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Dangerous por California Night

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Notas del capitulo:

Buenas noches mis chicuelxs! Aquí os dejo la continuación del fic :3

-        ¿Te apetece comer algo? – Sorbí levemente de un zumo de naranja que me acababa de exprimir mientras veía cómo Abi se sentaba y echaba medio cuerpo sobre la mesa de la cocina.

-        Pffffff… - Apoyó una de sus mejillas sobre la mesa y me miró con el gesto cansado y algo angustiado. – Me da angustia hasta respirar.

-        Anoche te bebiste hasta el agua de los floreros. – Coloqué el vaso sobre la mesa y me dirigí a un lado de la cocina para coger una manzana. – Y creo que también la de la piscina.

-        Eres una idiota. – Agarró el vaso de zumo que había dejado sobre la mesa y bebió un poquito. – ¿Por qué le has echado vodka? – Lo volvió a dejar con una mueca de asco. – Eres una borracha.

-        Es un zumo de naranja. – Me senté sobre la mesa y mordí la manzana.

-        Entonces será el vodka que sale por mis poros. – Se volvió a levantar y arrastró sus pies hasta el piso de arriba. – Despiértame cuando el mundo se acabe.

Agradecí enormemente el no haberme excedido bebiendo la noche anterior, no me apetecía nada pasar por lo que estaba pasando Abi. Seguramente estaría todo el día durmiendo, así que aproveché para adelantar un par de trabajos que necesitaba entregar ese mismo Lunes. Me coloqué los auriculares y reproduje algo de música suave, pero con ritmo. Apenas eran las 5 de la tarde y todavía tenía mucho, pero que mucho trabajo y día por delante.

Cuando sentí que mi trasero se había dormido y cómo mi espalda se resentía levemente debido a la postura que había mantenido durante horas, decidí que era hora de salir a tomar algo el aire y estirar un poco mis piernas. Me vestí con unos pantalones cortos de deporte y un top que dejaba mi abdomen al descubierto. Me puse las zapatillas de salir a correr y golpeé levemente la puerta de Abi para seguidamente abrirla.

-        ¡Me voy a correr, Abi! – La vi tumbada en la cama, abrazada a la almohada y casi suplicando por su vida. La resaca la estaba matando.

-        ¿Ya? Pero si apenas te he tocado. – Rio vacilante y alcé el ceño, me adentré en su habitación y subí la persiana hasta arriba, dejando que entrase la luz del sol, incidiendo directamente sobre su rostro. - ¡No! ¡Oh, dios! ¡Me desintegro! – Escondió su rostro bajo la almohada y se retorció. - ¡Eso es jugar sucio! ¡Tengo resaca!

-        La próxima te lo piensas antes de vacilarme, rubita. – Le di un pequeño golpe en la cabeza y ahogó un pequeño grito indescifrable en la almohada.

-        Volveré en un rato.

-        ¡Cuidado no te vayan a atropellar! – Cerré la puerta tras la amenaza de Abi. Totalmente merecida además.

 

Estaba a punto de oscurecer, el manto negro del cielo acechaba a la par que mis pasos eran cada vez más rápidos. Corriendo sin destino fijo llegué hasta un acogedor parque que tenía en uno de sus lados un pequeño lago donde algunos patitos nadaban despreocupadamente. Realicé un par de estiramientos para evitar que mis músculos se dañasen al volver a enfriarse. Cuando dirigí mi vista al frente, observé una figura a lo lejos sentada a la orilla del pequeño lago. Tenía las rodillas flexionadas en las cuales apoyaba sus manos y su cabeza entre ellas.

-        ¿Tú también estás de resaca? – Sam levantó la vista, encontrándose con una mirada divertida por mi parte.

-        Ojalá fuera eso. – Contestó en apenas un hilo de voz que pensó que no escuché. – Qué va, sólo quería salir a tomar un poco el aire. – Fingió una sonrisa, una sonrisa que intentaba ser enérgica, pero fue todo lo contrario. – Me senté a su lado y miré cómo la luna comenzaba a reflejarse en el agua del lago. Adopté su postura y apoye una de mis mejillas sobre las rodillas, observando cómo la mirada verde de Sam se perdía al frente.

