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La invitación del fuego por chibibeast

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Notas del capitulo:

Advertencia: -Muerte de personajes poco importantes, pero tienen el nombre de las personas que queremos :)


-Dificultades con los saltos de tiempo... as always.


Eh, consigan pañuelos... just in case :D


Mi adorada Kai

II

 

Seis años transcurrieron, no había vuelto a verlos ni escuchado de ellos. Después de que hubiese caído inconsciente debido a la pérdida de sangre, no recordaba más. Cuando despertó, un lacerante dolor recorrió cada parte de su cuerpo, era como si le hicieran otra vez la misma herida. Una voz conocida le hizo volver en sí, Suzuki se encontraba a su lado, cuidándole en su precaria condición. Su mente se despejó, procesando lo ocurrido: Ya no tenía familia, no era miembro de algún clan, ya no era un samurái, … ya no pertenecía ningún lugar en el mundo. Su maestro le explicó a detalle lo sucedido durante su desvanecimiento: De alguna manera, Yuu logró hacerse con su cuerpo, sacándolo de la fría nieve, le llevó hasta la casa del herrero, donde le limpiaron las laceraciones y le untaron ungüento hecho a base de hierbas medicinales; una carta con su nombre escrito fue dejada al costado del futón.

 

Desmedido el desconsuelo que nubla tu mente al despertar.

La congoja apretada dentro de tu pecho desaparecerá una vez la verdad sea proferida.

El carmín que tiñe tu pesadilla será opacado por la plata y el oro de tu sueño.

 

Era un mensaje vago, pero supo interpretarlo. Su hermano sabía que despertaría confundido porque aún continuara con vida, además, de haber sido apuñalado por él y reducido por su padre. Él quería que supiese que no le dejaría morir, bajo ninguna circunstancia; engañó al clan, rompió un sin número de reglas permitiéndole cumplir su ambición. Aquel recuerdo de ser objetivo de los filos mortales se reproduciría muchos años, sin embargo, el metal fundido y el valor de sus elaboraciones le reconfortaban, haciéndole olvidar poco a poco el pasado.

Los únicos recuerdos que atesoraba eran en los que su hermano era el protagonista. 

No le perdonaba que no hubiese hecho siquiera el intento de defenderlo, lo entendía, lo comprendía, pero eso no quitaba peso a la traición. Quizás en el futuro, cuando sus venas no parezcan reventar, sus lágrimas no mojen su cara, sus extremidades tiemblen por el miedo, su corazón no lata desbocado dentro de su pecho y aquel suceso deje de repetirse en sus pesadillas… quizás, ese día…

 

 

 

 

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La inmortalidad es inalcanzable para el ser humano.

Uno tras otro caía, ya sea a mano de los rebeldes o debido a la epidemia incurable que asechaba a los distintos pueblos a los que viajaban. Discípulo y maestro visitaban aquí o allá, aumentando sus conocimientos, poniéndolos en práctica.

Acababa de conseguir materiales para una nueva forja, entró feliz a la pequeña casa en la que se asentaron durante unos meses, pronunció el nombre de quien le acogió bajo su ala, sin obtener respuesta. Puso los objetos en una mesilla, se encaminó al exterior hacia la choza donde realizaban el trabajo, supuso que allí encontraría al hombre y así fue. La figura de Akira Suzuki yacía tirada en el piso, con los ropajes desarreglados, salpicados de sangre y los ojos abiertos a la nada; el lugar era un desastre, estaba destruido, les robaron las cinco tachi* que con gran esfuerzo y dedicación habían forjado juntos.

Esa fue la segunda vez que una parte de sí se hizo ceniza.   

Lágrimas amargas emergían de sus ojos, descendían por sus mejías hasta mojar la tierra bajo sus pies. Se alejó de la tumba improvisada, no podía despegar la mirada de sus manos sucias, con ellas enterró la última reminiscencia de su ayer.

