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Romanesque por Aomame

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Romanesque

La flor de alelí

 

Una duda cruzó el bonito rostro de Hideto. No comprendía que hacía ahí, después de todo, ¿no era él una especie de lujoso adorno? ¿Una novedad y nada más en esa gran casa? Bueno, si fuera una verdadera Geisha lo creería, pero no lo era. Era sólo un omega más, y quizá hasta defectuoso.

Pensaba eso, cuando la puerta se cerró tras él. Sintió las enormes manos de Atsushi, posarse en sus hombros, y a su presencia detrás de él como si hubiera desplegado sus alas para abrazarlo. Esas manos bajaron por sus brazos, erizándole la piel debajo de la ropa. Luego, sintió el aliento tibio de Atsushi rozándole la oreja, por reflejo ladeó el rostro y le dio acceso involuntario a su cuello. Sintió entonces sobre la piel delgada de esa zona la humedad de un beso, de una lengua juguetona que le recorrió desde aquello que se asomaba por encima de la ropa, hasta el lóbulo de la oreja, el cual fue atrapado por unos dientes. Al mismo tiempo, las alas del Cuervo negro se internaron debajo de sus brazos, le rodearon la cintura, atrayéndolo más hacia su regazo.

—Atsushi sa…

Sakurai se apartó un poco, lo suficiente para hacerlo girar sobre su eje. Continuó sujetándole la cintura con un brazo. Mientras, con el otro le levantó la barbilla. Hideto cerró los ojos al tiempo que sintió el demandante roce de labios que le abrió la boca, a aquella lengua que se abrió paso entre sus dientes y le robó el aliento para cualquier palabra que quisiera pronunciar. Sintió la húmeda caricia en su paladar, moviéndose contra su propia lengua que intentaba torpemente, corresponder. Mientras sus labios eran demolidos por aquellos otros, por los de su alfa. Su marca ardió como una marca de fuego que se extendió por todo su cuerpo, encendiéndolo. Toda duda entonces, se disipó.

—En verdad me gustas—escuchó de nuevo, cuando el beso bajó su intensidad, y sintió el tacto suave de los largos dedos de Atsushi acariciándole la mejilla, poniendo mechones de cabello detrás de sus orejas, delineando las formas de su rostro como si fuera un ciego. Mientras su otra mano apoyada en su espalda le mantenía firmemente sujeto, y atrapado contra sí.

Hideto cerró los ojos y asintió.

—También me gustas, Atsushi san.

Entonces vio la sonrisa torcida del Conde, sus ojos negros brillaron por un breve momento en la oscuridad.

—Ven aquí—dijo éste con voz grave y sin mucho esfuerzo lo levantó del piso hasta dejarlo en el colchón suavemente.

Hideto rió, pero su risa se cortó cuando sintió un poco del peso de Atsushi contra su cuerpo, y cerró los ojos, levantando él mismo el rostro, en busca de otro beso como el anterior. Uno que le moliera los labios, que se los dejaran rojos y adoloridos. Realmente no le importaba. Sobre su ropa, se deslizaron las manos de Atsushi. Quien se detuvo sólo un poco en el nudo del obi que sujetaba su sencillo yukata. Lo aflojó y retiró sin mirar, expertamente manteniendo a Hideto distraído en el beso que compartían.  Deslizó después, sus dedos por los bordes de la tela, y alcanzó la piel lisa y erizada.

Le recorrió el costado, abriendo el yukata por completo, pellizcándole y acariciándole con suavidad. Se detuvo en el borde de sus estrechas caderas. Y rompió el beso tirando con los dientes del labio inferior del muchacho.

Se incorporó un poco, sólo para quitarse algo de ropa. Hideto lo observó en silencio, entre los claro oscuros de la habitación. Tragó saliva, cuando le vio intenciones de volver sobre él. Atsushi deslizó el yukata por sus hombros y brazos, liberando su cuerpo de éste, y luego, hizo lo mismo con su ropa interior. Hideto jadeó al sentirse completamente desnudo, quiso esconderse, pero su movimiento defensivo sólo facilitó el acceso de Atsushi a su intimidad. Hideto giró sobre su estómago con la intención de buscar el borde de las mantas o una almóhada con la cual cubrirse. Pero al hacerlo, las manos de Atsushi le cubrieron las nalgas, paralizándolo. Las sintió subir por su espalda y bajar de nuevo, haciéndole cosquillas y rió sin querer, retorciéndose contra la colcha.

