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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Hacía mucho frío para aquella época del año, un frío demoledor que entraba en lo más profundo de los huesos y los perforaba dolorosamente. En un acto reflejo, John intentó abrazarse a sí mismo para resguardarse de la terrible humedad pero sus brazos, atados cada uno a un lado del respaldo de la silla, no se movieron apenas del sitio. Se le escapó una exclamación tenue de dolor por la falta de circulación antes de seguir una voz que le llamaba casi con dulzura.

 

Watson levantó la mirada borrosa y confusa y se deslumbró por la luz de una lámpara de queroseno que tenía justo enfrente, entre él y aquel hombre del cementerio. A pesar de la dificultad, clavó su mirada en él con ferocidad hasta que su vista se definió por completo y los ojos castaños de su agresor se mostraron cristalinos ante sus pozos azules.

 

- Increíble, ¡qué mirada tan imponente! Me has puesto los pelos de punta. - dijo el hombre con una sonrisa y extendió su brazo sobre la mesa que los separaba para que lo viera. Pareció esperar entonces que dijera algo, pero John no movió sus labios ni un ápice, y el resto de su cuerpo permaneció rígido.

 

El captor suspiró y se levantó de la silla en la que estaba sentado, para dirigirse hasta donde estaba Watson. Se arrodilló entonces a su lado y puso su mano sobre el vientre de John. Él se revolvió e intentó apartarse, haciendo que la silla volcase y hubiese caído si el hombre no lo hubiese impedido.

 

- Eso es muy peligroso, John. No deberías estar asustado. Quiero ayudarte. - sus palabras hicieron que John se mordiera la lengua para evitar contestar, lo que le hizo sonreír. - Ya veo, ¿costumbre militar, no? Si te capturan no digas nada que pueda empeorar tu situación. Pero yo no voy a hacerte daño. Solo estas atado por precaución, nada más. Cuando llegue el momento yo mismo te desataré. - en un susurro íntimo, casi a la altura de su oído, continuó hablando. - Sé por lo que estás pasando. Enfrentarte a una decepción amorosa, darte cuenta de que no eres suficiente.

 

John giró su rostro para mirarlo, enfurecido. Sus palabras no estaban cayendo en saco roto. Aquel hombre realmente sabía lo que había estado torturando a John todos esos meses y él apenas podía mantenerse impasible. Había cometido un gran error al confirmar con sus actos las palabras que decía.

 

- Sabes que Sherlock no querrá ese bebé si no es inteligente. Y te preguntas qué pasará si es estúpido y vulgar como tú, ¿verdad, John?

 

- No soy estúpido. - se le escapó con un tono de voz tembloroso y poco convincente. Su mirada ya no era desafiante y se había agachado, avergonzada.

 

- Desde luego que lo eres, has caído en una trampa tan obvia. Solo eres un omega desesperado que usó sus feromonas porque era la única forma de atraer al hombre al que amaba. - Watson negó con la cabeza mientras se mordía el labio para evitar llorar. - Irene Adler sí que era una pareja para Sherlock perfecta, una alfa con una inteligencia y encanto suficiente para doblegar bajo su voluntad a otro poderoso alfa... Tuviste que usar un truco muy sucio, John.

 

- No, Sherlock respondió a mi porque...

 

- ¿Por qué? ¿Por qué eres especial? ¿Te das cuenta de lo estúpido que suena eso? Patético. No solo tu celo, tu embarazo es solo un artimaña para retener a Sherlock a tu lado. Si ese bebé no estuviera en tu vientre, ¿cuánto tiempo crees que Sherlock habría jugado a ser normal, a la familia feliz? Puedes hacer la prueba.

 

Esta vez John no pudo resistir los impulsos de su cuerpo e intentó abalanzarse sobre su captor, pero este se apartó y solo consiguió caer en el suelo, dando un alarido de dolor por el golpe. Miró su vientre preocupado y las lágrimas por fin se le escaparon solo de pensar que podía haberle hecho daño. ¿Qué estaba haciendo? Iba a perder la cabeza por tan poco. Patético.

 

El hombre sonrió al ver su desesperación y se tumbó para estar frente a él, en una posición hasta casi tierna, íntima entre dos amantes que comparten cama tras una expresión de amor desbordado.

