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Dos pobres bastardos por EtaAquarida

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Notas del capitulo:

POR FAVOR LEER.

 

Advertencia: iban a ser tres capítulos, pero serán cuatro (no se preocupen xD no pienso meter relleno, lo odio).

Me hubiera quedado demasiado largo este capítulo si metía todo porque no quería dejar afuera nada de la historia. No quiero cansar a quienes me leen, así que mejor lo corto y creo que también se ve mejor si separo las dos partes de la historia que componen el conflicto central y su desenlace.

Sin más, dedico este capítulo a la usuaria Ferecides que tan amorosamente me dejó una reseña hace poco (y al resto de comentarios también, en serio, muchas muchas gracias, porque yo sé que soy super lenta para actualizar y lo siento, a partir de ahora no comenzaré a publicar ninguna historia que no tenga ya avanzada, ese será mi compromiso).

En fin. No los molesto más.

Disfruten.

Cerca de las diez Rada tomó su auto y se fue al trabajo. Yo ni siquiera lo saludé. Habíamos estado en silencio desde que nos marchamos de la playa. Esa noche no me acosté, estaba demasiado inquieto y me dolía el estómago por los nervios. Me dediqué a fumar y tomar té en el sillón de la sala, hasta esperar que se hiciera la hora en que Rada regresaba de la comisaría. Acabé por quedarme dormido allí sentado y no lo escuché llegar. Cuando desperté era cerca del mediodía y Rada estaba dando vueltas por la casa con el cepillo de dientes en la boca.
 
—Arréglate un poco, que nos vamos al civil —me dijo mientras se servía agua.
 
Yo asentí y fui a cambiarme. Estaba confundido. Ya era la hora y ciertamente parecía un día como cualquier otro, sólo más agitado de lo normal, pero un día cualquiera al fin y al cabo. Iba a casarme y no sentía nada verdadero que me impulsara a hacerlo ahora que había llegado el momento. No quería casarme por interés, o mejor dicho, no sabía qué quería realmente, y mi indecisión habitual me estaba jugando una muy mala pasada. Por un momento hasta tuve ganas de saltar por la ventana y escaparme a donde fuera, lejos de la casa y de Rada, de Pandora, de la herencia y el matrimonio; escaparme y tener más tiempo que me permitiera pensar mejor las cosas, pero sabía que era imposible.
 
Dejé mis dudas de lado, me puse ropa limpia, me peiné y me afeité; hice todo lo más rápido que pude para evitar pensar, todo fue mecánico. Salí, subí al auto de Rada, llevábamos nuestros documentos, los testigos, que serían el abogado y alguien que yo no conocía, ya estaban en la oficina del registro civil. El día era sombrío, y de a ratos caía una suave lluvia arremolinada por el viento marino que se iba a lo pocos minutos. Rada no hablaba, miraba fijo el camino de la carretera, yo miraba el mar y los barcos pesqueros que se veían como manchas pequeñas en el horizonte. Tenía ganas de oír música y distraerme un poco, pero Rada nunca tenía nada para escuchar en el auto, y en menos de lo que esperaba ya estábamos en el civil.
 
Entramos y una mujer de mejillas rosadas y aspecto maternal nos atendió en la oficina. El abogado se veía feliz, con cara triunfante y los ojos le brillaban de ambición. En ese momento me di cuenta de que se parecía a una rata. Me asqueó un poco, pero no dije nada. Me alegraba de que por fin nos sacáramos de encima a ese sujeto. El otro chico se llamaba Manfred y tenía aspecto de repartidor de pizzas, aunque ni siquiera sé que hacía de su vida. Nos hicieron preguntas que contesté sin darme cuenta y nos pidieron intercambiar votos, al vernos dudosos la señora nos ofreció elegir entre algunos que nos podían facilitar allí mismo ya preparados. Dijimos que sí, que eso sería lo mejor y Rada los eligió él solo. Yo estaba indiferente, más indiferente de lo que nunca había estado. Quería volver a casa cuanto antes a ver la televisión. Dijimos nuestros votos con total apatía. <<Compromiso... blah blah blah... fidelidad... blah blah blah...entrega...blah blah blah...>> Firmamos papeles. <<Sí, acepto>> por fin y, luego de que hablaran los testigos, Rada sacó un anillo de un bolsillo que yo ni siquiera sabía que había comprado, me tomó la mano y me lo puso. Me dio otro y yo se lo puse. Parecíamos robots. Comprendí que esas alianzas no significaban nada realmente y pensé que apenas saliéramos iba a tirar la mía. No me correspondía. No me quejé, ni dije nada de todos modos y continué con mi mente ausente. Luego salteé varios minutos en que no me di cuenta que pasó, pero ya teníamos nuestro certificado de matrimonio.
 
