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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

Las piezas comienzan a encajar, pero aun queda mucho camino. Es el turno de ver qué le ocurre a Sherlock.

 

Lestrade había ido tan solo un día a visitar a Sherlock, pero no estaba preparado para lo que encontró cuando abrió la puerta después de llamar a ella sin resultado.

 

Desolación, tal vez era la palabra, si es que existía alguna para expresar el aspecto lamentable que presentaba tanto la casa como el propio Holmes. 

 

Se paseaba de un lugar a otro del salón con la mirada desquiciada y pérdida, acentuada por su barba desaliñada, con toda la ropa arrugada y manchada, por el olor parecía ser vómito, pero no podía estar seguro de que fuese solo eso. Había arrancado una de las mangas de su chaqueta y tenía la camisa remangada, dejando visible las heridas de la aguja.

 

- ¡Por todos los demonios, Holmes! - exclamó el inspector Lestrade. Y no encontró nada más elocuente que eso para decir. La idea de ir a sugerirle que interrogase al secuestrador de John y supuesto asesino parecía una auténtica locura. Él no estaba en condiciones de ser capaz de hacer algo como aquello. De hecho, Lestrade no estaba seguro que estuvise en condiciones de nada más que echarse a morir.

 

- ¡No, no, no! ¡Otra maldita distracción! ¡Esos jodidos malnacidos interrumpiendo! ¡Estoy ocupado! ¡Estoy pensando! ¡¿Por qué no me dejan pensar?! ¡¡ESTOY INTENTANDO PENSAR!! - gritó con rabia Sherlock con su potente voz desgarrada.

 

Lestrade se dio cuenta de que ni siquiera lo miraba y que era probable que aunque lo hiciese no lo viera. No era algo que pudiese manejar solo. Necesitaba ayuda profesional.

 

Con lentitud, miedo, y en silencio, salió por la misma puerta por la que había entrado y bajó corriendo las escaleras, respirando aliviado cuando se encontró en la calle.

 

Sherlock volvía a estar solo, en apariencia, y aun así su mente estaba turbia como un río después del deshielo, cuya corriente desgarra con fuerza la tierra por las zonas que pasa, pero en esta ocasión no traía fertilidad, solo sufrimiento y confusión.

 

Buscó con la mirada, desesperado, una nueva jeringuilla, pero no la encontró, en cambio vio su Stradivarius, esperándolo en el escritorio, invitándolo a tocar. Como si la paz le hubiese acariciado durante un instante, todo pareció calmarse y tomó el instrumento entre sus manos y empezó a tocar la canción que él mismo había compuesto para John y su hijo. Una lágrima estuvo a punto de resbalar por su mejilla cuando otro instrumento en respuesta le dejó estupefacto. Tocaba la misma melodía que él con gran maestría.

 

Paró de tocar y arrojó el violín al sofá con lentitud, temiendo que un movimiento brusco detuviese al intérprete, y después se giró lentamente para mirar tras de sí. Vio una pequeña figura de espaldas con el frondoso cabello cayéndole en bucles y un camisón blanco inmaculado de volantes que resaltaba sus rizos.

 

Sherlock caminó, dándole la vuelta para mirarla de frente y la niña dejó de tocar y alzó sus enormes ópalos azules para clavarlos en sus ojos.

 

Holmes se agachó para estar a su altura mientras ella se balanceaba a un ritmo suave y constante, hacia delante y hacia atrás, con el violín colgando de la mano, sin dejar de mirarlo.

 

- ¿Yo te conozco? - preguntó Sherlock con voz dulce y se sorprendió a sí mismo por emplear ese tono. La niña asintió. - ¿Tienes nombre? - la pequeña volvió a asentir.

 

- Mamá me dio un nombre. - respondió.

 

- ¿Quién es tu madre? - Sherlock tomó con delicadeza a la niña de los hombros, pero ella no detuvo su movimiento. Su rostro estaba terriblemente serio.

 

- Mamá está muy triste. Creo que morirá. - La chiquilla comenzó a llorar desconsoladamente y el violín cayó de su mano, rompiéndose en mil pedazos con un ruido atronador y los trozos flotaron de forma irreal, suspendidos en la nada. Los sollozos iban cambiando de intensidad y pronto se confundieron con el llanto de un bebé.

 

- ¡Ella! - exclamó con un grito Sherlock intentando llamar a la figura cercana y a la vez distante. De repente ya no la tocaba, sus manos estaban en ella, pero no la podía sentir y su desolación era cada vez más y más grande. La niña de pronto ya no estaba allí, era un bebé, un bebé muerto, pero no, no era ella, no podía ser ella, pero esa era la imagen de su hijo.

