Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

[Reviews - 35]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Amanecía, tal vez, no podía saberse con certeza en aquel oscuro día, cuando John abrió los ojos. La falta de luz le permitió despertarse con tranquilidad. 

 

Parecía que todo había sido un mal sueño, pero algo no estaba bien. Notaba un gran vacío en su interior.

 

Watson se palpó la frente con la mano y la fue bajando, sintiendo que cada parte de su cuerpo despertaba por el tacto, hasta llegar a su vientre. De un movimiento brusco, se sentó sobre la cama, jadeando. Estaba plano.

 

- Mi bebé. ¿Dónde está? - habló con voz quebrada, buscando en la habitación del hospital en la que se encontraba alguna cuna, pero allí no había nada, solo una silla en la que la señora Hudson dormía hasta ser despertada por su voz.

 

- ¡John! - exclamó sobresaltada. - Oh, querido, cuánto me alegro de que hayas despertado por fin.

 

La mujer se levantó y se acercó a él. Intentó volver a tumbarlo suavemente, pero Watson se puso rígido e impidió que lo moviese del sitio. La señora Hudson no lo miraba, a duras penas podía mantener la sonrisa forzada y contener las lágrimas de sus ojos.

 

- Señora Hudson, ¿la ha visto?

 

- Te-tengo que llamar a Sherlock. Aguarda un momento. - tartamudeó la señora Hudson intentando levantarse sin éxito, pues Watson la agarró con todas sus fuerzas del brazo y la interrogó con ojos duros.

 

- ¿Dónde está? - mascó cada una de las palabras, el pulso le temblaba con violencia.

 

- Lo siento mucho, John. Tantísimo. - estalló en lágrimas la señora Hudson, que vio como el rostro de Watson se volvía pétreo. Él negó con la cabeza, la llamó mentirosa y tiró de su brazo para levantarse, dejándola tendida sobre la cama. La señora Hudson gritó pidiendo ayuda. John no debía moverse. El parto le había producido desgarros cuya costura aún no se había curado y había perdido mucha sangre.

 

Sherlock apareció entonces corriendo en la habitación. Lejos de su apariencia de dignidad característica, llevaba un ridícula y desaliñada barba de varios días y las ojeras le teñían la parte baja de los ojos mientras cortos rizos escapaban de su pelo engominado. 

 

John lo miró fuera de sí. Cojeando, con un paso doloroso pero firme, se aproximó a él y lo tomó de la solapa de la chaqueta.

 

- Sherlock, ¿dónde está mi bebé?

 

Holmes lo miró con ojos de pez muerto, opacos. Con un gesto indicó a la señora Hudson que los dejase solos y ella obedeció en silencio, con el corazón en un puño. Tardó solo unos instantes, pero era el tiempo que Sherlock necesitaba para insuflar algo de valor en sí mismo, el suficiente para comenzar la conversación que iban a tener en ese momento.

 

- Está muerto, John.

 

Él negó violentamente con la cabeza y paseó sus ojos primero al techo, luego hacia un lado y después hacía el otro, como siempre hacía cuando intentaba contener sus emociones, pero como siempre, no tenía demasiado éxito.

 

- No. Yo lo tuve en brazos. Lloraba.

 

- Cuando te encontré ya no lloraba. - dijo con franqueza y esperó que John reaccionase. Esperaba, deseaba incluso, que le pegase, que llorase y se abrazase a él para que ambos pudiesen compartir el dolor indescriptible de perder a un hijo. Pero no lo hizo.

 

John lo miró con los ojos cargados de odio. Lo que pensaba o sentía estaba más allá de la comprensión de Sherlock. Incluso aunque pusiese todo su esfuerzo en ello, incluso aunque sintiese que su vida y la de Watson en ese instante dependían de que lo entendiese, Sherlock no estaba preparado para experimentar todas esas nuevas emociones, pero ahí estaban y no podía ignorarlas.

 

- Confiaba en ti. Te llamé, te esperé y nunca llegaste... Has dejado que mi bebé muera. ¡Ojalá yo hubiera muerto también!

 

Y Sherlock deseó estar muerto también, y sin embargo debía seguir viviendo, ¿lo hacía por John o era tan solo su deseo egoísta? Realmente no lo sabía. Su estómago se retorcía de una forma tan dolorosa que bien podría estar ulcerándose y las arcadas le sobrevinieron, pero las contuvo tragando saliva con fuerza.

