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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Dejar encerrado a Watson en el hospital supuso un gran alivio para Sherlock. Allí controlarían su salud, algo que no había sido capaz de hacer él mismo, y le dejaría tiempo para dedicarse al caso sin causarle más contratiempos a su pareja. Prefería, en este caso, volver a los viejos tiempos en los que John todavía no había aparecido en su vida y trabajaba totalmente solo. Al principio, volver al silencio de su piso le pareció un buen cambio, pero descubrió al instante que no lo soportaba, lo necesitaba allí, acompañándolo, quejándose, alabándose y peleándose. Por otra parte, la tranquilidad de no tener que estar pendiente de Watson en un caso donde había sido amenazado por el asesino le dejaba mayor margen de maniobra y mejor perspectiva, al menos eso era lo que pensaba.

 

Aaron MacKenzie llegó tres días después de su visita al Club Diógenes, una descortesía, para el gusto de Sherlock, que esperaba que después de haberlo "invitado" a su casa hubiera aparecido a más tardar al día siguiente.

 

El señor estaba muy nervioso, tal vez porque pensaba que Sherlock lo consideraba el asesino de Robin Campbell, pero esas sospechas eran totalmente infundadas. En ningún momento había caído en tal error. Era evidente que él no había sido, lo cual no excluía que pudiera proporcionarle información útil, por primera vez desde que empezaron aquellos asesinatos en serie.

 

Sherlock se sentó en su sillón frente a él, que estaba en la silla que reservaba siempre a los clientes. El sillón de Watson permanecía al lado del de Sherlock, vacío y triste. La mirada de MacKenzie se posó en él durante un instante, como asustado, Holmes suspiró, sabiendo lo que la prensa decía sobre el doctor en esos momentos y maldijo por lo bajo, antes de empezar a hablar y sorprender al hombre.

 

- ¿Sabe algo de otros clientes?

 

- ¿Disculpe?

 

- Vamos, me ha oído, responda ya.

 

- Era un chico muy guapo. Te-tenía muchos clientes, creo que es bastante obvio.

 

- Gracias por demostrar que sabe razonar, ahora conteste a la pregunta.

 

El hombre comenzó a hablar, al principio reticente, como aterrado, pero su lengua pronto fue imparable. Se desahogó contando todo lo que sabía y lo culpable que se sentía por haber contratado a Robin Campbell. Lo había conocido en una fiesta de la nobleza y altos dignatarios del gobierno británico, muchos de ellos a los cuales Robin proporcionaba servicio. De dónde venía o cuál era su edad real la verdad era que MacKenzie no lo sabía, aunque reconoció sinceramente que no le importaba. Lo contrató durante varios meses y él nunca se negaba, siempre que no tuviese un compromiso previo. Sin embargo, hacía alrededor de un mes desapareció por completo. Aaron intentó averiguar por qué ya no se lo veía en las fiestas y antes de que se lo dijese Sherlock ya sabía que era porque había encontrado a un "cliente especial".

 

- No sé quién era ese cliente, pero debió hacerle algo muy grave, porque Robin tenía una buena vida, ¿sabe?

 

- Claro, no me puedo ni imaginar cómo un joven que se acuesta siempre con viejos y se queda embarazado de uno podría querer acabar con su vida. - dijo con acidez Sherlock mientras se levantaba y le daba la espalda, para mirar por la ventana, como ausente. Aaron MacKenzie se contrajo y se empequeñeció, encorvándose tanto como pudo, tal vez lloraba, pero Holmes no lo vio y ni siquiera se giró cuando se marchó silenciosamente.

 

Holmes estaba seguro del siguiente paso que debía dar y parecía que todo podría estar por fin resuelto pronto y no deseaba otra cosa, pues se había prometido a sí mismo no ir con John hasta que aquel asesino estuviese entre rejas o muerto. Mientras siguiese suelto no podía ignorar la amenaza que suponía para Watson, razón por la cual había obligado a Lestrade a que extremase la vigilancia en el hospital.

 

Encontrar a ese misterioso cliente no debía ser muy difícil, teniendo en cuenta que posiblemente conociera a las otras dos víctimas. A Margaret debía haberla conocido a través de su padre adoptivo, lo que restringía aún más la búsqueda.

 

- He sido estúpido, pero tú también has cometido un error muy imbécil - habló consigo mismo Sherlock y de estar en una situación diferente se hubiera alegrado de al fin estar tan cerca, pero no era así. Esta vez tan solo había alivio, pero a la vez agobio. No iba a descansar, nada de dormir y mucho menos comer, solo correr, actuar, y fumar si se daba la ocasión.

 

El único detective consultivo del mundo cogió su famosa gorra de dos alas y se colocó el abrigo, dispuesto a irse cuando la señora Hudson lo interceptó en la puerta.

 

- ¡Oh, Sherlock!  -le dijo con familiaridad la mujer, con un tono lastimero. - Ha llegado una carta del depósito. Han dado ya el permiso para el entierro de Henry Watson.

