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Dangerous por California Night

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Notas del capitulo:

Buenas noches chicxs!!! Estoy en pleeena época de exámenes pero yo aquí cumpliendo para que tengáis un nuevo cap!!! espero que os guste ^^

Pd: always las criticas y los reviews son bien recibidos

-          No creo que debamos introducir esto aquí… - Deslicé el bolígrafo sobre el papel. - ¿Qué te parece si cambiamos esa parte por esta? – Levanté la mirada y sus ojos negros se clavaron sobre el papel, colocó el lápiz sobre sus labios y lo mordió levemente.

-          Pienso que quedará bien. – Trazó unas cuantas líneas y anotó un par más. - ¿Te parece bien si metemos esto aquí al final? – Asentí y me recosté sobre la silla, agotada. Habíamos estado absolutamente toda la tarde preparando una exposición que teníamos que presentar en un par de semanas. Bostecé casi sin darme cuenta y masajee mis sienes levemente, habíamos pasado horas y horas exprimiendo cada neurona para que el trabajo saliese bien.

-          ¿Preparo más café? – Brenda también se recostó sobre la silla y colocó sus manos tras su cuello, haciendo un pequeño masaje. – Todavía nos queda mucho…

-          Qué remedio. – Me encogí de hombros y se levantó, no sin antes pellizcarme la nariz y apretando levemente mi hombro a modo de apoyo. - ¿Te ayudo?

-          ¡No hace falta! – Levantó la mano, negando con la cabeza y se perdió a través de la puerta. Coloqué mi mentón sobre la palma de mi mano, aguantando mi cabeza mientras miraba a la puerta y esperaba a que Brenda viniese con dos tazas de humeante y rico café. Justo enfrente de la habitación de Brenda, se encontraba la de Sam, la cual permanecía cerrada, pero se escuchaba música suave tras ella. Suspiré y cerré los ojos durante un par de segundos y cuando los volví a abrir me topé con la mirada de la pelinegra, la cual salía de su habitación. Llevaba unos pantalones azules cortitos y una camiseta de tirantes del mismo color.

-          No sabía que estabas aquí. – Alzó el ceño y se acercó, apoyándose en el marco de la puerta.

-          Tenemos que preparar una exposición que tenemos que presentar… - Suspiré y dejé caer mi cabeza sobre la palma de la mano. Cubrí un bostezo con la otra mano y sonreí cansada.

-          Saldrá bien, seguro. – Sonrió mostrando su perfecta dentadura, la cual disfruté cuando mordió mi lóbulo hace unos días. Tragué saliva al recordarlo y noté una leve presión tanto en mi estómago como en alguna que otra zona inferior. Crucé las piernas inconscientemente y ella las recorrió con la mirada, volviendo a atrapar mis ojos entre los suyos.

-          Hace una semana que no te veo, ¿Todo bien? – Soltó una pequeña risita y apoyó la parte trasera sobre la madera de la puerta.

-          ¿Me has echado de menos? – Se cruzó de brazos y me vaciló sólo con mirarme.

-          ¿Qué pasa si lo he hecho? – Alcé el ceño y la desafié.

-          No te vayas a enamorar… - Sonrió de lado y levantó su mano realizando un gesto presumido, desapareciendo por el pasillo y dejándome con el ceño fruncido.

-          ¡Cuidado no vayas a hacerlo tú! – La voz se perdió a través del pasillo, dando paso a una Brenda que me miraba con duda conforme dejaba dos tazas de café sobre la mesa.

-          ¿Qué os traéis vosotras dos entre manos? – Se apoyó en el escritorio  y se cruzó de brazos. – De primeras os odiáis, luego se queda ella en el hospital contigo… A partir de esa noche ambas cambiáis completamente. – Alzó el ceño y no dejó de mirarme. - ¿Algo que contarme, amiga mía? – Me encogí de hombros al mismo tiempo que me dejé caer sobe la silla.

