Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

[Reviews - 35]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Conseguir una invitación para la fiesta de aquella noche no fue una tarea difícil, bastaba con exigírselo a Mycroft o en su defecto falsificar algún tipo de firma, algo a lo que Sherlock estaba más que acostumbrado. Luego tan solo debía arreglarse para la ocasión y poner su mejor sonrisa fingida, altamente ensayada, y observar.

 

El casino en el que se celebraba era un ambiente barroquizado con una decoración lujosa llena de los brillos dorados del oro y los destellos de los cristales de la lámpara de araña y las joyas de las damas que habían sido invitadas. Aquello era muy molesto para los ojos y Holmes se asqueaba internamente por el gusto de la nobleza por la ostentosidad, aunque sí le encantaba el horror vacui, siempre que fuese su propio y abarrotado desorden el que lo provocase.

 

Sherlock sabía desenvolverse con una maestría que solo se adquiere con años y años de teatralidad, y parecía hasta simpático y sociable a los ojos de las damas y los caballeros de la sala.

 

Holmes se apartó un instante de la muchedumbre con una sonrisa educada en los labios, con la excusa de coger una copa cuando lo único que quería era conseguir una panorámica de la multitud. Había demasiadas personas y Sherlock podía estar seguro de que más de un criminal entre ellos, pero él solo buscaba a uno. Debía concentrarse, o los árboles no le dejarían ver el bosque.

 

Cogió una copa y la alzó, mojándose tan solo los labios. Embriagarse no era un buena idea, pero debía disimular. Repasó muy rápidamente los datos de los que disponía y las teorías que barajaba. Comenzó paseándose y buscando todos los militares que habían asistido a la fiesta. A algunos no les dedicaba más que un simple vistazo antes de descartarlos, con otros empleaba algo más de tiempo, forzando una pequeña conversación para ver cómo se comportaban y averiguar más cosas sobre ellos. Sin embargo, ninguno parecía tener relación alguna con el caso de los asesinatos ni la carta de John. Sherlock se maldijo a sí mismo al darse cuenta que plantearse la posibilidad de que fuese un antiguo compañero del ejército del Doctor Watson era una estupidez. Probó entonces suerte con altos dignatarios del estado que podían ser sospechosos de cualquier crimen que pudiera ocurrir, pero de nuevo Holmes no obtuvo lo que buscaba.

 

Ya mareado y frustrado, comenzaba a pensar que haber ido a aquel lugar había sido una pérdida de tiempo cuando un destello por el rabillo del ojo le llamó la atención. Por su lado, casi rozándole el hombro, había pasado una persona de sexo incierto con una gargantilla de pedrería que brillaba como si estuviese en llamas. Sherlock entonces contuvo una improperio hacia su propia persona. ¿Cómo había podido olvidarse de las prostitutas y prostitutos? Camuflados en la fiesta como si fuesen otro miembro más de la alta sociedad, eran sin duda unos sospechosos muy a tener en cuenta y que podían haber conocido a las tres víctimas sin ninguna dificultad.

 

Un prostituto o prostituta habría podido conocer al señor Willson cuando regresaba a altas horas de la noche por las calles después de atender a un cliente. Podía haberse relacionado con Margaret O'Brien cuando su padre lo hubiese contratado y haberla seducido sin mayor dificultad. Y por último, quedaba bastante claro que habría mantenido contacto con Robin Campbell porque el trabajo de ambos era el mismo. Pero había algo que fallaba en toda aquella vorágine de deducción. ¿Por qué John? Si había tenido contacto real con las otras víctimas, ¿significaba que ya conocía a Watson?

 

Sherlock necesitaba aire, espacio para que sus ideas siguiesen desparramándose de una manera casi dolorosa, como lava caliente sobre tejido blando, y salió al patio al frío de la noche.

 

¿Existía un patrón entre las víctimas, algún criterio de selección? Las víctimas sugerían cercanía, el acercamiento mediante la intimidad que le habría permitido llevarse a las personas donde le interesase al asesino, pero con John no era igual. Se había arriesgado, le había enviado una carta, y parecía especialmente interesado en que fuese él el siguiente. ¿Pero por qué?

