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Dos pobres bastardos por EtaAquarida

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Notas del capitulo:

Perdón la demora. No me excusaré, pero vivo con un bloqueo creativo constante :/

Cuando Pandora llegó yo no supe que hacer. Me quedé en mi lugar esperando a que se fuera, pero no lo hacía. Se me cruzó por la cabeza que si se sentía despreciada se iría pronto, así que encendí la televisión de la sala, prendí la luz y levanté un poco la persiana, lo suficiente para que ella notara el ruido, que supiera que desde dentro la había visto. Entonces ella miró a la ventana y puso mala cara.
 
—Rada, quiero hablar contigo —dijo en voz alta acercándose al alféizar—. Me precipité cuando te dije que no a tu propuesta.
 
Yo esperaba que al menos se disculpara por las palabras despreciativas que le había echado en cara horas antes a Rada, pero al parecer era bastante orgullosa porque no tuvo ni la intención de hacerlo. Se cruzó de brazos y no dijo más. <<Si solamente has venido para eso no vale la pena>> pensé, y cerré la persiana. Luego de varios minutos en silencio la oí marcharse en su auto.
 
Me acosté intranquilo pensando en Pandora. Un poco más y hubiera comenzado a rezar para que no pasara nada. Aunque al final acabé quedándome dormido en el sillón. Desperté cuando Rada llegó al amanecer, todavía llevaba puesto el uniforme de policía. Apenas lo vi se me hizo un nudo en la garganta pensando en que en la comisaría podía haber hablado con Pandora, aunque nada parecía haber cambiado. Tal como me imaginaba, ella era demasiado orgullosa, no le diría una palabra más sobre el tema. No parecía ser del tipo de persona que se rebaja a insistir y rogar.
 
Desde mi posición en el sofá traté de pasar desapercibido ante Rada, pero él me miró de lleno enfocado en mis ojos. Me dijo que ese mismo día comenzaríamos a tramitar mis documentos. Yo sólo le contesté un escueto "sí", entonces él, mirándome aún más fijamente agregó:
 
—¿Alguna cosa que me quieras decir?
 
Yo seguí con mi misma cara apática.
 
—No, nada —respondí, y acto seguido me fui al baño, sentía que si Rada continuaba mirándome de forma tan intensa acabaría por descubrirme.
 
Rada hizo silencio y se fue arriba, arrastrando las pisadas en la escalera. Durmió un par de horas y luego nos pusimos a trabajar. Dedicamos el día a ir de aquí para allá conociendo contactos de su abogado bastante dispuestos a acelerar mis trámites con tal de sacar un poco de dinero.
 
En varios días pude tener algunos de los documentos que hubieran tardado mucho más de no ser por los sobornos que Rada había prometido, porque claramente aún no tenía acceso a la herencia. Rada cada día estaba más molesto porque, según le había dicho el abogado de sus padres, su hermano mayor había solicitado casarse con una mujer en un civil de Oxford. Lo bueno de esto estaba en que como Oxford era una ciudad tan poblada la fecha para el civil tardaría algunos días más de lo habitual, además, según las leyes inglesas había que hacer la solicitud con un período mínimo de veintiocho días.
 
Casi un mes tardamos en gestionar mis papeles. Mientras tanto yo vivía oculto en la casa de Rada, saliendo solamente a comprar cuando él me encargaba cosas para que me fuera un rato. En la casa no hacía nada más que lavar los platos, y el resto del tiempo lo empleaba en mirar televisión o pensar en que haría en cuanto todo comenzara de verdad; cuando estuviera casado con él y al fin el dinero fuera suyo. Pensaba que quizá yo tenía el derecho a cobrar una parte. Quizá hubiera alguna cláusula del matrimonio relacionada a eso. Después de todo, yo nunca había sido un hombre de palabra en el sentido literal de la expresión. Quien hiciera acuerdos conmigo debería saberlo y yo estaba seguro de que Rada lo sabía.
 