-        ¿Euro por tus pensamientos? – Desvió la mirada levemente hacia mí para volver a mirar al frente.

-        Me preguntaba si… - Escuché con atención. – Tenías fuego. – Sacó una cajetilla de tabaco de su bolsillo trasero y me la mostró.

-        No fumo. – Suspiré hundiendo mi cabeza sobre las rodillas. – Soy asmática.  – Me miró con el ceño alzado. – No puedo ni respirar el humo del tabaco. - Volvió a esconder el paquete en su bolsillo.

-        Entonces nada de fumar. – Volvió a colocar su mentón sobre sus rodillas y volvió a perderse mirando el agua de la laguna.

-        Sam… - Dije con algo de preocupación y abracé mis piernas con algo de fuerza. - ¿Ocurre algo? – Bajó su mirada y noté cómo su gesto se endurecía.

-        Nada que te importe. – Espetó de manera fría, muy fría y cortante. Me sorprendió que de repente cambiase su actitud hacia mí, sobre todo cuando parecía que después de la fiesta Sam se había abierto un poquito a mí y habíamos “empezado de nuevo”.

-        Creía que habíamos vuelto a empezar. – Le contesté molesta.

-        Que hayamos olvidado lo que pasó con el maldito café, no significa que me quiera llevar bien contigo. ¿Sabes?  - No cruzó su mirada con la mía en ningún momento de la conversación. Su gesto era duro y frío, cortante. Y la verdad es que me sentí como una verdadera imbécil ahí sentada. Me levanté sin decir nada y me fui de allí, bastante molesta y algo dolida por su actitud. Era una auténtica imbécil.

Cerré la puerta del apartamento con tal fuerza que uno de los cuadros que adornaban el pasillo se cayó, rompiendo el cristal que lo cubría en decenas de pedazos.

-        ¡Eh! ¡Que hay gente con resaca que intenta sobrevivir! – Apareció Abi por la cocina. – Y no ayudas a mi cabeza dando esos portazos. - Nuestras miradas se cruzaron y dio un leve sorbo del líquido que llevaba en su vaso. – Hostia, menuda cara llevas. ¿Qué te ha pasado?

-        Sam. Es. Insufrible. – Lo dije lento, dotando cada sílaba del enfado que tenía. - ¡Es que es una idiota! ¡Una borde, una…!

-        Eh. Eh. Leona. – Se acercó, agarrando mis hombros con fuerza. – Respira.

-        ¡No quiero respirar! ¡Quiero partirle la cara! – Abi suspiró y deshizo el agarre.

-        ¿Pero no hicisteis las paces? – Preguntó no entendiendo nada. - ¿Qué has hecho?

-        ¿¡Que qué he hecho yo!? – La miré encolerizada y comencé a gesticular. - ¡Preocuparme! ¡Eso es lo que he hecho!

-        Bueno, igual es que tiene un mal día. – Se encogió de hombros. – No te lo tomes muy a pecho, hablaré con ella, ¿Vale? – Negué con la cabeza.

-        No quiero saber nada más de “esa”.

-        ¿Estás segura?

-        Abi. – Llamé su atención, dándome la vuelta mientras subía las escaleras.

-        Vale, vale. Captado. – Pasó una mano por sus labios como si tuviese una cremallera imaginaria e hizo el amago de cerrarla. Asentí con gusto y me encerré en mi habitación. Y cómo no, pensando en la estúpida actitud de Sam. Había sido tan repentino su cambio y tan corta “la paz” que habíamos pactado esa misma mañana. ¡Ni 24 horas había durado!