-          Nada. – Rodo los ojos y suspiró cansada. – Es verdad, no me mires así.

-          Soy tu mejor amiga, sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿No? – Asentí y di un pequeño sorbito al café.

-          Es que no ha pasado nada… - La miré y ella alzó el ceño, no creyéndose ni la mitad. – Bueno…

-          ¡Lo sabía! – Alzó la voz y le hice un gesto para que bajase la voz. - ¡Cuéntame!

-          En el hospital dormimos juntas. Sí, SÓLO dormimos. – Le aclare antes de que se hiciese una idea equivocada. – Juntas, no revueltas. – Volví a aclarar. – Y luego… bueno, nos estábamos vacilando y desafiándonos…

-          Como siempre, nada nuevo. – Asentí y continué.

-          Bueno, se acercó a decirme algo al oído y… me mordió. – Su expresión se desencajó, me miró con sorpresa y al mismo tiempo con intriga e interés. – Pero sólo fue mientras nos metíamos la una con la otra. – Me encogí de hombros. – Así que ahí se quedó la cosa. Fue una tontería.

-          ¿Tontería? – Se sentó sobre la cama y me miró con el ceño fruncido. – Yo no voy por ahí mordiendo lóbulos ajenos sólo por fastidiar.

-          Le gusta jugar, nada más. – Dejé con gracia la taza sobre la mesa y volví a coger el bolígrafo, volviendo a colocar el portátil frente a nosotras y un par de folios más. - ¿Seguimos con esto?

Los días habían pasado y la dichosa exposición había llegado. Brenda y yo, ambas vertidas de manera formal, nos encontrábamos encima de un pequeño escenario donde se celebraban ese tipo de actos. Había varias exposiciones ese día, y nosotras nos situábamos en la primera posición. Sin duda, para mí era la peor. Con los nervios a flor de piel, pero con mucha seguridad y aplomo, ambas bordamos la oratoria e incluso los profesores que nos supervisaban nos dieron la enhorabuena.

-          Ya puedes respirar, Bren. – Sonreí al verla caminar de manera torpe e insegura, todavía tenía la presión sobre sus hombros. Y se notaba. – Lo hemos hecho bien.

-          ¿Por qué yo me pongo tan nerviosa con estas cosas y tú estás como si nada? – Encogí mis hombros y sonreí con despreocupación.

-          ¿De qué sirve ponerse nerviosa? – Suspiró levemente ante mi pregunta y acomodó un par de mechones tras su oreja.

-          Tienes razón…

-          Sólo hay que saber gestionar los nervios. – Pasé un brazo sobre sus hombros y apoyé mi cabeza sobre la suya. – Y tomarte las cosas con más calma. Tener confianza en ti misma, ¿Sabes?

-          ¡A la orden, señorita autoestima! – Colocó su mano como si fuera un soldado acatando las ordenes de su capitán y me sacó la lengua a modo de burla. – Quiero ir a casa, estos zapatos me están matando.

-          ¿No te has pasado un poco arreglándote?

-          ¿Y tú no? – Alcé el ceño y me eché un rápido vistazo. Unos pantalones pitillo de traje de color negro, una camisa ajustada blanca y una americana de color coral que se ajustaba bastante a mi cuerpo.

-          Por lo menos mis zapatos son cómodos. ¿Quieres cambiarlos? – Su mirada se iluminó y sonreí con gracia al ver cómo se quitaba los zapatos con una rapidez brutal. – Me lo tomaré como un sí. – Nos cambiamos el calzado y entendí perfectamente por qué le dolían los pies. - ¿A quién se le ocurre ponerse estos tacones? Seguro que esto está catalogado como una tortura china.  – Entonces noté vibrar mi teléfono móvil en mi bolsillo y lo atrapé entre mis dedos, desbloqueando la pantallita de bloqueo y viendo un par de mensajes.

 

 

Sam: Te invito a comer por lo genial que te ha salido la exposición.

Emma: ¿Cómo lo sabes sino la has visto?