Cuando salimos Rada y el abogado se dieron la mano. Yo me alejé un poco para fumar y los dejé solos hablando sus temas. El muchacho, Manfred, salió y me saludó, me pidió un cigarrillo y le di uno, luego saludó a Rada y se marchó en bicicleta. Era todo tan anodino y absurdo... No había ni un mínimo de encanto en un compromiso por interés y no podía disimular que estaba poniéndome triste.
 
Subí al auto para estar a solas un poco mientras esperaba a Rada y fue entonces que vi otra vez a Pandora. A ese punto ya sospechaba si no sería mi imaginación, porque me parecía verla en todas partes cuando no estaba realmente allí, pero esa vez sí era, estaba tomando un café en el bar frente al civil y observaba a Rada con el tipo de mirada que sólo puede tener alguien con el corazón roto. Yo no podía despegar los ojos de ella, y en ese momento comprendí que la odiaba con ese tipo de odio que se tiene sólo una vez en la vida. La odiaba más de lo que odiaba a mi familia y eso era decir ya mucho.
 
Por suerte Rada vino enseguida y echamos a andar sin mirar nada más que al frente. Ahora parecía más sereno, pero extrañamente ausente. Supuse que por una parte estaba feliz porque sus hermanos ya no tendrían nada de la herencia y él se había salido con la suya, pero que aunque sus planes hubieran salido bien no era eso lo que él quería.
 
Nadie habló hasta llegar a la casa. Ese día lo teníamos libre los dos en el trabajo por el casamiento, así que íbamos a tener que estar a solas muchas horas. Algo había que hacer para no morir de aburrimiento. Así fue que puse algo de música tranquila y busqué el whisky que habíamos estado bebiendo el día anterior. Nos fuimos a las escaleras de la entrada de la casa, que era prácticamente nuestro lugar de meditación, y nos sentamos a beber.
 
—Te agradezco por hacer esto por mí, Kanon —me dijo luego del primer trago.
 
—¡Qué va, Rada! No ha sido nada. Yo no tenía nada que perder por ayudarte y tú me diste mucho... —mientras hablaba sentí como si un enorme peso se instalara en mis hombros y me lastimara, una lágrima se me salió, pero por suerte estaba del otro costado de la cara donde Rada no me veía.
 
—No pensé que cumplirías tu palabra de todos modos. Y tenías razón sobre el abogado, ¿sabes? Tendré la herencia muy pronto, y ya nos desharemos de él. Es un tipo repugnante.
 
<<Nos desharemos...>>. Me incluía. Me pareció todo estúpidamente cómico y me reí como un cínico idiota. Se lo dije.
 
—Eres un imbécil —me respondió.
 
Bebimos otro trago y pensé un poco más. Comprendí que lo quería de un modo que no estaba dispuesto a admitir abiertamente. Quería decírselo, pero no de forma explícita, quería expresarlo de otro modo, un modo que no mostrase mi lado más débil sin filtro alguno.
 
—Creo que no quiero un matrimonio temporal —dije como quien no quiere la cosa, mientras me desabrochaba los botones de las mangas de la camisa—. Estoy bien en esta casa y no me gusta estar solo. Creo que a ti tampoco te gusta estar solo, Rada. No es por el dinero, hablo en serio cuando te digo que quiero quedarme aquí... contigo... ¿qué dices?
 