Por mi cabeza pasaron mil y una teorías de por qué la pelinegra me había tratado así, entre ellas la idea de que realmente había tenido un mal día o que simplemente se había arrepentido de hacer las paces y realmente le caía mal. Bastante mal por la manera en la que se había dirigido a mí cuando yo solamente me había preocupado por ella. Porque podría poner la mano en el fuego y apostar todo lo que tengo a que en la mirada de Sam había una mezcla de tristeza y frialdad.

 

-        ¡Ei, buenorra! – Noté cómo saltaban y se colgaban de mi espalda a la vez que me daban un sonoro beso en la mejilla. - ¿Qué tal el fin de semana? Abi me ha dicho que no has salido de tu habitación. ¿Todo bien?

-        Claro.

-        Uy, uy, uy. – El agarre se hizo más fuerte, pegó su mejilla contra la mía y tuve que agacharme debido al peso que estaba ejerciendo sobre mí. – Eso no ha sonado nada bien, bonita.

-        Brenda, ¡Que pesas! – Me paré en seco al comprobar que me costaba horrores moverme con ella prácticamente subida a mi espalda. -¡Baja!

-        Pero qué gruñona estás. – Me dio una palmada en el culo y sonrió. – Definitivamente estoy de acuerdo con Abi, es un 10/10. – La miré con el ceño alzado y mantuvo su sonrisa.

-        ¿Desde cuándo mi culo es objeto de puntuación por vuestra parte? – Me contagió la sonrisa socarrona que esbozaba y soltó una pequeña risita.

-        Oh, cariño. Desde la primera vez que te vimos. – Se colgó de mi brazo y prácticamente era ella la que llevaba el paso. – Ahora dime, ¿A qué se debe esa cara?

-        No he descansado muy bien… – Suspiré, la verdad es que no era el motivo principal de mi desgana, pero tampoco era una mentira. – Ya sabes cómo es el insomnio. – Y eso tampoco era una mentira. Sufría de insomnio desde muy pequeña. – A veces consigo dormir un par de horas pero otras… es una mierda.

-        Seguro que echar un buen polvo te ayuda a relajarte, chica. – Siguió tirando de mi brazo con energía y la miré fulminante. – Seguro que Dafne estaría encantada de dártelo, ¡Mira cómo te está mirando! – Señaló disimuladamente a la morena que estaba sentada en el césped con un par de chicas más. Me miraba detenidamente y sentí su mirada clavarse en cada uno de mis movimientos.

-        Es solo mi compañera de equipo. – Espeté mientras apartaba la mirada antes de que me pillara observándola.

-        Pues ella quiere ser tu compañera de cama. – Clavó su dedo en mi mejilla y me pellizcó levemente. – Ándate con cuidado, que yo la veo una lagarta. Ya me entiendes. – Volvió a rodear mi brazo. – Y ese aire de “hetero” que desprendes, es demasiado atrayente para algunas. – Evité seguir con esa conversación, por lo que intenté no cruzar mi mirada con la oscura de Brenda y esbozó una expresión de sorpresa.

-        ¡No me digas que has tenido alguna aventura con alguna chicuela! ¡Eso me lo tienes que contar!

-        Brenda. – Sentí mis mejillas teñirse de rojo. – Vamos. A. Clase.

-        ¿¡A clase!? ¿¡Después de esta jugosísima noticia!? – En ese momento deseé con todas mis fuerzas que el árbol de mi derecha se cayese y me partiera en dos. Todo por escaparme de esa conversación. - ¿Cómo era la chica? ¿Era guapa? ¿Te gusta más hacerlo arriba o abajo? ¿Qué postura es la que más…

-        ¡BRENDA! – Rogué con la mirada que parase, ya que sentía que mi rostro iba a fundirse del calor que comenzaba a sentir. – Que me da mucha vergüenza. – Solté en un pequeño hilo de voz.

-        Oh, venga. No me digas que te da vergüenza admitir que te gustan las chicas. – Negué con la cabeza.

-        ¡Claro que no! No es eso…

-        ¿Entonces?