Yo pensaba mucho en el dinero. Sobre todo en las dos semanas anteriores a casarnos, donde la fecha se veía cada vez más próxima y el tiempo pasaba más y más lento para mí. Rada me había conseguido un empleo (otra cláusula necesaria para que un inmigrante pudiera casarse y obtener la nacionalidad). Comencé a trabajar en un mercado como cajero y en los ratos libres le colocaba las etiquetas de precio a los productos y los ordenaba. Cada vez que le cobraba a un cliente y veía el dinero me volvía loco pensando en que cada vez estaba más cerca el momento de que aquella enorme cantidad de dinero y bienes inmuebles fueran propiedad de mi marido y yo pudiera meter mis narices allí y sacar algo para mí.
 
Esto lo tenía en la mente todo el santo día, menos cuando llegaba a casa. No quería pensar en eso mientras Rada estaba ya que se daba cuenta de todo. Temía que se echara atrás porque cuanto más nos acercábamos a la fecha, más extraño se comportaba. Un día no pude más y le pregunté qué le pasaba y si estaba dudando. Él, que estaba sentado en las escaleras de la puerta mirando la noche, dejó su cigarro un momento y se concentró en mirarme de frente, con esos penetrantes ojos de víbora y me dijo:
 
—Ya conseguiste lo que querías. Es decir, tramitaste todo para ser un inmigrante legal y prácticamente ya lo eres, hasta tienes trabajo. ¿Qué es lo que estás esperando? Porque si querías únicamente eso podrías echarte atrás ahora y dejarme con este problema a mí solo, y sé que te gustaría hacerlo porque no pareces una persona de palabra —y poniéndose en pie sin dejar de verme agregó muy por lo bajo—: creo que vas a robarme.
 
Me quedé tieso, sin respuesta. Razón no le faltaba. Si seguía adelante teniendo todo lo que había pedido no era por cumplir mi promesa, que eso me importaba muy poco. La música que sonaba en la televisión se me hizo demasiado fuerte y traté de no cambiar mi expresión, pero no pude aguantar y me reí.
 
Admití que me había descubierto con total sencillez, encogiéndome de hombros, como si no habláramos nada importante. Si algo había aprendido en la vida era que cuando no había escapatoria había que decir toda la verdad. Le dije con firmeza <<Sí, quiero el dinero de tu herencia>> y luego agregué que creí que no iba a desear el dinero, pero fue inevitable.
 
Él abrió la boca y enarcó su inmensa uniceja. Me puse un poco nervioso, aunque mantuve el temple. Me acerqué y le revolví el cabello, intentando romper el hielo. Le dije que era una broma, y no era tan tonto como para robarle a un policía. Aunque tuve que confesarle que sí quería tener un lugar donde vivir, un apartamento quizá, porque seguro él no me querría en su casa de por vida. Él me miró amenazante.
 
—Te juro que no me vas a quitar un sólo centavo —me dijo—. Y tampoco te tengo miedo.
 
Yo asentí con naturalidad. <<No hay razones para temerme>> le respondí. No volvimos a tocar el tema, pero él comenzó a guardar más recelo de mí. Yo me dispuse a portarme bien y no dar problemas. Era claro que Rada se sentía presionado por todo en su entorno y tenía que tranquilizarlo. Por eso comencé a hacer todas las tareas de la casa, así él tendría más tiempo libre y yo no sería una carga. Eso pareció agradarle, y a partir de ahí volvió a ser como aquella primera noche en la comisaría: prepotente, sombrío y un gran bromista del humor negro.
 
En esas semanas que tuvimos desde que me llevó a su casa hasta casarnos lo conocí mucho. Era un tipo huraño, iracundo, efusivo, que de repente, en mitad de sus impulsos se tranquilizaba, y se volvía distante, incluso melancólico. Su modo de ser era un ciclo que se repetía sin cesar. Aunque en el fondo de eso era un hombre sensible. Él trataba de ocultarlo, sin embargo, durante todos esos días que estuve durmiendo en el sillón, hubo momentos de mucho cariño entre él y yo. A veces yo le palmeaba la espalda con suavidad cuando lo veía muy pensativo, y él siempre me apagaba la luz y me echaba encima otra manta cuando me creía dormido, aunque la mayoría de veces yo fingía sólo para que él lo hiciera. Pequeños y reconfortantes detalles que ayudaban a pasar las largas estadías de soledad.
 