La voz me temblaba y me di cuenta cuando acabé de hablar. Estaba viviendo algo que jamás me había sucedido. Era un sentimiento diferente a la satisfacción del triunfo sobre alguien, diferente a cualquier emoción producto del egoísmo y la mentira y no quería perder eso tan valioso que había encontrado en él.
 
Rada no contestó, pero noté un cambio en su semblante, más serio ahora. No se atrevió a verme a la cara, pero recostó tímidamente su cabeza sobre mi hombro y puso su rostro sobre mi cuello, respirando fuerte. Aquello me conmovió y le acaricié la espalda mientras me inclinaba a besar su pelo. Él me quebraba. Tenía algo que hacía que me rindiera ante él, aunque no era amor, era un sentimiento indefinido, como si a su lado no tuviera la necesidad de fingir nada.
 
—Está bien, Kanon. No te vayas —susurró pasando un brazo por mis hombros.
 
Le respondí que jamás me iría. No necesitaba prometerlo, porque mis promesas eran siempre falsas. Así estaba bien. Entonces miré el anillo que tenía en la mano y me alegré de no haberlo tirado. Ya estábamos casados, era diferente a simplemente convivir en la misma casa como dos desconocidos, y quizá, con un poco de suerte, nuestras vidas podían quedarse así por mucho tiempo y ambos estaríamos mejor.
 
Día tras día pareció ser así. Primero cobramos la herencia, pagamos los sobornos y nos deshicimos del abogado. Rada puso el resto del dinero en el banco en una cuenta común, lo cual fue un voto de confianza de su parte que no esperaba en lo absoluto. Dejé de desear su fortuna de un momento a otro y comenzamos a llevar una vida aislada del mundo, ajena a todo, en aquella oscura y silenciosa casa de la pacífica ciudad de Whitley Bay, frente a la costa desde donde veíamos el viejo faro St. Mary. Una vida con té, con café, con whisky y cigarros. La televisión, la música tranquila. El auto afuera. Sentarnos en la escalera. Las tardes de siesta en la cama de Rada al volver del trabajo en el mercado. Rada cubriéndome con una manta al llegar de la comisaría. Rada suspirando leyendo sus libros a la luz del velador durante la madrugada. Nuestras pláticas de siempre: <<Kanon, ¿me preparas un café?>>, <<¿Cómo estuvo tu turno en la comisaría?>>, <<Como siempre, me aburro>>, <<Hace frío, siempre te enfermas, métete adentro>>, <<Rada, ¿estás preocupado?>>, <<Eres un idiota>> y, luego de todo eso, abrazarnos al dormir sin decirnos nada más, sin importar lo que hubiera pasado en ese día o en el que estaba por venir. El tiempo parecía no transcurrir, pero lo hacía; mes tras mes; cinco meses en total. ¿Por qué no pudo quedarse así?
 
Todo cambió una noche de agosto. Rada no trabajaba ese día y había decidido irse a ver a un amigo. Dijo que volvería temprano, por lo que decidí cocinar para cenar juntos cuando regresara. Me puse guantes desechables porque me daba asco tocar carne con las manos desnudas y estaba por comenzar cuando tocaron la puerta. Pensé que Rada se habría olvidado algo, así que abrí la puerta con descuido.
 
Era Pandora.
 
La cara me cambió al instante. Lo supe por la expresión que puso ella. Seguro debía parecer el mismísimo diablo, porque hasta le noté cierto temor en los ojos. Pero ella era de ese tipo de mujeres que no se acobardan, hizo de tripas corazón y se paró con seguridad en el umbral de la puerta.
 
—Vine para que hablemos tú y yo —me dijo—. ¿Cuál era tu nombre?
 
—Kanon.
 
—Kanon, muy bien. ¿Me invitas a pasar a la casa de Rada? —dijo en tono provocador.
 
Enseguida capté todo el desprecio que me tenía y como éste era tan grande como el odio que yo le profesaba a ella. La dejé entrar mientras apretaba los puños conteniendo mi rabia.
 
—¿A qué viniste? No sé qué quieres, pero me cansé de verte siempre en todas partes. Pareces una loca —le reclamé inclinándome sobre la mesa de la cocina.
 
Ella retrocedió un poco.
 
