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Dangerous por California Night

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Notas del capitulo:

¿¡Notais eso!?

¡¡ES UN AUMENTO DE TEMPERATURA!!

 

Buenos días mis chicuelxs!!! Intentaré continuar actualizando cada pocos días, pero al estar de exámenes no puedo prometer nada, solo pometo que yo siempre vuelvo!!!

-          No ha salido de su habitación desde hace cuatro días… - Su mirada se perdió entre los libros de su estantería. – La escucho toser bastante durante la noche… seguro que tiene una gripe de caballo. – Alcanzó el libro que se encontraba más arriba, justo al lado de un peluche con forma de ratón. - ¿Era este el que querías? – Asentí y lo tomé de sus manos, mirándola con agradecimiento y ojeando un par de páginas por encima.

-          ¿Puedo quedarme un rato echando un vistazo a los demás libros?

-          Claro, quédate todo lo que quieras. – Se dirigió hacia el escritorio, agarrando su cartera y metiéndola en su bolso, el cual se acabó colgando del hombro. – Tengo que ir a hacer unas compras… volveré en un par de horas, o eso espero.

-          Llámame si necesitas algo, ¿Vale?

-          Y tú llámame si la pelinegra empeora. – Alcé el ceño, observándola con atención. - ¿Te crees que soy tonta o algo así? ¿En serio pensabas que me creería eso de quedarte a ojear un par de libros teniendo a Sam en la habitación de enfrente? – Movió sus cejas de manera insinuante, asomando su cabecita por el marco de la puerta. – ¡Espero que mi habitación quede libre de vuestras cochinadas! ¡Avisada quedas!

-          ¡Brenda, vete a la mierda!

-          ¡Yo también te quiero! – El sonido de la puerta resonando por todo el apartamento me indicó que Brenda ya se había marchado. Me acerqué a la puerta de la habitación de Sam y le di pequeños y suaves toquecitos, esperando la respuesta de la pelinegra. Pero esa respuesta llegó a modo de una tos débil, aunque por lo menos me indicó que Sam estaba ahí y despierta.

-          ¿Sam? – Susurré en un hilo de voz, abriendo la puerta muy despacito. Apenas unos rayos de luz entraban por las cortinas levemente abiertas. Me dirigí hacia la cama tras observar un bultito moverse lentamente, encogiéndose. Volvió a toser bajo las sábanas, asomando levemente la cabecita.

-          Emma… - Intentó mantener los ojos abiertos, pero le resultaba prácticamente imposible. Hizo un intento de volver a hablar, pero no pudo. Parecía costarle horrores.

-          Shh… - Me senté sobre la cama, al lado de la pelinegra, la cual hizo el amago de intentar incorporarse. – Debes descansar, vuelve a recostarte… - Ni un comentario, ni un gesto de  reproche, la pelinegra se volvió a acomodar, hundiendo su cabeza de nuevo en el colchón, con los ojos cerrados. Coloqué mi mano sobe su rostro, sintiendo un gran calor. – Tienes fiebre…

-          39’5… la última vez que vi el termómetro…

-          Sam, eso es demasiado. – Coloqué un par de mechones tras su oreja, observando su rostro colorado y a la vez pálido. - ¿Has ido al médico? – Asintió débilmente y me señaló una pequeña cajita sobre la mesita de noche, al lado de unos caramelos de miel. Atrapé el papel que acompañaba a las pastillas y le eché un breve vistazo. – Aquí pone que debes tomar antibiótico cada 12 horas y un calmante cada 6… Son las ocho de la tarde, ¿Cuándo debes tomarlo?

-          En-en tres horas…

-          ¿Por qué no intentas dormir? Te despertaré para entonces… - Deslicé con delicadeza mi pulgar sobre su mejilla, intentando confortarla, ella se limitó a tragar débilmente y asentir.

 

Encendí la luz del flexo del escritorio de Sam, dispuesta a leer durante un par de horas el libro que Brenda me había prestado. Paseé mi vista por la mesa, unas cuantas fotos, unos libros… material de arquitectura, planos… un pequeño frasquito de fragancia a vainilla que me recordó al olor de su cabello cuando dormimos juntas en el hospital… Suspiré e inconscientemente me mordí el labio, recordando esos ojos verdes y felinos que ahora parecían tan cansados… Observé las fotos que estaban encima de su escritorio, me detuve en una en concreto: Sam aparecía con una niña pequeña muy parecida a ella, seguramente sería Anya, su hermana. Sonreí y pase mis dedos sobre el rostro de Sam, tan lleno de vida y de vitalidad… vinieron a mi cabeza todos aquellos momentos en los que había podido ver rastros de tristeza en su mirada. ¿Qué pasará con ella?  