Cuando faltaba una semana para casarnos comencé a dormir en la misma cama con Rada. Esto fue por una tarde en que subí a bañarme y terminé tomando una siesta. Él llegó y en vez de echarme se acostó a mi lado. Al día siguiente no hubo reclamos, y para mí fue como una invitación a que me quedara. A partir de ese momento yo me acostaba primero, del lado derecho de la cama, y me dormía hasta que él llegaba de madrugada, entonces él se acostaba y se quedaba unos pocos minutos leyendo bajo la luz naranja del velador. Suspiraba varias veces y siempre acababa tirando el libro con desdén sobre la mesita de noche. Cuando apagaba la luz y la oscuridad total nos cubría, era cuando hablábamos. Yo me ponía a tontear, a tratar de distinguir la forma de mis manos en la oscuridad, mientras él me contaba sobre su trabajo esa noche.
 
—El turno estuvo tranquilo. Nunca pasa nada, ya sabes, me aburro —decía él, contando otra vez lo mismo. Aunque una vez entredormido me confesó que le gustaba no tener que estar solo en una cama tan grande.
 
Yo le respondía sólo con onomatopeyas para mostrar que seguía despierto. Luego él callaba, y yo hablaba de mi día hasta que lo oía respirar entre gruñidos, profundamente dormido. Este pequeño ritual nocturno era mi parte favorita del día. Me daba una sensación tan reconfortante que no sabría describirla. Era como si la casa, la vida en sí, todo, todo fuera más seguro en ese momento. Me dormía con intensidad, tanto que no sentía nada hasta que despertaba en seco con la luz del sol entrando oblicuamente por la ventana, cosa que durmiendo en soledad nunca lograba.
 
Mentiría si dijera que luego de estas muestras de cariño no sentía nada por Rada, que sólo quería su dinero o no ser deportado. Yo había olvidado eso. Era para mí como si todo aquel asunto no existiera, todo el matrimonio arreglado en base a la herencia representaba para mí una bendita casualidad que me había llevado al lugar a donde realmente yo pertenecía. Porque esto es una verdad, era aquella —la vida con Rada— el lugar a donde yo pertenecía, y verdad es también que jamás he vuelto a sentir aquel cariño por sitio o persona alguna.
 
Por esos mismos días anteriores al matrimonio, llegó una tormenta y profundizó el invierno. Los días se acortaron bruscamente uno tras otro, la niebla se hizo presente, las lluvias se hicieron frecuentes y el frío comenzó a extender su manto cada vez más gélido. Un día cayó nieve, no mucha, pero era la primera vez que yo la veía y estaba maravillado. Me quedé tanto tiempo mirando la nieve caer desde la escalinata de nuestra casa que acabó por repercutir en mi salud. Acabé con una fiebre terrible, el cuerpo debilitado, dos días de reposo. Tuve que faltar al trabajo en el mercado y pasar todo el tiempo encerrado en casa, tomando té y analgésicos, pero nada me ayudaba a sentirme mejor. Caí en la cuenta que esto debía ser por los nervios, ya que estaba a dos días de casarme. Esos dos días fueron cruciales en la historia, por lo que los relataré con lujo de detalles.
 
Comenzaré aclarando que me casaba el viernes. Era miércoles por la noche. Rada estaba arriba, en el baño. Yo estaba preparando café y fumando un cigarro contra la ventana de la cocina, cuando vi que llegaba una patrulla y estacionaba a unos metros de casa. Pensé que sería aquel compañero de trabajo de Rada que solía venir seguido a traer papeles y ya me conocía, pero no, era Pandora. Por un momento sentí que se me detenía la respiración. El cigarro me quemó el dedo y lo apagué rápido tirándolo en el lavabo. Ella se acercó a paso veloz a la casa y antes de que tocara la puerta yo abrí.
 
Pandora me miró a los ojos con la mirada turbia, como si una nube gris le empañara la vista. No saludó, y se llevó la mano al arma que tenía en la cadera, pero no la desenfundó. Caminó para atrás varios pasos, bajando la escalinata de la entrada. Yo estaba muy inquieto. Al parecer, ella seguía sin estar enterada de nada sobre mí.
 
—¿Qué haces aquí? —preguntó Pandora —. Tú tenías que estar en Newcastle desde hace un mes.
 
—Ahora vivo aquí —respondí, apretando la tela de mi camiseta entre las manos.
 
—¿Vives aquí? —preguntó ella y se rió, totalmente incrédula.
 