—Kanon, escúchame. ¿Qué quieres de Rada? ¿Es que tú no ves que no... que no te ama? —inquirió dudosa—. Lo que sea que tiene contigo es sólo la fuerza de la costumbre. Kanon, es a mí a quien Rada quiere. Yo también lo quiero. Estoy dispuesta a decírselo. No debería contártelo a ti, pero he pasado situaciones angustiantes desde que tú llegaste a la comisaría, situaciones personales ajenas a ti, pero que han hecho que cambiara mi visión de principios que creía inobjetables. Soy otra persona ahora. Ya no quiero ver a Rada sufrir, ni quiero verlo tan solo.
 
Me quedé temblando, casi entrando en pánico, mientras un resentimiento seco en forma de escalofrío me bajaba por la columna. Así que eso quería la muy maldita... y había esperado tanto para venir a decirlo. Comenzó a resultarme difícil la tarea de respirar. El aire no pasaba de mi garganta y comenzaba a sentir un estado de alteración que nunca antes había vivido. Creí que me iba a desmayar.
 
<<No puede estar pasándome algo así>>, pensé en ese instante. Mi vida no era nada sin Rada; era un sopor inaguantable que sólo se iba cuando estaba con él. Fuera de nuestro escaso tiempo juntos yo era cualquier cosa que no mereciera la pena. Él me ayudaba, estábamos unidos a pesar de toda la aparente frialdad. Siempre supe que nada iba a acabar bien en todo aquello, que iba a terminar consumiéndome, pero quería aprovechar hasta el último momento lo bueno que pudiera darme y de ningún modo había pensado que aquel último momento llegaría tan pronto.
 
Al ver que su estrategia de "ir por las buenas" no funcionaba y sólo me dejaba pensativo, Pandora decidió ser más combativa luego de que yo le dijera que Rada estaba conmigo, y ya no estaría solo nunca más.
 
—Ya te casaste con él. Obtuviste todo lo que pudiste querer. ¿Por qué no paras? ¿Por qué no te vas de esta casa? ¿Acaso lo quieres? —preguntó encarándome viniendo hacia mí.
 
—¿Por qué no lo querría? —respondí lacónico.
 
—Porque tú no quieres. Se te nota. Nunca nadie podría creer algo así de ti. No tienes honor, mucho menos respeto por él ni por ti mismo.
 
—Tus parámetros de honor o respeto no son los míos. Tú no sabes nada de mí... tampoco de él... no soy como tú crees —mascullé tapándome la cara, ya no quería mirarla, porque si la miraba solamente se me cruzaba por la cabeza el deseo de que la abatieran todas las desgracias del mundo.
 
Pero ella insistió. Insistió tanto que acabé por juntar valor y mirarla. Al instante tuve ganas de golpearla, pero me contuve.
 
—Quiero que te vayas ya mismo de mi casa —le dije casi sin voz—. No vuelvas nunca, porque juro que te destrozaré.
 
Ella sonrió tan hipócrita y cruel que me dejó estático por un momento. ¿Era posible que existiera alguien así? Era como yo, pero mucho peor; era totalmente horrible; era lo que yo me había salvado de ser gracias a Rada. Allí Pandora entendió igual que yo que no habría vuelta atrás. No podíamos seguir hablando. Le señalé la puerta y ella asintió sonriendo de lado, provocándome con unas últimas palabras antes de darse la vuelta para irse:
 
—Me voy, sí, pero pronto te vas a ir tú. Y el único recuerdo que tendrás del hombre del que te aprovechaste será ese anillo que nada significa para él. Y te arrepentirás de haber venido a esta ciudad, porque aquí conocerás tu fin. Buenas noches, amigo Kanon.
 
Ahí todo transcurrió en cámara lenta. Ella girando, su hermoso cabello haciendo una pequeña onda en el aire, sus pasos hacia el arco de la cocina rumbo a la puerta de entrada, yo gritando y tanteando con la mano sobre la nevera, el arma reglamentaria de Rada, mis dedos quitando el seguro y en sólo un instante un disparo tras otro que entraron en la espalda de Pandora, sus piernas perdiendo el equilibrio, su cuerpo cayendo de frente tras la mesa, la cabeza golpeando una silla, la sangre oscura expandiéndose por el suelo como si se hubieran derramado varios cartuchos de tinta roja y luego el silencio total donde sólo sentía el retumbar lejano de los disparos en mi cabeza aturdida.
 
