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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos los que seguis esta historia tanto en silencio como dejando comentarios!

Estamos en un momento clave de la trama y sentía que no podía haceros esperar más.

Espero, como siempre, que os guste.

 

La muerte es esa desconocida que vive entre nosotros. Oímos sobre ella constantemente y hasta la olemos, pero aun así no la vemos, hasta que ya es demasiado tarde. En una sociedad que da la espalda a la muerte, por miedo o tal vez soberbia, cuando la muerte golpea, el daño es tan demoledor que arrasa todo a su paso, incluso si la realidad es que todos vivimos y todos morimos.

 

Eso era lo que pensaba Sherlock cuando miraba el pequeño cuerpo de su hijo, ceniciento, diminuto, insignificante, enfundado en el voluminoso traje de cristianar que John había comprado para él. Los invitados susurraban entre lamentos que parecía un ángel, pero Sherlock negaba para sí mismo. No era el rostro de un ángel, era el rostro del dolor y la muerte, y ese rostro no tenía expresión. Era un muñeco macabro, que no le miraba y sin embargo le atravesaba el alma.

 

Nunca había imaginado o soñado que la muerte era tan dolorosa. Había visto cientos de cadáveres, más de los que podía recordar, y ninguno le había causado el impacto que le causaba verle. Incluso si había sido él mismo quien había encontrado al niño muerto en los brazos de John no era hasta ahora, que sabía que no iba a volverlo a ver nunca más, que sus ojos ardieron y sus entrañas se retorcieron de nuevo de tal modo que sintió que iba a vomitar.

 

No lo había conocido, no lo había visto siquiera respirar, si es que alguna vez lo hizo, y sin embargo el amor que sentía por él era algo que superaba todo aquello que había conocido y ni siquiera se había dado cuenta hasta que se encontró teniendo que darle el último adiós a un ser que era parte de sí mismo.

 

Los ruidos de la sala le llegaban confusos, informes, como si estuviese bajo el efecto de alguna droga y deseo que ese fuera el caso y a la vez sintió terror, rodeado de gente pero totalmente solo, él con su sufrimiento, frente al cadáver de su difunto hijo.

 

Quería llorar, necesitaba llorar, pero no podía hacerlo. El río fluía hacia adentro, destruyéndolo en silencio. Su mano se alzó un instante y volvió a bajar, cobarde.

 

Y de pronto, dentro de su burbuja de amargura irrumpió un paso firme y doloroso, pesado, con una cojera familiar. Ya estaba detrás de él y su mirada se clavaba en su espalda mientras Sherlock se sentía desnudo bajo el granizo hostil. Tuvo que emplear sus mejores dotes interpretativas para poder hablar de un modo sereno. John tal vez esperaba que tan solo se apartase, pero había algo que tenía que decirle y no quería que otros lo oyesen de modo que el volumen de su voz apenas fue un susurro.

 

- Me han pedido un nombre para la lápida. La señora Hudson dijo que tenías intención de ponerle el nombre de su padre, Sherlock, pero ese es mi segundo nombre, así que le he dado mi primer nombre: William. William Hamish Holmes.

 

Sherlock sonrió con tristeza. Era cierto, después de casi cuatro años juntos John ni siquiera sabía su nombre completo. No solía usar nunca el nombre de William, no sabía muy bien por qué, ya que incluso aunque sus padres le pusieron ese nombre primero siempre lo habían llamado Sherlock. Quizás por eso le había parecido un mejor nombre para su hijo. Suyo, como quería John, pero mucho menos usado y sin ningún peso cayendo sobre él como una maldición.

 

Esperó que esta revelación molestase a John y respiró profundamente antes de girarse para mirarlo y aventuró su aspecto aún pálido y ojeroso por las heridas y el dolor, rígido por la tensión, pero no la expresión de su rostro. Unas dagas o veneno hubiesen sido más amable, pero eso lo esperaba, no así su incredulidad.

 

Holmes le devolvió la mirada también, confundido, antes de que John le apartarse de un fuerte empujón. Él se zarandeó como un muñeco sin vida, pero consiguió permanecer de pie a un lado mientras veía cómo Watson se acercaba con urgencia al bebé. Al verlo en el féretro comenzó a ponerse más blanco si era posible y se contrajo, agachando la cabeza hasta casi quedar con el tronco tumbado y se echó a reír. Al principio de forma contenida, pero luego la histeria se apoderó de él y lloraba mientras lanzaba carcajadas, agarrado al ataúd y casi estuvo a punto de tirarlo al suelo si no hubiese sido porque Sherlock lo detuvo.

