Kakarotto vio fijamente a Vegeta sin poder creer de lo que había sido capaz pero este seguía sin abandonar su mueca de diversión, maldijo por lo bajo y salió de aquella habitación tomando un rumbo diferente al de Goku.
-hermano, ¿que fue todo eso? - preguntó Tarble sin poder creer lo que hizo Vegeta.
-cosas que no te importan - respondió con su sonrisa ladina y luego miró a Radithz - ¿tienes algo que decir?
-nada príncipe - respondió tragándose toda la sarta de palabras que se le ocurrían para decirle al engreído peliflama más sin embargo se contuvo, no quería arriesgarse a que le pusieran un castigo.
-muy bien, ya pueden largarse - ordenó, y sin más salió de la habitación.
***
Kakarotto caminaba a grandes zancadas, pensando en si el daño que había recibido por su contraparte era suficiente como para entrar a una máquina de recuperación cuando se cruzó con una habitación abierta.
Un extraño objeto redondo y naranja le llamó la atención, nunca había visto algo así en su vida.
Entró a la habitación y la tomó para apreciar mejor aquello.
Una reluciente esfera naranja con cuatro estrellas en su interior era lo que se había robado totalmente su atención.
Observo con detenimiento el lugar y pudo ver una de las armaduras de su padre en el colchón, seguramente aquella era la habitación que le habían dado al inepto de Goku.
Sintió rabia recorrer su cuerpo con sólo pensar en él y recordar lo que vio.
Quería vengarse por haber venido cuando nadie se lo pidió, por haberse entrometido en sus vidas cuando las cosas no podían estar mejor que perfectas, pero sobre todo por ser mejor que el mismo en todos los aspectos.
Pensó seriamente en quedarse con la esfera como venganza hasta que una extraña muñequera le llamó la atención y la tomó de la cómoda donde anteriormente estaba la esfera del dragón.
-¿qué demonios es esto? - se preguntó frunciendo el ceño, quizás era otra posesión de Goku, así que se encogió de hombros y la encerró en su puño, oprimiendo por accidente uno de los botones y al instante desapareció.
***
-maldito Vegeta - refuñó por su parte Goku, molesto y sonrojado, ya era la segunda vez que lo besaban y lo metían en problemas.
Aquello no le había gustado para nada, cosa que lo había sorprendido, pues ¿que no le gustaba Vegeta?
No. Ese no era su Vegeta.
Apenas notaba que tan diferente era aquel mundo.
Vegeta en algún tiempo fue así, exactamente cuando llegó a la Tierra, pero extrañamente esa actitud nunca le desagrado, al contrario, el príncipe despiadado, arrogante, que con el tiempo fue cambiando pero sin opacar su personalidad siempre lo había cautivado.
Honestamente no creía en las palabras de su padre, eso de que Vegeta y él estaban predestinados se le hacía absurdo, no porque no sea verdad, no, claro que no, si no porque estaba seguro de que se había enamorado de él desde que lo vio y eso lo noto conforme el tiempo iba pasando.
Nada de genes saiyajines ni cosas extrañas que no entendía.
Él quería a Vegeta de su mundo, no a otro Vegeta. Y ese beso lo había dejado muy en claro.
Que se lo quedara Kakarotto, total, después de lo que sucedió ni ganas le quedaban de volver a tratar con el príncipe.
Ahora solo debería preocuparle el donde estaba su habitación, pues con todo lo que había pasado, se le había olvidado que eso era lo que quería saber antes de entrar a aquella habitación.
Se detuvo en una ventana, dándose por vencido mientras esperaba a que alguien se apiadara de él y le indicará dónde encontrar a Bardock.
Naves entraban y salían de la atmósfera frente a sus ojos en aquel planeta, algunos saiyajines cargaban animales muertos en sus hombros y otros tantos paseaban con una botella de licor en manos mientras decían barbaridad y media, la verdad, extrañaba la belleza de su planeta Tierra.
Suspiro y volteo a hacia a atrás, no había nadie que pudiera ayudarle, pasó una mano por sus cabellos y salió por la ventana volando a gran velocidad mientras dejaba fascinados a todos allá abajo pues la mayoría de los rastreadores habían explotado en cuanto incrementó su ki.
Aquel planeta era insípido, no había nada verde o azul, ¡ni siquiera el cielo lo era!
¿En verdad por ese lugar Vegeta había buscado venganza durante tantos años?
No lo comprendía, aunque eso estaba bien, él nunca vivió ni recordaba de aquel lugar y mucho menos lo veía como un hogar, aunque si cambiaba la Tierra por el planeta Vegita en aquel destino, seguramente entendería perfectamente a Vegeta.
***
-Bardock, es una orden - exigió el peliflama caminando a paso veloz detrás del pelipalmera que al escuchar las palabras de su rey, no le quedó de otra que obedecer, lo quiera o no.
-¿que se le ofrece majestad? - preguntó secamente dándole la cara para afrontarlo.
-te quiero ver en el salón de reuniones ¡Ahora! - ordenó dándose la vuelta para ir a donde había dicho mientras Bardock sentía que le quemaba la sangre por dentro, ahora si ese rey iba a saber quién era Bardock.
***
-Vegeta, ¿qué harás ahora? - preguntó la peliazul mirando al peliflama mientras tomaba agua.
-no lo sé mujer - masculló dejando el botellón en el desayunador.
-¿piensas cortarla? - preguntó Bulma mirando la cola enroscada en la cintura de Vegeta.
-de momento no - respondió - necesito respuestas y hasta no tenerlas y hablarlas con el Insecto de Kakarotto no tomaré ninguna decisión. Por cierto, ¿dónde están los enanos?
-por la hora que es supongo que han de estar dormidos, ¿por qué? - preguntó arqueando una ceja.
-necesito hablar con el chiquillo de Kakarotto, eso es todo - respondió - ¿qué has sabido de la urraca?
-nada - contestó Bulma suspirando - no tengo la menor idea de donde pueda estar.
***
La casa de las montañas Paoz se encontraba totalmente a oscuras y en su interior se encontraba Milk, sentada en su sillón rojo mirando fijamente hacia la nada, maldiciendo a Vegeta por arruinar su familia, a Goku por preferir un hombre antes que a ella y a la raza saiyajin por el simple hecho de que los únicos sobrevivientes de aquella raza tuvieran una conexión.
No había dormido desde aquel día y sus lágrimas no eran más que de pura frustración, coraje y ganas de vengarse.
Afuera, en medio del bosque, un saiyajin de armadura había aparecido inconsciente, pues nadie le dijo que debía cerrar los ojos cuando viajará en el tiempo.