 

 

 

 

 

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Era un joven de 20 años, cruzando solo de pueblo en pueblo, tratando de darse seudónimo como herrero, llevaba un saco con sus pertenencias, que cuidaba con recelo de aquel que se acercara. El dinero le escaseaba, el estómago le rugía feroz, sus getas no aguantarían un paso más.

Gracias a todos los seres divinos, una amable anciana le ofreció asilo en el ryokan* de la que era dueña, a cambio de ayuda atendiendo a los clientes y otros servicios en los que se le necesitara. Aceptó sin pensarlo, podría descansar.

Iba cargando una cesta, recién terminaba de lavar las sábanas, puso esta en el suelo, colgando las telas en el alambre atado de un árbol a otro. Tarareaba una melodía que escuchó hace mucho, de repente, oyó a ciertas mujeres quejándose de que sus esposos la pasaban afuera hasta horas insanas preparándose para algún tipo de concurso que ofrecía gran cantidad de dinero al ganador. Rápidamente, terminó el encargo. La curiosidad le carcomía. Se acercó a las féminas, quienes, encantadas ante el apuesto y cortés joven, dieron rienda suelta a su aguda lengua. Dicho concurso era nominado por el clan de samuráis más poderoso del pueblo de Nagasaki, la finalidad de esto era reunir a cuántos hombres atrevidos y poner a prueba sus habilidades al forjar tal espada, cuya descripción fuese etiquetada con las palabras “bella” y “mortal”. Lo decidió al instante, sería partícipe, conseguiría el premio, conseguiría reconocimiento. Aunque lo importante no es la apariencia, ¿quién era él para contradecir al portador de semejante arma?

Llegó a un acuerdo con la anciana, usaría su tiempo libre, sin descuidar las demás tareas. Le indicó una caseta al final del terreno, al abrir las puertas vio con sorpresa instrumentos de fragua.

—Puedes utilizar los elementos que quieras, hay suficientes para realizar esa locura en la que piensas. —dijo ella, alentándolo.

—¿Por qué tiene esto?

—Mi difunto esposo. —fue la única contestación.

 

Quince días era el tiempo límite a presentar las creaciones, nueves días restaban cuando fue a inscribirse al sitio indicado. Difícilmente, diez nombres se listaban. El sujeto, quien le registró, no escondió la burla y escepticismo al saberle tan joven. Le demostraría a los asistentes y competidores de lo que él era capaz. 

Pasaba el día atendiendo el ryokan. Las noches, pasaba en vela, martillando, moldeando la hoja ardiente al rojo vivo, agregando detalles al asa y haciendo patrones a la funda. Esperaba vencer, hacerse con el dinero… anhelaba con todo su ser que su mayor creación fuese tan valiosa para su próximo amo como lo era para él.

 

 

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Los días de espera concluyeron.

Los diez participantes estaban presentes, sostenían las espadas firmes con ambas manos, horizontalmente, permanecían de pie frente a los integrantes del clan Kashide, de los cuales tres probarían la utilidad de las herramientas. El dōjo era enorme, tenían equipos de practica estupendos; si no hubiese renunciado, le gustaría luchar con ellos. Yutaka parecía un adolescente, en comparación a los otros competidores, cuyas edades rondaban de los treinta en adelante.

Alzaban wakizashis, tachis y uchigatanas.

Les llamaban por número, según se hubieran registrado, eso significaba que Yutaka sería el último. Cada vez que alguien era llamado, su nerviosismo acrecentaba. La lámina era tanteada en muñecos de paja que simulaban la complexión humana, en madera y en combate real.