-        Es que… - Desvié la mirada y volví a rezar porque la bicicleta que pasaba por mi lado me atropellase. Pero parecía que ese mismo día, el Todopoderoso se había ido de vacaciones. Me acerqué a su oído y susurré lo que tanta vergüenza me daba.

-        No. Puede. Ser. – Me miró con un gesto que no supe descifrar. Era una mezcla entre sorpresa, diversión, vergüenza y confusión. – Pero…

-        Por favor. No digas nada. – Tapé sus labios con la palma de mi mano y mis ojos hablaron por sí solos.

-        Tranquila. No diré nada. – Dijo cuándo separé mi mano de su boca.

-        ¿De verdad?

-        Claro. – Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa que no me gustó nada. – No diré que te quedaste a medio echar un polvete con una chica porque no tenías ni idea de qué hacer. – Lo dijo tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar.

-        ¡BRENDA! – La agarré de los brazos y comencé a zarandearla nerviosa. - ¡CÁLLATE! – Comenzó a explotar en carcajadas, sus ojos se llenaron de lágrimas de la risa que no podía contener y todos los que pasaban por allí nos miraban sin entender nada.

-        ¡Pero que no pasa nada, idiota! – Volvió a agarrar mi brazo y yo sólo quería correr y hundirme en la fuente donde había patos nadando plácidamente. - ¿Qué fue lo que paso?

-        Estaba tan nerviosa que me paralicé. - Admití con vergüenza. – Nunca me había acostado con una chica. Sabía lo que tenía que hacer, pero mi cuerpo se negaba a responder. – Pasé mi mano por mi pelo, peinándolo hacia atrás. – Soy patética.

-        Venga, no lo pienses más. – Me dijo con sinceridad. – Estar nerviosa en esa situación es normal, no seas tan dura contigo. – Frotó mi brazo con cariño y le agradecí con la mirada. - ¿Qué acabó pasando?

-        Ella se enfadó. – Dije sin más. – No sé si pensó que no me gustaba, o que me arrepentía… Simplemente se le cruzaron los cables y montó todo un escándalo.

-        Menuda imbécil. – Dijo cortante.

-        La imbécil soy yo. ¿Cómo me pude paralizar en ese momento? – Coloqué una mano sobre mi rostro y suspiré. – Totalmente imbécil.

-        No digas eso ni de coña. – Me empujó levemente. – Era tu primera vez con una chica, es normal que estuvieras nerviosa. Ella tendría que haber sido más comprensiva.

-        ¿Tú también lo hiciste mal en la primera vez con una chica?

-        Oh no, yo fui la hostia, querida. – Admitió con orgullo. – Nos pasamos tooooda la noche, pim-pam, pim-pam.

-        Brenda.

-        Lo siento. – Rio y siguió indagando sobre mi vida sexual. – Entonces… ¿Todavía nada de sexo del bueno con una chica? – Negué con la cabeza.

-        Ni del malo, ni del bueno. – Volví a admitir con vergüenza. – Después de esa vez me dio tanto pánico volver a pasar por lo mismo con una chica que nunca fui más allá de un par de besos con ellas.

-        Pues déjame decirte que eres todo un bomboncito. – Comenzó a mover sus cejas de manera insinuante. -  Muchas de aquí quieren hincarte el diente. De hecho, yo me moriría por tener este culo en mi cama. – Volvió a pellizcarme el trasero y la volví a fulminar con la mirada.

-        Brenda.

-        ¡Eres una aburrida! – Sonrió. – Eres mi amiga, idiota. – Dijo con sinceridad y pasó un brazo por mis hombros. – Yo te ayudaré la próxima vez que tengas algún rollete con una chica, ya verás ya. Serás toda una leyenda. Seré tu coach personal de ahora en adelante.

La mañana transcurrió sin muchos altibajos, las clases no fueron muy pesadas pero en cambio Brenda sí lo fue. No dejaba de picarme y preguntarme si esa chica de ahí me parecía atractiva que si la de allá… Realmente una pesada.