Suspiré pesadamente, lo único que me importaba ahora mismo era el bienestar de la pelinegra.

Una tos procedente de la cama me sacó de mi pequeña ensoñación, di un respingo y me dirigí a la cama de nuevo, sentándome a su lado ya que Sam había despertado.

-          ¿Cómo estás? – Volvió a toser y se removió entre las sábanas, suspirando pesadamente.

-          Me duele la garanta, la cabeza… todo. – Un pequeño y ronco hilo de voz se escapó de sus labios. – Me encuentro fatal. – Miré la hora en la pantallita del móvil y lo dejé encima de la mesita de noche de la pelinegra.

-          Iré a por agua y a por algo de comer.

-          No tengo hambre… - Volvió a esconderse tras las sábanas.

-          No pensarás tomarte los antibióticos sin tener nada en el estómago, ¿Verdad? – Aparté levemente las sábanas de su rostro, haciendo contacto directo con sus ojos cansados. - ¿Qué se siente al cambiar los roles? – Recordé nuestra noche en el hospital y solté una pequeña risa. – Me tienes que hacer caso al igual que yo te lo hice a ti.

-          Te vas a contagiar… - Volvió a esconderse y me levanté, directa hacia la puerta.

-          Me gusta tentar a la suerte.

Cuando volví a la habitación, la pelinegra estaba incorporada en la cama, con la espalda apoyada en la pared y con las sábanas medio cubriendo su cuerpo. Tenía las pastillas en las manos e intentaba alcanzar la botella de agua que estaba bajo la cama, pero estaba tan débil que le fue imposible.

-          Yo te la acercaré. – Me volví a sentar a su lado. – Pero antes de tomarlas, come un poco. – Me giré levemente para quedar más cerca de ella y le tendí un bol de leche con cereales. – Está calentita. Será lo mejor para tus anginas. No puedes tomar nada sólido…

-          Está bien, me apetece. – Encogió sus piernas y colocó el bol justo en el centro, sorbiendo gustosa. – Los de chocolate son mis favoritos…

-          Parece que tienes menos fiebre. – Acerqué mi mano hacia su frente deslizándola hasta su mejilla. – Será mejor asegurarnos… - Le tendí el termómetro y ella se lo colocó, esperando un par de minutos.

-          38.3… - Volví a comprobarlo, asegurándome que la temperatura era la correcta. -Todavía está algo alta. Te encontrarás mejor tras los antibióticos y los calmantes. Seguro que consigues dormir toda la noche.

-          Me cuesta mucho con este dolor de garganta. – Su voz era ronca, casi afónica.

-          ¿Cómo pescaste esa gripe?

-          ¿Recuerdas la tormenta de hace unos días?

-          Sí. – Asentí. – Estuvimos toda la noche sin luz. Abi casi se vuelve loca.

-          Me pilló fuera de casa, conduciendo la moto… - Suspiró. – Me calé hasta los huesos. He estado metida en la cama desde entonces…

-          Estaba preocupada por ti… - Deslicé mi mirada hasta la ventana,  perdiéndome en el color de éstas. – Desde que comimos juntas ni si quiera hemos hablado.

-          ¿Me has echado de menos? – Sonrió vacilante, aun a pesar de la fiebre, pero sus ojos estaban cansados.

-          Me preocupaba que te arrepintieras de haber pasado tiempo conmigo. – Tragué saliva pesadamente, lo había dicho sin pensar, las palabras arrancaron desde lo más profundo de mi estómago.

-          No vuelvas a decir eso. – Alzó la voz, pero soltó un gran quejido de dolor al hacerlo. Tenía la garganta bastante jodida y no parecía que iba a mejorar si no hablaba flojito.

-          Será mejor que no hables demasiado, esa garganta necesita reposo. – Cogí un caramelito de miel de la mesita de noche y se lo extendí, ella agradeció inmensamente. Esos caramelos iban genial para alivia el dolor e irritación de garganta.

-          ¿Te apetece ver una peli? – Alcé el ceño, mirándola.

-          Deberías descansar…

-          Por favor. – Juntó sus manos y me hizo un puchero. - ¡Iré a dormir después! – Suspiré pesadamente y cogí el ordenador portátil que estaba en el escritorio.

-          Qué gusto cuando un ordenador funciona bien… - La pelinegra me miró con el ceño alzado mientras me posicionaba a su lado de la cama, pero a diferencia de ella, yo estaba encima de las sábanas. - ¿No recuerdas la hostia que se dio el mío cuando chocamos aquel día?