 

- ¡Ayúdame!...¡PAPÁ! - gritó la imagen con un chillido estremecedor de terror antes de desaparecer para siempre.

 

El eco lejano tamborileo en el cerebro de Sherlock, que permaneció arrodillado como un pecador suplicando por perdón. Las lágrimas, más sinceras que su propio rostro, deslizaron mientras su cuerpo buscaba una reacción más compleja a lo que acababa de experimentar.

 

Sí, había sido una alucinación, pero no era la primera vez que sufría una experiencia así, y cuando ocurría no eran simples delirios. Algo dentro de él le advertía que había cometido un terrible error al pensar que John simplemente se había vuelto loco y había inventado que había tenido una hija en lugar de un hijo y que está aún seguía viva. Conocía a Watson y nunca hacía algo sin razón, y si bien la lógica gritaba que los hechos eran sin duda evidentes, él estaba acostumbrado a que la verdad fuese, en muchos casos, más complicada.

 

Él mismo le había dicho a John en una ocasión que cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad, y lo que sugería John no era imposible. ¿Y si alguien había robado a la niña y la había sustituido por otro bebé, seguramente ya muerto? La idea podría hacer enloquecer a cualquier padre hasta invitarle al suicidio, incluso a una persona tan fuerte como John. El mismo Sherlock se lo había planteado.

 

Solo necesitaba un último paso para que todas las piezas encajasen dentro de su cabeza, tenía que volver al bosque donde había encontrado a John.

 

La sola idea hizo que todo su cuerpo se agitase violentamente. Las lágrimas terminaron su recorrido mientras un rostro de urgencia las hacía desentonar. Corrió, sin importarle el aspecto lamentable que presentaba. No necesitaba el sombrero, ni la chaqueta, solamente darse prisa. La hora se acercaba, lo presentía. Había amanecido pero era temprano, John tal vez había llegado al claro del bosque a una hora similar.

 

Una pareja de mujeres cogidas del brazo, el niño de los periódicos, los periodistas y el cochero, todos daban igual, eran sombras difusas, demasiado corpóreas y molestas, impidiendo que llegase a su objetivo.

 

Sherlock no estaba seguro de cómo llegó al claro, pero cuando lo hizo ya no era él, prestaba su cuerpo a un recuerdo, una suposición. Una contracción le hizo caer de rodillas al suelo mientras gritaba y se agarraba el vientre. Fue un latigazo breve e intenso, pero sabía que vendrían más. No se molestó en contener sus impulsos y dejó que todas las emociones fluyeran, aunque sabía que tampoco hubiera podido detenerlas.

 

Otra contracción vino y aunque él gritaba no eran sus gritos sino los de John los que llegaban a sus oídos. Eran gritos rotos y roncos, en un intento inútil de ser más silenciosos, con notas de terror.

 

Holmes trató de incorporarse, agarrándose a un árbol cercano y empleó todas la fuerza de sus brazos para levantarse a sí mismo y el dolor que sentía en toda la parte baja de su espalda era tal que no notó la corteza áspera raspándole las palmas de las manos, pero supo que se había hecho daño al evocar la imagen de los rasguños que John presentaba en sus manos cuando le encontró.

 

Todo su cuerpo estaba caliente y comenzó a sudar violentamente, tal vez estaba llorando también, pero no lo sabía, sus sentidos estaban turbios, confusos. Se abrazó al árbol mientras apretaba los dientes, haciendo su mejor esfuerzo para detener lo que ya era inevitable.

 

Un nuevo arrebato y todos sus pantalones se mojaron mientras se arqueaba por el espasmo. Sherlock miró su propias piernas como John las había mirado en ese entonces para ver la mancha goteante que había producido la bolsa al romperse. Pánico.

 

Intentó correr, pero sus piernas no respondieron y volvió a cayó de rodillas con un golpe seco amortiguado por la tierra. Sus manos palparon los surcos apenas perceptibles que había creado John al aplastar la hierba bajo su peso. Las contracciones eran más seguidas y Sherlock podían sentir en sus propias carnes el dolor que él experimentó.

 

>>- ¡SHERLOCK!

 

Vio a John en el suelo, retorciéndose y luchando como si su propio cuerpo fuese el más terrible de los enemigo. Lágrimas en los ojos. ¿John era capaz de sentir tanto terror, de necesitarlo tanto que desgarrase su voz llamándolo aunque fuese imposible que lo oyese?