Faltaba la presentación de Yutaka, un wakizashi de 50 centímetros de largo, filo muy fino, la decoración del asa era de color verde pálido y centro amarillo, la decoración de la funda consistía en el color negro reglamentario y un cordón rosáceo trenzado al inicio con borlas colgando. Avanzó un paso, agachando la cabeza y ofreciendo la cuchilla. Eligió un arma de corto alcance, debido a la necesidad de traer siempre protección; convivió con samuráis, tenían que estar preparados desde el amanecer hasta el anochecer, las espadas cortas les ofrecían esa ventaja. Claro, en el campo de batalla eran un respaldo, dado el caso de perder la defensa principal de largo alcance.

El militar se notaba dudoso, era el único wakizashi de los presentes, pensó que el muchacho enfrente suyo no sabía lo que hacía; lo tomó dándole la mínima oportunidad. Con asombro, la multitud observó atenta. Parecía liviano a la mano, al quitar la funda, el brillo les cegó un instante. Era realmente impresionante. De un tajo comprobó lo penetrante de su hoja al perforar la paja, la dureza de su material astillar la madera y la resistencia al bloquear el ataque de una tachi. Cabe mencionar, Yutaka se encontraba maravillado. Era exquisito, elegante y, sumamente, mortífero.

Así, Yutaka, no sólo recibió el premio, sino, el favor del líder. Un reto más le fue impuesto: forjar para ellos. No planeaba formar parte del clan, no estaba interesado, mas no pudo negarse. Lo sabía desde hacía años, contribuiría a la guerra siendo partícipe directo o indirecto.

«—No digas o hagas alguna locura de la que luego te arrepientas, Yutaka.» Recordó esa grave voz advirtiéndole, aconsejándole. Un nuevo plan se maquinaba en su mente, las constantes luchas territoriales le servirían para encontrar el camino hacia la persona que deseaba volver a ver, decirle todo y nada a la vez, … lo extrañaba.

No se arrepentiría de su decisión. Escalaba cuesta arriba, cada obstáculo era superado y usado como un impulso para subir más, y llegar a la meta.

 

 

 

 

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Durante los siguientes años, fue reconocido por los habitantes del pueblo y personas del mismo ámbito.

Llevaba consigo un pedido hacia Kashide, implementó un nuevo tipo de flechas, los arqueros estaban impacientes. Caminaba tranquilo, pensado en qué podría cenar. De repente, el caos se desató en las concurridas calles comerciales de Nagasaki, la gente corría desesperada en busca de refugio y protección, muchos tropezaban con objetos tirados en el suelo que les hacían caer, los gritos retumbaban en el aire, los puestos de venta quedaban en el olvido y el olor de la sangre llegaba de a poco hasta sus fosas nasales. El estado de estupor en el que se encontraba se desvaneció al descifrar entre las inteligibles voces cierta frase, que le provocó escalofríos y le hizo tomar una ruta alterna para llegar al cuartel.

—¡Es el clan Yoshiwara!

Eso significaba…

Corría tan rápido como sus piernas le permitían, desde calles aledañas a la masacre pudo corroborarlo. Las banderas azules con un símbolo dorado ondeaban imponentes al soplar del viento, el color carmín manchaba las pulcras armaduras, los filos brillaban al haz leve que al final de la tarde el sol irradiaba, ordenes y amenazas se dejaban oír.

Quería ayudar a los habitantes, en verdad, pero no estaba armado, estaba tan indefenso como ellos. Podría usar las flechas, pero ¿de qué le servirían sin un arco? Improvisar no era opción, tardaría demasiado y tiempo era lo que no tenía; se sentía un inútil y culpable por darles la espalda, abandonándoles a su suerte.  

Arribó al cuartel, donde los choques metálicos hacían eco tanto adentro como afuera de la estructura. Logró escabullirse al interior sin ser notado, atravesó los pasillos casi tan sigiloso como un ninja, accedió al salón de armería, tomó las armas necesarias y se unió al combate. El orgullo resaltaba en sus ojos al ver que sus creaciones salvaban las vidas de sus compañeros y, condenaban las de sus enemigos. Porque eso eran, no conocía a ninguno de los de su anterior clan, nuevas caras que no merecían una segunda mirada. Un solo rostro era de su interés. Recorrió los salones, enfrentándose a quien cruzara su camino, en busca de él; sabía que no estaba afuera, tenía una posición alta, así que su misión no podía ser menos que deshacerse de los altos mandos del Kashide.

