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Romanesque por Aomame

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Romanesque

La respuesta inesperada

La hermosa taza de té, de cerámica china y delicados dibujos en azul, imitación de la dinastía Ming, cayó de sus manos, como agua corriente. Hideto anticipó la caída, pero nada pudo hacer para evitarla. La vio estrellarse en el suelo y hacerse pedazos como en cámara lenta, los pequeños fragmentos de cerámica se esparcieron por el piso de la cocina y un largo y profundo suspiro de frustración escapó de la garganta del joven.
Con cuidado, para no herirse los pies desnudos, Hideto sorteó los pedazos y alcanzó la escoba que descansaba detrás de los hornillos. La pieza era una de las favoritas de la señora Arikawa, así que estaba imaginando la reprimenda de la que sería objeto cuando ésta se diera cuenta. Mientras barría se golpeó mentalmente por su grave error, y por permitirse estar distraído en pensamientos que no debería tener.
Habían pasado un par de días desde que había acompañado en sus diligencias a sus amigas, y había visto al cuervo negro en compañía de una bella y refinada mujer. Pero cada vez que lo recordaba se sentía molesto, y más aún porque le inquietaba que Sakurai fuera a visitarle en cualquier momento. Y esa inquietud se tornaba en ansiedad, cuando esa visita se demoraba un día más.
Se daba cuenta que deseaba verlo, le gustaba escucharlo y sentirlo, y aunque le avergonzara decirlo, también le gustaba la manera en la que solía tocarlo. Verlo con aquella mujer, le hizo imaginar que nada de lo que vivía con él era especial. Sakurai debía conversar y acariciar a esa mujer de la misma forma, incluso con más confianza y libertad, porque seguramente, ella no estaba llena de los atavismos que él tenía. Toda su inseguridad e inexperiencia, por primera vez tenían peso sobre sus hombros. Pero, al mismo tiempo que pensaba esto, también pensaba que no era posible que le importara tanto, después de todo, una geisha debía saber cuál era su posición.
—Hideto.
Cortó sus pesamientos cuando escuchó que lo llamaban, giró el rostro un tanto alarmado, pensando que se trataba de la señora Arikawa, pero pronto recapacitó y cuando vio a su amigo Yasu, sonrió aliviado.
—Dime, Yasu chan.
Yasu, quien hasta ese momento sólo había asomado la mitad de su cuerpo, entró del todo a la cocina. Llevaba entre las manos un kimono algo deslavado y se lo tendió.
—Necesito que lo cosas.
Hideto asintió, pero le pidió esperar un poco en lo que recogía lo barrido, cuando terminó sujetó la prenda y la extendió frente a sí. Pudo ver la rasgadura en un costado.
—¿Qué le hiciste, Ya chan?
—Yo nada, un cliente se puso algo salvaje.
Hideto vio como su amigo sonreía un poco maliciosamente. Desde hace un par de semanas que Yasu encontraba la manera de avergonzarlo o de meterle miedo respecto al mizuage. Pero en esa ocasión el comentario de Yasu fue por otro lado.
—¿Tomaras la clase de ceremonia del té con Mika?
—Sí—dijo Hideto buscando sus herramientas para trabajar en la prenda.
—¿Y harás el desayuno de la señora Arikawa?
—Sí.
—Mmmh.
—¿Qué pasa, Yasu chan?
—Pasa, que… no sé—Yasu se sentó a su lado en la duela y cruzó las piernas en flor de loto, al tiempo que sacaba un cigarrillo recién liado y lo encendía con el fuego del fogón frente a ellos—. Me parece curiosa una cosa.
—¿Qué cosa, Ya chan?—Hideto preparó su aguja con el hilo y juntó la tela para dar la primera puntada.
—Teniendo un danna como el que tienes, poderoso y con dinero, ¿por qué sigues haciendo tareas domésticas? Mira a Mika, su danna la mantiene perfectamente, la señora Arikawa no le deja que mueva un dedo más allá de sus labores como geisha; y su danna es menos que Sakurai sama.
Hideto lo miró con la aguja suspendida en el aire.
—¿De verdad será tu danna? No lo sé, me parece más un juego ¿tú qué opinas?
Hideto no sabía que contestar. Sobre si lo tomaban en serio o no, ya se había preguntado; y no tenía caso, ni un poco. Sería una geisha y nada de eso debía importarle, por más que lo hiriera. Era duro ser mercancía, un objeto y no un ser humano al que se le reconocen los sentimientos y deseos.
—Ya chan, no deberías fumar, sabes que a Arikawa sama no le gusta—le dijo en cambio.
Yasu torció el labio superior, y suspiró con exasperación.
—Como sea—dijo al ponerse de pie, no sin antes apagar el cigarrillo y dejar los restos en la duela—, lo necesito para esta noche, ¿de acuerdo? No creo quitarte el tiempo, no hay ninguna noticia de que venga tu danna hoy… tampoco.
Con esa última palabra pronunciada con una sonrisa a medio hacer, salió de la cocina, dejando tras de sí a un meditabundo Hideto, que cosía de manera automática el kimono de su amigo.
—¡Qué horror!
Hideto se sobresaltó al escuchar la exclamación a su espalda. Giró lentamente el rostro y descubrió a la mismísima señora Arikawa pinzándose las fosas nasales.
—¿Qué te dije sobre el cigarro, Hideto?
—Yo no…
—Es un horrible hábito, puff—la mujer abanicó con su mano el aire frente a ella—. Quería hablar contigo, pero me será imposible con este ambiente. Te veo mañana temprano, ventila esto.
Sin más, la señora Arikawa dio media vuelta y salió. Hideto suspiró y se levantó para abrir la ventana. Un aire tibio le recordó que la primavera había llegado.

