Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Dangerous por California Night

[Reviews - 26]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Buenos días chicxs!!!!! Bienvenidos un día más a un nuevo capítulo <3 espero que disfrueis mucho y cualquier crítica es bienvenidísima

-          No has cenado nada. – Sus ojos me miraron con reproche al mismo tiempo que dejaba la bandeja de la cena sobre la mesa de al lado de la ventana.

-          Eso no es comida. – Lo dije de manera despectiva acompañando mi gesto con una mueca de asco. – Prefiero morirme de hambre.

-          Deberías comer algo, Emma. – Se acercó a mí, cruzando sus brazos y mirándome con el ceño alzado. – Estás tomando calmantes, debes alimentarte bien.

-          Que no. – Ahora fui yo la que se cruzó de brazos. – No. Pienso. Comer. Eso. – Suspiré pesadamente y la miré con disgusto. – Sabe a plástico.

-          ¿Cómo lo sabes si no has probado ni un bocado?

-          ¿Porque he pasado 3 años de mi vida comiendo en un hospital? – La ataqué con ironía, alzando los brazos de manera obvia y vi que sus labios se curvaron, esbozando una mueca triste. – De verdad, olvídalo… - Suspiré cansada y me revolví entre las sábanas, intentando acomodarme. La pelinegra, que se había mantenido a los pies de la cama durante un largo rato, se acercó a la puerta y se perdió a través de ella. Cerró la puerta tras de sí y me dejó completamente sola en la habitación. No sabía si había ido a por café, a tomar algo el aire o si simplemente se había marchado a casa, que era donde debía estar y no aquí conmigo. También pensé que mi actitud tan distante y fría la había hecho sentir mal, por lo que me arrepentí de mi comportamiento. Yo no era así, pero las circunstancias no acompañaban a mi ánimo. Y la relación que tenía con la pelinegra tampoco. Me sentía atrapada entre esas cuatro paredes, me sentía en una puta cárcel. Tenía ganas de saltar por la ventana y correr a todo lo que me daban las piernas, solo quería alejarme de allí. Y ahora estaba ahí, completamente sola en una habitación que la sentía absorberme. Encogí mis piernas y las abracé con mis brazos, escondiendo mi cabeza entre las rodillas, aguantando un sollozo que quería salir desde lo más profundo de mi garganta.

-          ¿Emma? ¿Te encuentras mal? ¿Llamo a un médico? – La pelinegra volvió a entrar, se acercó a mí y en su voz noté una clara preocupación. - ¿Eh, qué pasa? – Se sentó a mi lado y colocó una mano sobre mi espalda.

-          Me duele un poco la cabeza… - Mentí, no quería decirle que me sentía como un león atrapado en una jaula, esperando a que el dueño del circo viniese a darme latigazos para hacer algún ridículo truco. - ¿No te has ido a casa? – Alzó el ceño, con sorpresa.

-          ¿Quieres que me vaya? – Abracé mis piernas, sintiendo algo de tensión sobre mí. Negué con la cabeza levemente, de manera casi imperceptible y ella sonrió. – He ido a la cafetería. – Me acercó una pequeña bolsita de plástico y sacó algunos sándwiches que olían demasiado bien y algo de fruta fresca. – Como no querías comer nada del hospital… supuse que no te negarías a algo recién hecho. – Me mostró dos sándwiches: uno vegetal y otro de pollo. – Tampoco sé tus gustos así que… me he traído los dos. – Me quedé mirando cómo sonreía, en sus ojos había un pequeño destello de ilusión, como si fuese una niña pequeña que traía algún dibujito del colegio y se lo enseñaba a sus padres con emoción.

-          ¿Qué haces? – Ya habíamos acabado de cenar, el médico había pasado a verme para comprobar que todo estaba bien, y una vez hechas las comprobaciones necesarias, se volvió a marchar. La pelinegra se había acomodado en el sillón de al lado de la ventana, muy cerca de la cama. Tenía la Tablet entre sus manos, y miraba algo muy concentrada.

-          Estoy leyendo. – Subió la vista y me brindo una pequeña sonrisa. - ¿Necesitas algo? – Negué con la cabeza y me apoyé sobre mi costado, encogiéndome un poquito. Mirándola directamente.

-          ¿De qué va?

-          De una movida. – Me explicó. – Una niña es testigo de un asesinato y nadie la cree. Por lo que es ella la que intenta resolver el caso. ¿No tienes sueño? – Me encogí de hombros y escondí mi cabeza.

