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Romanesque por Aomame

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Romanesque

 

La hermosa dama

Aquel día un auto se detuvo frente la casa de té. Era unespectáculo poco común. Hideto vio como de la lujosa maquina descendían varios hombres japoneses vestidos al estilo occidental y la señora Arikawa apuraba el paso de la entrada de la casa hasta el portón, donde ellos aguardaban a que todos bajaran. Al pasar a su lado, la señora Arikawa, le pidió que detuviera el ir y venir de su escoba para que los hombres pudieran pasar.

Hideto, entonces, se quedó quieto, apoyado en el palo de la escoba y la mirada sobre esos hombres que atravesaban el patio haciendo sonar el tacón de sus zapatos de charol en las baldosas, mientras charlaban animados sin mediar, para nada, el volumen de sus voces. Hideto supuso que debían tener algún cargo en el gobierno, y tal vez, ese día celebraban algo, aunque, como bien sabía, su visita debía ser simplemente para liberar estrés, y el primer paso para ello era elevar la voz y reír con estridencia.

Los hombres desaparecieron detrás de la puerta con paneles de papel y la señora Arikawa, quien, al parecer, había delegado ya el trabajo a las geishas y maikos, apareció de nuevo en la puerta. Hideto hizo amago de volver a su trabajo, pero la señora Arikawa se acercó a él con premura.

—¡Deja eso!—le espetó cuando llegó hasta él y le arrebató la escoba—Sakurai sama vendrá está noche, ve a vestirte.

Hideto asintió y tras una breve reverencia, salió disparado a la sala donde algunas geishas ya se maquillaban o bien, se daban los últimos retoques.

Mika le sonrió cuando lo vio entrar.

—¿Vendrá tu danna?—le preguntó alisando delicadamente con la mano el obi que usaría esa noche.

—Aún no es mi danna—replicó Hideto—, pero sí, vendrá.

—¡Entonces tenemos que vestirte!—Tommy exclamó, al tiempo que corría en busca de un kimono que pudiera irle bien.

En el camino tropezó con Yasu, quien con el yukata medio abierto, entró a la sala con cara de pocos amigos.

—¿Adónde con tanta prisa?—cuestionó a Tommy.

—El kimono verde—le respondió ésta, dejándolo con la duda.

Yasu la vio perderse en el pasillo, mientras masticaba pausadamente una ramita que tenía entre los labios. Después, giró sobre sus talones y fijó la vista en sus compañeros.

—¿Por qué tanta prisa?

—Viene el danna de Hideto—explicó Mika—, tenemos que alistarlo.

—Ah—Yasu rodó los ojos, pero nadie lo notó.

Hideto no estaba pendiente de la conversación de los demás. Arrodillado frente a un cuenco de bamboo con agua, limpiaba el hollín de sus mejillas y el sudor que hubiese quedado en su piel por el trabajo domestico más el del entrenamiento. Lo ideal habría sido que tomara una ducha, pero ya no había mucho tiempo, a juzgar por el apuro de la señora Arikawa.

—Y... —Yasu se sentó a su lado— ¿qué te hace tu danna cada vez que viene?

Hideto no contestó, pero el furioso sonrojo que coloreó sus mejillas lo delató. Yasu torció la boca y suspiró.

—¿Cuándo será tu mizuage?

Esa pregunta sólo aumentó el rojo en las mejillas del muchacho, quien negó lentamente.

—No lo sé, Ya chan—le dijo.

Yasu lo miró con ojo clínico. En ese momento, Tommy llegó con un kimono de seda color verde esmeralda entre las manos. Entre ella y Mika extendieron la prenda para que pudieran ver el diseño sobre el género, el cual constaba margaritas blancas bordadas con gran maestría en las mangas y los bajos de la falda.

—Te quedará bien—dijo Tommy, lo cual era obvio, siendo ella quien lo había elegido—Trae los fondos, Mika chan.