 

No se dio cuenta de que se había abstraído en sus propios pensamientos hasta que oyó separado de él los sollozos de John. Alzó la vista y lo vio sentado en la cama, cubriéndose con una mano el rostro para tapar su dolor y su vergüenza. Había fallado como madre, y ya no era nada, ni hombre, ni omega, solo una cáscara vacía.

 

Sherlock intentó acercarse a él, pero John retrocedió de forma brusca en la cama, como si estuviese asustado, y eso era más de lo que Holmes podía soportar. Y huyó.

 

Parecía preso de una horrible pesadilla o de los efectos de una terrible droga. Su cuerpo se tambaleaba como si no tuviese apoyo mientras corría. Chocó con la pared y derribó todo aquello que se interponía en su camino, desde enfermeras hasta pacientes.

 

La señora Hudson lo contempló llena de angustia, con los ojos plagados de lágrimas. Bajo la cortina acuosa, Sherlock era un espectro furioso y desolado, muerto en el campo de batalla y abandonado a su suerte, que buscaba desesperadamente un sitio donde descansar. La mujer sabía que un dolor como aquel solo podía ser curado por una persona, pero esta persona estaba incluso más enferma, y se pudría en la cama sumido en su propia desolación y remordimientos.

 

La perspectiva de tener que elegir únicamente a uno de ellos para intentar ayudarlo sabía que era un tanto injusta e incluso cruel, pero como una madre que se vuelca con el hijo más débil a sabiendas de que todos sus descendientes la necesitan, la señora Hudson tomó una decisión. El doctor Watson no solo tenía heridas psicológicas, sino también físicas, y había sufrido de primera mano las consecuencias del aborto.

 

Durante el primer día, John permaneció adormilado a causa de los sedantes que le había suministrado para mantener su condición constante y cuando por fin recobró algo de conciencia la señora Hudson lo encontró sentado en la cama, mirando un punto indeterminado en la pared de enfrente. Su rostro demacrado y sus ojos parecían indicar que la morfina todavía estaba haciendo efecto en su cuerpo, por eso la señora Hudson se sorprendió cuando al poco de sentarse en la silla al lado de la cama, Watson comenzó a hablar.

 

- ¿La han enterrado ya? - su voz sonaba profunda y contenida.

 

- No, querido. El bebé será enterrado esta tarde.

 

- Quiero estar presente.

 

- Por supuesto. El inspector Lestrade vendrá para llevarte hasta casa, allí ya se está haciendo el velatorio. - La señora Hudson llevó su mano a la de John y la apretó con suavidad. Estaba helada como mármol en la noche y algo hinchada. Intentó poner su mejor cara para ocultar la inquietud que sentía tan solo de pensar cómo reaccionaría en el velatorio al volver a ver Sherlock, en esa casa donde había vivido juntos, ante el féretro de su difunto hijo. Ella misma apenas podía imaginarse la idea sin echarse a llorar.

 

La señora Hudson vio como John se incorporaba con la dignidad de un general del ejército que, capturado por el enemigo, se dirigía a su propia ejecución. Le pidió privacidad para vestirse con el traje que ella misma le había traído y ella consintió en concederle aquel favor, convencida de que Watson necesitaba unos momentos a solas antes de poder mantener la máscara que se había impuesto durante toda la amargura que estaba por venir.

 

Cuando llegó el inspector Lestrade, John se negó a que lo ayudasen a caminar. Con brusquedad, cogió su bastón con tal fuerza que la carne de los nudillos tornó su color natural en blanco. Su cojera se había acentuado, antes lo que era una simple dificultad a la hora de apoyar el pie se volvió ahora en una dolorosa tarea, en la que para cada paso requería de toda su fuerza para avanzar.

 

No había aún anochecido, pero era un día de tormenta tan gris que ni un solo mortecino rayo de sol de la tarde consiguió atravesar la espesa capa de nubes, y unos truenos anunciaban que solo iría a peor. 

 

Estar dentro del carruaje, a salvo del viento, debía de ser un alivio para todos sus pasajeros, pero no lo fue para John. Sintió una inexplicable claustrofobia y tuvo que respirar hondo mientras apretaba los dientes y cerraba los ojos. El impacto de su situación actual le impedía recordar con claridad los últimos días, pero las sensaciones lograban traspasar todas aquellas barreras. Tal vez no recordase detalles sobre la habitación en la que había estado encerrado, pero la angustia estaba ahí, acariciando su garganta primero suavemente, para después cernirse con mano de hierro.