La había matado. Estaba muerta y ni siquiera me había dado cuenta de que lo había hecho yo. Sabía que era yo, pero no lo asociaba conmigo, no comprendía mi acto.
 
Me caí de rodillas contra la puerta de la nevera. Me sentía exhausto, casi sedado, mi mente estaba imposibilitada para abarcar las dimensiones del asunto. Temblando tomé el teléfono y llamé a Rada, le dije que viniera lo más rápido posible. No le expliqué nada. Me levanté como pude, dejé el arma sobre la mesa y, evitando mirar, fui a continuar con la cena, sólo por tener algo que hacer.
 
Rada llegó antes de lo que yo esperaba. En el momento en que escuché la llave girar en la cerradura de la entrada comencé a llorar en silencio de los nervios, las piernas no me dejaban de temblar. Apenas Rada entró se paró en el umbral de la puerta de la cocina y me miró, después miró el cuerpo de Pandora frente a mí por largos, secos, amenazantes segundos, y al fin volvió a mirarme.
 
La pistola, su pistola, descansaba sobre una esquina de la mesa. Yo me quité los guantes lentamente y los eché a la basura mientras él comenzaba a alterarse por dentro, podía verlo en sus ojos que brillaban como nunca. Tenía la cara roja, la nariz le subía y bajaba con la respiración como si se tratara de un toro enfurecido.
 
—¿Qué has estado ocultando todo este tiempo? —dijo torciendo la boca en una mueca desagradable.
 
—Ella quería casarse contigo —confesé mirándolo a los ojos, y al instante éstos se pusieron más oscuros, como si su alma se hubiera agrietado en ese instante—. La misma noche en que tú y yo acordamos casarnos apareció aquí diciendo que había cambiado de opinión y quería casarse contigo, pero yo hice que se fuera. No quería decirte nada de esto. Esperaba poder quitarla del medio yo solo para quedarme contigo. Ella ya había dicho que no, no tenía derecho a una oportunidad. Ella muchas veces aparecía en lugares... nos espiaba y vino a decirme que quería estar contigo... que tú no sientes nada por mí... me enfureció...
 
Las palabras se agolpaban por salir de mi boca hasta dejarme sin aliento. En sólo un instante había creado una barrera indestructible que separaba mi vida en dos. La vida cálida y preciosa al lado de Rada y luego todo lo demás, toda la confusión, el miedo y el desastre. Lo sentía muchísimo porque eso había roto nuestra unión para siempre, pero nada podía solucionar lo que había hecho.
 
—No te creo —susurró él y me miró fijo con toda la intensidad que sus ojos podían demostrar, las venas de su frente comenzaron a marcarse.
 
—¿Y qué crees? —le dije enfadándome, no buscaba nada más aparte de que me creyera por lo menos esa única vez.
 
 Él le echó una ojeada al cuerpo de Pandora otra vez, esta vez su mirada expresaba algo de pena.
 
—La mataste por ambición.
 
Me eché a reír por lo bajo, como siempre que estoy nervioso, y le miré con mi peor cara.
 
—¿Ambición? No seas imbécil. Nunca la ambición me ha cegado tanto como para llegar a algo así —respondí enfadado, sentía que me estaba comenzando a hervir la sangre—. Si así fuera no te trataría como lo hago.
 
—¡Puedes fingir! —contestó rabioso.
 
Comprendí que sentía celos, pero no podía admitirlo tampoco. No podía admitir tener celos de Pandora y mucho menos si Rada no me quería como yo lo quería. Admitirlo sería quedar aún más patético de lo que ya me veía.
 
 —¡Claro! ¡Igual que fingías tú, escudándote en tu frialdad para excusarte por no demostrarme amor, cuando seguro siempre quisiste estar con ella! ¡¿Dime, a ver, quieres matarme para vengarte porque no eres capaz de admitir que has estado todo este tiempo loco por ella?!
 