La chica asintió.

Hideto, cuando Mika volvió, comenzó a vestirse.

—¿Por qué un kimono como ese?—dijo Yasu recostado sobre el tatami con aire perezoso, desde ahí observaba como Hideto era envuelto en capas y capas de tela.

—Porque le combina muy bien—dijo Tommy.

—Lo que quiero decir—Yasu miró hacia el techo—, es porque un kimono de mujer. Para un kagema, basta con un simple yukata o un kimono sencillo.

Mika sonrió, mientras ajustaba las tiras del kimono.

—Hideto es una maiko no un kagema.

Yasu no contestó, se limitó a mirar el proceso de transformación de Hideto de mozo de la casa de té a prometedor maiko de la misma. Por supuesto que sí lo sería, si su danna era un noble, seguramente significaría mucho dinero para la casa de té.

Cuando terminaron de maquillar a Hideto, Mika y Tommy corrieron a alistarse ellas mismas.  Hideto terminó de arreglar su tocado y suspiró. Cada vez que el cuervo negro lo visitaba sucedía lo mismo. Primero los nervios por prepararse, y luego, los nervios por saber que pronto lo vería.

La puerta corrediza que separaba el salón en el que se preparaban del resto de los salones de servicio se abrió de golpe. Un hombre, con un traje occidental un tanto desarreglado, entro asustando las maikos y geishas que aún no terminaban de prepararse.

—Necesitamos más—dijo el hombre, era evidente que había tomado un poco de más, pero no tanto como para tambalearse y caer sobre el tatami— y sake también.

—En seguida, señor—dijo Mika solícitamente—. ¿Por qué no vuelve a su salón? En un momento lo alcanzamos—dicho eso, tomó la mano de Tommy y ambas salieron en busca del sake pedido.

El hombre asintió, pero antes de marcharse sus ojos se toparon con Hideto y con Yasu, quien seguía vagabundeando ahí.

—Tú—dijo dando un paso hacia Hideto—quiero que me cantes el kiinokuni.

Hideto lo miró estupefacto. No sabía que hacer y volteó a ver Yasu. El muchacho lo vio de vuelta y se encogió de hombros.

—Eres una maiko, ¿no es así? Es tu trabajo entretener a los clientes.

—Pero, Astushi sama...— Hideto lo miró suplicante.

—Es tu trabajo, no te preocupes, sólo tienes que cantarle esa canción. ¿Eres una maiko o no?

Hideto suspiró.

—Vamos—apuró el cliente y tendió sus manos para ayudar a Hideto a levantarse.

Con inseguridad y cierto recelo, Hideto aceptó la ayuda y le siguió por el corredor hasta el Salón de la magnolia. Ese era un salón amplio que permitía las reuniones grandes. Nada más entrar, Hideto tuvo ganas de irse. Había muchos hombres ahí, todos con trajes occidentales, sombreros y bastones como los que Sakurai solía usar, pero todos estos estaban desperdigados por el tatami. Sus compañeras geishas sonreían,  ya fuera charlando, jugando o tocando algún instrumento, para entretener a los pequeños grupos de hombres que se habían formado.

El cliente que había pedido aquella antigua canción se sentó sobre el tatami, junto a otros dos hombres. Hasta ese momento, Hideto no lo había visto bien. Era un hombre maduro, con rasgos aguileños y los ojos pequeños, tan pequeños que parecían simples ranuras oscuras. Los otros dos debían tener más o menos su misma edad, y eran, hasta cierto punto pintorescos, un era delgado, alto, espigado, mortalmente serio e inexpresivo; mientras el otro era robusto y de baja estatura, tenía los dedos chatos y una sonrisa permanente y escalofriante en el rostro.

—Me encontré está belleza—dijo el cliente que lo había llevado a los otros dos.

—Es una maiko—dijo el más flaco con un gesto ciertamente de desagrado.