-        ¿Por qué no vienes al centro comercial con Abi y conmigo? Sam también irá. – Y esa fue la gota que colmó el vaso para decidir mi respuesta.

-        Tengo entrenamiento con el equipo. – Dije con simpleza. La verdad es que ver a la pelinegra no me apetecía nada.

-        Pero puedes unirte después, seguramente cenaremos por ahí. – Puso sus brazos sobre mis hombros y se colgó de mi cuello. – Venga, anímate.

-        Me lo pensaré.

-        ¿Qué te tienes que pensar? – Alzó el ceño y estudió con detenimiento mi gesto. - ¿Te has peleado con Abi?

-        Con ella… no.

-        Así que es Sam. – Asentí y suspiré cansada.

-        A decir verdad… - Colocó el dedo índice sobre su mentón y analizó la situación. - No ha pasado mucho por casa este fin de semana.

-        No me importa. – Me encogí de hombros y fijé mi vista al frente, evitando la mirada de Brenda.

-        Seguro que ha sido un roce tonto. – Me jaló hacia delante, apresurando su paso. – Un mal día lo tiene cualquiera. ¡Venga, anímate!

-        ¿No vas a parar hasta que te diga que sí, verdad? – Asintió y volví a suspirar, peinando mi pelo hacia atrás con un gesto elegante.

-        Uffff, no sabes lo sexy que estás cuando haces eso. – Rio levemente y se colgó de mi brazo. – Lo que yo te diga, muchas están deseando hincarte el diente.

Me envolví en mi toalla tras ducharme en los vestuarios del equipo de balonmano. El entrenamiento ya había acabado y era casi las nueve de la noche. Por lo que pensé en enviarle algún mensaje a Brenda y confirmarle que sí que cenaba con ellas en el centro comercial que estaba a unos minutos del campus universitario.

-        Buen entrenamiento el de hoy, Emma. – Sentí una palmadita en el hombro y giré el rostro levemente, encontrándome con una pelirroja de gesto desenfadado. – Cada vez lo hacemos mejor.

-        Es verdad, te mueves bien. – Dafne se unió a la conversación mientras que con otra toalla secaba su cabello. – Contigo en la delantera lo tendremos fácil para ganar la semana que viene.

-        ¿La semana que viene? – Coloqué un índice sobre el mentón e intenté atar hilos.

-        Sí. – Afirmó. – El miércoles que viene empieza el torneo entre universidades del país.

-        ¡Es verdad! No me acordaba. – Coloqué la palma de mi mano sobre mi frente y coloqué mi cabello de forma despreocupada hacia atrás, notando la mirada de la morena clavarse en cada uno de mis movimientos. ¿Será verdad que Dafne quería hincarme los dientes? – Soy un desastre.

-        No te preocupes, ¿Para qué estamos tus compañeras? – Se acercó levemente y atrapó mi brazo entre una de sus manos, la cual me brindó una leve caricia. Esbocé una sonrisa nerviosa al no saber muy bien cómo actuar y agradecí enormemente que el sonido de mi teléfono me salvase de aquella situación.

-        Eh, churri. – La voz de Brenda sonó a través del teléfono. - ¿Cómo vas?

-        He terminado el entrenamiento, me cambio y voy para allá. ¿Me esperáis?

-        ¡Claro! – Dijo de manera efusiva. – Sam tampoco ha llegado, así que puedes venir tranquilamente. – Oh genial. Tenía que cenar con la pelinegra.

-        En cinco minutos voy para allá.

-        ¡Ve con cuidado! – Colgué el teléfono tras despedirme de ella y me vestí en apenas unos minutos. Disculpándome con mis compañeras de equipo ya que no pude quedarme un ratito con ellas como después de cada partido.

Me dirigí hacia el centro comercial con algo de prisa, ya que mi estómago rugía con fiereza después de haber estado horas entrenando. Cuando paseaba tranquilamente por la acera que conducía al centro comercial, una moto pasó a bastante velocidad por mi lado levantando una corriente de aire muy desagradable que casi me desestabilizó.