 

- Sinceramente, señora Hudson, pueden usar ese cuerpo para la ciencia y si es incluso inútil para eso que se lo den a los perros. No creo que se queje a estas alturas.

 

- ¡¿Cómo puedes decir eso, Sherlock?! ¡Era el hermano mayor de John! ¡Si el supiera que no vas a hacerte cargo de su cuerpo...!

 

Sherlock se giró y la miró a los ojos, recolocándose las solapas del cuello del abrigo.

 

- No lo sabrá porque no se lo diremos. Ninguno de los dos queremos que John sufra más. - dijo con tono conciliador, le dio un beso en la mejilla y la dejó allí en la escalera, contrariada.

 

Varios días pasaron y Watson no recibió ninguna visita de Holmes. Sin saberlo, Sherlock había hecho lo peor que podía haber hecho, dejarlo solo con sus pensamientos, encerrado como una animal inválido, cada vez más triste y cansado, a veces incluso asustado, hasta que el bebé daba una patada en su vientre y le recordaba que él se encontraba también allí, acompañándolo, pero no dejaba de ser una presencia vaga en una persona sumergida en sus pensamientos, en un momento en el que apenas es capaz de concentrarse en su cuerpo.

 

Cuando la puerta chirrió, John dirigió sus ojos hacia ella, pero estos se oscurecieron al ver a Lestrade, apretó uno de sus puños junto con sus dientes, mientras la otra mano la tenía sobre el vientre.

 

- Buenos días, doctor Watson. ¿Cómo se encuentra hoy?

 

- ¿Qué es lo que quiere, inspector? Déjese de formalidades, los dos sabemos que no ha venido para interesarse por mi estado de salud.

 

Gregory Lestrade se sonrojó, un tanto compungido, y suspiró, quitándose el sombrero con educación.

 

- Perdóneme, habría venido a visitarlo antes si mi horario me lo hubiera permitido, lamentablemente solo he podido hacerlo por motivos laborales.

 

- ¿Otra vez Holmes está haciendo de las suyas? No creo que haya abandonado el caso, puede estar tranquilo.

 

- Sí, supongo que tiene razón, pero no ha venido a firmar los papeles de reclamación del cuerpo de el señor Watson y pronto caducará el periodo de custodia. Necesito que los firme en su lugar.

 

John endureció su rostro y giró la cabeza conteniendo a duras penas su rabia. Todo su cuerpo temblaba y Lestrade casi podía jurar que escuchaba su mandíbula chirriar de la presión.

 

- ¿Por qué, Lestrade? - dijo con la voz quebrada en un susurro contenido, doloroso, y sus ojos se clavaron como balas sobre la persona del inspector. - Yo soy el pariente. Es a mi al que le correspondía desde un primer momento hacerse cargo del cuerpo. ¿por qué dejasteis todo en manos de Holmes?

 

El inspector estaba sudando, buscando en algún rincón de su mente las palabras correctas que debía decir para no hacerlo estallar, pero llegó a la conclusión de que, de haberlas, eran sin duda una mentira y no consideraba que el doctor Watson se mereciese eso, de modo que intentó decirle aquello que debía con el tono más conciliador posible.

 

- Es lo correcto en estos casos, pero hicimos una excepción dadas las circunstancias.

 

Un ademán de risa lo dejó helado. Era una burda intención de John de trasladar sus emociones destructivas a una menos dañina, pero no podía. En realidad no había nada de gracioso en ello, pero aún sabiéndolo lo intentó con toda sus fuerzas.

 

- Es curioso, ¿sabe? Porque estoy seguro que si llega cualquier otro hijo de puta con la misma situación y os dice "yo me hago cargo de Henry, aunque no tengo parentesco alguno con él" lo hubierais mandado al diablo. Pero no, resulta que si ese hijo de la gran puta es Sherlock Holmes entonces todos bailan a su compás.

 

- Doctor Watson...- intentó hablar Gregory, pero no se lo permitió. Le exigió que le entregase los papeles y se levantó con una agilidad inusual para su avanzado estado, que acentuaba su cojera. Iba a salir del hospital a hacerse cargo del entierro de su propio hermano y sabía que nada de lo que pudiese hacer el inspector le detendría.

 

Volver a sentir el frío aire de Londres en la cara, cargado en muchas ocasiones de olores desagradables, fue todo un alivio para John, aunque no pudiera disfrutarlo tanto como le hubiera gustado. El dolor de tener que enfrentarse al entierro de su hermano y la manipulación de Sherlock oscurecían todo posible atisbo de felicidad.

 

Dispuso todo con gran rapidez, algo que exigía sin duda el ya largo tiempo que había transcurrido desde la defunción de Henry, y esa misma tarde ya lo estaban enterrando en el cementerio de Londres junto a la tumba de su difunta madre. John contempló en soledad como el sepulturero cubría poco a poco el féretro de tierra y aunque su expresión era seria no era en absoluto impasible. No se había molestado en llamar a nadie al funeral. Era mejor así. No quería ver a nadie y mucho menos tener a los periodistas incordiándolo en un momento tan delicado de su vida.