Era diferente a esa primera vez, de alguna manera, las caricias eran más relajadas. Un escalofrió lo recorrió cuando el Cuervo negro apartó el cabello de su nuca, y deslizó sus dedos por el borde de su marca. Aquello le erizó la piel al muchacho que tenía debajo, lo escuchó gemir, incluso le vio levantar la cadera por mero reflejo.  Pero se tomó su tiempo.

Le masajeó con los dedos entre las nalgas, estimulándolo poco a poco, haciendo que él mismo se abriera para él. Hideto separó las piernas, y se estremeció cuando el primer dedo lo penetró. Pronto reconoció que se sentía bien. Levantó más la cadera, buscando más contacto. Un segundo dedo se deslizó en su interior, y buscó en su interior junto con el otro, el punto exacto. Ahí se le fueron todos los pensamientos, todos quedaron atrás, agazapados tras la puerta de caoba que se había cerrado minutos antes.

El orgasmo llegó como una ola que le embotó el cerebro y se corrió. Aún jadeante, Sakurai lo giró de nuevo en la cama, él aún jadeaba y apretaba los párpados fuertemente, cuando escuchó el frufrú de la ropa, una cremallera abriéndose. Y luego, el tacto caliente, húmedo y bulboso del pene del Cuervo negro, presionando contra su entrada. Arqueó la espalda y gimió con fuerza cuando ese falo se deslizó en su interior, sin detenerse, hasta la empuñadura, hasta que su trasero chocó con la cadera del otro. Entonces, Atsushi comenzó a moverse.

Hideto separó aun más sus muslos, e intentó en vano apagar los gemidos que brotaban de su garganta. Se sentía tan bien, cada empuje era una ola deliciosa que le estremecía por completo. Se sentía tan bien, que no había descripción que le hiciera justicia. Se dejó llevar por ese movimiento lujurioso, cada vez más impaciente, más fuerte, más rápido que le taladraba por dentro.

Atsushi se llenó de miel los oídos con esos gemidos que su compañero no podía controlar, y se movió en busca de más, empujando dentro con ahínco. Él también se sentía muy bien. Aquel interior se amoldaba perfectamente a él, le abrazaba y se contraía para darle un poco más de placer. Hideto volvió a correrse, y lo hizo con un grito que le erizó a él la piel y eyaculó, mientras el nudo se deshacía, se inclinó sobre su joven amante y le besó de nuevo en los labios, con suavidad, con tranquilidad.

Hideto sonrió cuando el beso terminó. Eso había sido hacer el amor, pensó, o en su defecto, había sido el mejor sexo que alguna vez hubiera imaginado. Claro que, tampoco podía compararlo, hasta hace poco era virgen y toda experiencia que había tenido, había sido con el mismo hombre. Sin embargo, había sido diferente a esa primera vez, se sentía en la gloria y eso estaba bien, era más que perfecto.

Esa noche yació entre las alas del Cuervo negro. Y volvieron hacer el amor durante la madrugada. Fue despertado, interrumpido de su mundano sueño por la penetración profunda de su amante. Esa vez fue un poco más rudo, delirante. La voz de Hideto se quebró más de una vez, lloró de placer y se retorció con los toques firmes y crudos que empujaban su cadera al encuentro. Atsushi descubrió sus zonas más erógenas y las explotó sin compasión, haciéndolo gemir pidiéndole más.

 

A la mañana siguiente, Hideto despertó sintiéndose débil, pero extrañamente feliz. Se preguntó si aquello había sido un sueño. Estaba en su habitación, cubierto por su bata de dormir entre mullidas colchas. Aquello era lo normal, pero al mismo tiempo, sentía un ardor caliente recorrerle todo el cuerpo. Avergonzado y curioso, se dirigió al baño.

Se quitó la bata y se miró en el espejo, pudo ver una parte de su marca rojiza y punzante en su cuello. Delizó la yema de sus dedos por ella y se estremeció. No era la única marca en su cuerpo, ni era el único rastro o pista de lo que había ocurrido la noche anterior. Tomó un baño y se aseó tanto como le fue posible. Cuando se cercioró de estar aseado y presentable, bajó al comedor. Era una regla o rutina no escrita en aquella casa la de desayunar temprano, estaba contento y se sentía con ánimo, pero se cohibió un poco al ver la imponente figura de Atsushi de pie frente a la mesa. 

Atsushi al verlo le tendió la mano, lo atrajo hacia él con suavidad y le besó la mejilla, rozándole después los labios.

—Ven, toma asiento.

Hideto asintió avergonzado, con la cara caliente y muy probablemente roja. Vio a Kanon, quien ya ocupaba su lugar, y los había estado observando, enseguida levantó una mano para ordenar que ya sirvieran el desayuno. El cual fue uno tradicional, tal como le gustaba a Sakurai; caballa asada, arroz, sopa de miso, encurtidos, té verde.