-        ¡Gilipollas! – Le grité aun a sabiendas de que no me iba a escuchar, tanto por la velocidad a la que corría como por el grueso casco que vestía cubriendo su cabeza. Pero por suerte o por desgracia, la moto paró en seco, estacionándose a un lado y girándose hacia mí.

-        ¿De todas las personas, tenías que ser tú?

-        Lo mismo te digo. – Contesté con indiferencia al ver cómo se quitaba el casco y toparme con unos ojos verdes que me miraban con un gesto arrogante. - ¿Tenías que ser tú la chulita de la moto? – Pasé por su lado, continuando mi camino hacia el centro comercial. No tenía ganas de hablar con ella, ni si quiera quería mirarla. Todavía estaba muy enfadada con ella.

-        ¿Has quedado con Abi y Brenda, verdad?

-        ¿Te importa? – Pregunté sin ni si quiera girarme y continuando mi camino.

-        Yo también voy allí. Podrías montar conmigo. – Paré en seco y me giré, encontrándome con una media sonrisa.

-        Ni. De. Coña. – Puntualicé cada palabra, viendo cómo su gesto se tornaba más serio. Parecía que la había fastidiado. Pero todo se fue a la mierda cuando mi estómago emitió un gruñido feroz que tornó de color carmesí mis mejillas.

-        Tu estómago no dice lo mismo. – Me crucé de brazos con vergüenza y avancé unos cuantos pasitos tímidos hacia Sam.

-        Sólo porque tengo hambre. – Sonrió levemente y me posicioné tras ella. Estábamos bastante juntas.

-        Agárrate. – Intenté imaginar el por qué ahora Sam se mostraba así conmigo. Hace 2 días me hablaba de la forma más fría posible y ahora me invitaba a subir con ella. De verdad que no entendía a esta chica.

-        ¿Eh? – Me sacó de mi pequeña ensoñación y alzó el ceño.

-        Que te agarres. – Atrapó mis manos entre las suyas y las colocó sobre su cintura. - ¿Nunca has subido en moto o qué?

-        Perdón. Pensaba en otras cosas… - Rodó los ojos y puso en marcha su moto, dirigiéndonos hacia el centro comercial. Mi agarre se hizo más fuerte al tomar una curva algo pronunciada. Vi cómo curvaba una sonrisa ante mi gesto y decidí evitar mirarla para que mi cabeza parase de trazar mil y un porqué de su actitud. Llegamos más rápido de lo que imaginaba, anda que no le gustaba correr a la pelinegra.

-        Eres una miedosa. – Sonrió al quitarse el casco. – Sentía cómo te temblaban las manos.

-        No me gusta demasiado la velocidad… - Susurré en un hilo de voz sin ni si quiera levantarme del asiento.

-        Co-bar-de. – Volvió a reír con arrogancia, y yo me limité a mantener la mirada fija en el cuero que recubría el asiento de la moto. – ¿Podrás levantarte o te temblarán tanto las piernas que caerás al suelo? – Una carcajada de la pelinegra atravesó mis oídos bruscamente, lo que me hizo endurecer el gesto para evitar romperme allí mismo. - ¿Voy a tener que darte la manita, pequeña?

-        Tuve un accidente a los 8 años. – Respondí sin ninguna expresión en mi rostro. – Mi padre murió y yo estuve en coma durante meses. – Suspiré y levanté la vista, topándome con unos ojos verdes que me miraban con la expresión desencajada. – Tuve que aprender a hablar de nuevo, también a leer e incluso andar. – Me levanté del asiento y me posicioné a su lado, aguantándole la mirada. – Un camionero excedió la velocidad permitida en casi 100km/h. – Rompió el contacto de nuestros ojos y la agarré del mentón, obligándola a que me mirase. – Así que no, no me gusta la velocidad. – Intenté esbozar una sonrisa. – Me recuerda al día en el que lo perdí todo.


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