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Instrucciones por Marbius

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4.- Enjoy - Milán

 

A París siguió Milán, y de nueva cuenta tuvo Bill que llevar el peso del show sobre sus hombros porque por más llamadas y mensajes que intercambiaran entre sí él y su gemelo a lo largo del día, la realidad era que Tom se encontraba en LA y ahí continuaría esperando a Bill, quien a su vez ya moría de ganas por regresar a su hogar, por dormir en su cama, por acurrucarse con Pumba al lado, y por rodearse de los brazos de aquel que lo significaba todo para él.

“Aguanta un poco más. Después de la presentación de esta noche sólo faltarán unas horas para tu vuelo de mañana y estar de vuelta cruzando el Atlántico. Por cierto, Pumba apenas puede con tu ausencia”, y después del mensaje envió Tom una fotografía que no incluía sólo a la mascota de Bill sentada en su regazo con aspecto miserable, sino también a él, que en los ojos llevaba escrito cuán dura le estaba resultando aquella separación forzada.

El mismo caso era para Bill, que luego de pasarse gran parte de la mañana hablando con los encargados de logística (Shiro había sido de gran ayuda al asumir el papel), por fin se había podido retirar para cumplir con otros compromisos que requerían su atención.

Pese a ello, Bill consiguió beber un par de tazas de café con Shiro en una de las tantas cafeterías que había por todo Milán, y una vez que la cafeína actuó en su organismo y le hizo sentir las manos temblorosas y excesiva sensibilidad a la luz (acostumbrarse a los Starbucks diluidos de LA no había sido su mejor decisión), se disculpó durante las horas libres que tenía restantes para retirarse a dormir una siesta en su suite.

“¿Qué tal todo? ¿Conseguiste que las gentes del local accedieran a tus peticiones o…?”, leyó Bill un mensaje que Tom le había enviado mientras había estado distraído de su teléfono, y su respuesta fue de lo más escueta: “Sí, gracias por preguntar.”

Ya que la diferencia de horarios favorecía que Tom estuviera de lo más alerta en su comienzo de día mientras que Bill ya estaba cerrando las últimas horas de luz en el suyo y cansado por una larga jornada a la que todavía le faltaba el cierre de oro, su gemelo no se lo tomó a mal, y en cambio propuso ahorrarse la artritis de tener que escribirse mensajes y en su lugar volver a hacer una videollamada.

Que luego de lo ocurrido en París, Bill había puesto un límite a aquellos encuentros por video a causa del miedo que sintió de pronto a que su portátil estuviera de algún modo infectada con algún virus que transmitiera su video a cualquier otro lado. Un caso por demás que paranoico y que alimentado por lecturas de casos similares le había puesto los pelos de punta a pesar de la insistencia de su gemelo en que estaba exagerando y que los únicos testigos de aquello habían sido ellos dos.

Con todo, Bill se vio contemplando la pantalla de su móvil por varios minutos mientras se mantenía indeciso a su resolución final, porque dicha fuera la verdad, le vendría bien charlar con Tom para calmar los nervios antes de su última presentación en Europa, y nada mejor que una conexión por Skype para ello.

“¿Y bien?”, le insistió su gemelo, que no era de los que esperaba, y cuando enviaba un mensaje esperaba una contestación veloz a pesar de que él mismo podía pasarse horas alejado de su teléfono y sin revisar las notificaciones recientes. “¿Bill?”

“Yo te envío la invitación una vez que esté en mi suite”, escribió Bill, y a cambio recibió el emoji de la mano con un pulgar arriba.

Tras despedirse de Shiro a las afueras de su suite, Bill se descalzó, y con pereza de movimientos arrastró los pues sobre el piso hasta dejarse caer de cara en su cama. Con intenciones de en verdad dormir una siesta reparadora que le supliera de energía para lo que estaba por venir, Bill acomodó la cabeza en una almohada y se dispuso a ello, pero antes de tres segundos su móvil vibró en su bolsillo y la fantasía tuvo un final abrupto.