 

Todos los invitados lo miraron, horrorizados y la reacción de Sherlock fue similar. Llevado tal vez por falsa compasión o más bien por la  ira contenida, lo agarró de los brazos, enderezando a John con fuertes sacudidas mientras lo miraba desde arriba, con ojos muy abiertos y desorbitados.

 

- ¡Demonios, John! ¡¿Has perdido el juicio?! ¡Compórtate frente al cadáver de nuestro hijo!

 

- ¿Nuestro hijo? ¿William? ¡No me hagas reír! ¡Yo tuve una niña! ¡¿Dónde está mi preciosa hija, maldito bastardo?!

 

Watson empujó a Sherlock con todas sus fuerzas y ambos cayeron al suelo. John le agarró del cuello y comenzó a apretar, intentando estrangularlo, pero dos invitados lograron apartarlo antes de que continuase.

 

- Doctor Watson, está sufriendo un ataque. Cálmese, está malherido. - oyó Watson que una voz le decía desde la espalda y eso, en lugar de tranquilizarlo, empeoró su estado. A pesar de su baja estatura mantenerlo reducido no era tarea sencilla, pues peleaba con todas sus fuerzas para liberarse.

 

- ¡NO! ¡Mi hija! ¡¿Dónde está mi hija?! - otras voces le llegaron como susurros lejanos a sus oídos. -¡NO, MÁS CALMANTES NO! - Gritó y forcejeó mientras lloraba como un animal al que estaban a punto de sacrificar.

 

A pesar de la intensa resistencia, consiguieron sedarlo y pronto no era más que una figura inerte sobre los brazos de Lestrade.

 

Y mientras seguía yaciendo en el suelo Sherlock, pasando la mano por su cuello, con el rostro lleno de temor. Era consciente de que en ese instante John lo habría matado de haber podido, incluso si su naturaleza benévola hiciera que después se arrepintiese de ello el resto de su vida. Y también sabía que había pensado en patear a Watson entre sus piernas para apartarlo, incluso sabiendo que eso habría abierto sus heridas y le hubiese causado un peligroso sangrado. Lo hubiera hecho sin vacilar, si esa persona no fuera John, pero lo era. Y sin embargo lo había pensado y la sola idea le causaba repulsión hacia sí mismo.

 

Su madre se arrodillo a su lado, terriblemente preocupada y comenzó a preguntarle histérica sobre si se encontraba bien. Sherlock hubiera sonreído si hubiese tenido control sobre sus propios músculos. ¿Qué si se encontraba bien? No había forma de que pudiera encontrarse bien. Su hijo estaba muerto, su primer y único amor se había vuelto loco, ¿hacían falta más raciones, incluso para alguien como Sherlock Holmes, para sentir que la muerte, aunque dolorosa, era mejor que lo que estaba viviendo?

 

La noche caía y el momento del entierro se avecinaba. Había llegado la hora de trasladar el féretro, pero John no vería ese momento. Fue llevado al hospital donde la señora Hudson insistió en quedarse con él, al menos hasta que despertase.

 

Sherlock consiguió sacar fuerzas para levantarse y asistir al último adiós del cuerpo de William, llevado por el deber, que lo empujaba más allá de sus sentimientos, de su propio sufrimiento.

 

Mycroft observó a su hermano con dolor, estaba terriblemente preocupado, pero sabía que Sherlock estaba haciendo su mejor esfuerzo y que interrumpirlo podría tener consecuencias imprevisibles, de modo que él, quien conocía mejor a su hermano que sus propios padres, detuvo a sus progenitores en su empeño no intencionado de avasallar a su tercer hijo con muestras de amor que él no podría recibir.

 

Hooper miraba también a Sherlock desde una distancia aún más lejana. Nunca imaginó que el autodenominado "sociópata" pudiera experimentar todos aquellos sentimientos y poner esa expresión de absoluta desolación. Y lloró, porque sentía que eso era lo que Sherlock deseaba hacer, pero no podía.

 

Las mentes enfermas necesitan una distracción para poder sobrevivir, algo en lo que mantenerse ocupadas, y para Sherlock esa distracción fue sin duda el caso de Lawrence. Averiguar su paradero le llevó tan solo una noche, aquella misma noche en la que no durmió.