 

- ¡JOHN! - gritó estúpidamente como respuesta a su espejismo, pero la escena seguía su curso y él seguía siendo Watson.

 

El llanto se hizo más intenso y John ya lloraba sin ningún tipo de control, y sin embargo en su fuerza de voluntad, llevado por su poderoso instinto, forcejeó para quitarse los pantalones. En su reptar se había introducido sin darse cuenta en el claro del bosque y ya no contaba con árboles cercanos en los que apoyarse. Allí la hierba arrancada era más evidente.

 

John respiró profundamente, lo más calmado que pudo. Se decía a sí mismo que no debía empujar, pero su cuerpo pedía que lo hiciera y lo único que podía hacer era dejarse llevar por la intuición. Se puso a cuatro patas y comenzó a hacer fuerza, sosteniéndose a duras penas.

 

Todo parecía suceder en un suspiro eterno. Una y otra vez, empujó y empujó hasta que cayó al suelo del esfuerzo. No podía sentir con claridad ante tanto dolor, pero al llevarse la mano notó que la cabeza ya había coronado, viscosa y suave. No podía colocarse en ninguna postura que le permitiese recibir al bebé entre sus brazos, así que solamente se quedó boca abajo y siguió empujando, esperando que la hierba recibiese a su recién nacido de forma amable.

 

Sherlock sintió que se producía el último esfuerzo antes de que el niño saliera. El silencio, durante un instante, fue desgarrador, y John perdió el aliento, hasta que de repente el bebé comenzó a llorar con fuerza.

 

Watson se echó a reír triunfante mientras se giraba con infinito cuidado, pero con la mayor celeridad que pudo. El niño estaba de espaldas, con una fina mata de cabello claro pegada a su pequeña cabeza deformada por el parto y todo ensangrentado, pero gritaba con buenos pulmones llamando a su madre. John le dio la vuelta con rapidez, sacando fuerzas de las reservas que todo humano tiene para situaciones extremas y alzó al bebé para mirarlo. Era una niña, una niña diminuta, sana, suya.

 

>>- Hola, Ella.- la saludó con voz quebrada John y la niña entornó sus ojos nublados y pareció abrir la boca en una sonrisa sin dientes para después volver progresivamente a ponerse a llorar.

 

John dejó a su hija con cuidado en el suelo y se quitó la chaqueta para arroparle con ella y la colocó sobre su pecho, tumbándose exhausto.

 

El instinto que le había llegado a ser capaz de dar a luz solo no podía abandonarlo en esos instantes, haciéndole caer en la inconsciencia, se dijo a sí mismo Sherlock, y levantó la cabeza del suelo, pensando en qué era lo que había sucedido después.

 

John no habría sido capaz de ver a alguien que se le acercase por la espalda. El agresor debería de haber presenciado de la escena, incluso si esta había durado horas como sin duda duró, esperando pacientemente agazapado hasta que vio su oportunidad de acercarse y pinchar a John con un somnífero. Con todo el cuerpo entumecido, ¿cómo iba a ser capaz de sentirlo?, parecería que simplemente se desmayado por la pérdida de sangre.

 

Lawrence cambió entonces a Ella por otro niño recién nacido muerto.

 

- Y se la llevó... - susurró Sherlock fascinado y horrorizado al mismo tiempo. Había jugado con él. Lawrence sabía que la implicación emocional de Sherlock en el caso le haría pasar por alto numerosos indicios que podían revelar qué era lo que había ocurrido. La escena era tan aparentemente real que no había razón para dudar. Después de todo, ¿por qué querría Lawrence salvar a su hija?

 

No tenía tiempo para pensar en la respuesta. Había sentido lo que había experimentado John y ahora que sabía lo que había ocurrido se dio cuenta de que John estaba siendo tratado como un loco, drogado y mantenido cautivo dentro del hospital. Una punzada de culpabilidad descompuso todo su cuerpo y le invitó a volver a salir corriendo. Ya anochecía.

 

Sherlock sabía que debía pasar por casa antes de ir al hospital, porque si lo veían en la institución con la apariencia que presentaba no solo no podría liberar a John sino que él mismo sería ingresado e incluso trasladado al manicomio.

 

Al llegar al 221B de Baker Street subió las escaleras con rapidez y no pudo creer lo que vio al entrar al salón. Watson estaba de espaldas a él, cerca de la chimenea, dispuesto a coger la pistola.

 

- ¡JOHN, NO! -gritó Sherlock con todas sus fuerzas. Y se abalanzó sobre él.

 

 


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