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Romanesque por Aomame

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Romanesque


La pregunta silente

Mika y Tommy corrieron por los pasillos de la casa de té, levantandose como pudieron la ajustada falda del kimono. Hideto escuchó sus pasos semi amortiguados por sus tabi sobre la duela. Él estaba sentado en flor de loto sobre el piso de la cocina, con un cesto de mimbre entre las piernas, limpiaba unas vainas de soya. La puerta de la cocina se abrió intempestivamente y  sus amigas entraron.

—¡Hide chan!—gritaron—¡¿Es verdad lo que dicen?!

Hideto peló una vaina mientras las veía extrañado.

—¿Qué?

—Lo que dicen en los pasillos—dijo Mika.

—Daigo dice que lo escuchó, ¿es cierto?—preguntó Tommy.

—¿El qué?—insistió él, confundido, realmente no sabía de qué le hablaban.

—Que el cuervo negro será tu danna—ese era  Yasu.

El muchacho se acomodó el cuello de la yukata, al parecer apenas había tenido tiempo de ponerse algo de ropa.

—Daigo vino con la noticia—explicó al entrar a la cocina.

—¿Es verdad?—Mika sacudió a Hideto por los hombros.

—Yo…

—¡Despierta!—le dijo Tommy—Pareces un pasmado.

—¡Lo escuché de la mismísima señora Arikawa!—Daigo terminó por unirse al coro que, por fin, había rodeado a Hideto.

El muchacho no podía hablar, simplemente porque no lo dejaban. Sus amigos comenzaron a decirle que era afortunado, que tenía que cuidar de un danna como ese; tenía que ser amable y solicito… pero todos al mismo tiempo.  No había manera de que aquello tuviera orden, ni que él pudiera contestar siquiera una sola sílaba.

El ruido, los jalones y las risas terminaron cuando la señora Arikawa hizo acto de presencia en la cocina.

—¡¿Qué escandalo es este?!—gritó.

El silencio fue inmediato y Hideto vio como sus amigos se hacían a un lado, como sí le abrieran paso a la señora Arikawa para que llegara a él.

—Vayan a asearse—ordenó a los otros—, a vestirse—le dirigió una mirada de repugnancia a Yasu que sólo atinó a cerrarse la yukata —… y tú—se dirigió a Hideto—, termina con eso. Tu entrenamiento empieza a las diez, junto con las demás maiko.

Todos asintieron y se marcharon. Sin embargo, la señora Arikawa permaneció junto a Hideto.

—Tus obligaciones se duplican—le dijo—, no creas que tu entrenamiento te libra de tus tareas anteriores, ¿entendido?

—Sí, señora Arikawa.

La mujer lo miró duramente, al tiempo que asentía suavemente con la cabeza.

—Date prisa con eso— murmuró poco antes de dar media vuelta y marcharse.

 

Los entrenamientos constaban de lecciones de danza, música, modales y conversación. Todas y cada una de dichas lecciones eran extenuantes. Como no estaba acostumbrado a usar zōri de madera le dolían los pies después de la danza; los dedos de las manos le dolían después de repetir una y otra vez las notas del shamisen  y apenas tenía tiempo de repasar las canciones que tenía que aprenderse de memoria. Y a eso, tenía que sumarle el trabajo de todos los días: preparar el desayuno de la señora Arikawa, preparar la comida, barrer la entrada, realizar diligencias al mercado local, sacar agua del pozo, ayudar a todos a vestirse…  En fin, terminaba agotado después de una jornada.

Antes, cuando veía a las maiko recibir sus lecciones mientras él,  arrodillado, limpiaba la duela con un paño suave, pensaba que sería maravilloso ser una de ellas. Todas eran tan  gráciles, como mariposas. Pensaba que no había nada más bonito que la risa educada de cada una de ellas, o de sus gestos finos y precisos a la hora de servir el té. Cuando era niño y se quedaba solo en la cocina, dejaba un cabo de vela prendida, y jugaba a ser una geisha. Se imaginaba con un kimono dorado y hermoso, de largas mangas y más suave que la seda. Imaginaba sus manos blancas y sus labios rojos; se imaginaba con un alto tocado, o una de esas pelucas negras y lustrosas que las más finas geishas usaban. Ahora, que su deseo de ser una de ellas se estaba cumpliendo, pensaba que preferiría dormir un poco más cada día.

—¿Vas a rendirte?

