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Canasta de Cuentos de La Doña por MrVanDeKamp2

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Perlas Falsas


 


            La tarde en Maxim’s había sido encantadora. La comida fantástica y la concurrencia no podría ser más sofisticada. María Hill lucía preciosa con el collar de tres tiras de perlas que adornaban su alargado y fino cuello, a juego con dos perlas colgantes en cada oreja.


 


Ella y su esposa Natasha esperaban que el camarero terminara de servir el café para finalizar la espléndida cena cuando una antipática rubia de ojos azules, del brazo de un hombre conocido por su mal carácter y su falta de ética para los negocios se acercó a saludarlas.


 


María instantáneamente reconoció a la mujer, “amiga” de Natasha, quien siempre le había tenido demasiada envidia: era más joven, era más alta, era más delgada, y por mucho, muchísimo, más hermosa.


 


-       Buenas noches – le sonrió a la pareja.


-       ¡Sharon! ¡Que sorpresa! – Natasha le respondió sorprendida pero con temple.


-       Que tal, buenas noches – María le respondió algo más seria.


 


Las tres mujeres se besaron ambas mejillas, pero la rubia y la castaña lo hicieron más por compromiso que por cualquier otra cosa, la pareja saludó también a Brock Rumlow, por ahora amante de Sharon.


 


El moreno se excusó con el pretexto de contestar una llamada, dejando a su concubina con la pareja.


 


-       ¡Pero que belleza! – Sharon señaló el collar de María - Pero dígame María,  ¿no le da miedo utilizar tantas perlas? Dicen que las perlas atraen las lágrimas.


-       Bueno – la castaña le respondió sonriente – a mi las únicas perlas que me han hecho llorar, son las falsas como las suyas, porque las mías, buenas, me dan un placer enorme.


 


Natasha quedó desconcertada ante tal respuesta, así como la mismísima Sharon, quien no tuvo otra opción mas que apretar los dientes y sonreír.


Justo en ese momento, Rumlow llegaba para llevarla a su amante a su propia mesa, besando las manos de ambas mujeres y retirándose con una aparentemente molesta rubia.


 


-       Amor… - Natasha comenzó a decirle en tono bajo.


-       Ella se lo buscó – le respondió sonriente a la rusa – además de que siempre está buscando la forma de criticarme.


-       Por este tipo de cosas nunca te hago enojar – le sonrió con los ojos llenos de brillo.


-       Lo sé – le sonrió la castaña y la tomó de la mano por debajo de la mesa.


 


***


 


El collar de rubíes


           


Scott Lang era un celoso obstinado, y en cierta forma sus acciones estaban justificadas: Matt era bellísimo, amable, de buen carácter y sobre todo muy agradable. Pero tampoco no es que Lang fuera un villano terrible, simplemente amaba demasiado a su chico, y sus miedos irracionales estaban basados en un previo trauma.


 


El día de su cumpleaños, Scott le obsequió un hermoso collar de rubíes y diamantes engarzados en platino, que Matt le supo agradecer con un  salto sobre el y un tierno beso.


Lang sabía que el rojo era el color favorito de Matt, y las gemas lucían más que preciosas en aquella piel lisa y perfecta del castaño. Aunque reservaba la joya solamente para utilizarla en la intimidad o en pequeñas reuniones.


 


Scott, profesor de la universidad, se ausentaba durante algunas temporadas en las que estaba en la Universidad de San Francisco, mientras que Matt, abogado, se dedicaba incansablemente a perseguir la justicia en los tribunales de Nueva York. En una ocasión, después de un largo litigio, por fin consiguió ganar un caso a favor de una anciana que había quedado en la ruina. En pago, y al no disponer de efectivo, la viejecita le obsequió a Matt algunas piedras sin mucho valor que se habían desprendido de alhajas viejas que la mujer había tenido.


El abogado las había dejado en su buró y salió a una noche de ronda con Foggy; Scott, esperando darle una sorpresa llegó sin avisar, encontrando las mencionadas gemas en el mueble.


 


En seguida que llegó el abogado a casa, encontró a un muy molesto Matt:


 


-       ¿Así que recibiendo alhajas?


-       Hola am… - pero Matt enmudeció al ver el ceño de su esposo - ¿Qué?


-       ¡Esto! – le aventó las piedras a la cama.


-       ¡Scott! ¡Déjame explicarte! – Matt sacó en ese momento el carácter que todo abogado tiene – ¡Siéntate y vas a escucharme!


 


Pero el ingeniero no quiso escuchar, salió disparado y Matt se quedó pensando en la forma en la que debería  de darle una lección.


 


Al día siguiente, cuando Scott estaba impartiendo una charla sobre el uso de nanotecnología en el MIT, uno de los mensajeros del despacho de Matt apareció con las bolsas de ropa de Lang, aventándola frente al profesor y toda la sala llena de estudiantes.


El ojiverde, apenadísimo, tuvo literalmente que recoger sus calzones frente a todos y entre toda la ropa, encontró una nota:


 


“Con lo único que me voy a quedar, es con mi collar de rubíes”.


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