—Mucho mejor—dijo el gordo—, cuando son tiernas son mejores.

Hideto sintió un escalofrío recorrerle la espalda, quería irse, esos hombres no le agradaban. Lo habían confundido con una chica, lo cual no era raro, pero la manera en la que lo veían le erizaba los vellos de los brazos.

—Kiinokuni—dijo el de los ojos de alcancía—, cántalo.

Hideto tomó aire y tras hacer una reverencia suave y graciosa, comenzó a cantar. Los hombres aplaudieron sus muslos y le pedían, con palabras que Hideto conocía, pero que eran espantosas, que bailara, que se moviera, que los sedujera. Él sólo quería terminar la canción, pero no pudo hacerlo. La puerta del salón se abrió y Mika, Tommy y la señora Arikawa entraron con varias botellas de sake entre sus brazos.

Los hombres se levantaran jubilosos por la llegada de la bebida y Hideto se sintió aliviado de que su atención se desviara lejos de él. Sintió, de pronto, que una fuerte tenaza le sujetaba del brazo y tiraba de él fuera del salón.

—¡¿Se puede saber qué haces?!—la señora Arikawa había sido quien lo había arrastrado fuera del salón y sólo lo soltaron cuando llegaron al vestíbulo, lejos del bullicio.

—Es que querían que...

—¡¿Qué parte de que eres exclusivo de Sakurai sama no te quedo claro?! No puedes atender otros clientes. Además eres una maiko no puedes asistir a fiestas sin tu one-san.

Lo siento.

—Lo sentirás de verdad—gruñó la señora Arikawa. Pero no pudo dar su sentencia porque en ese momento un rickshaw se detuvo en la entrada.

Ambos, Hideto y la señora Arikawa voltearon a ver el vehículo que había atravesado el patio hasta la entrada y del cual ahora, se apeaba un hombre. Un hombre que Hideto reconoció enseguida.

Sakurai Atsushi hizo sonar la punta de su bastón sobre la duela de la entrada. Al igual que los otros hombres vestía al estilo occidental, pero a diferencia de éstos, le sentaba como un guante a la medida. Él era muy diferente a los otros. Sakurai se quitó el sombrero con elegancia y se lo tendió a la señora Arikawa, no dijo ni una palabra, pero se dirigió a Hideto, le tomó de la mano y besó el dorso de ésta con suavidad de manera tal que Hideto se sonrojo detrás del blanco maquillaje que llevaba.

—Que bienvenida tan maravillosa—dijo y se giró hacia la señora Arikawa—¿Está libre el salón?

—Por supuesto, Sakurai sama, lo estábamos esperando.

El cuervo negro sonrió levemente, pero no a ella, a Hideto.

—¿Qué quieres beber hoy?—le preguntó.

—Lo... lo que... usted quiera Saku... Atsushi sama—tartamudeó Hideto sin poder apartar su mirada de la de aquel hombre.

—Me temo que hoy mis pensamientos están perdidos—respondió Sakurai—, brindame tu ayuda, y déjame preocuparme de una cosa menos.

El muchacho dirigió una mirada furtiva a la señora Arikawa, está lo miró con seriedad y movió los labios sin pronunciar sonido, pero de manera que él entendiera.

—Vi... vino—terminó diciendo.

Sakurai asintió y se giró.

—Arikawa san, vino, por favor.

—Sí, Sakurai sama.

Nada más escuchar la respuesta, Sakurai llevó la mano de Hideto bajo su brazo y juntos atravesaron el pasillo hasta el salón de la Rosa negra.

***

En cuanto se cerró la puerta del salón de la Rosa negra, Hideto sintió como Sakurai soltaba su mano y, en cambio, le acunaba el rostro con ambas manos. Levantó el rostro por inercia y sintió de inmediato la demanda de los labios del conde contra los propios. El beso fue más exigente que las noches anteriores, aunque, como en las noches anteriores, abrió la boca, recibió una suave mordida en el labio inferior, y el roce sutil de la lengua del otro apenas acariciando la suya. El beso, sin embargo, terminó pronto, y no porque alguno de ellos hiciera amago de ello, sino por la voz que se escuchó tras la puerta indicando que traía el vino.