Yo permanecí serio y enseguida ella comenzó a mirar a todos lados con cara de asombro. Entonces levantó la cabeza, vio la luz en el piso de arriba y oyó la ducha.
 
—¿Vives aquí... con Rada? —preguntó sin dejar de mirar la ventana.
 
Estaba inexpresiva, lúgubre y pálida como una muerta; no dejaba de mirar la ventana. Temí por mi vida, por mi porvenir, todo parecía estar pendiendo de un hilo.
 
—Sí, aquí con Rada —puse las manos en el marco de la puerta, impidiéndole el paso a la casa en caso de que tratara de entrar, y con más seguridad agregué:—. Nos casamos pasado mañana.
 
Ella contrajo la nariz y negó con la cabeza mirándome despectiva. A pesar de que ella tuviese el arma, la ira que me daba sentirme despreciado, que se burlara de mí, me hizo sentir más valiente.
 
—Sé a que viniste y déjame decirte que no vas a conseguir nada, porque no te dejaré que me robes la oportunidad de tener una vida mejor —afirmé saliendo de la casa, aproximándome a ella, apuntándola con el dedo de forma acusadora; su sonrisa sobradora desapareció al instante.
 
—¿Una vida mejor? ¿Aprovechándote de un hombre sólo por dinero? —respondió sacando el arma, pero aún no se animaba a apuntarme.
 
Tomé más coraje y avancé hacia ella con rapidez, la agarré de un hombro y se lo apreté con fuerza.
 
—Él está de acuerdo. Y yo lo hago por extrema necesidad. Que yo sepa... tú... tú no necesitas de nada. 
 
Pandora gimió de dolor y trató de sacarse mis manos de encima, con la otra mano no soltaba el arma, pero tampoco apuntaba. Ambos nos miramos más de cerca. Casi nos tocamos las caras. Pandora destilaba ira pura en su mirada. El agua de la ducha dejó de sonar. Observamos los dos la ventana justo cuando la luz del baño se apagó. Yo no la soltaba y le apreté con más fuerza el hombro, clavándole la uña del pulgar en el hueso de la clavícula. Pandora gimió más fuerte, me pateó y por fin me puso la pistola en la cabeza, pero yo sabía que no iba a disparar, estaba confiado, algo me decía que ella no haría nada. Sin apartar mis ojos de los suyos, la solté y ella, llena de locura contenida, enfundó de nuevo el arma entre temblores constantes.
 
Yo le hablé claro esta vez. No quería pasar a mayores.
 
—Vete por donde has venido, Pandora. Perdiste tu turno. No me provoques y no te metas, porque apenas logre conseguir el dinero de la herencia te quitaré del medio en un segundo si sigues molestando —le dije y no la dejé contestar: me metí otra vez a la casa y le cerré la puerta en la cara.
 
Me importaba un bledo lo que Pandora quisiera decirme. Volví a la cocina y esperé, observándola a través de la ventana. La vi correr veloz a la patrulla, y enseguida se fue sin siquiera voltear a echar un último vistazo. Yo estaba con el corazón en un puño, pero no era por ella, era por Rada que estaba bajando la escalera.
 
—Kanon, ¿me preparas un café? —me dijo tan calmado, parecía no haber notado nada.
 
—Sí, ya voy —me obligué a contestar.
 
Encendí otro cigarrillo y me puse a hacer café a toda velocidad, buscando desesperadamente frenar la ansiedad que me estaba carcomiendo por dentro. Rada se acercó por detrás de mí y sacó un cigarrillo de mi bolsillo. Yo me di vuelta, se lo encendí, y seguí con el café.
 
—Kanon, estás muy callado —me dijo Rada y puso tiernamente una mano sobre la mía que sostenía la cuchara, al instante notó que estaba temblando y la expresión de su rostro se tornó rígida—. ¿Sigues enfermo?
 
—No. Estoy perfecto —murmuré, sus ojos me estaban incomodando, estaban mirándome con tanta fuerza que parecía que desprendían una energía extraña y terrible.
 