-          ¿Me lees un cuento? – La miré con vergüenza y ella frunció el ceño.

-          ¿Un cuento? – Asentí tímidamente y rompí el contacto entre nuestras miradas.

-          Mi padre me los solía contar cada noche antes de dormir… - Dije en un hilo de voz. – Pero hace tantos años ya… - Me sentí algo ridícula por pedirle aquello a Sam, ni siquiera nos conocíamos apenas, a decir verdad. Esperé algún tono burlesco o vacilante, o que simplemente se negara a ello.

-          ¿Alguno en concreto? – Volvió su mirada a la pantalla.

-          ¿No te vas a reír? – Volvió a mirarme, con el ceño alzado.

-          ¿Por qué iba a hacerlo? – Encogió sus hombros y volvió a concentrarse en la búsqueda. – Creo que tengo algunos por aquí…

-          ¿Tienes cuentos ahí? – Sonreí vacilona y me imitó.

-          Tengo una hermana pequeña. – Dio un par de toquecitos a la pantalla y me volvió a mirar. – A veces… le leo alguno.

-          Seguro que te echa de menos… - Me acomodé con las manos bajo la mejilla que tenía apoyada sobre la almohada y le sonreí cálidamente.

-          Intento llamar a casa todos los días. – Me respondió de la misma manera y se aclaró la garganta. - ¿Preparada, pequeña?

 

 

Iba en la parte trasera del coche, admirando cada detalle del paisaje de alrededor. Preguntando por cada cosita que no conocía y me llamaba la atención. Jugueteaba nerviosa con un muñequito que me acababa de regalar mi padre y movía las piernecitas con ilusión. Íbamos a pasar el día en una pequeña casa que teníamos en la montaña, como cada domingo que papá no trabajaba.

 

-          ¡Mira, papá! ¡Un ciervo! – Señalé entusiasmada, dando toquecitos en el cristal.

-          No puedo mirar cariño, estoy conduciendo.

-          No pasa nada, ¡Yo te lo cuento! – Volví a dar unos toques más. - ¡Un conejito!

-          Cuando lleguemos a casa, te llevaré a un sitio donde hay muchos.

-          ¿De verdad? - Pregunté emocionada.

-          Claro, cielo. ¿Por qué no descansas un rato? Todavía queda mucho camino. – Me apoyé con cansancio sobre el asiento y coloqué mis manos a mano de almohada. El sueño se fue apoderando de mí, y cuando mis ojos estaban prácticamente cerrados vi las luces de un camión viniendo a toda velocidad. Los gritos de papá se hicieron presentes, y el sentir un estruendo en mi costado que me hizo salir despegada fue inmediato. Sentía los cristales cortarme los brazos y varias zonas más de mi cuerpo, sentía mucho dolor en el costado y en la cabeza. Y mis piernas apenas las sentía. Tenía mucho sueño, muchísimo sueño, y mucho dolor…

 

Decenas de máquinas enganchadas a mi cuerpo, una mascarilla sobre mi boca. Todo un equipo médico atento a mis movimientos. Mi madre al lado llorando, muchísimo dolor en todo mi cuerpo. Una presión insoportable en mi pecho. El recuerdo de mi padre ensangrentado sobre la carretera. Comencé a sudar, a sudar muchísimo. A sentir pánico, ansiedad. Noté mi pulso acelerarse hasta que entré en shock, y a ver todo negro después.

-          ¡Emma! ¡Emma! – Me zarandearon con fuerza, despertándome en un sobresalto que hizo que mi corazón diese un vuelco. Sentía lágrimas en mis ojos que amenazaban con salir y mis manos temblaban de manera exagerada. Traté de apoyar mi cabeza sobre las palmas de mi mano pero éstas no me respondían. Solo hiperventilaba y lloraba. – Emma… - Sam se sentó a mi lado, colocó sus manos a ambos lados de mí y agarró mis brazos con cuidado. – Estabas gritando y no parabas de quejarte… - Me lancé hacia ella, hundiendo mi cabeza en el hueco de su cuello y hombro, ella me estrechó entre sus brazos y me apretó levemente contra ella, lo que me hizo explotar. – Ya está, ya pasó… - Hundió sus dedos entre las hebras de mi pelo y realizó un pequeño masajito que me hizo recuperar el ritmo normal de la respiración.