Hideto vio que entraba Yasu con las copas y la botella. Su amigo hizo una reverencia al entrar y dejó el pedido sobre la mesita de siempre, pero antes de irse Yasu lo observó breve pero analíticamente, después, Hideto sabría, que había visto como ahí donde Sakurai lo había tocado, el maquillaje blanco se había perdido, dejando la huella de sus dedos, así como el tinte corrido de sus labios.

Una vez que se quedaron a solas de nuevo, Sakurai sirvió el vino, mientras Hideto aguardaba quieto a su lado, siguiendo sus movimientos con la mirada.

—Aquí tienes—le dijo Sakurai al tenderle la copa.

Brindaron y bebieron. Hideto estaba un poco silencioso, su mente no había dejado de pensar en la amenaza de la señora Arikawa por haber atendido a otros clientes. Pero es que, Yasu le había dicho que estaba bien, después de todo, tenía razón, en teoría él era un maiko, aunque el término no pudiera aplicarse al ciento por cien, principalmente por ser un hombre.

—¿Todo bien?

La voz del cuervo negro lo sacó de su ensimismamiento. Asintió y esbozó una suave sonrisa.

—Sí, Atsushi sama—luego, dejó la copa sobre la mesa con suavidad— ¿Quiere que cante algo para usted?

El hombre le miró de esa manera tan suya, tan penetrante y enigmática.

—Está noche, baila para mí.

Hideto asintió y se puso de pie graciosamente. Suavemente comenzó a ejecutar una lenta danza, era la misma que había bailado la primera vez, sólo que, está vez, sus movimientos eran precisos, elegantes, fruto de su duro entrenamiento con el resto de las geishas y maikos. Sakurai lo observó como siempre: atentamente, sin despegar la mirada de los trazos que en el aire hacían sus brazos; siempre con la copa de vino entre los labios, bebiendo de ella pequeños sorbos.

Entonces, en cierto punto, Hideto vio como dejaba la copa y con una mano le llamaba. Hideto interrumpió la danza y acudió a su lado. Sakurai le pidió mantenerse de pie frente a él.  Hideto sintió las yemas de los dedos del cuervo tocar sus pies enfundados en sus blancos tabi, y lentamente deslizarse por su empeine hasta su tobillo, y después perderse en los bajos de la falda del kimono; sintió la caricia en sus piernas y se puso nervioso.

Sabía lo que Sakurai hacía, era justo como las chicas le habían dicho, un danna que quería todo de él, no sólo pediría ser quién financiara su vida dentro de la casa de té, sino que, además, pediría también, el derecho del mizuage. Y en ese caso debía estar listo, listo para él. Hideto sabía más o menos de que iba la ceremonia, pero no tenía idea como sería con él, siendo un chico. Lo cierto era que Sakurai en las últimas visitas, según sus amigas, lo que estaba haciendo era prepararlo para ese día.

—Ven—escuchó y entendió lo que querían de él.

Suavemente, intentando no arrugar su kimono de más, se sentó en el regazo del cuervo negro, o más bien, justo entre sus piernas en flor de loto. Sintió una vez más la mano de Atsushi levantar su rostro y en seguida, sus labios sobre los suyos. Una vez más, sus labios se abrieron para darle paso a la caricia de su lengua, y cuando ésta le acarició el paladar no pudo evitar un suave gemido. Su cuerpo siempre que era besado así, se acaloraba, sentía que la mente se le ponía en blanco y nada más podía hacer más que corresponder de la mejor manera posible, dentro de su inexperiencia y torpeza.