La señora Arikawa le preguntó un día en el que sus ojeras y cansancio eran demasiado evidentes. Hideto la había mirado somnoliento, apoyándose en la escoba con precariedad.

—Sí te rindes, le diré a Sakurai sama que no serás una geisha; y tu vida normal seguirá como siempre.

Hideto  tragó saliva. No le faltaba nada para renunciar, pero a lo que quería renunciar no era a las artes, a la música y la danza, no, quería dejar la escoba, las cestas de bamboo, el tofú y las sopas de lado. Quería ser educado, quería eso.

—¿Es una broma, señora Arikawa?—respondió.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Han pasado muchas semanas—Hideto dio un respingo, la mirada severa de la mujer lo ponía nervioso, así que decidió hacer como que barría—. Sakurai sama, no ha venido. Señora Arikawa, ¿es mi castigo por fingir ser una geisha?

—¿Acaso crees que yo jugaría con la palabra de un señor como Sakurai sama?—la señora Arikawa sujetó el palo de la escoba, obligándolo a mirarla—¿Te lo dije o no? Sakurai sama es un hombre respetable, es un honor que él te haya elegido.

Hideto asintió.

—No es una broma ni un castigo, muchacho. Tienes que ser el mejor, pero debes vislumbrar las consecuencias de tus actos.

Hideto se guardó su réplica. Quería decirle que eso, definitivamente, sonaba como un castigo.

No importó lo que le dijera la señora Arikawa, empezaba a pensar que todo eso de convertirlo en geisha no era más que una broma. En su mente no cabía la idea, ni siquiera un poco qué, de él, le resultaba interesante al cuervo negro, quien sí era muy interesante. Pensó en él, sin razón alguna mientras terminaba de lavar los cuencos de la cena de la señora Arikawa. Se secó las manos y se soltó las mangas del kimono. Estaba cansado, afortunadamente  su jornada estaba terminando; así que decidió salir al jardín. No corría peligro, la casa de té estaba  llena y era muy tarde como para que llegaran clientes nuevos, además, sus amigos y amigas estaban con sus respectivos clientes.

Se estiró frente al estanque de peces koi, a esa hora lo único que podía ver a través del agua cristalina eran las sombras de los peces y su propio reflejo. Se notaba su cansancio en sus ojeras, en su pelo despeinado y opaco, además de las manchas de hollín en sus mejillas.

Suspiró.  Y en ese momento, vio una sombra deslizándose del otro lado de la cerca de madera que rodeaba el patio. Reconoció a quién le pertenecía en un segundo. Era inconfundible la manera en la que caminaba, con un ligero cojeo, pero enérgicamente. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no era de miedo, era de expectación, de entusiasmo. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero no reparó en ella. Quiso llamarlo, levantó el brazo para hacerse notar, pero entonces recordó el aspecto que le había devuelto el espejo del  estanque, y prefirió encogerse en sí mismo.  Aun así, pensó, quería verlo.

Sakurai desapareció tras la puerta principal, y Hideto escuchó la  voz de la señora Arikawa dándole la bienvenida, aunque no pudo distinguir las palabras. Poco después, escuchó con sobresaltó que lo llamaban desde el interior de la cocina. Apresuradamente corrió, se quitó los zōri con prisa y entró a la habitación. La señora Arikawa lo miró con apuro.

—Sakurai sama, quiere verte—le dijo—. Vamos.

—Pero…—Hideto se señaló a sí mismo y negó.

—No importa, te quiere ver ya. Muévete—la mujer regresó y le tomó de la muñeca para obligarlo a caminar—. Ni creas que no me da pena que te presentes así ante él. Se lo dije, le dije que no estabas presentable, ¿y sabes que me dijo?

Hideto negó al tiempo que trastabillaba, e intentaba limpiarse las mejillas con la manga de su kimono raído.

—Que no importaba que estuvieras haciendo, te quería ver.

Llegaron frente a la puerta del salón de la rosa negra. La señora Arikawa intentó peinarle un poco y le alisó los bajos del kimono. Después, abrió la puerta y Hideto vio al gran señor sentado sobre los cojines, con una copa de sake entre sus dedos.

—Entra.

Pidió y Hideto hizo una reverencia antes de cruzar el umbral.

—Arikawa san, ¿podría traer una cena para dos?—la mujer asintió—Gracias.

Hideto escuchó como la puerta se cerraba atrás.