 

Sherlock se agarró las sienes y cerró los ojos con fuerza. Su cabeza dio vueltas hasta que la respuesta se iluminó blanca y clara en su mente.

 

- El asesino no conoce a John, pero a mí sí me conoce. - susurró demoledoramente, y la realidad pronunciada, aunque aún no demostrada, cayó sobre Sherlock como un pesado fardo.

 

Desesperado, volvió a entrar dentro del edificio y buscó sin descanso caras conocidas, cualquier atisbo de familiaridad, pero pronto tuvo que rendirse a la evidencia de que quien buscaba no se encontraba allí, y se marchó airado, caminando con paso apresurado por las desérticas calles de Londres.

 

Sherlock tenía muchos enemigos, tantos que recordarlos a todos parecía una tarea imposible incluso para él y si bien no todos ellos hubiesen sido capaces de llevar su odio hasta ese extremo y trasladarlo a la única persona a la que había amado en su vida seguía habiendo una gran cantidad de posibles sospechosos en los que pensar y descartar. No podía seguir dando pasos tan vagos, menos ahora que tenía claro que John estaba en peligro por su culpa.

 

Al llegar a 221B Baker Street subió las escaleras de dos en dos, con unas zancadas sonoras que despertaron a la señora Hudson, que se asomó preocupada antes de que Sherlock se encerrase dando un portazo.

 

Rebuscó entre su enorme desorden la caja donde guardaba la jeringuilla. Una solución del 7 por ciento de cocaína sería suficiente para alejar las distracciones de su mente.

 

Sherlock se la inyectó con gran rapidez y maestría y apretó su brazo, sentándose en el sillón y cerrando los ojos. Había llegado el momento de sumergirse en su "palacio mental": cegador, desordenado y abarrotado, una fuente de conocimiento desbordado que fácilmente podía arrastrar a la locura.

 

Comenzó corriendo, buscando entre datos y datos, moviendo únicamente su mano de vez en cuando, como apartando alguna rama molesta que se interpusiera en su camino. Estaba solo y estaba cerca, muy cerca, lo presentía, casi podía tocar la respuesta cuando el estruendo de diversos pasos que entraban en la habitación disiparon toda su concentración. Sherlock abrió los ojos desorbitados, como si le hubiesen despertado de una bofetada, y se levantó como impulsado por un resorte, gritando.

 

- ¡Estoy ocupado! ¡¿Es que ya no puede tener un ciudadano decente tranquilidad ni en su propia casa?!

 

Se calló súbitamente al observar el rostro de Lestrade, al que acompañaban unos pocos policías más. Su mirada gacha y culpable le dijo a Sherlock todo lo que debía saber y lo tomó del cuello, levantándolo a peso.

 

- ¡Te dije que cuidaras de él! ¡¿Por qué no cuidaste de John?! - desgarró su voz mientras zarandeaba al inspector. Estaba fuera de sí y si no lo hubiesen detenido los otros guardias posiblemente aquella escena hubiese terminado trágicamente. Lo golpearon el estómago, haciendo que se contrajera y después sujetaron sus manos con esposas contra la espalda.

 

El inspector respiraba con algo de dificultad, pero no miró con ningún reproche a Holmes, la culpabilidad seguía siendo el único sentimiento que se reflejaba en su rostro, más ahora que por el ataque de Sherlock se veía obligado a encerrarlo preventivamente en prisión, teniendo en cuenta su inestabilidad acentuada por la droga.

 

La celda no asustaba a Sherlock en lo más mínimo, conocía bien la prisión de Londres. Sabía que Lestrade no dejaría que permaneciese allí más de un día, tal vez dos, lo suficiente como para justificar su comportamiento de algún modo, como siempre hacía. Pero aquella ocasión era diferente. Cada segundo contaba. Si el asesino había capturado a John nada impedía que a aquellas horas Watson estuviese ya muerto, fuese con las venas cortadas o ahogado, eso era lo de menos.