Sam: No he visto la presentación pero sí que os he visto a Brenda y a ti trabajar y practicar todos los días sin descanso. Con eso me vale para saber cómo os ha salido.

Emma: No sabía que te habías fijado tanto en nosotras.

Sam: Más bien en ti, para qué engañarnos.

Emma: A ver si te vas a enamorar…

Sam: Me gusta tentar a la surte. ¿Qué me dices? ¿Comemos?

Emma: Tendré que pensarlo detenidamente.

Sam: Una comida con una pelinegra despampanante, y encima invita ella. ¿Qué tienes que pensar?

Emma: ¿Ah, sí?  ¿Y quién es esa pelinegra?

Sam: Sólo podrás comprobarlo si vienes. Pero te aseguro que no te decepcionará.

Emma: ¿No me arrepentiré?

Sam: Quien no arriesga no gana, gatita.

Emma: ¿Dónde me está esperando esa pelinegra despampanante?

Sam: En el restaurante italiano que está tras el centro comercial.

Emma: Dile a la pelinegra que llegaré enseguida. O no.

Sam: ¿La vas a dejar plantada?

Emma: Sólo podrá comprobarlo si me espera.

Sam: Te aseguro que lo hará. Allí estará.

 

 

-          ¡Eh! – Colocó la mano sobre la pantalla, impidiéndome ver. - ¿Puedes dejar de sonreírle al teléfono y hacer caso a tu queridísima amiga?

-          ¿Qué pasa? – Parpadeé varias veces saliendo de mi pequeño embobamiento y alzó el ceño esbozando una sonrisa traviesa.

-          ¿Es Sam? - Me inquirió y desvié la mirada con timidez. – Esa sonrisa te ha delatado, desde luego.

-          Me ha invitado a comer. – Frunció el ceño y suspiró.

-          No sé qué rollo os lleváis, pero ve con ojo, ¿Vale?

-          ¿Desconfías de Sam?

-          No desconfío de ella. – Se aclaró la voz. – Pero no sé si buscáis lo mismo.

-          No busco nada. – Aclaré. – Apenas la conozco.

-          Pero hay algo de ella que te llama la atención, ¿Verdad?

-          Te mentiría si te dijera que me es indiferente. – Confesé. – Simplemente nos estamos conociendo. Simplemente dejaré que las cosas fluyan, como siempre.

La vi a lo lejos apoyada en su moto, con la chaqueta de cuero ceñida a su cintura y unos vaqueros rotos que le quedaban demasiado bien. Se quitó las gafas de sol y las colocó sobre su cabeza conforme vio que me acercaba.

-          Jo-der. – Sus ojos verdes se agrandaron, recorriéndome con la mirada.

-          ¿Y bien? – Alcé el ceño y me crucé de brazos. - ¿dónde está esa pelinegra despampanante que va a invitarme a comer?

-          Estás… preciosa. – Un tímido susurro salió de sus labios, ruborizándome por completo por la ternura de su voz. – Eh… - Desvió su mirada y mordió su labio inferior. – Dios. No sé ni qué decir.

-          ¿Qué tal si entramos? Me muero de hambre.

-          ¿Vas a dejar plantada a la pelinegra? No sé si le va a gustar eso, eh.

-          Qué pena que me interese más lo que a ti te guste… - Le guiñé el ojo y me acerqué a ella, colocando un par de mechones tras su oreja. Me agarró la mano y la sostuvo entre las suyas, dándome una leve caricia. Tragué saliva y se levantó, acercándome a ella.

-          Te advertí que si jugabas con fuego, ibas a quemarte…

-          Eres tú la que me ha invitado a comer. ¿No serás tú la que quieres arder? – Se alejó de mi oído para desafiarme con la mirada. Se limitó a sonreír de lado y alejarse de mí hasta entrar al restaurante, invitándome a seguirla.