Comprendí que había sido un imbécil. Sí me importaba la herencia, sí me importaba mi nueva vida. Si Rada se enteraba de todo ya no tendría nada a lo que aferrarme en este mundo. Yo era una cosa horrible, carecía de honra. ¿Cómo pude haber creído siquiera un instante que me había vuelto alguien desinteresando y honesto? Si me conocía a mí mismo, y sabía que era imposible volverme un buen hombre. Rada se dio cuenta también; siempre se daba cuenta. Me quitó el café de las manos y me aferró los antebrazos con fuerza.
 
—¿Hiciste algo? —preguntó enfadado.
 
—No, no hice nada. Siempre la misma pregunta. Soy así, nada más —le contesté con rabia retorciendo los brazos, pero no me soltaba.
 
—Sí, así de mentiroso. ¿Qué hiciste? —gruñó y me tomó del cuello con ambas manos.
 
—¡Nada! ¡Nada, no hice nada! ¡No puedes ser más paranoico! ¡¿Por qué no te vas a trabajar de una maldita vez?!
 
Le grité como un maniático y también lo tomé del cuello. Estaba poniéndome rojo. Sentía el calor en toda la cara y comencé a toser. Creí que Rada me iba a ahogar hasta hacerme daño, a pesar de que yo ni siquiera estaba apretando su cuello, pero me soltó de repente.
 
—Tú no me vas a echar de mi propia casa —me dijo Rada.
 
—Nuestra casa, James —le corregí sonriendo como idiota mientras me masajeaba el cuello.
 
—Me divierte que uses mi nombre de pila cuando quieres fingir seriedad. Eres estúpido, Kanon, muy estúpido. Ante la ley no somos nada.
 
—Todavía, pero tú no vas a negarte... ni hoy, ni nunca.
 
Di por finalizada la charla y luego de empujarlo, terminé con el maldito café. Se lo dejé en la mesa y me fui a sentar en los escalones de la entrada. Estaba atontado, ido. Un cosquilleo feísimo me recorría el cuerpo. Odiaba discutir con el imbécil de Rada... El simple hecho de recordarlo hace que vuelva a enfadarme.
 
En el reloj dieron las doce. Era jueves. Quedaban veinticuatro horas. Eso era lo único que cruzaba mi cabeza. Y en eso estaba concentrado cuando la puerta se abrió tras de mí y Rada vino a sentarse conmigo, con el café en la mano.
 
—Hace frío, Kanon. Vete adentro, te enfermarás de nuevo y vas a volver a faltar al trabajo.
 
Ahí estaba otra vez su tranquilidad glacial. Me gustaba, pero en parte la odiaba tanto... Hundí la cabeza en mis manos y él me rodeo la espalda en un abrazo duro, sobrio. Levanté la cara y le besé la mejilla, su piel estaba recién afeitada, pero aún así era rasposa y dura. Él me rodeó por completo en un abrazo sin sentimientos.
 
—Rada, no hice nada. Sí hay algo que no te dije... pero no hice nada —mascullé contra su cuello. <<Tengo talento para fingir, no tengo que dejar que él me intimide>>, me dije, y haciendo acopio de entereza le mentí en la cara—. Es algo de tu hermano mayor. Algo que me enteré.
 
Él sorbió un trago de café y escuchó atentamente toda mi patraña, sin perderse ninguna palabra de todo lo que decía.
 
—Tu hermano está planeando venir a vivir aquí —comencé a inventar todo en ese instante, y hasta yo me sorprendí del talento que tuve para atar ideas tan rápido—. El otro día apareció en la tienda, yo le cobré su compra. Sé que era él, no me confundí, recuerdo las fotos que me mostraste. Estaba con una mujer, hablando sobre comprar una casa aquí, cerca del centro. No te lo dije porque... bueno, ya sabes. Soy egoísta, pienso sólo en mí, como dices constantemente. En fin, es solamente eso. Mientras estabas en la ducha me alteré pensando en todo lo que esto podría traer, por eso me viste raro. Quería solucionarlo por mí mismo, ver si podía aportar algo a esto. Estoy sintiéndome un inútil, eso me frustra.
 
<<Bien, eso suena creíble>> pensé, pero Rada sabía de mentiras tanto o quizá más que yo. Si llegaba a tragarse toda esa tontería más ganas tendría de casarse conmigo.
 
—Ese infeliz... —gruñó él y tiró la taza de café por los aires—. El abogado me advirtió de esto, pero no pensé que lo haría. Es un...
 