 

Fue un día agradable, lo pasó por completo con Atsushi. Salieron al jardín y pasearon por sus senderos entre las flores, y las mariposas que les visitaban.  Hideto recogió algunas flores para la casa y se animó a preguntarle a Atsushi si podía ir a la casa de té un día de esos, puesto que durante el viaje que éste había hecho, Hideto se había aburrido y sentido solo.

—¿Así que te aburriste sin mí? —Atsushi pasó el dorso de sus dedos por el cuello de Hideto,

— claro que puedes ir a la casa de té, cuando tú quieras.

Hideto se encogió un poco, su reacción hizo sonreír a Sakurai, quien lo tomó del brazo para hacerle mirarlo. Lo besó bajo la copa de un sauce por el que se filtraban los rayos del sol, y al terminar le acunó el rostro con ambas manos.

—Prometo pasar más tiempo contigo, no quiero que te sientas solo. Es más, ¿qué te parece si vamos al teatro?

Hideto asintió emocionado, jamás había ido al teatro antes.

—Bueno en ese caso, primero ve con Kanon para que te compre algo de ropa, yo tengo trabajo, pero nos vemos para comer ¿está bien?

Hideto asintió con una gran sonrisa.  

Esa misma tarde, Kanon lo llevó a la zona comercial, con su experiencia le ayudó a escoger algunas telas para hacerle unos kimonos, y confeccionarle yukatas también.  Compró abanicos, zoris, tabis, todo aquello que quisiera para seguir practicando el arte de las Geishas, por supuesto,  buscaba seguir dándole gusto a su Danna, incluso kanon le compró un shamisen nuevo y todo para él, para sorpresa de Hideto.

—Necesitas ropa occidental—comentó la nana de Sakurai,  y bajaron hacia otras tiendas, dedicadas a ese tipo de ropa.

En esas tiendas le compraron zapatos, le tomaron medidas para tres trajes, y cuatro camisas, compraron un par de sombreros, pañuelos, corbatas, calcetines. Así como algunas prendas propias para el invierno.

Al regresar le mostró a Atsushi todas sus compras, y le tocó unas cuantas piezas con el shamisen después de la comida, y al caer la tarde, jugaron una partida de go mientras caía el sol. Como Hideto no sabía jugar, Atsushi le enseñó paso a paso, sus reglas y algunas jugadas sobre la marcha; cayó la noche y ambos se dirigieron a su dormitorio.

Ese fue uno de los muchos días que pasó tranquilo y contento en aquella casa, olvidando sus inseguridades y sus miedos.

 

Con los días,  llegaron sus trajes y sus kimonos, estaba tan contento que olvidó la invitación que Sakurai le había hecho para ir al teatro. Kanon se lo recordó poco antes de que la función se diera. Iban al estreno de una obra occidental: Salomé, del escritor irlandés, Oscar Wilde. Sakurai le había hablado de ella, incluso, le había comentado que él la había visto en su idioma original en Londres.

—Kanon san—dijo esa noche un poco apurado—, ayúdame a vestirme. No sé qué usar.

Kanon asintió con una sonrisa de suficiencia, conociendo de antemano, como Hideto le podría dar gusto al Cuervo negro, y le acompañó entonces a su habitación, abrió los armarios y comenzó a sacar opciones.

—Puede ser que la obra es occidental, pero no hay nada más elegante que un kimono tradicional—dijo la nana y sacó uno de los kimonos nuevos. Un gi negro  con largas mangas y bordados de flores violetas y hakama de sólido color.

Kanon le ayudó a vestirse, a peinarse y maquillarse.

—Eres tan bonito—le dijo Kanon—, que todos pensaran que eres la mejor Geisha de todo Gion.

Hideto rió sintiendo su rostro arder. Kanon sonrió en correspondencia, y tras darle el último toque a su peinado, con aquella peineta que Atsushi le hubiera regalado, y qué por supuesto él nunca olvidó, le acompañó hasta su encuentro con el Cuervo.

Sakurai le esperaba al pie de la escalera y al escuchar el sonido de los zori sobre los escalones, giró suavemente para mirarle. Hideto se detuvo y aguardó un poco para mirarlo y observar su reacción.

Atsushi le sonrió suavemente, y abrió los brazos tendiéndolos hacia él.

—Ven aquí a mis brazos, mi flor de alelí.

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado.

Lamentamos la tardanza XD

No sé si hay palabras nuevas... pero si no entienden alguna me dicen jaja

¡Nos estamos leyendo!

continuará...


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