-          ¿Se rompió?

-          A medias… - Suspiré. – A veces va, otras no… Se reinicia cuando le da la gana. – Apoyé mi espalda en la pared y estiré mis piernas encima de la cama. – Ya he perdido unos cuantos documentos por su culpa. – Carraspeé y me coloqué el ordenador sobre las piernas. - ¿Qué te apetece ver?

-          La sirenita. – Se acurrucó al lado de mis piernas, rozando con su cabeza mi costado.

-          ¿De verdad? – Alzó la mirada y asintió tímidamente. – Entonces la sirenita será.

La película transcurrió con ambas haciendo breves comentarios, tarareando las canciones y disfrutando de una de mis películas favoritas. Porque si, Disney era lo más. Cuando volví a colocar el ordenador en el escritorio, escuché un titubeo detrás de mí, por lo que giré sobre mis pies para ver qué ocurría. La pelinegra estaba temblando mientras abrazaba la almohada con ahínco, sus dientes rechinaban con fiereza.

-          ¿Sam? – Me acerqué a verla, estaba sudando pero temblaba de frío. – Te está subiendo la fiebre, estás ardiendo.

-          F-f-frío… T-tengo mucho f-frío… - Atrapé el edredón que se encontraba a los pies de la cama y la arropé hasta la cabeza, intentando aliviar el frío de la pelinegra. Me quedé unos minutos que me parecieron una eternidad observando si Sam se calmaba, pero no fue así, ni si quiera disminuyó un poquito. El rechinar de sus dientes me estaban preocupando a la par que poniendo histérica.

-          ¡Joder! – Me deshice de mi camiseta, de mis vaqueros y de mis zapatillas de deporte. – Te haré entrar en calor yo misma. – Me colé bajo las sábanas con Sam, estaba ardiendo. Su cuerpo emanaba vapor y prácticamente quemaba, la fiebre estaba haciendo de las suyas. Notaba su cuerpo temblar de frío por lo que la atraje hacia mí, hundiendo su cabeza en mi cuello. Si una cosa era cierta, era que la mejor manera de transmitir el calor corporal era de esa manera. Piel con piel.

-          Relájate… - La abracé y acaricié la parte baja de su espalda, inundándome de la fragancia a vainilla que desprendía su pelo. – Intenta controlar el temblor, entrarás en calor… - No me moví ni un centímetro de su lado, la abrazaba con fuera y traté de transmitir todo el calor que podía emanar. Estuvo alrededor de 20 minutos combatiendo contra el frío, sentí menos ardor emanando de ella, lo que me indicó que su temperatura había bajado. Respiraba con pesadez, parecía costarle horrores. Me miró con los ojos cansados y el rostro acalorado. Coloqué un par de mechones tras su oreja e intentó decir algo que no llego a emitir a través de su boca. Sonreí con dulzura y ella cerró los ojos, agotada.

Cuando desperté todavía tenía el cuerpo de la pelinegra en mis brazos, parecía no tener apenas fiebre por lo que salí de la cama sin apenas hacer ruido y me dirigí a la cocina a prepararle un buen desayuno a Sam. La puerta de la habitación de Brenda estaba cerrada por lo que supuse que estaba todavía dormida. A decir verdad, eran apenas las 9 de la mañana del sábado. ¿Quién estaría despierto tan temprano? Ah sí, yo.

Fruta cortada, un zumo de naranja natural y recién exprimido, aroma de café recién hecho, un par de tostadas con mermelada casera y por último decidí de hacer unas creps, seguro que la pelinegra iba a recuperar toda la energía que había perdido estos días. Seguro que si hubiera sabido por lo que Sam estaba pasando, hubiera pasado antes por su casa.

-          Eso huele muy bien… - Me giré y la vi apoyada en el marco de la puerta, ataba el nudo a su batita de estar por casa, para después meter sus manos en los bolsillos.

-          Siéntate, estará enseguida. – Todavía tenía el rostro colorado, por lo que supuse que tenía algo de fiebre. Se sentó justo enfrente de mí y rápidamente devoró una tostada untada en mermelada de arándanos. - ¿Cómo te encuentras? – Me dejé caer levemente hacia la mesa para conseguir llegar hasta ella y colocar una mano en su frente. – Diría que apenas unas décimas.

-          Me siento bastante mejor. – La vi tomar las medicinas y sonreí al ver que no tenía que estar tan encima de la pelinegra como yo pensaba. Parecía responsable y no como otras personas que rehusaban a tomar los medicamentos e incluso se olvidaba de ellos. Como por ejemplo mi queridísima amiga Abi.