En ese momento no pude aguantarme más y solté una risita grave y siniestra. Él me miró atónito, apretó un puño presto a golpearme, pero yo continué como un estúpido. ¡No podía salirme todo tan bien! ¡Acababa de inventar semejante mentira, y resultaba que en aquello estaba sucediendo realmente!
 
—¿Cómo hace tu abogado para adivinar siempre todo lo que sucede? —le dije con sarcasmo, completamente decidido a llevar mi falacia más lejos—. ¿No será que tus hermanos y tu abogado planean cosas a tus espaldas, Rada? Bah, tu abogado, tu abogado... El abogado de tus padres. Si te da tantas facilidades a ti porque le prometiste dinero, quizá hace lo mismo con tus hermanos. Después de todo, aunque tú hayas prometido sobornos, la realidad es que ese dinero no lo tienes todavía.
 
Rada se quedó aturdido. Hundió la cara en las manos y se mesó el rubio y pajoso cabello. 
 
—Tienes razón. ¡Qué imprudencia! ¡¿Confiar en un abogado?! ¡¿Cómo pude confiar en un abogado?!
 
¡Y todavía me daba la razón! No podía tener más ganas de reírme, estaba aguantando todo lo que podía. ¿Se quejaba de que había confiado en un abogado, pero no se daba cuenta de que estaba confiando y metiendo en su casa a un inmigrante ilegal? Pensé que Rada iba a ser más listo.
 
—Ya no sé que hacer con esto.
 
—Sí sabes que hacer, sólo que no lo haces —le dije más animado, ahora él estaba en mi terreno—. Amigo, debiste haber trazado una línea con estos tontos desde el principio, pero como no lo has hecho se aprovechan de ti. El abogado, tus hermanos, todos quienes sean, entrarán en razón sólo cuando establezcas un límite. Piensa en todo lo que quieren quitarte de forma ilegítima y busca una solución. Vamos, Rada, tranquilízate. Me tienes a mí, que aunque no lo creas puedo serte muy útil.
 
—Sí. Tienes la boca llena de verdad —me dijo de repente, se veía muy exaltado, los ojos ambarinos le brillaban como dos soles—. Vamos, Kanon, tenemos que hacer algo. Llamaré al trabajo y diré que hoy voy a faltar por una urgencia; después de todo no me corresponde el día, sólo me pidieron que supla a un compañero.
 
Se puso de pie y se fue adentro. Yo lo seguí de inmediato, excitadísimo de pies a cabeza. No temía al futuro. Rada estaba tan seguro que me contagiaba el ánimo. Tenía que ver como seguir llevándolo por mi camino.
 
Rada se fue al salón. Yo iba tras él cuando me di cuenta que la taza del café seguía tirada afuera. Salí a buscarla y vi de nuevo el coche de la policía. Era Pandora otra vez ahí, fastidiando. O quizá ni siquiera se había ido y había permanecido rondando en las cercanías. Estaba como a ciento cincuenta metros, pero se notaba claramente que era ella. Aquella sensual trenza negra, abultada y larga era inconfundible. Caía sobre su pecho como una serpiente. Y la mirada examinadora, llena de desconfianza, parecía llegar hasta donde yo estaba. La muy estúpida no pensaba rendirse tan fácil. Le eché un último vistazo a su figura, sentada en el capó de la patrulla con su uniforme policial radiante bajo la luz de la farola, un poco escondida entre la niebla. Parecía un fantasma. Aún con Pandora en la cabeza me metí adentro y cerré con llave. Seguía sin entender que estaba queriendo hacer Pandora. ¿Acaso buscaría meterme en la cárcel o buscaría quedarse con Rada? ¿Ella querría a Rada? Y si lo quería, ¿que tanto lo hacía? Ese comportamiento suyo me llenaba de unas sensaciones muy confusas y todas ellas oscuras.
 
Fui con Rada al salón. Le dije que se había olvidado la taza. Él no me hizo caso. Fumaba, como todo el tiempo, mientras anotaba algunos números y direcciones en un papel, ajeno a mí presencia. Eran cerca de la una. Le dije que no iba a arreglar nada a esa hora de la noche, y podíamos encargarnos de eso en la mañana. Le insistí hasta que accedió. No sé qué hacía siendo tan amable. Quería llamar su atención, pero ni yo mismo entendía el motivo. Insistí hasta que lo convencí de dejar todo y nos fuimos a dormir. Fue la primera vez que nos abrazamos durante toda la noche.
 