—Si es de vuelta el agente por la cantidad máxima de invitados que podemos tener en la sala de reuniones… —Gruñó Bill para sí en voz baja, pues aquel era uno de los tantos asuntos que le habían requerido de su tiempo y atención horas atrás, y ya que no era su culpa que la distribuidora de Treehouse hubiera vendido más boletos de entrada de los que la locación estaba autorizada para dar servicio como número máximo y que el departamento de bomberos tuviera una opinión adversa al incumplimiento de aquella regla, la mera idea de tener que volver a lidiar con ese asunto le provocaba comienzos de un dolor de cabeza por tensión justo sobre la frente.

Pero no, no se trataba del dueño del local, ni tampoco de Shiro, sino de Tom, que lo conocía tan bien (o incluso mejor) que a sí mismo, y en lugar de atosigarlo para meterle prisa para que se conectara, recurrió a un intermediario en exceso lindo para convencerlo de que bien valía la pena revisar sus mensajes y no ignorarlo: Pumba.

“Mira quién decidió que siempre sí quería mojarse en los aspersores del jardín y tomar una ducha exprés”, escribió Tom debajo de la fotografía que mostraba a su querido bulldog goteando agua sobre el piso de cemento pulido que tenían a las afueras de su porche trasero, jadeante y a la vez satisfecho.

—Oh, Pumbi —murmuró Bill ampliando la imagen, convencido de que la suya era la mejor mascota del mundo, y aunque aquel título era sobre todo subjetivo, no por ello era menos cierto para él.

“No lo dejes entrar a la casa así u olerá a perro mojado por el resto de la semana”, redactó para su gemelo un mensaje de vuelta que éste respondió con varios emojis de risa. “Demasiado tarde, pero esta es la cara de alguien que se ha salido con la suya”, replicó Tom, y envió un segunda foto de Pumba, desde su camita y mordisqueando un hueso de carnaza al que ya le faltaban partes y que Bill le había dejado antes de su viaje para que no lo extrañara.

Con Pumba como punto de interés, Bill se olvidó de su siesta, y pasó la siguiente media hora conversando con Tom vía textos antes de que gemelo volviera a pedirle que se conectara por Skype.

“No me vas a engañar, sé bien lo que buscas y la respuesta sigue siendo no, rotundo no”, escribió Bill, y por si acaso su tono tenía un tinte de enojo, lo matizó con varios emojis que en su opinión tenían una mirada lasciva de ‘sé lo que pretendes pero no me harás cambiar de opinión’.

La respuesta de Tom no se hizo de esperar: “Awww, tan sólo quiero verte, y tus pics en Instagram no son suficientes”, que a su vez iba con un emoji de una carita triste y lastimera, idéntica a las que Pumba solía poner cuando quería salirse con la suya… y lo conseguía… igual que Tom estaba por hacerlo.

—No puedo creerlo… —Masculló Bill, en verdad sorprendido por su propia falta de fuerza de voluntad para negarse a los deseos de su gemelo, pues no hacía ni una hora atrás cuando se había casi jurado que no iba a caer en la tentación de una videollamada, y en cambio, ahora ahí estaba, iniciando su portátil y con el cursor flotando sobre el ícono de Skype.

Entre su petición y que las pantallas se conectaran no hubo más que unos segundos de espera, y casi al instante apareció el rostro de Tom sonriente, pero también Pumba y Capper estaban en la imagen.

—Tengo buenas intenciones, ¿lo ves? Jamás me atrevería a dar uno de esos shows frente a los perros porque podríamos traumatizarlos y la cuenta del carísimo terapeuta canino se iría por las nubes.

—Seguuuro —ironizó Bill, pero no se adentró más en esos temas—. ¿Y qué tal va todo allá?

—Eh, lo normal. Trabajé un poco en el estudio, pero no conseguí avanzar tanto como quería. Uno de los tracks me está dando problemas, y hasta que no vuelvas no podré tomar una decisión en firme de qué hacer.

—Mmm, ok.

Sufriendo de un pequeño tic delator, Bill tuvo un momento de frustración porque Tom se había quedado en LA mientras él tenía sus presentaciones en Europa con la intención de trabajar y que la salida del siguiente disco no se retrasara, pero si en su mutua ausencia ninguno de los dos podía daría su 100%, ¿entonces qué caso tenía?