-          Lo siento… – Susurré todavía en el hueco de su cuello, sintiéndome tan vulnerable y débil que me daba asco. – Ha sido una pesadilla horrible.

-          ¿El accidente? – Asentí, tímidamente, no queriéndome mostrar más vulnerable. – Ven aquí. – Me separé levemente y noté sus pulgares limpiar mis mejillas de lágrimas. – Ya estás aquí conmigo, olvídate del sueño. – Sus ojos verdes me miraban con comprensión, delicadeza y profundidad. Me sentía muy pequeña con esa mirada delante de mí. - ¿Mejor? – Asentí levemente y se levantó, acercándome un vasito de agua que agradecí. Me volví a recostar, cansada, y ella se sentó enfrente, de nuevo acomodándose en el sillón. – Me quedaré leyendo, te volveré a despertar si te vuelvo a ver así, ¿Vale? – Asentí, mirando cómo se concentraba en la pantalla. Me quedé embobada mirando su expresión, su mandíbula se tensaba levemente y su mirada se entrecerraba levemente. La verdad es que se ponía muy atractiva…

-          Sam… - Alzó la mirada y esperó a que continuase. – Eh… - Me escondí tras la almohada con vergüenza.

-          ¿Te encuentras mal? ¿Quieres que avise a alguien? – Negué con la cabeza y asomé la cabecita, encontrándome con su mirada. - ¿Qué pasa?

-          Te importaría…

-          ¿Sí?

-          ¿Dormir conmigo? – Me volví a esconder tras la almohada y atrapé las sábanas entre mi manos, nerviosa. – Si no quieres, no. O sea… Es una estupidez, sí. Olvídalo... – Noté el colchón hundiéndose detrás y cómo me cubrían con la sábana. Me giré lentamente y vi que tenía las manos bajo su mejilla, acomodándose en la almohada.

-          Claro que dormiré contigo. No hace falta que te pongas nerviosa. – Me sonrió con dulzura y se acercó un poquito, rozando sus piernas con las mías. La cama era algo pequeña para dos personas, pero eso no pareció importarnos a ninguna. El olor de su pelo me embriagó profundamente, envolviéndome en un halo de tranquilidad y paz. Me acerqué levemente, teniendo sus ojos verdes a escasos centímetros, distinguiendo varios tonos del color conforme te acercabas a la pupila.

-          Me gustan tus ojos. – Colocó una mano sobre mi pelo y me brindó leves caricias.

-          Son marrones. – Dije con simpleza al cerrar los ojos, disfrutando del contacto. – No tienen nada de especial.

-          No son los ojos sino la mirada. – Volví a conectar mi mirada con la suya y esbocé una pequeña sonrisa. – Además, el color es bonito. – Cerró sus ojos y siguió acariciando mi cabello. – Cuando me pregunten por mi color favorito les hablaré de tus ojos.

 

Todo el equipo había venido a verme a la mañana siguiente, todavía faltaba un par de horas hasta que el médico me diese el alta, por lo que aprovecharon para visitarme.  Sam se mantuvo todo el tiempo algo alejada, dándole espacio a las seis personas que habían entrado.

 

-          ¡No hacía falta que trajerais nada! – Observé la mesa de al lado de la cama, llena de cajas de bombones, flores y un oso de peluche que sostenía entre sus garras una pelota de balonmano. - ¡Que no me he roto nada!

-          Menuda hostia te dio. – Rachel me dio un par de golpecitos en las piernas. - Seguro que has perdido un puñado de neuronas.

-          Y quieres que las recupere a base de bombones. – Esbocé una sonrisa y me recosté cómodamente. – Al menos ganamos el partido.

-          Menudo golecito marcó aquí la sub-capi. – Julie se acercó a Dafne, dándole un golpecito en la espalda.

-          Era lo menos que podía hacer. – La morena se acercó y se sentó a mi lado. – Para que la baja de Emma no fuese en vano. – Colocó su mano sobre la mía, dándole un leve apretón y la mantuvo ahí, estática. Fruncí el ceño inconscientemente debido al gesto, y por no parece una auténtica antipática, simplemente la mantuve ahí. Habían venido a verme, no podía tener gestos distantes ni bordes. Además, eso no iba conmigo.

-          ¡Podéis esperar a que salgamos de la habitación para meteros mano! – Rodé los ojos y miré a Rachel, que se encogió de hombros y sonrió.

-          A mí no me importa que miréis, eh. – Dafne le respondió sacando la lengua, provocando que Rachel se riera levemente.