Rada se levantó al despuntar el sol y se lo pasó haciendo trámites y <<ajustando cuentas>> con el abogado durante todo el día, mientras yo volví a mi turno en el mercado. Al volver le pregunté en qué había quedado todo, pero prefirió no decirme nada porque seguía desconfiando de mí. <<Como quieras>> le dije; de todos modos ese asunto me importaba muy poco.
 
Llegó a casa cerca de las seis de la tarde. Esa noche entraba a trabajar a las diez, así que salimos a dar una vuelta por la playa. Llevamos un whisky y nos sentamos a beber en las escolleras del faro St. Mary. Yo llevaba histérico todo el día con varias preguntas que no me dejaban en paz, y esa me pareció la ocasión más conveniente para hacerlas.
 
—¿En la comisaría qué tal? ¿Pandora cómo está? —le dije.
 
Él me miró sonriente. Los dientes se veían radiantes, sus colmillos sobresalían hacia adelante grandes como los de un animal. Se veía impresionante. Me contestó que Pandora estaba bien, arrogante y malvada como siempre.
 
—Siempre está todo como siempre —contesté irónico, me reí y me recosté sobre su hombro.
 
Dispuesto a hacerle lo que él me hacía a mí, bebí más whisky y le hice una pregunta con ese tono amenazador que él ponía cada vez que sospechaba de mí.  Le dije: <<¿Qué es lo que no me estás diciendo, Rada?>>
 
—¿Yo? ¿Qué es lo que tú no me estás diciendo? ¿Qué te dio que preguntaste por Pandora? —me respondió volteando la cara.
 
Estaba tan cerca de mí que por un segundo se me olvidó las estupideces que estábamos hablando, la incomodidad de la arena sucia bajo mis manos y el viento frío que me escocía los ojos. Casi lo besé, pero me conformé con dejar mis labios suavemente en la comisura de los suyos. Entonces le dije: <<No me gusta Pandora>>. Él me preguntó si tenía celos.
 
—No, sólo me molesta que obedezcas lo que ella te diga —le dije—. ¿No tienen los dos el mismo cargo? ¿Por qué le haces caso a esa mujer? Es humillante para mí.
 
Yo acaricié un poco una de sus piernas, él estaba ebrio o fingía estarlo y se dejó tocar sin poner objeciones.
 
—¿Es humillante para ti algo que hago únicamente yo? Kanon, yo actúo así para molestarla —murmuró y se acostó sobre la arena tapándose la cara con las manos, en ese momento me dejó confundido, pero preferí hacer silencio y escuchar sus explicaciones—. Creo que le irrita más que obedezca lo que me ordena a que sea rebelde. A veces la odio demasiado, pero necesito estar cerca de ella porque no puedo dejarla ser feliz.
 
—Es decir... ¿sólo quieres amargarle la vida?
 
Metí mis manos frías debajo de su camisa, él tembló brevemente y recorrí con las yemas de mis dedos su vientre hasta llegar su pecho. Rada sonrió apretando los labios y me miró de reojo.
 
—Nunca lo entenderías. Eres demasiado superficial —me dijo y de repente me tomó los brazos e hizo que lo soltara.
 
—No lo soy —le contesté molesto, él se burló de mí en silencio y se puso de pie—. Rada, yo entiendo mejor que nadie los malos sentimientos.
 
—¡Sin duda que los entiendes! Pero los míos no son malos.
 
—¡Pero si me acabas de decir que quieres joderle la vida! Vamos, no eres claro. ¿Qué quiere decir?
 
Pero él no aclaró nada.
 
—No dije que quería joderle la vida... sólo digo que a veces cuando pienso en ella la imagino tan desgraciada que... que... nada, basta, no dije nada —fue lo único que dijo, comenzaba a ponerse realmente borracho como para expresarse con coherencia y levantarse de golpe del suelo lo había atontado un poco.
 
Rada tomó la botella de whisky y echó a andar hacia la casa. Yo lo seguí, y en el camino me dijo que olvidara todo, pero yo no lo olvidé. No pude. Se instaló en mi cabeza.
Notas finales:

Capítulo final el viernes.


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