—Sé lo que estás pensando —dijo Tom, que en efecto, le había bastado un simple vistazo a su expresión para adivinar lo que discurría por su mente—, y no estás del todo equivocado, pero no es lo único que he hecho en el estudio. También me ha servido para empezar la planeación del próximo tour, y por fin pude escuchar todos los audios que me enviaron Gustav y Georg para tomarlos en consideración para los tracks que todavía no he tocado. Así que técnicamente sí he trabajado y mucho…

—Ya, la verdad es que yo también he hecho bastante en otras cosas y me ha servido que estemos… Uhm, separados para no tener distracciones. No que seas una pero…

—Hey, no me ofendo —dijo Tom, mostrando ambas palmas hacia arriba—, mismo caso para mí contigo.

—¿Así que no somos una de esas power couple tanto como quisiéramos presumir?

—No en el sentido en que quisieras, pero sí que lo somos. Mira lo que tenemos y atrévete a decirme que no hemos llegado lejos de Loitsche a… dondequiera que nuestras carreras nos lleven, porque te aseguro que no hemos llegado al final del camino todavía.

—Vale, vale… No había necesidad de sentirse.

—Y no lo hago, pero nosotros somos más que eso, ¿ok? Y no debes de olvidarlo.

—Fuerte y claro —dijo Bill, y remedó un saludo militar—. Como sea… Pensaba dormir una siesta antes de la presentación. No fue de todo un buen día.

—¿Por lo del asunto de la capacidad en el local y las quejas del jefe de bomberos?

—Por la mayor parte, pero también por…

Como ocurría entre ellos, Bill se acomodó mejor en la cama, y sin importarle que mientras que él estaba recostado y sintiéndose un poco miserable por los contratiempos de su día, Tom en cambio parecía estar en exceso cómodo en el jardín de su casa, bebiendo una cerveza y disfrutando de la tibieza de un típico día cálido en LA en donde todo era bueno y nada podía salir mal. Lo que contaba al final era que le prestara atención, que lo escuchara sin juzgar sus quejas como boberías de su parte, y que al final de prestarle su hombro, también le diera ánimos.

Y Tom lo hizo.

Cumplió al pie de la letra el papel de hermano mayor que desde muy pequeño se había autoimpuesto (y seguro lo habría hecho sin importar su orden de nacimiento) para cuidar de él. Así que con palabras alentadoras y varios recordatorios de los beneficios que habría en esas presentaciones como Billy explorando su nueva faceta artística, Tom le hizo de nuevo sentirse bien consigo mismo, y a tiempo para que Bill comenzara a prepararse para la velada que le esperaba.

—Ow, ¿en serio tienes qué marcharte? —Inquirió Tom cuando Bill anunció que la hora destinada a su siesta había llegado a su fin (sin que él hubiera pegado ni por un segundo las pestañas) y se reincorporó en la cama, listo para empezar a arreglarse para su gran evento.

Bill se mordió el labio inferior, indeciso de si podía confiar en Tom, pero sobre todo en sí mismo para la propuesta que estaba por hacer.

—Podría mantener Skype abierto, ¡pero lo digo en serio, Tom!, no puede haber una repetición de la vez pasada. Eso fue…

—Tan sexy.

—Sí —concedió con las orejas ardiéndole de bochorno al recordarse con tanta desinhibición dando un show con su dildo—, pero no puede volver a ocurrir. En casa te lo cumpliré sin rechistar, pero no más videollamadas internaciones porque mis nervios no están para eso.

—Ok, lo que tú decidas está bien y lo acataré, siempre y cuando… —Tom esbozó una sonrisa sardónica que tenía un ángulo de elevación mayor en un lado que el otro—. Siempre y cuando hayas pasado de esas camisetas con texto al frente. Texto provocador, quiero decir. Esa es la regla: Nada de insinuaciones como las veces pasadas, que después de blow me y take a bit será difícil que te superes, ¿eh?

—Uhhh…

—¿Bill?

—Creo que mejor deberías esperar a verme…

—¡Bill! ¡Hey, Bill!

Pero Tom ya no tuvo oportunidad de pedir explicaciones a ese comentario, porque entonces su gemelo saltó de la cama y lo dejó hablando solo.