Sin abandonar el beso, Atsushi tiró de los amarres del obi, aparentemente, sabía perfectamente donde tirar para que éste se aflojara y le permitiera acceder a los kimonos interiores, los cuales, también cedieron con facilidad. Hideto sintió frío cuando todas las capas de tela que sus amigas habían puesto sobre su cuerpo con tanto esmero, era abiertas como las páginas de un libro y descubría su desnudez. Entonces, el beso ya roto, era sustituido por las manos del hombre que lo abrazaba. Esa mano grande y de largos dedos, recorrían su cuerpo con impunidad ni objeción. Sentía a esos dedos deslizarse, una vez más, por sus piernas, suavemente por sus pantorrillas y luego, hasta sus muslos. Entre ellos, esa mano acarició su sexo, haciéndolo estremecer. La primera vez que lo había tocado, había sido como una descarga eléctrica y había estado tan asustado que apenas había podido entender de que trataba. Pero con el pasar de los encuentros, había comenzado a anticiparlo, a querer ese toque inconscientemente. Incluso, un par de noches se había descubierto a sí mismo intentado repetir la caricia de esa mano con la propia.

Cerró los ojos y separó sus muslos cuando esos dedos largos y fuertes rodearon su tallo, y comenzaron a frotarlo. Se sentía extrañamente bien. A pesar de ser, en cierta forma, vergonzoso. Atsushi aprovechó y le besó una vez más en la boca, y no detuvo ni el beso ni su mano, hasta sentir entre los dedos la simiente tibia del joven en sus brazos.

Hideto boqueó por aire, una ola extraña pero placentera lo había recorrido. Entonces, Atsushi le dio una nueva orden. Tenía que levantarse y quitarse por completo el kimono. En seguida, tenderse boca abajo sobre los cojines. Obedeció, aun ligeramente aturdido por lo que había pasado minutos antes.

El cuerpo del conde se alzó sobre él, Hideto sintió el roce de la tela de su pantalón, cuando le separó las piernas con las rodillas. Gimió una vez más, cuando la lengua que minutos antes estuviera dentro de su boca, ahora, se deslizaba por su espalda, siguiendo la línea de su columna vertebral. Le hizo cosquillas y le erizó la piel, lo estremeció y despertó de nuevo el calor en su bajo vientre. Sakurai le besó el cuello, pegando su cuerpo completamente vestido al desnudo suyo, pero sin poner mucho de su peso; le obligó a levantar el rostro de entre las almohadas, y deslizó dos de sus dedos dentro de su boca.

—Lámelos—le pidió y Hideto obedeció, obnubilado.

Cubrió esos dedos de saliva, hasta humedecerlos de tal manera que algunas gotas cayeron sobre el cojín debajo de él. Sólo entonces, Sakurai retiró sus dedos de la boca del muchacho y también retrajo su cuerpo.

Lo siguiente de Hideto sintió, fue algo que hasta entonces no habían hecho. Con una mano, Sakurai le separó las nalgas, y sus dedos húmedos de la otra mano, presionaron el aro de músculos del ano. Hideto dio un respingo, pero, no había manera alguna de que pudiera escapar. Sintió dolor cuando el primer dedo se abrió paso en su interior.

—Relájate—le pidió el cuervo—, respira lentamente.

Hideto hizo todo lo que pudo para seguir las instrucciones, pero no pudo evitar ahogar un grito cuando el segundo dedo de abrió paso. Sin embargo, las falanges no se movieron hasta después, cuando el dolor había pasado y lo hicieron lentamente, como si buscaran algo en su interior. Hideto sentía como presionaban dentro y se removían, y de pronto, una ola de calor lo hizo gemir, esos dedos encontraron lo que buscaban, y presionaron una y otra vez ese punto. Hideto mordió el cojín que tenía a la mano, cerró los ojos e inconscientemente levantó la cadera buscando ese contacto que le provocaba tanto placer. Se derramó por segunda vez y jadeó con el corazón latiéndole a tope.