 

Ni la señora Hudson ni Lestrade se atrevieron a decir una sola palabra, ni siquiera a tocarlo durante su trance. El cuerpo de Watson temblaba de forma forzada y contenida. La mujer compartió una mirada asustada con el inspector. Ella exclamaba en silencio alarmada, pensando en qué estaría siendo de Sherlock en aquel momento y que sería de John cuando lo viese y Gregory apenas podía fingir su rostro más tranquilizador, entrenado en años y años de servicio.

 

En la entrada del 221B de Baker Street estaban custodiadas por policías que impedían que los reporteros entrasen, aunque múltiples de ellos no dejan de insistir, intentándolo a empujones hasta que llegó el carruaje, entonces se abalanzaron como aves de rapiña sobre los despojos del hombre que había sido conocido como el doctor Watson. Si bien fueron detenidos, sus lenguas no fueron igualmente contenidas y John recibió un sin fin de preguntas confusas, a cada cuál más personal y cruel.

 

¿Que si estaba dolido? ¿Cómo no podría estarlo, qué clase de persona creían que era? ¿Que si sentía odio o rencor? No existían palabras para describir lo que sentía y el silencio quizás era más elocuente que los absurdos intentos por hacerse comprender. No necesitaba comprensión, ni compasión. Necesitaba un nicho, lo suficientemente grande para yacer con su bebé.

 

Mientras, de la puerta salió un hombre elegantemente vestido acompañado de su ayudante, que cargaba un carrito del que pendía publicidad sobre un estudio fotográfico. John dejó escapar un jadeo mientras lo miraba con los ojos desorbitados. Aquellos hombres salían de inmortalizar el cadáver de su hija, para que nunca fuese olvidada y tal vez con la loca esperanza que algunos mantenían de capturar parte del alma del difunto.

 

Era un procedimiento común, una moda, fotografiar a los infantes fallecidos para tener al menos un recuerdo de ellos. Aquella idea no podía resultar más estúpida a John. Era su niña, él la había tenido en el vientre, la había dado a luz y la había sostenido en brazos, aunque hubiese sido tan solo un instante antes de caer inconsciente. Jamás podría olvidarla. No necesitaba ninguna fotografía. Su rostro enrojecido e hinchado, su nariz pequeña y respingona, la mata de pelo sobre su minúscula cabeza, la pequeñez de su cuerpo, estarían para siempre grabadas en lo más profundo de su memoria.

 

La señora Hudson hizo el ademán de agarrar a Watson del brazo para ayudarlo a subir los escalones, pero él se deshizo de ella con un movimiento cortante y se apoyó en la barandilla con gran necesidad para poder subir las escaleras. Miraba su mano, apretada contra el pasamanos y luego su pies, lleno de rabia. No podía ir tan lento, ¿por qué le costaba tanto andar?

 

Apenas unos susurros llegaban al relleno y todos se apagaron cuando John por fin llegó al salón del segundo piso.

 

Rostros familiares vestidos de negro le miraban, unas pocas personas tan solo. Estaba Hooper, estaba Mycroft, algunos compañeros militares y dos personas a las que no reconocía; un hombre y una mujer ancianos. La señora lloraba amargamente sentada en el sofá mientras el hombre, quien parecía ser su marido, pasaba por detrás su brazo en un intento de reconfortarla. Mycroft estaba sentado a su lado.

 

Los ojos cristalinos de la mujer se alzaron para encontrarse con los de John, quien recibió un gran impacto. Eran los mismos ojos de Sherlock. Ella era sin duda su madre; no solo sus ojos, todo su rostro se parecía enormemente. Watson ni siquiera sabía que los señores Holmes aún vivían, había supuesto que no porque no tenía noticia de que Sherlock hubiese ido a visitarlos o siquiera había hablado de ellos.

 

Qué patético era para John darse cuenta en esas circunstancias que mientras que él había sido desde el primer instante un libro abierto para Sherlock, Sherlock seguía siendo para John un completo desconocido.

 

Eso podía haberlo preocupado en el pasado, lo hubiese hecho sentirse vulnerable y hasta traicionado, pero aquel día no sintió nada más allá de la primera reacción de sorpresa. Sherlock Holmes le había vuelto a decepcionar, ¿qué importaba eso cuando iba a dar el último adiós a su preciosa Ella?

 

John se armó de valor y buscó el féretro con la mirada, pero desde donde se encontraba no alcanzaba a verlo, una enorme espalda se interponía entre él y su hija. Sus manos temblaron y pensó que era de rabia. 

 

Sherlock otra vez.

 

Notas finales:

¿Cuál será la reacción de Sherlock al ver a John? Se acercan momentos difíciles.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).