Sakurai dejó la copa de sake sobre la mesa con un gesto sosegado y elegante; y volvió la vista hacia él.

—Acércate.

El muchacho obedeció, pero decidió tomar su distancia. Se recordó sucio, despeinado, seguramente olía a sudor.

Sakurai lo miró y sonrió suavemente de medio lado.

—Acércate un poco más.

Hideto negó al tiempo que se estrujaba las manos.

—¿Qué sucede?

—Yo… no estoy maquillado—dijo evitando a toda costa la mirada oscura del hombre.

—Eso es mejor—Sakurai le tendió la mano—, puedo verte mejor así.

Volvió a sonreí cuando el muchacho retrocedió un medio paso.

—¿Me dejarás con la mano así? No es muy educado de tu parte, ¿sabes?

Hideto dio un respingo. Regla básica: obedece. Regla básica con tu danna: no lo menosprecies.

—Lo siento—murmuró y le tomó la mano.

La mano de Sakurai era grande,  tibia, fuerte. Le ayudó a sentarse a su lado, y después, le pidió que le mostrara sus palmas. Hideto obedeció, sus palmas sucias y un poco callosas lo avergonzaron, pero Sakurai le acarició con la yema de sus dedos; e hizo lo mismo con su rostro.

—Pareces cansado.

—Lo siento

Regla número uno: siempre se debe lucir perfectamente para los caballeros que asistían a la casa de té.

—No te disculpes, te ves perfecto.

Hideto sonrió, era una mentira, pero le había gustado escucharla. La cena llegó, se las llevó Mika, quien le lanzó una sonrisita a Hideto antes de marcharse.

Comieron en silencio por un momento, Hideto intentó calmar su hambre, y comer con decoro. No se había dado cuenta del hueco que tenía en el estómago hasta ese momento.

—Hideto—Sakurai lo llamó—, ¿hay algo que quisieras preguntarme?

El muchacho lo miró, estaba a la mitad de un bocado de arroz, y tuvo que tragar con apuro para responder.

—¿Cómo qué podría preguntarle?

—Lo que quieras. Responderé todo lo quieras saber. Aprovecha, no siempre tengo ánimo.

Hideto se mordió el labio inferior. ¿Preguntas? Tenía muchas, pero no podía articular ninguna. Sakurai bebió otra copa de sake, mientras esperaba pacientemente por él.

—¿Es… es verdad qué quiere ser mi danna?—fue la primera pregunta que salió, la misma que sus amigos le hicieran semanas atrás.

Sakurai se sirvió más sake antes de contestar.

—Sí.

Hideto tragó saliva.

—¿Por qué?

—Me gustas.

La sencilla respuesta sonó como un trueno. A pesar de la tranquilidad con la que fue dicha, para Hideto fue como una palmada frente a su rostro. Se le olvidó el japonés y ya no pudo decir nada, excepto balbuceos.

—¿Algo más que quieras preguntar?

La pregunta estaba ahí, en la punta de su lengua.

—¿No?—Sakurai hizo a un lado su cuenco de arroz y dejó los palillos—Entonces, me voy.

Tomó su bastón y se puso de pie. Hideto permaneció sentado, sólo lo siguió con la mirada, con la boca entreabierta por su pregunta silente.

—Lo haré oficial cuando vuelva—continuó Sakurai—. Así que sólo espera un poco más. Por el momento, termina tu cena.

Se apoyó en el bastón  e inclinó el resto del cuerpo, con su mano libre levantó el mentón de Hideto un poco más; y antes de que éste pudiera saber que estaba sucediendo, Sakurai le besó en los labios. Un beso suave, pero tibio y que le electrizó el cuerpo entero.

El cuervo negro le delineó el labio inferior con el pulgar después de besarlo y volvió a sonreírle enigmáticamente.

—Encantador—murmuró y después, se irguió y se alejó.

Él mismo corrió la puerta y salió del salón. Hideto escuchó la voz de la señora Arikawa interceptándolo. Pero él, seguía sentado frente a la mesa con el rostro hacia el techo. Y entonces,  sólo entonces, la pregunta se deslizó entre sus labios como el soplo del viento entre los carrizales.

—¿Por qué te gusto?

 

Notas finales:

¡Espero que les haya gustado!

Disculpen la tardanza, en especial tú, Ydiel. Ella entregó su guión a tiempo XD

¡Nos estamos leyendo!

 


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