 

- Está bien que mates al bebé que todos esperan, porque esperan un niño perfecto, John, y si no puedes dárselo, ¿qué harás? Una decepción crece en tu vientre y no eres lo suficiente hombre para enfrentarte a ella. Llegar hasta el final del camino, ¿con qué propósito?

 

- Es mi hijo. - susurró entre fuertes sollozos John, hiperventilaba y se revolvió haciendo gruñidos de rabia contenida. - Aunque Sherlock no lo quiera, aunque nadie lo quiera, es mio. ¡Solo mio!

 

- ¿Es así? Entonces está bien, John. Tranquilo. - dijo mientras le acariciaba el pelo y lo hizo durante horas tal vez, hasta que se calmó y se quedó dormido.

 

Despertó sobre una cama mullida, completamente solo en una habitación tan oscura y húmeda como la anterior. John se tomó unos instantes para oler con más detenimiento mientras miraba el techo. Parecía que se encontraban bajo tierra, en un terreno húmedo cerca del río. El control de sus propios sentidos le dio tranquilidad. No podía seguir poniéndose tan nervioso y darle ventaja de ese modo a su captor.

 

Movió los dedos con lentitud y se tocó con las yemas la palma de la mano, que estaba entumecida. Su circulación no estaba funcionando correctamente. Tenía todas las extremidades hinchadas por el embarazo y sus muñecas, que seguían atadas, estaban dolorosamente rígidas.

 

Watson respiró profundamente varias veces, intentando calmarse. El vientre le pesaba tanto que creía que su columna se partiría bajo su peso y de un movimiento un poco brusco giró el cuerpo para quedarse de lado, aliviando su presión. El bebé se movió dentro de él, recolocándose tras el cambio de posición y su barriga se moldeó a su paso. John gimió molesto, pero después sonrió. Si su hijo se movía era porque estaba bien.

 

Nunca había tenido que preocuparse tanto por sí mismo como en aquel entonces. En cualquier otra circunstancia, incluso con las manos atadas, se habría enfrentado a su captor y lo habría intentado matar de algún modo sin importar las consecuencias, pero ahora debía tener cuidado. No tenía la agilidad que solía caracterizarlo y hasta él, impulsivo y temerario, reconocía sus límites no como hombre, sino como madre, como portador de una criatura en su vientre a la que aún no había conocido y ya quería con locura.

 

A pesar de sus terribles dudas, algo dentro de John lo invitaba a confiar en Sherlock. Él no dejaría que les pasase nada, incluso si no llegaba jamás a quererlo como Watson lo amaba, incluso si no llegaba nunca a un grado de humanidad admisible, incluso de ese modo, el corazón de John sabía que Sherlock no descansaría hasta salvarlo. Y por eso, su mente actuó fría y racionalmente. No intentaría escapar, poniéndose en riesgo de ese modo a él y a su hijo, esperaría.

 

La puerta a su espalda sonó y cuando giró la cabeza vio que a su captor lo acompañaba un hombre muy alto y fornido que llevaba una bandeja. No dijo nada, solo la dejó sobre la mesita que había al lado de la cama y se marchó. El hombre que Watson suponía como L se quedó mirándolo y sonrió antes de ayudarlo a incorporarse.

 

- Debes estar hambriento. Come. - dijo con aparente amabilidad mientras le acercaba a John un sándwich a la boca. Él lo miró con desconfianza, pero finalmente dio un bocado, el hambre comenzaba a ser dolorosa. - Es aburrido comer sin conversación. ¿Cómo es, John, estar embarazado? - al no recibir ningún tipo de respuesta, el hombre frunció el ceño, ofendido. - No eres precisamente un caballero.

 

- Y supongo que alguien que secuestra a otra persona con intención de matarla sí lo es, ¿verdad? - estalló, sin poder contenerse más. - ¿Qué hacías, les hablabas hasta que se mataban de aburrimiento?

 

Lejos de la reacción furiosa que esperaba, el hombre se rió y le ofreció otro bocado a John, que aceptó.

 

- Más sencillo y a la vez más complejo. Todos tenemos un motivo para morir, solo necesito encontrar ese motivo y el resto ya es historia.

