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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Abarcar miles y miles de datos en el cerebro es como almacenar toneladas y toneladas de papeles en un archivo, por muy grande que sea el espacio es finito así como la capacidad de administrar toda esa información, y de nada servía preservarla si no se podía utilizar. Sherlock había superado en parte esta barrera a través de su palacio mental pero, por mucha rabia que le causase, seguía siendo humano y su capacidad, aunque muy superior a la media, seguía estando limitada. Por eso era de vital importancia para él eliminar toda distracción e información inútil.

 

Cosas como el nombre del primer ministro británico o que la tierra giraba entorno al sol no eran relevantes, pero desde luego era incapaz de olvidar que el prostituto al que John había amenazado estaba verdaderamente aterrado y era extremadamente obvio desde sus pupilas dilatadas a su respiración entrecortada y el temblor de su cuerpo, así como las reacciones de todos los presentes.

 

Había visto mucha incredulidad genuina, sin duda, pero Sherlock era capaz de detectar la nota discordante entre la multitud. Si alguno sonreía con superioridad por su perfecto disfraz él lo sabría, del mismo modo que también se daba cuenta de cuándo el nerviosismo que podía despertar en una persona un secreto gritado a voces, incluso aunque no fuese tomado en serio.

 

La visita no había sido en balde, le había servido para descartar que se encontrase allí algún posible cómplice de Lawrence. Había sido más inteligente de lo que se había imaginado al buscar aliados fuera de su ámbito de vida y trabajo.

 

Sabía que no se había equivocado de prostíbulo porque aunque existían multitud de locales de ese tipo en la ciudad de Londres solo cinco de ellos ofrecían omegas y solo dos tenían la suficiente calidad como para que sus trabajadores ofreciesen los servicios a altos dignatarios de la corte e influyentes figuras de la sociedad del Imperio.

 

Deducir que se trataba de Sweet briar fue una tarea simple. Tan solo le bastó recordar el aroma a aceite de rosa mosqueta que desprendía la carta de John, sustraído seguramente de las plantas que había a la entrada del prostíbulo. Al principio lo había confundido con el olor de sardinas enlatadas, pues guardaban cierta similitud, pero descartó enseguida aquella posibilidad por ser absurda. Por si ese indicador fuese poco fiable estaban las manchas de tinte rojo que había detectado en la víctima llamada Robin Campbell, del mismo color que el collar que usaban los omegas de ese prostíbulo.

 

Holmes aspiró profundamente el tabaco de pipa, para después soltar el humo blanco lenta y silenciosamente, sentado en su sillón favorito, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en su análisis de datos.

 

En un prostíbulo donde las mujeres y omegas abundaban hablar de niños era un tema tabú. Por supuesto que nadie ignoraba que ante la falta de métodos anticonceptivos las posibilidades de un embarazo a largo plazo eran casi absolutas, pero eran gajes del oficio. Los abortos eran comunes incluso con el riesgo de perder la propia vida. Para aquellos que no se atrevían, sin embargo, existían otras alternativas; podían intentar dejar la prostitución y hacerse cargo del niño o continuar con su trabajo y dejarlo a cargo de una familia que lo criase a cambio de un salario, pero lo más común era que el niño fuese abandonado en el orfanato.

 

Sherlock abrió sus ojos, que brillaron como ópalos en la penumbra con gesto de sorpresa y comprensión. Casi había olvidado a esos pequeños granujas.

 

Holmes había requerido en multitud de ocasiones la ayuda de niños huérfanos y vagabundos para conseguir pistas y alcanzar rincones inmundos a los que él ni se atrevería a arrimarse. Eran eficaces, silenciosos y debía reconocer que en ocasiones muy inteligentes, además de una mano de obra capaz por un chelín más gastos, y añadía al pago una guinea si le proporcionaban alguna pista valiosa.

 

Si su hija había sido dejada en algún orfanato ellos lo sabrían y si no había sido así solo tenía que pedirles que vigilasen cualquier carricoche y le informasen de cualquier extraño suceso relacionado con los niños recién nacidos. Un prostituto, encima omega, por muy culto que fuese tenía su red de contactos limitada a clientes y las personas de las más baja clase social, aunque no podía descartar que Lawrence le quedase algún amigo de sus años de gloria en la universidad.

 

No había tiempo que perder. Amanecía. Tres días, le había dicho a John, y con un poco de suerte le sobrarían dos.

 

Con rapidez se dirigió a las calles de East End donde sabía que podía localizar a Wiggins, el líder del grupo de niños conocido como "los irregulares de Baker Street" que habían trabajado en más de una ocasión a las órdenes de Sherlock.

 

Era un niño que comenzaba a dejar de serlo, desgarbado como solo puede ser un ser humano en proceso de cambio, cuando han dado el estirón solo algunas partes de su cuerpo, dándole un aspecto cómico e incoherente. Tenía el pelo rubio, que escondía tras una gorra sucia y gris y unos dientes enormes que asomaban cada vez que paraba a alguna persona por la calle para pedirle dinero con una amable sonrisa inocente. Sherlock se conocía ese truco y no había caído ni una sola vez en él, pero Wiggins siempre le recibía de la misma manera, a modo de broma socarrona que siempre lograba fastidiar al detective.