 

Era su última oportunidad de decir adiós a su hermano, de dejarle claro que lo quería y que nunca le había guardado rencor por nada de lo que había hecho. Ambos habían cometido errores, ambos eran humanos. Sin embargo, el dolor seguía estando ahí y la incertidumbre de cómo habría resultado su vida si él, en primer lugar, no hubiese provocado la muerte de su madre al nacer, si luego no hubiese descubierto que era omega, y si después hubiese obedecido a la poca familia que le quedaba y no se hubiese unido al ejército. John sabía que todos esos pensamientos eran inútiles, pero ahí estaban y no podía ignorarlos, del mismo modo que a esas alturas no podía ocultar el hecho de que estaba embarazado.

 

Cuando la tumba estuvo totalmente cubierta se dijo a sí mismo que debía moverse de vuelta al hospital, pero sus pies se resistían a avanzar, como si su cuerpo se hubiese convertido en un pesado fardo. Levantó una pierna lentamente, de una forma casi dolorosa, y dio el primer paso. Después de este parecía que el segundo iba a ser mucho más natural y sencillo, pero algo lo detuvo. Alguien a su lado acababa de arrojar un ramo de flores a la tumba.

 

Perplejo, se giró para mirar quién había sido lo había hecho. No era mucho más alto que John y por su traje de chaqueta bajo su abrigo parecía ser un hombre, pero no podía estar seguro al mirarle a la cara, pues sus facciones eran muy andróginas y su pelo estaba cortado en una media melena morena. John estaba a punto de pregunta, cuando una voz musical, como la de un ruiseñor, le interrumpió.

 

- Conocí a Henry en una taberna. Supongo que no hace falta que te diga qué clase de sitio era. Al principio no congeniamos bien, pero resultó ser un hombre muy sincero en cuanto descubrí la tecla adecuada. Me dejó algo a cargo para que te lo entregara cuando esto ocurriera.

 

- Henry odiaba a los omegas. - dijo con incredulidad y una acidez que hizo que se sorprendiese a sí mismo. Las estupideces del desconocido comenzaban a hacerle enfadar, pero cuando levantó el colgante de oro y plata que llevaba, terminado en una pieza ovalada esmaltada, John se quedó mudo. Era el colgante de su madre.

 

- Ah, ya. Has dado por supuesto que soy un omega por mi aspecto. - dijo con una sonrisa ladina. - Tienes razón, lo soy. Dios procuró siempre esta clase de apariencia a los de mi sexo para atraer a los hombres, aunque ese no parece ser tu caso.

 

Watson frunció el ceño ante la clara ofensa que se escondía tras esas palabras, pero dejó que siguiese hablando, porque necesitaba saber hacia dónde llevaba todo aquello, aunque su instinto gritaba que debía salir corriendo.

 

- ¿Sabes? Henry no odiaba a los omegas, al menos no hasta el punto de no querer acostarse con ellos. En el fondo lo único que esperó todo este tiempo es que su querido hermanito dejase de jugar a alguien que no era y se comportase según su condición. ¿Un omega yendo a la guerra, rodeado de hombres? Y aun cuando volviste al borde de la muerte y parecía que todo iba a cambiar no recapacitaste lo más mínimo, porque en el fondo disfrutabas haciendo que tu hermano muriese de preocupación por ti.

 

- ¡Cierra la boca! ¡No sabes nada de nosotros!

 

- A mi no tienes que convencerme de nada, John. Aunque si gritar acalla tu conciencia durante unos instantes, está bien. Yo solo soy un mensajero. ¿Quieres el colgante, no es así?

 

Watson no podía pensar con claridad, se sentía mareado y enfermo. Se agarró el vientre como intentado refugiarse en algún pensamiento alegre, pero en esos momentos no había nada, ni siquiera estaba ese misterioso hombre allí, solo él y su conciencia. Unas lágrimas traicioneras escaparon de sus ojos, que se habían mantenido secos e impasibles, pues nada podía decir en su defensa.

 

Un destello de claridad apareció cuando el recuerdo de la voz de Sherlock llegó a sus mente como un eco lejano que se hacía cada vez más fuerte.

 

>>- Al asesino le gusta mostrarse, jugar con sus víctimas. Te hablará con una sonrisa y te dirá cosas que necesitas oír, aunque no quieras, y así te capturará.

 

>>- ¿Y qué debo hacer si estoy ante el asesino?

 

>>- Huye, John. ¡Corre!

 

John dio un paso hacia atrás con gran lentitud y cuando iba a hacer un movimiento brusco para girarse y salir corriendo alguien lo agarró por la espalda y lo inmovilizó. Intentó gritar pero le amordazaron con fuerza metiéndole una cinta en la boca y tirando hasta casi desgarrar las comisuras de sus labios. Luego le cubrieron la cabeza y todo se volvió negro.

 

Notas finales:

Soy cruel, lo sé. Por favor, no me odien demasiado.

*se va corriendo a esconderse debajo de la cama*


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