Un hombre traspasó la puerta corrediza a la que se dirigía, cayó a su lado… muerto. Ignoró el cuerpo inerte y se adentró a la sala, la escena que le recibió le quitó el aliento. Ahí estaba él, preparándose para asestar el golpe final, alineado al torso del semi inconsciente hombre bajo sus pies; intentó evitarlo, pero fue lento, no reaccionó a tiempo.

Kouyou Takashima, capitán de la quinta unidad, mano derecha del líder y… su amante, yacía sin vida en el piso, sin armadura y con la espada que Yutaka forjó para él aún apresada en su puño; del corte en el abdomen brotaban borbotones de sangre y vísceras. Impactado por la terrible vista, Yutaka se acercó a paso trémulo, incrédulo de lo que veía, se agachó a un costado del cadáver llamando su nombre con voz apenas audible, un nudo se le formó en la garganta. Acarició con las yemas de los dedos la ensangrentada mejilla, mientras recordaba la manera en que Takashima solía hacerlo, repasando a detalle las bonitas facciones y dando un último ligero beso a los, ahora, desvaídos labios. Como muestra de consideración, cerró los párpados de aquellos ojos centrados en la nada.

—Yutaka…

Todo su ser ardió ante ese susurro. Irguió su postura, poniéndose en pie tenso, la furia se denotaba en cada curva de su rostro, acortó la poca distancia que le separaba de Yuu, antes de siquiera levantar el puño para golpearle, este cayó desmayado. Takashima dio una ardua pelea, Yuu también sangraba, los cabellos azabaches alborotados y húmedos eran suficiente pista acerca de la razón de su estado; parecían haberse enfrentado a mano limpia.

—¡Yuu! 

El miedo disipó la ira. No más, ya no más, por favor. Todavía lo amaba, después de una década. No quería perderlo, no le permitiría morir en su presencia, así que tomó la segunda decisión arriesgada de su vida. Sacó la katana del agarre de su antiguo dueño, la enfundó y la ajustó a su ōbi. Posteriormente, levantó a su hermano del piso, acomodó la mitad del peso al lateral, pasó un brazo del otro sobre su nuca y salió de la habitación. Conocía ciertos pasadizos ocultos en toda la casona, cruzó discreto cada pasillo, asegurándose que no hubiese nadie que le impidiera el paso; había cadáveres aquí y allá. El brutal altercado continuaba en la parte delantera del sitio.

 

Apesadumbrado corazón, he de despedirme de quien alguna vez me amó.

Abatido corazón, he de perdonar a quien amo.

 

 

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Una casa abandonada al borde de una montaña les refugiaba. Sentado en una esquina, observaba atento el despertar del hombre acostado en un viejo futón roído que podía respirar gracias a su intervención. Curó las heridas, poco profundas debido a la cobertura de la coraza; excepto, la inquietante laceración en la cabeza.

—Los dioses están a tu favor, Yuu Shiroyama.

Desubicado, el nombrado volteó en su dirección.

—¿Yutaka? ¿Qué…? ¿A dónde…?

—Te salvé, luego de que mataras a alguien especial para mí. —gateó hasta sentarse cerca del otro. — Si te hubiese abandonado a como estabas, hubieses corrido el mismo destino.

Silencio. Yuu no tenía idea de qué decir y Yutaka se ahogaba en sus propias emociones.

—Me alegra que estés bien, vivo. —fue lo primero que se le ocurrió.