Al día siguiente, Hideto llevó el desayuno acostumbrado a la habitación de la señora Arikawa, sólo que en esa ocasión no le dejó a solas. Se sentó de manera formal, es decir, sobre sus tobillos, frente a ella y esperó sin emitir palabra, a que ella le dijera algo.
La señora Arikawa le miró de reojo mientras pinchaba el pescado con sus palillos y masticaba un bocado de arroz.
—Hideto, hay dos cosas que tenemos que hablar.
Él asintió suave y educadamente.
—En primer lugar, ya que estás recibiendo la educación de una maiko, para el siguiente paso, te asignaré una hermana mayor. Ella será tu guía y te mostrará todo lo que sabe, ¿de acuerdo?
Hideto asintió y vio como la dueña de la casa de té, engullía más arroz y pescado.
—He decidido que la adecuada es Tommy, te llevas bien con ella, y sabe tratar a los extranjeros; te será útil su experiencia. Sakurai sama trata con muchos extranjeros; así que es conveniente.
Hideto sonrió; adoraba a Tommy, y estaba seguro de que a su lado podría aprender todo muy bien y de forma divertida, incluso.
—El otro punto, es el de tu mizuage. Podemos saltarnos todo lo de los regalos, la visita al médico para comprobar que eres virgen y todo eso, puesto que ya está pactado.
La señora Aikawa dejó los palillos y sujetó su taza de té, y le dio un sorbo con calma. Mientras el muchacho frente a ella tragaba saliva, de pronto se sentía nervioso al respecto.
—Eres un omega, ¿cierto?
Él asintió. — Pero aún no he entrado en celo. Por mi edad, quizás soy estéril.
—Lo dudo… pero es posible—la mujer se acarició la barbilla pensativamente—. Sea como sea, debes saber un par de cosas sobre el mizuage. ¿Sabes lo que es, cierto? El punto es que en tu caso, como omega, no sólo serás penetrado por tu danna, sino que también, es probable que te muerda. ¿Entiendes lo que eso significa?
El muchacho titubeó, la señora Arikawa era muy directa y cruda con sus palabras.
—Significa que le pertenecerás, que crearan un lazo irrompible entre sus cuerpos y mentes. No puedo detenerlo si él así lo desea, ¿comprendes?
Hideto asintió.
—Bien, sobre lo demás, puedes preguntarle a Tommy. Eso era todo, vuelve por los platos en unos minutos.