Tuvo que pasar casi media hora antes de que Tom volviera a tener noticias de él, y para entonces Bill ya se había duchado y movido la pantalla de su portátil para que Tom pudiera verlo de rodillas sobre su maleta abierta y rebuscando hasta dar con el outfit que tenía planeado vestir esa noche.

—Tú siempre me haces temer lo peor —comentó Tom en su tercera cerveza de la tarde, a juzgar por las otras dos botellas vacías que aparecían en su campo de visión. Bill estuvo tentado de llamarlo alcohólico a modo de broma, pero ya que seguro había sido por su causa y Tom no se cortaría ni un pelo en así confirmárselo, mejor se calló.

—Antes de que empieces con tus críticas, quiero que sepas que este jersey me costó sus buenos euros y es una prenda de marca exclusiva, así que…

—No lo alargues y enséñame lo que te vas a poner hoy —gruñó Tom, que aunque en la mayoría de las situaciones sabía mantener la compostura, tanta antelación para algo que en realidad no le importaba mucho (la ropa, no Bill) ya le había fastidiado.

—Vale, no tienes por qué ponerte así… —Resopló Bill de mal humor, y de su maleta sacó por partes su ropa completa.

Primero los calcetines, que colocó despacio sobre la cama con las puntas hacia abajo y las taloneras mirando en direcciones opuestas. A los pies de los mismos puso los zapatos que le irían a juego, y hasta se dio el lujo de demorarse unos segundos más limpiando una sorpresiva mancha en uno de los costados.

Consciente de su juego, Tom no dijo nada ni le apresuró, y en cambio destapó una cuarta botella de cerveza y comenzó a beber.

Lo siguiente para Bill fue extraer los pantalones que llevaría puestos, que de nueva cuenta eran negros, pues el jersey que complementaría el conjunto ya era llamativo por sí solo, y no quería tobarle el protagonismo. Esos también los dejó extendidos en la cama, junto a un par de bóxers entallados y de tela elástica que se pondría, y por último, haciendo gala de una inhalación ruidosa, Bill sacó el último ítem de su maleta y lo presentó ante Tom…

Que mantuvo la botella pegada a los labios, pero la vista fija en la pantalla mientras discernía qué era lo que Bill le mostraba.

—Y bien… ¿Qué te parece? —Forzó Bill el diálogo luego de treinta largos y angustiosos segundos en los que Tom se mantuvo en mutis.

Por su parte, Tom se tomó otros treinta segundos antes de dar su veredicto, y sólo después de un nuevo trago que le sirvió para humedecerse la garganta fue capaz de enunciarse al respecto.

—Es… Uhm… ¿Estás seguro que es un jersey?

Bill abrió más los ojos. —Erm, ¿sí? Es decir, claro que sí. Joder, Tom. ¿Es que ya estás ebrio o qué? Pues claro que es un jersey, míralo bien —declaró colocándose la prenda contra el cuerpo para que hiciera forma con su figura, pues cierto era que se trataba de una prenda innovadora en cuanto a sus formas, y no se ceñía el cuerpo de la manera tradicional, sino que por el material de la tela y la confección adquiría una forma más suelta por la cual probablemente Tom no podía comprender del todo qué veía.

—Es imposible. No había visto unas mangas más extrañas que esas. Pareciera como si alguien decidiera de pronto cortar y coser sin conocimientos de nada y después hiciera tres agujeros para los brazos y la cabeza. Luce…

—Tom… —Gruñó Bill, que incluso aunque su gemelo odiaría su vestuario de esa noche no le impediría ponérselo, pero sí le arruinaría un poco la diversión.

De ahí que Tom matizara su crítica. —Se sale un poco de la norma, ¿vale? Quizá tendría que vértelo puesto para no tener que depender sólo de mi imaginación para saber cómo se te vería.

—Ok —accedió Bill, que sacó la prenda de su percha y sin tanta fanfarria se la pasó por la cabeza, metió los brazos en los agujeros correspondientes, y después posó para Tom con un giro breve para que lo examinara desde todos los ángulos—. ¿Y bien?