—¡Eres un idiota! —inhaló hondo— No tienes idea por todo lo que he pasado, lo que he sentido, lo que he sufrido. Si me hubieses asesinado aquel día, nada de esto estuviera sucediendo. No tendría que soportar esta presión en mi pecho ni el peso de la muerte de mi amante, a quien no pude salvar porque me paralicé al verte ahí. No pude evitar que tomara el último respiro, jamás olvidaré su voz prometiendo que borraría mi amor por ti, aun sabiendo que es imposible. —sus emociones le sofocaban. —Nunca lo notaste, nunca notaste lo que siento por ti. Casi diez años sin verte y sabiendo tu traición te sigo amando. Soy estúpido. ¡Te odio por hacerme esto!

—Sí lo hice.

—¿Qué? —le parecía escuchar los latidos de su corazón en los oídos.

—Éramos muy unidos, nos conocíamos perfectamente. No lo dijiste, no era necesario. Tus miradas y acciones te delataban. Eras sólo un niño, esperaba que crecieras y te dieras cuenta que hay personas mejores de las cuales enamorarte. —sacó una mano debajo de las sábanas, la posó sobre la rodilla de Yutaka. —No te traicioné, te di una salida y supiste aprovecharla. Antes de que sucediera, busqué a Suzuki (no eras muy discreto cuando salías), le conté mi plan y le rogué que te cuidara. Nuestro padre no supo que continuabas con vida hasta el día de su muerte, suplicaba tu perdón y el de nuestra madre.

Era el ciclo de la existencia, su padre ya era bastante mayor cuando él era un niño.

—Lo haces a propósito. —ante el gesto “confuso” de Yuu, aclaró— Rehúsas mencionar a la persona con quien compartí el calor de las sábanas. 

—No admitiré conocer su relación contigo, porque no es así. —acomodándose bajo las mantas, quejidos de dolor escapaban. —Takashima y yo nos confrontamos cientos de veces, este fue el momento decisivo. Fue un honorable guerrero y un feroz contrincante.

—Esto, es el único recuerdo que tengo de él. —desenvainó la mitad de la katana— La forjé yo mismo, me llevó varias semanas terminarla.

—Es hermosa, tuve muchos contratiempos gracias a ella.

—Verdad. Ahora entiendo lo que Suzuki decía acerca de que las espadas cargan una parte del herrero.

Yuu agarró el metal de las manos de Yutaka, la envainó y la ubicó lejos de ellos.

—Perdóname por todos los problemas que te he causado. —sostuvo las otras palmas entre las suyas. —Quiero compensártelo, sin importar si dura la eternidad.

—¿Esa es tu respuesta a mi confesión? ¿Compensación?

—Esta es mi respuesta. —jaló a Yutaka de los brazos hasta ponerlo a su altura y besó la clavícula expuesta a través de la apertura del yukata, de izquierda a derecha repartió ligeros topecitos, embriagándose con el olor natural combinado con sudor y rastros de sangre. Podía escuchar el palpitar armonioso, sincero, de este magnífico ser. —Enséñame a amar… a amarte, Yutaka.  

—Te amo, Yuu.

Notas finales:

Aclaraciones:


*tachi -> espada de 70 a 90 cm de largo, contrafilo curvo. (Las otras espadas que se mencionan van desde los 15cm hasta los 2mts.)


*getas-> sandalías


*ryokan-> posada


Bueno, sólo quiero dar una opinión corta respecto a esta historia. Hay dos fondos: el amor fraternal traspasando límites y la superación personal. Yo me centro en la segunda, soy de las personas que se dejan llevar por la corriente, no tengo un "sueño" o "meta" definida, así que darle la característica contraria a la mía a un personaje... se siente raro y bien a la vez, reconfortante puedo decir. Um, guardo la esperanza de algún día progresar y tener voluntad de hacerlo.


¡Mi -kai-chan-! Aquí el final. Ojalá le haya gustado y no quiera patearme por lo que hice jajaja Sabe que el romance no es lo mío, lo intenté.


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