—Por favor... sólo cállate ya... —susurró en un hilo de voz.
 
Rada se sentó en el suelo y bebió del whisky que estaba tras la puerta de la mesada. Yo lo miraba. Él miraba el cuerpo con una fijeza obsesiva y no dejaba caer las lágrimas que contenía a toda costa.
 
—Amigo, nunca algo así cruzó por mi cabeza —le dije sin poder contenerme yo mientras las lágrimas se me escapaban—. No quería llegar a esto. No lo planeé.
 
—No te creo. Tú siempre planeas, tú tienes esta clase de ideas —me dijo cerrando los ojos.
 
Las lágrimas le corrieron rápidas por las mejillas hasta llegarle al cuello. Yo no sabía porqué lloraba Rada. ¿Por mí? ¿Por ella? ¿Por los tres? ¿Por la situación? ¿Por qué?
 
—Estás frustrado porque la querías a ella, te entiendo, pero no me acuses de premeditar esto. Eres tú quien ha querido hacerla desgraciada desde siempre. Me lo dijiste con tus propias palabras —me excusé, quería sacar todos los pensamientos que se cruzaban en ese momento por mi mente sin importarme si tenían coherencia o no, sólo quería descargarme—. Tú siempre has sentido algo por ella, hubieras querido casarte con ella.
 
—Sí, hubiera querido casarme con ella —admitió él y me miró despectivo—. No es un secreto. No puedo tener ningún sentimiento hacia ti.
 
—No vuelvas a decir eso. No te creo. Pero no importa, no me voy a ir. Sólo quiero decirte que la perdiste desde el momento en que le propusiste un matrimonio por interés cuando nunca antes habías demostrado ningún sentimiento hacia ella. Ella no era tonta, no se dejaría faltar el respeto por ti de esa manera —le dije, y luego miré al cuerpo de Pandora yo también, el cabello negro tan largo y bello ahora estaba hecho un desastre, embarrado de sangre coagulada—. Ahora pensemos que haremos con ella. No pienso ir a la cárcel. No te dejaré inculparme a la policía.
 
—Yo soy la policía, y no puedo dejarte suelto cuando has asesinado a una persona —me dijo y caminó hasta la nevera, sacando las esposas del mismo lugar a donde dejaba la pistola, a lo que yo me reí estrepitosamente, casi como un demente.
 
—Vamos, Rada. No digas tonterías. Vamos a sacarla, podemos desaparecerla —me aproximé al cadáver, aunque no lo toqué, y me quedé inspeccionando como podía levantarlo—.  Seguiremos como hasta aho...¿Qué crees que haces? —interrumpí todo cuando de pronto sentí algo helado contra mi nuca, me giré y vi que Rada tenía el arma pegada a mi cabeza.
 
—Voy a esposarte —me dijo taciturno—. No te resistas o te vuelo la cabeza. Toda esta farsa ha ido demasiado lejos.
 
—¡¿Farsa?! ¡No puedes hacerme esto luego de todo lo que te he ayudado! —le dije furioso, pero claramente no tenía sentido, ¿ayudado en qué? si solamente me había ayudado a mí mismo.
 
Pero él no me replicó nada. Sólo le quitó el seguro al arma y puso su dedo en el gatillo.
 
—¡Puedes llevarme a la cárcel ahora, pero saldré, y todo será peor para ti! —le advertí muy serio—. No sabes de lo que soy capaz.
 
Él no bajó el arma. Me mostró las esposas y yo ofrecí mis manos a los cepos. Me esposó, yo me quedé quieto, caminé al sillón y me senté a esperar que viniera la policía, ya que Rada los estaba llamando en ese mismo momento. Mientras lo oía al teléfono sólo pensaba en que hacer para librarme de la situación y vengarme de él. En esos instantes lo odiaba tanto como a Pandora. Me había destrozado el alma y todo el cariño que le tenía. Me había hecho perder la esperanza hacia la vida.
 