El restaurante era espectacular, en tonos blancos y marrones, lleno de iluminación con altos techos que daban un espacio abierto pero a la vez acogedor. El camarero nos acompañó hasta la mesa y nos extendió las cartas amablemente, retirándose y trayendo a los cinco minutos las bebidas que habíamos pedido. De repente, recordé la conversación con Brenda y efectivamente, no conocía de nada a la pelinegra.

-          Me gustaría saber cosas de ti… - Jugueteé con la copa entre mis manos y la miré con gesto suplicante. Ella alzó el ceño y ladeó una sonrisa.

-          ¿Qué quieres saber? – Se acercó levemente a mí y colocó una mano bajo su mentón.

-          Cuéntame cosas sobre tu familia… - Suspiró y dio un par de toquecitos sobre la mesa. – Cualquier cosa.

-          Mi madre es diseñadora de interiores, y mi padre es arquitecto. – Sonrió de lado y se volvió a recostar en el asiento. – Tengo una hermana, Anya, de 5 años… ¿Algo más?

-          ¿Lo de convertirte en arquitecta es por tu padre, verdad? – Asintió y desvió su mirada hacia la copa.

-          Supongo que ser hija de uno de los mejores arquitectos del mundo tiene su gracia, sí. – Conectó su mirada con la mía y entrecerré mi mirada. – Stark, ¿Te suena?

-          ¿No es el arquitecto que se ha encargado del último museo que han construido en Berlín? – Asintió. – No me digas que tu padre es… - Volvió a admitir. – Jo-der. ¡Tu padre es toda una eminencia en el mundo de la arquitectura!

-          No me digas. – Me respondió de manera sarcástica. – Lo siento.

-          Tranquila.

-          No suelo hablar mucho de ello… ya sabes, la gente es una interesada. – Se volvió a acercar. – Por el dinero y esas cosas. – Apartó la mirada y yo noté un deje de tristeza en ellos. – A veces me cuesta que la gente me vea a mí y no mi apellido… - Alcancé su mano con la mía, lo que la hizo conectar su mirada.

-          Si te sirve de consuelo… - Apreté ligeramente. – Te hubiese tirado el café esa mañana aun conociendo tu apellido.

La comida transcurrió de forma agradable, conociéndonos un poquito más. Al pedir los postres, me excusé para ir al baño, pero antes de volver a la mesa con Sam me acerqué al mostrador y pagué la cuenta, invitando a la pelinegra.

-          Sí que has tardado.

-          ¿Ya me has echado de menos? – Alzó el ceño y desvió su mirada hacia el postre que habíamos pedido para compartir.

-          No te vengas arriba, bonita.

-          ¿Qué tal está el postre?

-          Compruébalo tú misma. – Me tendió una cucharita con un trocito del bizcocho de chocolate caliente y la mire con el ceño fruncido. - ¿no quieres?

-          Sí, pero… ¿Me lo vas a dar tú? – Se dio cuenta de que inconscientemente estaba dándome a probar de su propio cubierto y se ruborizó levemente.

-          Perdona, no me he dado cuenta. – Alcancé su muñeca con la palma de mi mano y alzo el ceño.

-          Está bien así, lo probaré. – Acerqué su mano a mi boca sin perder el contacto visual y suspiré con gusto. Sus labios se entre abrieron y los miré descaradamente, tragando saliva. El camarero nos interrumpió, preguntándonos si queríamos algún té o café, que invitaba la casa. Lo rechazamos amablemente y me acomodé sobre la silla, suspirando al recordar la escena anterior.

-          Pagaré y te llevare a casa, se ha hecho algo tarde. – Miró su reloj y se levantó, con la intención de llamar al camarero y pedir la cuenta.

-          Ya está pagado, no te preocupes. – Me miro con el gesto sorprendido y frunció el ceño.

-          Te dije que te invitaría yo.

-          Lo sé, pero… - Ladeé el rostro y sonreí. – Es una manera de demostrarte que no estoy interesada en tu dinero. Así que… deja que te invite.

