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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos los que seguis esta historia! ¡Muchas gracias por continuar! 

Lo siento si alguien le resulta difícil leer estos capítulos. Sé que son muy duros, pero admito que estoy disfrutando mucho de ellos. Me encanta describir emociones intensas (por favor, no me odien demasiado :p)

 

La verdad a menudo es sólo una costumbre. Pensar que algo es realmente cierto, incluso si no lo es, hace que se convierta en una realidad, del mismo modo que si todo el mundo está convencido de que definitivamente ocurrió tal cosa, el individuo que crea lo contrario no será más que un loco. Las dos partes, potencialmente, tienen las mismas posibilidades que creer que lo que defienden es la verdad, ¿pero cuál es realmente la verdad? John no tenía pruebas para saberlo. Solo estaban sus recuerdos y drogado en su habitación de hospital estos parecían cada vez más una ilusión.

 

Watson empezaba a sopesar, como médico, lo que sus colegas decían de él, que el estado de shock le había hecho inventarse recuerdos como un modo de sobrellevar el dolor ante la pérdida de un hijo. Incluso si estaba seguro de haber podido ver que había dado a luz a una niña antes de caer inconsciente, John cada vez se decantaba más por pensar que, efectivamente, se había vuelto loco.

 

Si ese era realmente el caso, John estaba mucho más cómodo creyendo que habían enterrado a algún impostor y que su hija seguía viva en alguna parte, estuviese donde estuviese.

 

La señora Hudson permanecía en la habitación junto a él, ignorando todas las advertencias de los médicos que aconsejaban que se marchara a su casa, no solo porque a su edad era recomendable dormir en una cama en lugar de en un incómodo sillón, sino porque creían firmemente que alimentaba las fantasías de John al escuchar una y otra vez la historia que le contaba sobre lo que le había sucedido.

 

- Tenía que haberla visto. Es hermosa, señora Hudson, un bebé perfecto, con unos fuertes pulmones, sin duda, por su forma de llorar. Su pequeña cabeza tenía una mata de pelo claro, estoy seguro de que tiene el mismo precioso pelo enrulado de su padre. - comentó inconscientemente, y el recuerdo del pelo despeinado de Sherlock, corto, rebelde y rizado, lo hizo sonreír durante un instante, antes de recordar su rostro de pánico e ira mientras intentaba estrangularlo. John se contrajo, escondiendo la cabeza en su propio pecho lleno de culpabilidad y comenzó a llorar con fuertes sollozos.

 

Una mano suave y pequeña pasó por su espalda. La señora Hudson reconocía el amor en las palabras de Watson, así como el miedo y el dolor. Aún era demasiado pronto para que un alma tan destrozada pudiera recomponerse, pero en el fondo de su corazón esperaba que llegara el día en el que John fuese capaz de perdonar a Sherlock, y no podría hacerlo antes de perdonarse a sí mismo.

 

- Seguro que sí, querido. Ella estará bien, esté donde esté.

 

- ¿Usted me cree, señora Hudson? - John la miró con incredulidad y ella le respondió con una dulce sonrisa de madre comprensiva que fue como un rayo de sol en su oscuridad.

 

- Claro que te creo, John. Una madre siente estas cosas y reconoce a su hijo, no importa lo que ocurra.

 

John sintió la creciente tentación de discutir sobre su creencia alegando que ella jamás había tenido hijos, pero la ligera cordura que aún conservaba su mente le ayudó a contenerse. Él sabía bien que las mujeres alfas tenían serios problemas para dar a luz e incluso cuando lo hacían, por el diseño de su sistema reproductor solían morir en el parto. Tal vez la señora Hudson tenía también una dolorosa historia que no quería que nadie conociese, que había decidido olvidar.

 

- ¿Amaba al señor Hudson, Martha? - escapó de sus labios, y la mujer pareció consternada. John temió que se pusiera a llorar, pero volvió a mostrarle su sonrisa y lo cogió de la mano, adivinando sus pensamientos.

 

- Lo que tuvimos Frank y yo no se puede comparar a lo que tenéis Sherlock y tú. - se interrumpió para aferrarlo con más fuerza de la mano antes de que Watson se atreviese a protestar. - No se trata de que seáis compañeros destinados, eso son tan sólo chorradas románticas. La realidad es más compleja y a la vez tan simple como que tenéis lo que él otro necesita, y eso, querido, no tiene nada que ver con el instinto, ni con el sexo.

 

Sus palabras inundaron la habitación y John las recibió como una cegadora e ineludible verdad. Nunca había soñado conocer a nadie como Sherlock, era todo aquello que admiraba y a la vez todo aquello que detestaba, y por eso lo amaba, tan salvajemente que su recuerdo, evocado esta vez por la señora Hudson, eclipsó durante unos instantes todo aquello en lo que pensaba y su mente solo estaba llena de él. Lo oía respirar a su lado. Su voz profunda, sus ojos, su pelo, como se comportaba de modo infantil y dramático, y esa manera en la que inclinaba la cabeza y fruncía el ceño cuando pensaba, y esa furia y esa alegría, ¡Dios mío! Esa violencia animal y humana que no reconocía tener. Amaba todo de él.