—¿Sabes qué? Son tus huellas las que están en el arma —exclamé de repente mientras Rada caminaba a abrir puerta.
 
La policía había llegado. Vieron el cuerpo de Pandora, a quien claramente conocían; era su compañera, y alguno hasta soltó una lágrima seguido de aquellos típicos comentarios de <<Nunca llegué a conocerla muy bien, pero no merecía eso>>, <<Pobre chica, era tan joven>>, <<Es una gran pérdida>>. Rada no me delató, no dijo nada sobre mí. De un momento a otro pareció quedarse mudo y no contestó a ninguna de las preguntas que la policía le hizo.
 
Dijeron que lo iban a interrogar en la comisaría y un policía le puso esposas para sacarlo de la casa. Me llevaron a mí también. Él me miraba con sus ojos que lloraban sin cesar, los cuales contrastaban con la expresión totalmente fría de su cara mientras a ambos nos dirigían a patrullas diferentes. No podía dejar de mirarlo. Rada trataba de mantener el temple, pero cuando los dos oficiales que lo escoltaban lo estaban subiendo al auto, se echó a llorar en silencio con mucha más fuerza. Yo lo veía desde mi posición y casi me me eché a llorar con él. Sentía sus lágrimas como ácido en mi alma. La policía se llevó el cuerpo de Pandora y se quedó a examinar la escena. Los de la patrulla donde yo estaba hablaban entre ellos, reconfortándose de que al menos habíamos llamado inmediatamente y la muerte no había sido dolorosa. Parecían no darse cuenta que yo, el asesino, estaba ahí con ellos, separado solamente por una reja.
 
El auto comenzó a andar y pasamos por al lado de la patrulla que llevaba a Rada. Lo vi. Había agachado la cabeza y se veía tan triste que no pude seguir manteniendo la mirada. Sentí un horrible impulso de decir la verdad, como si todas las cosas malas que había hecho en mi vida se agolparan en ese instante y quisieran salir por un cuello de botella. Me sentía tan hondamente miserable que cerré los ojos y no quise saber nada más.
 
No sé bien que pasó después. Durante todos estos años lo suprimí en mi cabeza por la fuerza. Cada vez que me asaltaba un recuerdo me obligaba a pensar en otra cosa, así, hasta que realmente olvidé. Solamente puedo decir que sospecharon de mí, por supuesto. Vinieron interrogatorios, semanas preso, luego el juicio, me encontraron inocente y quedé libre. Rada fue el principal sospechoso ya que sus huellas estaban en el arma y era él quien conocía a la víctima. Jamás se defendió cuando lo acusaron. Nunca dijo <<No fui yo>>, mucho menos me delató. Estaba totalmente indiferente a todo. Parecía sentirse tan culpable de la muerte de Pandora que estaba dispuesto a asumir él mismo las consecuencias de mis actos con tal de aliviar su remordimiento.
 
A faltas de prueba contra mí tuvieron que soltarme. A Rada lo encontraron culpable de asesinato sin premeditación, por emoción violenta y no sé cuantas otras cosas, y fue sentenciado a siete años de prisión con posibilidad de reducir la condena. Durante la sentencia yo estuve ahí, pero no me atreví a observar su cara. Tenía miedo de hacerlo. Sentía que si lo hacía no podría soportarlo más y confesaría, y no podía hacer eso, no podía desperdiciar todo lo que había logrado y si Rada quería cargarse toda la culpa yo lo dejaría que así lo hiciera. Si era tan tonto como para hacerlo entonces era porque se lo merecía.
 
Aún así era todo tan estúpido, tan sin sentido. Lo que más me sorprendía era que Rada no se quejaba y aceptaba todo con resignación. Me sentía como si estuviera viviendo dentro de El Extranjero y Rada fuera Meursault en su juicio.
Notas finales:

Si pueden dejar review se los agradecería. Esta parte me ha costado muchísimo escribirla. Créanme que mientras la iba escribiendo lloraba y sentía con los personajes, ha sido muy duro y puedo decir que es un trabajo del que me siento realmente orgullosa.

Espero que lo hayan disfrutado o sufrido tanto como yo. Los quiero.

 

-Eta.


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