-          No es a mí con quien tienes que usar la lengua… - Rachel soltó una carcajada y Dafne le hizo un corte de mangas. Yo, por mi parte, intenté cubrir mi rostro pasando una mano por mi cabello, colocándolo hacia atrás y haciendo que cayese levemente y con gracia. Busqué la mirada de la pelinegra, la cual rompió el contacto al toparse con la mía y la bajó.

La puerta se abrió, dando paso a la médico que me vio la noche anterior. Alzó el ceño al ver a tanta gente en tal espacio reducido y se acercó levemente hacia la cama.

-          Tenemos que hablar. – Mi pulso se aceleró y tragué saliva con fuerza. Esas palabras NUNCA son bien recibidas. Y menos de un médico. – Y mejor a solas… - Echó un rápido vistazo alrededor y mantuvo el gesto serio.

-          ¿Puede quedarse una persona? – Me miró y asintió, colocando sus manos en los bolsillos, esperando. Miré a Sam y no hizo falta nada más para entendernos, se acercó y se mantuvo a mi lado, esperando a que Dafne se levantara y saliese con las demás. - ¿Qué ocurre?

-          Te hicimos un par de pruebas cuando llegaste inconsciente. No quiero imaginarme cómo te hiciste esto pero…– Se acercó a la ventana y colocó un par de radiografías. Se cruzó de brazos y me miró. – Tienes cuatro tornillos repartidos por cada pierna, dos en cada rodilla y otros en ambos tobillos. – Sam me miró y yo evité hacerlo. - ¿Cuánto tiempo hace que no te haces una revisión? – Señaló con su bolígrafo la rodilla derecha. – Ésta en concreto, me preocupa. – Carraspeó. – Parece que el tornillo que te pusieron, está algo rebelde.

-          ¿Qué quieres decir? – Pregunté, algo preocupada.

-          Que lleves cuidado. – Se acercó con seriedad y volvió a cruzarse de brazos. – Juegas al balonmano, un desafortunado golpe y te la partirán.

-          Llevaré cuidado. – Le sostuve la mirada y ladeó su rostro, señalándome levemente con su mano.

-          Por eso estás aquí, ¿No? – Rodé los ojos ante su sarcasmo y me dejé caer sobre el colchón, fastidiada. – Haremos una cosa… - Suspiró. – Cada cierto tiempo vendrás a que te hagamos una revisión completa y exhaustiva. – Iba a hablar pero me acalló. – En el momento que vea el más mínimo cambio, intervendré, y me dará igual tu opinión. – Sonreí de lado y esta vez fui yo la que se cruzó de brazos.

-          Si acepto… ¿Me puedo marchar a casa? – Sonrió victoriosa y asintió, firmando un papel que luego me extendió, verificando que era la alta médica.

-          Te llamaré personalmente para concertar las revisiones. – Me miró con seriedad y yo asentí.

-          No me voy a escapar… - Ladeé el rostro y vi que Sam me miraba con seriedad y preocupación. – A decir verdad, no creo que me dejen hacerlo.

-          Te aseguro que no faltará a ninguna. – Sam intervino por primera vez en la conversación, parecía que estaba muy concentrada en cada cosa que la médico decía.

-          Así me gusta, una pareja comprometida. – Suspiró aliviada. – No os podéis imaginar la de peleas y numeritos que se forman aquí por estas cosas.

-          N-nosotras no… - Intenté corregir la situación, pero Sam se adelantó.

-          Claro que sí. – La pelinegra me acalló. - ¿Qué tipo de pareja eres si no te comprometes en estas cosas? – La médico asintió, satisfecha. Nos brindó una sonrisa y tras darnos un par de explicaciones sobre la curación de la herida del lateral de mi cabeza, se marchó.

-          ¿Por qué has hecho eso? – Tragué saliva tímidamente y Sam se giró, mirándome con sus grandes ojos verdes.

-          Si piensan que somos pareja, no me pondrán inconvenientes a la hora de acompañarte en las pruebas médicas, operaciones… - Se encogió de hombros. – Ya sabes, todo lo  que pueda pasar.

-          Sam. – Llamé su atención. – Los hospitales dan asco, son un auténtico agobio.  No tienes por qué…

-          Emma. – Repitió mi entonación. – Me da igual. – Volví a abrir la boca y levantó su mano. – Podemos estar toda la mañana discutiendo esto, en serio. ¿Pero de verdad que no te apetece llegar al apartamento y acomodarte de nuevo?