 

Sherlock se dejó caer destrozado, sentándose con la espalda apoyada en la mugrienta pared y agachó la cabeza, escondiéndola tras su mano. Tenía ganas de llorar y abandonarse al dolor y la frustración, pero se forzó a sí mismo para no hacerlo. No era momento de llorar ni de nublar su mente con sentimientos que no conducían a nada. Aún existía cierta esperanza de que John siguiese con vida, y mientras la hubiese él no se podía rendir. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que el asesino había conseguido que las víctimas se suicidaran por su propia cuenta, el cómo no lo sabía, pero confiaba en que la voluntad de Watson le permitiría algo de margen para encontrarlo.

 

Un pequeño pensamiento se dirigió al hijo que ambos compartían, aún en el vientre de John, pero minúsculo, irreconocible, perdió todo color e importancia al instante. Él no existía aún, no podía sentirlo del mismo modo que John lo sentía, vivo y moviéndose dentro de él.

 

Sherlock debió caer inconsciente en algún momento, arrastrado por su mente forzada a trabajar a una velocidad frenética para descubrir la verdad. Aunque cualquier persona podría haber pensado que estaba durmiendo y que era un sueño en lo que se sumergía, él estaba seguro que eran sus recuerdos lo que le envolvían.

 

Recordó su infancia con fragmentos inconexos, los niños burlándose de él, sus padres preocupados porque a pesar de ser un alfa sus genes eran muy débiles, él alejándose cada vez más y más de lo que debía ser un niño, de lo que debía sentir.

 

Pasó después a sus años de universidad, que comenzaron muy temprano debido a su capacidad para los estudios. Allí había saltado de una facultad a otra, aprendiendo música, medicina, derecho y su materia favorita, química.

 

Sintió la alegría que había experimentado aquellos años al unirse al grupo de teatro universitario, el alivio al dejar durante unos instantes las cartas que la vida le había dado para pasar a ser una persona distinta, totalmente normal. Sherlock había disfrutado jugando con unos sentimientos que no se permitía tener siendo él mismo. Sin embargo, esas sensaciones pronto le parecieron peligrosas. Se estaba abandonando, acomodando en fingir ser alguien que no era, porque ser él mismo era difícil y agotador, sobre todo para un adolescente que se odiaba.

 

Pronto Holmes cortó de raíz todo aquello y abandonó el grupo de teatro y la universidad, comenzando sus estudios independientes y su carrera como "detective consultivo".

 

>>- "Porque mis manos, manos reblandecidas, no saben tocarla sino para acariciarla".

 

Pensar en toda aquella etapa confundía su mente y llegaban a sus oídos conversaciones inconexas que taladraban su cerebro.

 

>>- Es realmente increíble, sir.

 

>>- Por favor, nada de sir. Tan solo Holmes está bien.

 

Sherlock ladeó la cabeza, confundido. Reconocía esa voz, ¿pero de quién era?

 

>>- ...ha transmitido tanta pasión...

 

Se le escapó una risa al oír la voz de sus pensamientos: burlona, amarga.

 

>>- Tómeme. Estoy en celo, ¿no lo nota? Somos compañeros predestinados.

 

>>- Creo que se equivoca, yo no siento nada, salvo asco por el olor de sus feromonas. Los alfas y omegas que se rinden a sus instintos son realmente débiles. Me repugna.

 

La mente de Sherlock se llenó de los gemidos lastimeros de aquella persona y apretó los ojos para aclarar la imagen de aquel chico. Sí, lo recordaba por fin. Pelo largo, negro y rizado, ojos grandes y castaños, facciones hermosas. ¿Cuál era su nombre?

 

- Lawrence...- dijo en voz alta Holmes y se levantó con tal rapidez que su cuerpo se precipitó hacia delante, chocando con los barrotes de la celda e impidiéndole caer. Sherlock comenzó a gritar, llamando a Lestrade desesperado.

 

El inspector llegó al poco tiempo, atraído por los alaridos, y detuvo a los guardias, que habían golpeado en el rostro a Sherlock para intentar que se callara. Lestrade se acercó a él para poder escucharle mejor, a pesar de las insistencias de sus compañeros de que no lo hiciera.

 

- Sé quién tiene a John.

 

Notas finales:

El criminal ya tiene nombre, ¿pero eso servirá para encontrarlo? Se admiten apuestas sobre lo que va a pasar.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).