 

Watson pensó que era algo tan simple que no podía ser verdad y aun si fuera cierto, ese hombre estaba muy equivocado si creía que tan solo con unas pocas palabras iba a conseguir que se suicidase, pero no le reveló lo que pensaba.

 

- ¿Y por qué yo, de entre todos? - se preguntó a sí mismo, y en ese mismo instante lo comprendió y no pudo evitar que se le escapase la risa, por mucho que la intentase contener. - ¿Por Sherlock?

 

El hombre, que hasta entonces se había mantenido sereno y hasta amable, cambió su expresión de repente y le dio una bofetada tan fuerte a John que su mejilla enrojeció al instante y comenzó a palpitar.

 

- Ríe ahora que puedes, John, antes de que la alegría sea arrancada de tus labios como el último suspiro de un moribundo es robado por la muerte y que se convierta en tu instante de éxtasis antes de sucumbir a la nada. Has sido el juguete del señor Holmes durante tres años, pero hasta tú sabes que se te acaba el tiempo. ¡Hasta un imbécil como tu hermano Henry lo sabía, por eso acudió a mi!

 

La cara de perplejidad de John, hizo que su captor se detuviera unos instantes para observar la crueldad del momento. Watson aún no entendía del todo, pero pronto lo haría, y entonces ya no habría posibilidades de que la paz lo acompañara.

 

- ¡Sí! Henry me buscó y suplicó que separarse a su "querido hermano John" de las garras de Sherlock Holmes. Era muy estúpido si buscaba un amante para distraerlo, porque Sherlock no es la clase de hombre al que puedes tentar con carne viva. ¡No! Yo le propuse cebo muerto y Henry pagó, incluso después de que se esparciese la deshonrosa noticia de que el doctor Watson esperaba un hijo bastardo. Entonces entró en cólera, me pidió que matara al bebé.

 

John intentó apartar todo de su mente, quedar sordo ante las crudas revelaciones, pero no podía, lloraba lleno de rabia, de incredulidad. Quería desaparecer, tal vez para siempre, y a la vez luchaba para mantenerse consciente, sufriendo. Era su hermano, sangre de su sangre, y lo odiaba, cómo lo odiaba.

 

Comenzó a jadear y salivar como un perro rabioso, apretaba los dientes y tiraba de las cuerdas que lo ataba con todas sus fuerzas sin importarle el dolor. Oyó que Lawrence se marchaba entre risas, pero no estuvo mucho tiempo solo. Al poco vio de refilón unas piernas aproximándose, pero no eran las del hombre fornido, demasiado gráciles y menudas. Intentó alzar la mirada, pero esa persona lo agarró de la cabeza y le presionó la cara contra la almohada y antes de que pudiese gritar ya le había clavado algo en el cuello.

 

El mundo se volvió una nebulosa oscura y tóxica, se estaba ahogando, alguien apretaba su cuello con fuerza titánica, pero no era sino él mismo. Eran sus propias manos. ¡Sus manos! ¿Cuándo le habían soltado las manos? El ruido, ¿qué era ese constante sonido? No tuvo tiempo para preguntarse nada más, un latigazo de dolor lo hizo vomitar y contraerse. El primero de muchos y ya solo pudo sentir, sentir su cuerpo y lo que le ocurría y gritó, clamando despertar de aquella pesadilla.

 

Los ladridos de los perros fueron los primeros que alertaron dónde se encontraba el cuerpo, pero Sherlock Holmes fue el primer humano en llegar al lugar del bosque donde John yacía. Sus ojos se desorbitaron, llenos de dolor, al ver sus piernas desnudas, teñidas por el reguero de sangre y fluidos que había entre ellas, y sus manos, que abrazaban débilmente el pequeño cuerpo mortecino de un recién nacido.

 

Sherlock chocó con el árbol más cercano y se deslizó a través de su corteza, dejándose que caer y raspando todo su pecho en el proceso. Lloró y sollozó como nadie lo había visto hacer nunca, y reptando se acercó al cuerpo de John. Al rozar su piel su corazón se apretó dolorosamente contra su pecho, estaba frío como la muerte, pero aún tenía pulso.

 

Y así encontraron a Holmes sobre el cuerpo de Watson, intentando darle calor y aún sin poder detener sus gemidos de desolación.

 

Notas finales:

...Nada más que añadir hasta el próximo capítulo.


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