Y así fue. Volvimos al apartamento después de que Sam se anotara una victoria a la lista y tras dejar los regalos que las chicas del equipo me habían llevado al hospital, me tumbé sobre la cama, agotada. Juraría que el haber dormido en aquel colchón, me había partido la espalda en 3. Eché un rápido vistazo a la habitación, el escritorio justo debajo de la ventana, una cama de matrimonio justo enfrente, varias estanterías repletas de libros y decoración, al lado de unos cuantos armarios repletos de ropa. La habitación era bastante grande, cubierta por una alfombra oscura, que contrastaba perfectamente con las paredes levemente lilas de la habitación.

-          Me gusta tu habitación. – Sam colocó de manera ordenada las cajas de bombones sobre el escritorio y atrapó el peluche entre las manos. - ¿Dónde quieres que ponga a Epi? – Alcé el ceño, mirándola mientras escondía su rostro tras el osito de peluche que sostenía un balón entre las manos.

-          ¿Epi? – Asintió y se acercó tímidamente.

-          ¿No te gusta? – Me encogí de hombros y me dirigí al escritorio para probar uno de aquellos deliciosos bombones.

-          Es… mono. – Me senté sobre el escritorio y vi cómo dejaba el peluche en una de las estanterías, junto a un perrito de peluche y un gatito.

-          ¿Te gustan los peluches, eh? – Asentí y saboreé el delicioso trocito de chocolate que acababa de llevarme a la boca. - ¡Tienes un piano! – Se giró sobre sus pies y vio que a los pies de la cama había un piano electrónico. - ¿Sabes tocar?

-          No. – Respondí sarcástica. – Lo tengo porque queda bien con el suelo. – Sonreí al ver su cara de fastidio y me hizo un corte de mangas. Se acercó al instrumento y pasó sus dedos por las teclas del piano.

-          ¿Me tocarás alguna vez? – Tosí al sentir el bombón atragantarse al pasar por mi garganta. La miré con el ceño alzado y ladeó la sonrisa, devolviéndome el sarcasmo que había yo utilizado antes con ella. – El piano, digo.

-          C-claro. – Carraspeé con fuerza y se acercó a mí. Yo estaba sentada sobre el escritorio, con las piernas ligeramente separadas. La pelinegra se posicionó entre ellas, lo que me hizo tragar saliva y ella sonrió con arrogancia.

-          Lo estaré esperando. – Atrapó un par de mechones rebeldes y los colocó tras mi oreja, dejando a la vista la herida que todavía era bastante notoria. - ¿Te duele? – Negué con la cabeza y tocó un poquito los puntos de papel que cerraban mi ceja, así como el hematoma de la zona.

-          Es soportable. – Me encogí de hombros e inconscientemente ejercí algo de fuerza con mis piernas, atrapando las suyas completamente. – No te preocupes… - La vi tragar saliva y cómo me miraba fijamente con sus ojos verdes felinos. – Gracias por lo de anoche, no tenías por qué haberlo hecho…

-          No te puedes imaginar lo incómodo que era el sillón. – Sonrió vacilante de medio lado y le di un leve golpecito en el costado, pero mantuve ahí la mano, sobre su cintura. – No me quedaba otra que aceptar, muy a mi pesar… - La miré con el ceño alzado y sonreí desafiándola.

-          Claro, claro. – Ironicé. – No volverías a aceptar entonces, ¿no? – Parece que eso le pilló de sorpresa, ya que rompió el contacto entre nuestras miradas y la desvió hacia la ventana. Vaya, vaya, parece que el león se acobardaba. Se mordió el labio ante mi atenta mirada, pero ella seguía sin atreverse a volver a conectarla. Colocó sus brazos tras mi cuello, dejando caer su peso sobre mí y acercó sus labios a mi oído.

-          No juegues con fuego… - Mordió el lóbulo de mi oreja levemente, arrancándome un pequeño suspiro que enmascaró un gemido. – Se alejó y coloco su rostro frente al mío. Me quedé estática, con una presión en el estómago indigna de mí y tragué saliva fuertemente. Ella sonrió, de nuevo con arrogancia. – Perro ladrador, poco mordedor… - Me guiñó el ojo y se separó, vacilante. – No intentes jugar con quien puso las reglas. – Dijo antes de perderse por la puerta.

 

 

Notas finales:

Cuidaos <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).