***


Con aquello que le había dicho la señora Arikawa, más lo que había comentado Yasu, se sintió aturdido los siguientes días. Le preocupaba todo. Así que cuando Atsushi fue a verlo, su mente era un lío. Además, nada más verlo, como siempre, en el salón de la rosa negra, con su traje elegante y jugueteando con su bastón entre las manos; recordó lo que había visto aquel día en el centro. Recordó a la bella mujer con la que lo vio, y pensó, pensó y pensó, mientras tocaba el shamisen para él, que no podía entender. ¿Por qué querría Sakurai a un mozo sucio y huérfano de una casa de té como amante, teniendo una hermosa mujer? No tenía sentido. Pero sobre todo, se preguntaba, por qué aquello le molestaba tanto. Se había esforzado mucho durante tantos días. Levantándose temprano para hacer sus quehaceres matutinos y correr después a sus clases, salir de ellas para continuar con lo pendiente, y después repasar por su cuenta lo aprendido, prepararse para el día siguiente. Siempre le había gustado ver a las maikos, había querido ser una, pero su entusiasmo no era sólo por eso, siempre tenía en mente a Sakurai, en cada uno de sus pasos. Pensaba si tal o cual cosa le agradaría o qué no. Y moría de ganas de verle, le esperaba cada noche, sin importar que tan cansado se sintiera. Porque le gustaba estar con él, eso era cierto, se sentía cómodo y libre a su lado; había llegado a pensar estúpidamente que era especial, por primera vez, era especial para alguien. Pero era falso, completamente falso.
—¿Sucede algo?
Sus pensamientos se vieron coartados por el cuervo negro, quién desde su asiento con una copa de vino entre los dedos, le miraba interrogante. Hideto atinó a negar y dejó salir un acorde del shamisen bastante desafinado; habría maldecido, si aquello no fuera una falta terrible y temiera al castigo.
—Claro que sucede algo. No has pronunciado palabra, no es que hables mucho, pero estás muy distraído. Incluso, me atrevería a decir que estás molesto.
Hideto levantó la vista y dejó de tocar. Le miró por unos angustiantes segundos, en los que Atsushi tampoco apartó su mirada.
—No… no debería engañar a su esposa—murmuró Hideto apenas con voz, pero Sakurai tenía un oído muy fino.
—¿Esposa? ¿De qué hablas?
—Lo vi—Hideto hizo a un lado el instrumento musical; sentía el rostro enrojecido—. Estaba con ella en el centro. Es muy bella… así que no debería…
Sakurai echó a reír suave pero contundentemente. Hideto le miró molesto, apretó los labios y por impulso se puso de pie.
—¡No se burle de mí!—le dijo y de inmediato sintió la mano de Atsushi que le cubrió la muñeca.
—No me estoy burlando, pero estás equivocado. Siéntate, vamos.
Hideto dudó, pero terminó regresando a su cojín. Miró sus manos y mentalmente se recriminó por haberse comportado así.
—Su nombre es Namie, la conozco desde hace mucho tiempo; es como una hermana para mí. Su esposo, falleció en la guerra y él era mi mejor amigo. He estado al pendiente de ella, por amor a mi amigo, y cuando viene a la ciudad solemos vernos, charlar y pasear. Pero no hay nada más.
Hideto levantó la vista sólo un poco para mirarle.
—¿No es su esposa?
—No. Mi esposa murió hace muchos años dando a luz.
—¿Eh?—ahora sí le miró, con la boca abierta, y con el corazón a mil. Al mismo tiempo, había sentido un vuelco en el estómago, un vacío casi doloroso.
—En mi casa sólo vivo yo y una buena mujer que ha fungido como mi nana desde que era un niño. Ella es la única familia que tengo, y pronto también tú lo serás.
—¿Yo? Pero…
—No te preocupes por eso ahora. Pero es importante que sepas que no hay ninguna esposa de la cual preocuparse.
—No me preocupo—dijo Hideto en voz baja, más para sí mismo.
Atsushi sonrió y le pidió que tocara para él un poco más. Está vez, Hideto ejecutó la pieza sin errores ni desafinaciones.

Cuando la noche llegó a su fin y con una reverencia Hideto se despidió de su futuro danna, se dirigió a la cocina para quitarse todo su vestuario, en lugar de ir con las chicas para que le ayudaran. No tenía ganas de verse rodeado de preguntas, como casi siempre. Se sentía extrañamente tranquilo y una vez que se hubo desmaquillado, desenrolló su futón y se tendió sobre él.
No preocuparse, se dijo al cerrar los ojos, no preocuparse.

Mientras él dormía, el cuervo negro y la señora Arikawa compartían una ración de sake en el salón de la rosa negra.
—Honestamente, señor—dijo ella—, no sé si sea él el adecuado para usted.
—Ya me preocuparé yo por eso, Arikawa san. Lo que quiero hablar con usted es más serio.
—Usted dira, Sakurai sama.
—Quisiera que dispusiera todo cuanto antes para la ceremonia del mizuage.
La mujer sonrió y asintió. Un mizuage significaba muy buena entrada de dinero.
—Y por otro lado, necesito que me entregué la cuenta de Hideto.
—¿Disculpe?—aquello no lo esperaba y tampoco le agradaba—¿a qué se refiere con “la cuenta de Hideto”?
—Lo sabe—Atsushi bebió su porción de sake y tomó su bastón y sombrero con claras intenciones de marcharse—. Pagaré la deuda de Hideto y después del mizuage, él no volverá aquí.
—¡¿Qué?! ¿Se lo llevará? Pero… ¿y todo el entrenamiento que recibió?
—Oh, eso no le incumbe, mi querida señora—Sakurai se puso de pie—. Sólo prepare todo, estaré esperando la cuenta, no se demoré más de este mes.
Con su galantería acostumbrada le tomó la mano y le besó el dorso inclinándose hacia ella por un breve instante.
—Hasta la próxima, Arikawa san.
Y se marchó, dejando tras de sí la perplejidad más completa.

Notas finales:

Espero que les haya gustado

Lamento la tardanza, no culpen a la guionista, es toda culpa mía. 

Hoy no hay palabras nuevas :3

 

¡Nos estamos leyendo!


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