—Te luce mejor a ti que a la percha, pero…

—¿Pero? —Presionó Bill la crítica que estaba por venir… y que no se manifestó de la manera que él esperaba.

—Pero me gusta. Como siempre, has convertido algo feo en… algo muy tuyo. No es algo que yo usaría ni en un millón de años aunque sí por un millón de euros —rió Tom por su propio chiste ramplón—, pero tú me entiendes.

—Genial.

—Excepto por… —Con el botellín de cerveza entre sus dedos, Tom señaló a Bill—. ¿Enjoy, va en serio?

—¿Qué tiene de malo?

—Nada en realidad, excepto que las fans pensarán que desde Berlín has estado enviando mensajes crípticos con los escritos de tus camisetas. Primero con Blow me…

—Hey, que cumplió su cometido —dijo Bill con una sonrisa que dejaba bien en claro los recuerdos adheridos a aquel momento.

—Después está Take a bit que más bien parecía una proposición de canibalismo…

—Y tuvo su encanto, ¿vale?, no que tú tengas tan claro como yo a qué me refiero…

—Y por último tenemos a Enjoy que…

—¿Que qué? —Presionó Bill por una respuesta.

—Yo te haría enjoy como es debido —murmuró Tom, que un tanto achispado por el alcohol no tuvo la lucidez suficiente para un comentario más ingenioso, pero Bill se lo perdonó porque al fin y al cabo era su gemelo, y aquella sólo era una boba camiseta que le gustó no por el mensaje que llevaba escrito, sino por la suavidad de su tela al contacto con la piel.

—Ok, qué detalle —respondió Bill en absoluta seriedad, pero a pesar de que por Skype la nitidez de sus facciones dejaba mucho que desear, Tom no se lo interpretó a mal pues era consciente de la sombra de sonrisa que pugnaba por salir de los labios de su gemelo y que dejaba bien en claro que había pasado la prueba.

Sin una repetición de París y del Take a bit que por poco había retrasado a Bill, el menor de los gemelos se vistió y arregló sin prisas pero atento al reloj porque no tardaría Shiro en aparecer tocando a su puerta para anunciar que la camioneta que los llevaría al local del evento ya esperaba por ellos.

Con cinco minutos libres antes de la hora planeada, Bill se posicionó frente a su portátil y dio una vuelta para que Tom apreciara su outfit completo, que aunque éste no lo admitiera ni bajo tortura, lo cierto es que le sentaba de maravilla a Bill, y las fans material de sobra para afirmar que esa noche el look de su ídolo había sido de exquisito gusto.

—No puedo creer lo rápido que han pasado estos días, no que no te extrañe, pero… —Dijo Bill sentándose en la esquina de la cama y con el portátil sobre sus muslos.

—Sé bien a qué te refieres, no que por ello no piense en ti a cada momento, pero… —Replicó Tom en idéntica forma, y juntos se contemplaron un par de segundos antes de sonreír al mismo tiempo.

—Muero por volver a casa.

—Muero porque ya estés de vuelta.

En sincronía, el expresarse en esos términos sirvió para dejar en claro, que aunque en apariencia estaban bien con aquella separación, al mismo tiempo llevaban un conteo de cada hora, minuto y segundo que tenían que estar separados, y era una cuenta regresiva para la cual ya tenían planes apenas volvieran a reunirse y estar juntos.

—Da lo mejor de ti está noche, ¿ok, Billy? —Pidió Tom a su gemelo, pues tenía claro cuán importante era para éste el lanzamiento de su EP y libro de arte, y aunque en el pecho sentía una grieta ensancharse con cada instante que pasaban separados, sabía que el mismo caso era para su gemelo, y que con igual ímpetu quería él realizarse como artista independiente antes de volver a su lado.

—Lo haré —dijo Bill de vuelta, captando a la perfección su mensaje implícito y listo para cumplir su petición al pie de la letra.

Colocándose el dedo índice y medio sobre los labios, juntos conectaron bajo esa señal con un beso, sus mejores deseos, y la afirmación de que pronto, no con ese mítico soon con el que les gustaba torturar a las fans, estarían de vuelta frente a frente.

Luego bajaron las tapas de sus portátiles, y la conexión por Skype llegó a su final.

 

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