 

Si Sherlock hubiese sido él mismo hubiese ido a buscarlo, pero él ya no era esa persona y se preguntaba si alguna vez volvería a ser lo que era. No había regocijo en resolver aquel caso. Incluso si conocía al culpable y lo tenía al alcance de su mano, ¿de qué servía? Lo que había sido hecho no podía ser deshecho y sólo le quedaba recoger los pedazos de su alma rota y recomponer una imagen fragmentaria y patética de su ser.

 

Había jugado durante demasiado tiempo a ser feliz, a sentir y amar, y ahora pagaba las consecuencias.

 

John había sido realmente cruel, ¿cómo podía haberle hecho eso? ¿Cómo podía haber perforado su corazón y haber anidado en su interior para después devorarlo hasta dejarlo sobreviviendo con un alma quebrada que no había reconocido hasta ese momento como suya? Sherlock le había dado todo, todo lo que era y todo lo que había podido construir, para ser lo más parecido a la persona que John necesitaba, pero había fracasado y Watson no había tenido piedad de él. Era cosa de ambos, ambos habían creado esa vida y ambos la habían perdido.

 

Nunca había necesitado una excusa para sumergirse en la droga, era algo casi tan natural para él como tomar el té, pero aquella situación requería algo mucho más fuerte que la solución de 7 por ciento de cocaína, que era lo que solía consumir cuando su mente se bloqueaba y necesitaba abrir horizontes.

 

Y así, Sherlock Holmes, en la soledad de su piso, se sumergió en una vorágine autodestructiva, en su palacio mental en llamas, y dejó el mundo a un lado, como si la realidad fuese la ilusión. Ni siquiera, cuando la Policía vino a informarle de que Lawrence había sido capturado quiso salir de casa. No quiso ir a interrogarlo, ya estaba su rostro demasiado presente en sus pesadillas. Si lo veía de frente seguramente lo mataría y luego se suicidaría, y eso era sin duda lo que Lawrence quería.

 

No necesitaba ir a los calabozos para ver a Lawrence, estaba allí, frente a él, con la misma apariencia de hacía más de diez años. El rostro hermoso de una víbora venenosa, la teatral debilidad de su cuerpo y los ojos de un ave carroñera, ávidos de sus despojos. Sherlock respiró con fuerza y dificultad por su nariz taponada y apartó la mirada del sillón donde podía verlo.

 

- Entonces, señor Holmes, ha resuelto el caso. - una sonrisa ladina apareció en sus labios carnosos mientras se cruzaba de piernas.

 

- No hay nada que resolver. Mataste a esas personas, del mismo modo que mataste a mi hijo.

 

- ¡Oh, vamos, Sherlock! Yo no lo maté, tú lo sabes. No es propio de ti acusar falsamente.

 

- Pero mataste a las otras personas.

 

- Sí, y planeo hacer lo mismo con John. Sabes que no necesito salir de la cárcel para ello, del mismo modo que ni siquiera necesitaba estar cerca cuando las otras víctimas se mataron, porque fueron ellas quienes completaron el trabajo.

 

Holmes le lanzó una mirada desquiciada. Había oído suficiente, era todo tan obvio ahora que lo escuchaba que el insulto resultaba aún mayor, pero Lawrence no había terminado y no había aparecido para esfumarse antes de haber concluido su discurso.

 

- Tu fallo, después de tantos años, sigue siendo el mismo. Reniegas de los sentimientos, de tus instintos, pero cuando tomas el control sobre ellos, cuando puedes manipular a una persona a tu antojo es cuando obtienes el verdadero poder, ¡y así es como yo he vencido a Sherlock Holmes!...Solo he dado un pequeño empujón, no he creado nada que no existiera ya. Lo que sientes ahora no te lo he provocado yo, estaba en tu interior y a emergido porque le he dado la oportunidad.

 

Lawrence se desvaneció dejando aquella verdad grabada a fuego en la mente de Sherlock Holmes. Había sido un imbécil iluso al pensar que podría escapar durante toda su vida del miedo o del dolor. No había sido capaz siquiera de escapar de su instinto de alfa y de repente, el castillo de naipes que había construido, tan sólido ante el resto de personas, sobre quién era y cómo era, volaba, dejándolo desprotegido, asustado y desnudo.

 


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