientemente y la miré. Recordé el episodio en su casa, su silencio ante mi confesión, y me alejé.

-        Sam… - La vi acercarse y me giré. - ¿Quién te ha dicho que estaba aquí?

-        Nadie. – Giré sobre mis pies y La miré con el ceño fruncido.

-        ¿Perdón?

-        Abi me dijo que no estabas en el apartamento cuando fui a buscarte. Le pregunté el nombre de tu pueblo porque supuse que estarías aquí. – Hizo una pausa. – Cuando quiero desconectar o pensar… vuelvo a casa. Supuse que tú harías lo mismo.

-        Pero… - dije sin creérmelo. - ¿Cómo has sabido dónde vivía?

-        El pueblo no es muy grande, así que pregunté. – Miró al suelo con vergüenza. – Y cuando me dijeron que vivías en esta zona… - Hizo una pausa. – Toqué todas las puertas de tus vecinos. Creo que ahora me odian… - Solté una risa al imaginarme la situación.

-        Los has sacado de la cama prácticamente de madrugada. Es normal que lo hagan. – Dije con una sonrisa inconsciente ante el puchero de la pelinegra. Intentó ocultar un bostezo que le resultó imposible y sonreí de lado.

-        ¿Has conducido durante toda la noche? – Asintió. – Todavía son las 8 de la mañana, duerme un poco. A diferencia de tu casa… la mía no tiene habitación de invitados así que… tendrás que dormir en la mía.

-        ¿No te importa? – La miré con el ceño alzado.

-        Claro que no, descansa. – No la dejé ni contestar, cerré la puerta tras de mí y me dejé caer contra ella una vez que lo hice. Menuda situación. Era demasiado incómoda. Había rechazado mis sentimientos hacía solo un par de días y ahora aparecía aquí, de la nada, a cuatrocientos kilómetros del complejo de apartamentos de la universidad.

-        ¿Lauren? – Toqué la puerta repetidas veces y la abrí al no encontrar respuesta, estaba recocijada entre mantas, apenas se le veía la cabeza. – Ei, buscalíos. Despierta, que ya es hora.

-        Mmm… - Un gruñido salió de entre las cubiertas y las retiré levemente.

-        El desayuno está servido. – Siguió sin darme una respuesta y sin apenas moverse, por lo que tuve que sacar el armamento pesado. – Está bien. Me comeré yo tus tortitas… - Giré sobre mis pies y sentí un agarre en mi muñeca.

-        Son mías. -  La vi con el pelo revuelto y la cara medio adormilada y no pude evitar reírme. - ¡No te rías de mí!

-        Venga, anda. ¡A desayunar! Que tienes que ir al instituto.

-        ¿Por qué tengo que ir? ¡No sirve para nada! – Gruñó y se levantó de la cama con fastidio, abriendo su armario.

-        Pues para tener tus estudios, y trabajar en un futuro en lo que quieres. – La empujé ligeramente y sonreí, lo que me respondió con una mueca de fastidio. – Voy a calentarte el desayuno, ¿Quieres café?

-        Sí, por favor. Y gracias Ems. – Guiñé el ojo a modo de respuesta y me dirigí a la cocina, no sin antes pararme en la puerta de mi habitación, pensando por un momento en la pelinegra. En cuestión de algunos minutos, el aroma a café volvía a envolver la casa. A diferencia de mí, a Lauren le gustaba el café solo, con un poquito de leche y mucho, pero que mucho azúcar.

-        Oye, Emma…- Giré sobre mí y la vi recogiéndose el pelo en una coleta alta. – He entrado a tu habitación a por una sudadera… ¿Se puede saber quién es esa chica?

-        Es… es… - Sonreí nerviosa. – Una historia complicada.

-        Tengo todo un desayuno para escucharlo. – Se sentó y me miró con una sonrisa, disfrutando del primer bocado de sus tortitas.

-        Bueno pues… - Suspiré. – A ver cómo empiezo.

-        Pues por el principio. – La miré con fastidio y me senté sobre la encimera de la cocina.

-        Te lo resumiré un poco… - Di un sorbo a la taza de café que había preparado y la miré. – La conocí en la universidad, nos llevábamos bastante mal en un principio…

-        Pues ahora está en tu cama.

-        Por eso he dicho al principio. – Me miró vacilante y mantuvo una sonrisa burlona. – Poco a poco, empezamos a llevarnos mejor… y mejor… y…

-        Y…

-        Joder. – Respiré profundamente. – Me he acabado enamorando de ella.

-        Hostia, menudo resumen. – Ni si quiera se sorprendió cuando lo dije. – Entonces… ¿Es tu novia?

-        ¿Qué? – Noté los colores subirse a mí rostro. – No, no… El problema es que… Le dije lo que sentía y no respondió.

-        ¿No respondió? – Negué.

-        Se quedó callada.