 

- ¡Oh, Dios! ¡Lo he perdido, señora Hudson! ¡A él también lo he perdido! No había soñado nunca perder a alguien como él. Ni siquiera sabía que podría existir un hombre como él.

 

John parecía a punto de gritar y su expresión se contraía, descomponiéndose, pero la señora Hudson fue más rápida que su reacción y le pegó una bofetada para distraerlo de su estupor y que la mirase, y así lo hizo, sorprendido. Era la primera vez que la señora Hudson le pegaba.

 

- ¡No seas imbécil, John! Él volverá a ti y ahora sé un buen chico como sé que eres en realidad y espera.

 

¿Esperar? Se preguntó a sí mismo Watson perplejo. Estaba tan acostumbrado a hacer las cosas por sí mismo, dar el primer paso y tomarse todas las situaciones por su cuenta que la sola idea de que Sherlock fuese el que viniese hasta él le parecía una locura, pero de repente se dio cuenta de que no lo era. En realidad Sherlock siempre había ido tras él, no cuando él lo esperaba, ni cuando lo llamaba, pero siempre acudía. Así se había metido en su vida, sin invitación. Como una aguacero repentino, había penetrado hasta calar sus huesos, decidiendo unilateralmente desde que se conocieron que él sería sin duda el único compañero que el gran Sherlock Holmes podía tener.

 

Sí, si esperaba pacientemente Sherlock definitivamente acabaría volviendo a él, pero no era el momento de quedarse quieto. Eso era lo que había hecho durante su cautiverio y a nada lo había llevado. Si Ella estaba viva, estuviese donde estuviese, lo necesitaba y pronto.

 

Había pasado una semana en cama, tal vez incluso más. Había perdido la noción del tiempo, y sus heridas habían sanado, de modo que hasta ese entonces solo le había detenido para irse su propia depresión y las drogas que le habían estado inyectando, pero ya estaba totalmente despierto y había pasado el momento de llorar.

 

John se levantó de la cama y dio una rápido abrazo a la señora Hudson, que se quedó completamente sorprendida.

 

- Gracias por cuidar de mi, señora Hudson. Ahora debo cambiarme e irme, por mucho que me haya aconsejado esperar no puedo hacerlo. Si puede atender a una petición mía por una vez en su vida vaya a casa y acuéstese en una cama de verdad.

 

La mujer sonrió nerviosamente y después río incrédula soltando un "¡oh, cielos!" antes de salir de la habitación contenta y satisfecha. Había estado esperando el permiso de Watson para poderse ir a descansar y sabía que fuera a hacer lo que fuera a hacer, incluso si era una locura, era mejor que dejarse morir encima de la cama. Nada más podía hacer ella y el resto del camino debía de recorrerlo el mismo John.

 

Watson se vistió lo más rápido que pudo, pero sin dejar ningún detalle, desde la corbata y el chaleco hasta el sombrero y con dignidad aunque urgencia se dirigió hacia el 221B de Baker Street.

 

Ya era de noche y la afluencia de carruajes era mucho menor que durante el día, pero afortunadamente consiguió uno sin tener que esperar demasiado. El trayecto hasta casa le dio tiempo para pensar. En realidad no sabía qué era lo que debía de hacer o por dónde empezar. Él era un hombre de sentimientos, no de razón. 

 

Necesitaba la ayuda de Holmes, pero no sabía si podía contar con ella. Le había dicho cosas horribles, que sin embargo no se acercaban siquiera a las atrocidades que había pensado sobre él, pero el problema no era ese, sino que Sherlock no le creía, pensaba que estaba loco y si John razonaba con lógica por una vez en su vida, debía estarlo. Sherlock no se equivocaba con estas cosas y si no había visto la verdad en sus ojos es que realmente esta no existía, ¿no era cierto?

 

John se volvió a derrumbar y lloró intentando contener sus gemidos para no ser escuchado por el cochero mientras se tapaba con vergüenza el rostro con la mano, que se llenó al instante de todo tipo de secreciones provocadas por su arrebato.

 

Cuando el carruaje se detuvo todo su coraje y convencimiento parecían haberse esfumado. El cuerpo le temblaba con violencia mientras se agarraba de la barandilla para obligarse a subir por las escaleras y fue mucho más duro cuando llegó a la puerta del segundo piso. Girar el picaporte resultó ser una tarea titánica de valentía, pero cuando finalmente lo hizo se echó a reír sin dejar de llorar. Estaba solo en el piso.

 

Todo estaba desordenado, el violín tirado en el sofá, la calavera a los pies de la cortina y había alguna que otra jeringuilla olvidado en un y otro rincón de la habitación. Sobre la repisa de la chimenea descansaba la pistola que John conservaba de sus días de servicio como médico militar. No recordaba haberla dejado allí, pero ya no podía estar seguro de nada, solo que era el destino que él la encontrase nada más entrar, incluso cuando su vista estaba nublada por el llanto.

 

Esta vez con mano firme, cogió la pistola.

 


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