Sakurai retiró sus dedos, y Hideto sintió como su cuerpo se alejaba del suyo. Lentamente se dio la vuelta sobre su estómago y miró desde ahí como Sakurai le sonreía.

—¿Estás bien?—le preguntó y él asintió sintiendo la garganta seca—Ven.

Hideto se incorporó, no necesitó que Atsushi le pidiera algo, sin pensarlo, se sentó a horcajadas en el regazo del conde y le abrazo al tiempo que hundía el rostro en su cuello. Sakurai no le dijo nada, lo abrazó así, acariciándole la espalda con la punta de los dedos, hasta que consideró que era buena idea un beso, uno más tranquilo y suave.

***

La señora Arikawa impuso como castigo a Hideto, por atender a clientes que ella no le había autorizado, no salir y quedarse en la cocina a hacer las labores que le correspondían en ella. Para Hideto aquel castigo era nimio, puesto que le gustaba salir de la casa de té, ya fuera a comprar algo o simplemente despejarse de sus tareas diarias y las varias lecciones. Le molestaba, pero no había nada que pudiera hacer. Excepto desobedecer.

Esa tarde, tres días después de la visita de Sakurai, y a la mitad de su semana de castigo, Hideto pelaba vainas de soya sentado en la puerta trasera de la casa, la cual daba al pequeño jardín y a su estanque. Ya que la señora Arikawa había salido, se dio el lujo de salir de la cocina y respirar un poco de aire fresco. Tommy y Mika lo encontraron así cuando se dirigían a la puerta principal.

—Hide chan—dijo Tommy sentándose a su lado.

Hideto se dio cuenta que su amiga estaba vestida para salir a la calle, con un ligero kimono azul claro y una bolsita de mano que le hacía juego. Mika, de pie a su lado, también llevaba una bolsa de mano color marrón que combinaba con su kimono de tonalidades naranjas.

—Iremos por los nuevos kimonos, ¿vienes con nosotras?

—No puedo—replicó desviando la vista hacia el canasto en el que dejaba las semillas limpias—. Estoy castigado.

—Pero Arikawa san no está—dijo Tommy sonriéndole con la luz de la travesura en la mirada—. Además, Arikawa san iba al lado opuesto de donde nosotras vamos.

—¿A dónde van?

—A la zona centro—dijo Mika—, Yoshimoto san mandó llamarnos diciendo que estaban listos nuestros kimonos de gala. Acompáñanos, Hide chan.

Hideto sí que quería ir. Pero le daba miedo la señora Arikawa. Ésta era capaz de encerrarlo a cal y canto, si se lo encontraba vagabundeando por las calles. Sin embargo, Tommy y Mika le dijeron que por eso no se preocupara y que ellas intercederían por él si algo así pasaba. Y como su deseo era mucho, Hideto terminó aceptando la invitación.

Tommy y Mika le "prestaron" un yukata sencillo de su amigo Daigo, para que estuviera más presentable; y unos minutos después, los tres se encontraban en las calles del centro. La zona comercial de la región y también la más lujosa, pocas veces se tenía la oportunidad de ir y no como cargador de bultos y compras de los más adinerados.

Hideto devoró con la mirada todas las cosas que las tiendas exhibían. Vio los más hermosos y finos juegos para la ceremonia del té y juegos de té occidentales también. Algunos comerciantes exhibían pinturas ukiyo-e, ya fueran reproducciones u originales; más allá una mujer vendía joyas, peinetas y abanicos. En otra, se ofrecían telas hermosas para la confección de kimonos y demás ropa. Las personas que caminaban ahí eran, en efecto, de gran poder adquisitivo, y llevaban consigo a sus sirvientes, quienes cargaban las compras unos paso detrás de ellos. Había, también, soldados americanos en las esquinas, fumando o hablando con esa estridencia característica de los extranjeros.