-        Joder… Pero entonces… ¿Qué hace aquí? – Me encogí de hombros.

-        No lo sé. Apareció esta mañana después de conducir toda la noche y…

-        Espera, espera, ¿Ha venido desde la universidad?

-        Y en moto.

-        ¿¡En moto!?

-        Y en manga corta.

-        O está loca por ti, o está loca a secas.

-        No lo sé…  - Se me escapó una pequeña sonrisa y por un momento la ligera idea de ser correspondida me vino a la cabeza. Pero rápidamente se esfumó cuando las imágenes del silencio de Sam me vinieron a la mente.

-        Si está aquí… es por algo. – Se levantó de la mesa y la recogió. – Me voy a clase, luego me la presentas. – Sonrió con burla y aproveché para darle un ligero golpe en el brazo.

-        Idiota, ¿No se te olvida algo? – Rodó los ojos y me dio un beso en la mejilla. – ¡Estudia mucho! – Se giró y me sacó la lengua en tono de burla.

Vibró la parte trasera de mi pantalón y saqué el teléfono móvil del bolsillo. Un número desconocido quería contactar conmigo. Lo miré con extrañeza y deslicé el botoncito verde de la pantalla táctil

-        ¿Diga?

-        ¿Emma? – Sonó una voz de mujer al otro lado. - Soy Deborah, tu doctora. Llamo desde el hospital… - Entonces recordé cuando estuve hospitalizada por el accidente del partido de balonmano. - ¿Recuerdas lo que acordamos sobre…?

-        S-sí, las revisiones de mis rodillas y demás…

-        Exacto. – Hizo una pequeña pausa. - ¿Podrías venir la semana que viene? Haremos la primera revisión.

-        Claro…

-        Será exhaustiva, estaremos varias horas. – Su voz cambió. – Esto es muy importante, Emma… no debes faltar, ¿De acuerdo?

-        Sí, doctora. – Dije no muy segura de mí misma.

-        Puedes traerte a tu chica, parecía realmente implicada. – Un nudo se formó en mi estómago al recordar cómo Sam se hizo pasa por mi pareja para poder acompañarme. La situación era extraña entre nosotras, ¿cómo siquiera iba a pedirle que me acompañara? - ¿Emma? ¿Sigues ahí?

-        Sí, sí… perdona. Ahí estaré, la semana que viene, ¿cierto?

-        Te enviaré un mensaje con la hora, ¿De acuerdo?

-        Claro. Gracias Deborah.

-        A ti por venir, Emma.

Emití un largo y profundo suspiro, dejando el teléfono sobre la encimera de la cocina. Me producía una tremenda ansiedad el hecho de volver a pisar un hospital, y más todavía si ello implicaba hacerme pruebas. Paseé mis manos por mi cabello, colocándolo hacia un lado. Decidí ir hacia mi habitación y coger el ordenador portátil que descansaba sobre el escritorio. Entré sin hacer apenas ruido y rápidamente me escabullí hasta el salón, donde con el calorcito de la chimenea, se estaba muy agusto. Era francamente acogedor.

Todavía no podía creerme que Sam estuviera aquí junto a mí y a mi familia. Todavía no sabía qué hacer cuando despertarla. ¿Presentarla?, ¿Decirle que se fuera?, ¿Ignorarla? ¡Joder!

-        Unos trabajando y otras tan agusto delante de la chimenea. – Giré el rostro encontrándome con la sonrisa burlona de Frank. El cabello rubio le caía ocn gracia sobre la frente, enmarcando sus ojos azules.

-        ¿Ya has acabado de trabajar?

-        Sí, hoy no había mucho trabajo en la carpintería. – Mantuvo la sonrisa. – Iré a darme una ducha y prepararé la comida. Por cierto, ¿Hay algo que tu “amiga” no pueda comer?

-        ¿Cómo sabes que..?

-        Tu madre me mandó un mensaje diciendo que pasara por el supermercado, que hoy éramos una boca más para comer y cenar. ¿Es ella la que… bueno, ya sabes?

-        Sí… - Suspiré, pero él mantuvo la sonrisa.

-        Suerte, cielo.

-        Gracias… Frank.

-        ¿Me ayudas a preparar la comida después?

-        Claro.

Olía muy, pero que muy bien. Frank había preparado su receta favorita: una buena tortilla de patatas. Cocinamos algo de estofado de ternera, ya que le día era muy frío y sólo apetecía comerse algo calentito.

Giré sobre mis pies, dejando uno de los platos repletos de comida sobre la mesa. Levanté el rostro y vi a la pelinegra apoyada en el marco de la puerta, con una pequeña sonrisa en los labios y mirándome directamente.

-        Ei… ¿Cómo has dormido? – Tragué saliva y me mantuve en el sitio.