-          No sabes el susto que me diste anoche cuando no dejabas de temblar… - Coloqué los creps delicadamente sobre un plato alargado con un poquito de chocolate por encima y lo coloqué sobre la mesa. – Pensé que tenía que conducir el bicho para llevarte a un hospital.

-          ¿El bicho?

-          Tu moto. – Me senté enfrente de ella y rio, agarrando el vaso de zumo.

-          ¿Cuándo has hecho todo esto?

-          Llevo despierta desde las 9. – Sorbí de mi taza de café, relamiéndome después. – Pensé que tendrías hambre, así que aproveché para preparar el desayuno.

-          Me bastaba con un par de tostadas y algo de fruta, en serio. – Sonrió y relamió el chocolate de los creps. – Esto es todo un festín.

-          Me gusta cocinar. – Vi cómo disfrutaba comiendo y apoyé mi rostro sobre la palma de la mano. – Y a saber cuántos días has pasado sin comer algo decente.

-          Creo que me pondré enferma más a menudo si esto es lo que me espera al despertar… - Suspiró satisfecha al saborear los trocitos de fruta, desde luego que la pelinegra estaba disfrutando.

-          Te prepararé esto siempre que quieras, pero por favor NO vuelvas a darme sustos como el de anoche. – Rodé los ojos. – De verdad que pensé que tenía que salir corriendo a un hospital contigo en brazos…

-          Eres una exagerada. – Rio y dio una palmadita al aire, restándole importancia.

-          ¿Exagerada? – Alcé el ceño. - ¡Deberías haberte visto! Ahí temblando de frío conforme la fiebre subía. ¡No sabía qué hacer!

-          ¿Y qué hiciste? – Imitó mi gesto, alzando el ceño, pero ella añadió una sonrisa curvada.

-          Sabes perfectamente qué hice.

-          Quería comprobar si realmente te metiste en la cama o fue producto de la fiebre. – Se recostó sobre la silla, manteniendo su mirada felina sobre la mía. - ¿También te meterás en mi cama siempre que quiera?

-          Más bien cuando a mí me dé la gana. – Solté de malas maneras, ¿Pero quién se había creído para usar ese tono arrogante conmigo? ¿Meterme en su cama cuando ella quisiera? Si se piensa que iba a ser un juguete, la pelinegra las llevaba claras. Hice el amago de levantarme pero atrapó mi muñeca con su mano, impidiendo que pudiese levantarme.

-          Lo siento. – Desvió su mirada cuando nuestros ojos se encontraron. – No quería que… sonase de esa forma. – La creí al ver un gesto de culpa que se acopló en sus ojos. – De verdad que estoy muy agradecida de lo que hiciste por mí anoche.  Deslizó las yemas de sus dedos sobre el dorso de mi mano, dándome pequeñas caricias. – A veces… debería pensar antes de hablar. De verdad que no quería decir eso.

-          No te preocupes, no me tienes que dar tantas explicaciones…

-          Sí. Debo hacerlo. – Su voz se quebró levemente, parecía que todavía tenía la garganta adolorida. – No quiero que pienses que me arrepentí de pasar contigo ni un solo minuto…

-          Te creo. – Dije mirándola a los ojos, pero inconscientemente bajé la mirada hacia sus labios, que permanecían entreabiertos. – Deberías descansar, todavía estás algo caliente… - Me levanté y con su ayuda recogimos toda la cocina, dejándola impecable.

-          ¿Te irás ya?

-          Tengo que coger el libro que Brenda me prestó ayer, está en tu habitación… - La seguí hasta su cuarto, había corrido las cortinas, lo que hacía que la habitación se iluminase perfectamente. Las paredes tenían tonalidades claras que contrastaban con los muebles algo más oscuros, que iban a juego con el suelo. La cama de matrimonio estaba perfectamente hecha, se había tomado la molestia de hacerla antes de bajar a desayunar.

-          Aquí está… - Lo tomé entre las manos, pero lo volví a dejar para atrapar el portafotos donde aparecía Sam y su hermana. - ¿Es Anya?

-          Si. – Se acercó por detrás, asomándose por el hueco entre mi hombro y el cuello. – Fue el año pasado.

-          Os parecéis mucho. – Me giré y le tendí el portafotos, el cual lo cogió entre sus manos. – Ojos verdes preciosos y… las mismas ondulaciones en el pelo. – Alzó el ceño y torció una sonrisa, mirándome con diversión.

-          Con que… ‘ojos verdes preciosos’. – Esbocé una sonrisa al verla reír y asentí. – No te vayas a poner nerviosa de tenerme tan cerca, eh.