Y entre toda esa gente y cosas maravillosas y extraordinarias, los ojos de Hideto de cruzaron con un pequeño establecimiento de corte, precisamente, occidental. Había, en él, mesitas que daban a la calle, y desde éste llegaba el aroma de aquello que Hideto no había probado, pero que sabía que era café. Pero eso no fue lo que sus ojos encontraron realmente fascinante, sino que, en una de esas mesitas estaba Sakurai. El cuervo negro, llevaba un traje oscuro y pulcro, como siempre. Su rostro tranquilo y semisonriente, llamó su atención, se dio cuenta de que su tez era más clara de la que las luces de la casa de té le habían permitido notar, y su cabello inundablemente era más negro; y no estaba solo. Frente a él había una mujer. Parecía una dama de alta sociedad, y no dudaba que fuera así. Llevaba un hermoso kimono negro con detalles florales en rojo y azul, su obi era rojo, llevaba un bolso a juego, mucho más hermoso que los de Tommy y Mika; y una sombrilla, que descansaba recargada en una de las patas de la mesa. Hideto no la podía ver bien, excepto por su perfil. Su porte era altivo, su nariz respingada, su piel blanca, labios rojos y su cabello negro recogido en un peinado sencillo.

Los miró por unos segundos mientras éstos charlaban cordialmente; y algo el estómago de Hideto se revolvió. Recordó algo que habían dicho en una de sus lecciones, quizás había sido en la de modales, lo que habían dicho era que todos los hombres, o casi todos, que asistían a la casa de té, tenían una vida aparte. Una mujer, hijos, incluso amantes. "Una geisha no se casa con los hombres que atiende" Esos hombres,  si lo deseaban, podían tener a una geisha como amante, y tenerla en exclusividad para ellos si pagan lo suficiente. Y esa escena le recordó lo que él era y lo que debía ser para Sakurai. Pero ese recordatorio no alivió lo que sentía. Ese algo que no pudo nombrar.

Además, era también comportamiento común de los alfas. Tener una mujer alfa y asegurar su descendencia con amantes omegas, incluso betas. Sakurai era indudablemente un alfa, y esa bella mujer también debía serlo. Se sintió mal, se sintió dolido, como si le hubieran herido de alguna manera. Pero en el fondo sabía que no tenía nada que objetar, nada.

—¡Hide chan!

Mika y Tommy lo miraron unos pasos más allá.

—¡Vamos!—le gritaron.

Él asintió e hizo amago por seguirlas, pero se detuvo cuando vio que la mano de Sakurai cubría suavemente la de la mujer sobre la mesa. Esa mano que días atrás lo había tocado a él, acariciado y guiado al placer. Una nueva punzada el golpeó el estómago, cerró los ojos y apretó los puños. No debía importarle, no tenía por qué molestarle siquiera. Entonces, sacudió la cabeza y corrió para alcanzar a sus amigas. 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado.

Perdón por la tardanza.

Como casi siempre un pequeño glosario de terminos que pudieran no conocerse: 

Yukata: es una vestimenta tradicional japonesa hecha de algodón 

Mizuage: ceremonia que marcaba el paso de maiko a geisha, y la llegada a la edad adulta, se llamaba mizuage, o "desfloración ritual". Hoy en día el mizuage es una costumbre ilegal que ya no se practica. 

Kagema: término histórico japonés para un prostituto joven masculino 

kiinokuni:  canción popular en las casas de té.

rickshaw: Un rickshaw es un vehículo ligero de dos ruedas que se desplaza por tracción humana, bien a pie o a pedales. 

ukiyo-e: "pinturas del mundo flotante" o "estampa japonesa", es un género de grabados realizados mediante xilografía o técnica de grabado en madera, producidos en Japón entre los siglos XVII y XX, entre los que se encuentran imágenes paisajísticas, del teatro y de zonas de alterne 

 


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