-        Bien… Aunque sigo teniendo algo de sueño. – Admitió con vergüenza. – S-soy Samantha.- Se presentó de manera nerviosa cuando apareció Frank.

-        Frank. – El hombre sonrió ampliamente y colocó más platos sobre la mesa. - ¿Nos ayudas? Lauren y Marie tienen que estar apunto de llegar.

-        C-claro. – La veía desenvolverse con naturalidad, hablaba con Frank de manera animada y no pude evitar sonreír.

-        Estás guapísima... – Aprovechó para susurrarme cuando Frank despareció por un momento. - ¿Podríamos hablar un momento?

-        No quiero hablar, Sam… - Se sorprendió y agachó el rostro, la tensión entre nosotras era palpable. Sus ojos verdes tenían un deje de súplica, lo que ignoré. O almenos lo intenté. Pero no pude. Así que decidí escapar.

-        Frank, voy a cambiarme antes de comer… - Desvié la vista.

-        ¡No tardes! – Me escabullí lo más rápido posible hacia mi habitación. No queria cambiarme, solamente quería huir de la presión de la mirada de Sam.

-        Joder… - Me apoyé en el escritorio, cabizbaja, apoyando mis manos. – Pensaba que podía soportar la situación pero…

-        ¿Pero qué? – Me sobresalté, giré sobre mis pies y me topé contra el escritorio. – Joder Sam, podrías haber llamado a la puerta…

-        Lo siento. – Nos quedamos mirando unos segundos sin decir nada. Así que decidí romper la tensión, arrancar la tirita de golpe.

-        ¿De qué querías hablar? – Armé todo mi valor, y aunque antes no quisiera hablar… La enfrenté, sus ojos verdes me miraron con determinación, hacía tiempo que no los veía así. Desde antes del entierro de su tía.

-        ¿Sabes? Yo tampoco quiero hablar..- Sentí sus labios casi arrancar los míos en una embestida, atrapó mis caderas con sus manos y me subió al escritorio. No tardó en colar su lengua en mi boca y tentar a la mía a que jugase con la suya. Un nudo se formó en mi estómago y comenzó a bajar hacia mi centro, cuando sentí las manos de Sam colarse por mi camiseta y acariciar mi abdomen, casi rasgando con sus uñas y pegándome más a ella. La rodeé con mis piernas y sentí cómo sonreía dentro del beso. Mordió mi labio y lo atrajo para sí, mientras me miraba con sus profundos ojos verdes. Prácticamente sentía que me estaba follando con la mirada y no pude evitar humedecerme los labios, bueno, quizás no sólo eso… Bajó sus manos hacia el botón de mis pantalones y los desabrochó, bajando la cremallera y arrancándome los pantalones. La agarré del cuello y me subí a ella, me agarró del culo y me pegó a ella, girándome y tirándome a la cama.

Se subió encima de mí y atrapé el borde de la sudadera que llevaba puesta, sacándosela de un tirón.

-        S-s-sam…

-        ¿Qué pasa? ¿No te gusta lo que ves? – Tragué saliva fuertemente, Sam no llevaba sujetador. Y hasta ahora, sus pechos eran lo más bonito que había visto en esta vida y juraría que hasta en las siguientes. Vino a mi cabeza los recuerdos de la última vez que estuve en esta situación con una chica, mi nerviosismo y su posterior huida. Comencé a bloquearme y mis manos temblaron. Nunca lo había hecho con una chica, y joder, menuda chica la que tenía literalmente encima de mí. – Emma, ¿estás bien?

-        Sam… - La miré y sonrió dulcemente, acarició mi rostro y se acercó lentamente a mi boca. Cerré los ojos a la espera de un nuevo beso por parte de la pelinegra, pero…

-        ¡¡¡¡Emma, Samantha!!!! ¡A comer! – Me miró y soltó una pequeña risa.

-        Siempre nos interrumpen, ¿eh? – Me quedé ahí, sin decir nada, todavía no entendía qué había pasado. Hasta hace nada, prácticamente ni nos hablábamos, y ahora, estábamos a punto de tener sexo. Se apartó y volvió a colocarse la sudadera. Sentí que Sam temblaba ligeramente y me acerqué un poquito.

-        ¿Qué te pasa?

-        Estoy nerviosa por conocer a tu madre y… al resto de tu famillia. – Suspiró. – No sabía que iba a encontrarme con tanta gente. – Reí ligeramente.

-        Al fin y al cabo… no nos conocemos demasiado. – Suspiré con pesadez y me di cuenta de que en realidad no conocía tanto de Sam. Seguramente fue demasiado precipitado el confesarle mis sentimientos.

-        Te gustarán, y tú a ellos. – Dije de manera sincera, intentando tranquilizar a la pelinegra.

-        Si me gustan sólo la mitad de lo que me gustas tú… te aseguro que me encantarán.

Notas finales:

Madre mía cómo se está poniendo esto ;)


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