-          Emma…

-          Ya invitarás tú otro día. – Me encogí de hombros y le resté importancia al tema.

-          ¿Me estás invitando a salir? – Su sonrisa fue traviesa, su mirada inquisitoria y sus ojos atraparon los míos.

-          Quizás… - Tras un duelo de miradas, ambas sonreímos, satisfechas. Y nos fuimos del local. Sam miraba su teléfono móvil con insistencia y en su mirada noté cierta preocupación. Decidí no decir absolutamente nada y esperar a que fuese ella la que decidiese si contármelo o no.

-          Tengo que irme. – Me miró con culpa y mordió su labio inferior con culpa. – Ya sé que he dicho que te llevaría…

-          No te preocupes. - Le respondí sinceramente, me preocupaba más la mirada decaída de Sam. Pero realmente sí me molestó que la pelinegra fuese tan callada. Habíamos tenido una comida genial, parecía que nos llevábamos bien… ¿De verdad que no podía confiar en mí ni un poquito? Decidí dejarlo estar y comenzar mi camino hacia casa. Pero Sam me atrapó de la muñeca, girándome levemente.

-          Lo he pasado muy bien… - El agarre se deshizo y me sonrió de lado, o más bien la forzó.

-          Yo también. – Desvió la mirada hacia el suelo y levanté su mentón con el dedo índice. – Lleva cuidado, ¿sí? – Sonrió con ternura y se colocó el casco para después arrancar la moto y perderse en la carretera.

Decidí pasar el resto de la tarde descansando, había pasado días y días durmiendo apenas 3 o 4 horas por noche por culpa de la exposición y del insomnio. Pasé las horas en el ordenador portátil: alguna que otra serie, un par de horas tocando el piano… Cuando Abi salió de la ducha, aproveché para colarme dentro y pasar un ratito bajo el agua, perdiéndome en mis pensamientos, o más bien en la pelinegra. Con Sam era complicado, a veces sentía su mirada tierna y preocupada y otras en cambio, la sentía como una verdadera leona acechando a su presa, la cual era yo.

Estuve en el salón hasta entrada la madrugada con Abi, viendo alguna que otra película mala que daban en algún canal de mala muerte.

-          Venga, a la cama, rubia. – La golpeé en la cara con un cojín.

-          Pensaba que te iban las pelinegras, no las rubias. – Cogió el cojín y me lo lanzó, vengándose. – ¡Y además con ojos verdes!

-          ¿Pero de qué vas? – Atrapé otro cojín entre mis manos y lo volví a lanzar con fuerza hacia su rostro, pero lo esquivó.

-          ¿Yo? ¡De qué vas tú! ¡Que no me cuentas nada! – Se lanzó a mí, enganchándose en mi espalda como un koala en un árbol. – Tienes suerte de que esté demasiado cansada como para atacarte a preguntas… - Bostezó sonoramente y se acomodó en mi nuca, como un bebé. La llevé hasta su habitación y la dejé sobre la cama con suavidad.

-          Descansa, terremoto. – Lanzó un gruñido y la vi abrazar con fuerza la almohada, hundiéndose en ella. Me dirigí a mi habitación y me deshice de la camiseta y los pantalones, con la intención de cambiarme y ponerme algo más cómodo para dormir. Me acerqué hacia las cortinas para cerrarlas y así evitar que se colase cualquier tipo de luz cuando saliese el sol, pero me mantuve expectante cuando vi la moto de Sam estacionar en los aparcamientos de enfrente de los apartamentos. Se quitó el casco, liberando su larga melena y mirando directamente hacia mí. Sus ojos verdes estaban plasmados de una tristeza y un vacío inmenso, la adrenalina me recorrió y un nerviosismo atroz se coló en mi estómago, ejerciendo presión. Tragué saliva fuertemente y me giré para vestirme y salir tras ella, pero al volver a dirigir mi vista hacia el aparcamiento, la pelinegra ya no estaba.

 


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