-          Anoche te tuve todavía más. Y la que temblaba precisamente no era yo. – Le guiñé el ojo, desafiándola.

-          Eso ha sido un golpe bajo, gatita… - Se acercó levemente. Ella tragó saliva y yo me apoyé sobre la mesa, mirándola.

-          No me llames eso, no soy una gatita. – Me defendí.

-          ¿Y qué eres? – Me mordí el labio y ella bajó su mirada hacia mi boca. – No hagas eso…

-          ¿Te pones nerviosa? – Se acercó todavía más, y prácticamente me subí encima del escritorio.

-          No hagas eso… por favor. – Me volví a morder el labio, esta vez mucho más lento, viendo cómo sus ojos recorrían cada movimiento.

-          ¿Quieres hacerlo tú? – Suspiró tan cerca de mis labios, y su mirada fue tan profunda que no pude evitar morder su labio inferior, agarrándola de la cintura y colocándola entre mis piernas. Atraje su labio hacia mí con mis dientes, dejándolos libres.  – No sé quién es aquí la gatita de las dos… - Mis palabras chocaron directamente contra sus labios, tan cercanos que hasta respirábamos del mismo aire. Colocó sus manos sobre la tira de mis vaqueros y me acercó a ella, por lo que la pude rodear totalmente con mis piernas.

-          No sabes con qué estás jugando ni dónde te estás metiendo…

-          ¿Qué te da miedo? – Pase mis brazos por su cuello y la acerqué. - ¿Quemarte?

-          Que lo hagas tú y te acabe doliendo…

-          Yo contigo quiero arder. – Tragó saliva lentamente y esbozó una sonrisa que no pasó desapercibida por mí.

-          ¿Y si te acabas arrepintiendo? – Alzó la mirada y nuestros ojos conectaron.

-          Me gusta tentar a la suerte… - Le di pequeñas caricias sobre la nuca y ella suspiró. – Pero no me voy a arrepentir de nada que tenga que ver contigo.

-          Pero…

-          Sam.- La acallé. – Déjate llevar. – Intercalo su mirada entre mis ojos y mis labios, analizando la situación y cada detalle de mi rostro. Subió una mano desde mi cintura a mi costado, haciendo que mi piel se erizase. Me mordí el labio instintivamente, volviendo a atrapar su mirada. Esta vez fue ella la que mordí mi labio inferior y yo la que tuve que ahogar un gemido. La acerqué fácilmente al tener las manos sobre su nuca y uní nuestros labios en un beso hambriento. Nos mordíamos los labios en alguna que otra embestida y su lengua no tardó en encontrarse con la mía, librando una batalla feroz. La agarré de ambos lados del rostro, acercándola todavía más. Sus manos bajaron hacia mi culo y me pegó todavía más a ella. Nos separamos durante un momento y nos miramos jadeantes, coloradas, deseosas. Ambas compartimos una sonrisa cómplice. Nos volvimos a unir en un beso, pero esta vez más suave, como si todo fuese a cámara lenta y disfrutando de nuestros labios. No hizo falta ninguna interactuación de nuestras lenguas, solo disfrutamos de nuestros labios y gestos de cariño. Me sorprendí enormemente al sentir el cambio de ambiente. De primeras todo había sido salvaje, agresivo… y ahora, compartíamos una ternura que a ambas nos pilló de sorpresa. Era como si el primer beso hubiera roto una tensión no resuelta entre nosotras que dio paso a todo tipo de sentimientos que iban mucho más allá de un simple arrebato o deseo momentáneo.

Ambas nos miramos con sorpresa por lo que acabábamos de experimentar. Sam se apartó un poco, su rostro era una mezcla de sorpresa, incertidumbre y nervios. Estaba segura de que había sentido lo mismo que yo en aquel beso: mariposas en el estómago, una adrenalina impropia en el estómago y en cada poro de la piel…

-          Sam… - Ella me miró, con todavía esa mirada indescifrable. - ¿Qué… - Mi teléfono sonó abruptamente por toda la habitación, rompiendo por completo el momento. – Lo siento, tengo que cogerlo… es mi madre.

-          C-claro, y-yo… - Pasó los dedos por su pelo, peinándolo de manera nerviosa. – Voy a ir a darme un baño.

-          Entonces te dejaré descansar, me iré a casa. – Desvió la mirada hacia el suelo y se acarició su brazo, intentando buscar tranquilidad. Me acerqué e hice el amago de tocarla, pero no me atreví a hacerlo. Ella no me miró ni una sola vez después de aquello y yo me fui por aquella puerta, dejando atrás demasiadas emociones, de las cuales estaba segura que Sam también las había sentido.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Qué os ha parecido? 


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