 

- Tengo bastante prisa, muchacho. Quiero que encontréis a un bebé. Una niña. Tiene un mes. Quiero que averigueis si ha sido dejada alguna niña en alguno de los orfanatos.

 

Wiggins alzó sus espesas cejas dejando ver unos ojos tremendamente achispados y una sonrisa se pintó en sus labios mientras se metía las manos en los bolsillos.

 

- Con eso no tenemos ni para empezar. Últimamente abandonan muchos niños, ya sabes.

 

El chico estaba ávido de información. Algo había leído, el granuja, o quizás lo intuía. Tal vez le estaba apretando para conseguir más dinero, pero Sherlock estaba acostumbrado a las negociaciones y no se dejaba amedrentar.

 

- Un criminal puede haberla dejado allí. Tiene que ser un ingreso sospechoso por cualquier motivo. También quiero que os pongáis en contacto con las matronas. Averiguad sobre los nacimientos que se produjeron de la mañana del 8 de julio a la noche del 10 de julio, alguien que diera a luz a un niño muerto y que ahora mismo tenga otro.

 

- Esa clase de cosas son muy comunes. ¿Por qué te interesarían ahora precisamente?

 

- Porque es mi hija de quien estamos hablando.

 

Su confesión no sorprendió en absoluto a Wiggins, quien estaba acostumbrado a que Holmes le sorprendiese una y otra vez con revelaciones increíbles. Simplemente asintió y extendió su mano para recibir el adelanto del pago. Sherlock demostró su confianza sacando una guinea de su bolsillo, dejando claro que esperaba grandes resultados, pero antes de dejarla caer sobre la palma del chico dijo con voz firme:

 

- Tenéis hasta la caída del sol.

 

- ¡¿Estás loco?! ¡Londres es muy grande, ¿sabes?! ¡Y las matronas trabajan día y noche! - se quejó Wiggins mirando con cara de malas pulgas a Holmes, pero este sonrió ya caminando para marcharse.

 

- Seguro que encontrareis un modo. Pon a tus chicos a trabajar y prometo ser generoso esta vez.

 

El muchacho vio cómo se marchaba y pegó una patada a una piedrecita que se había desprendido al romperse uno de los adoquines de la acera. Murmurando maldiciones para el detective consultivo más famoso del mundo.

 

Por su parte, Holmes no pensaba quedarse parado hasta el atardecer. Tenía algunos viejos conocidos del grupo de teatro de la universidad que vivían en Londres y tal vez podrían decirle algo más de Lawrence.

 

Sherlock los visitó uno por uno presentándose en sus casas como un viejo amigo que había esperado con ansias un nostálgico reencuentro para rememorar tiempos más sencillos, tiempos mejores. Casi todos cayeron ante su magnífica actuación, incluso cuando esta se iba desmontando conforme perdía el interés al comprobar que no podían proporcionarle ninguna información útil, salvo Georgina Rusell. Siempre había sido una chica fuera de lo común. No muchas mujeres se atrevían en aquella época a entrar en la universidad y a ingresar en un club de teatro donde abundaban los hombres.

 

Era de carácter huraño que contrastaba con su apariencia delicada. Ella y Sherlock nunca se habían llevado bien, tal vez porque la rareza de uno se eclipsaba frente a la del otro, además de que Georgina parecía mantener una actitud rencorosa hacia cualquier varón, ya que por su condición tenían grandes facilidades en el campo laboral, a diferencia de lo que le había ocurrido a ella por el simple hecho de ser mujer.

 

Así que cuando vio entrar a Sherlock Holmes a la puerta de su consulta de medicina sombrero en mano, se apresuró a levantarse para cerrarle la puerta en las narices, cosa que no le permitió.

 

- ¡Gina! ¡Me alegro de verla!

 

- ¡Yo a usted no, señor Holmes! ¡Haga el favor de no llamarme tan familiarmente y salga de aquí! ¡No quiero verlo a no ser que se esté muriendo o tenga una infección de orina!

 

- Era solo una broma sin importancia. Cálmese. Pensaba que podríamos mantener una agradable charla.

 

- No me sobra el tiempo para recordar bobadas de la universidad y menos si es usted quien me lo pide.

 

- ¡Está bien! No he venido para eso, he venido para hablar sobre un caso.

 

La mujer le miró con repentino interés, cesando su intento de echarlo. Con paso ligero, se sentó en su enorme silla tras el escritorio y se recolocó las gafas, que le hacían ojos de pequeño ratón.

 

- ¿No será acaso que quiera hablarme de la dolencia del doctor Watson? - habló para después taparse la boca pudorosamente, mirando avergonzada a Sherlock. - ¡Oh, cielos! ¡Cuánto lo lamento! Ni siquiera le he dado el pésame... - cayó en la cuenta, sintiéndose terriblemente maleducada. Holmes cambió entonces de estrategia y se mostró apesadumbrado, sentándose frente a ella.

 

- Está bien. No se preocupe. Pero no era de un caso clínico a lo que me estaba refiriendo, sino a un delito. Tengo firmes argumentos para sospechar que Lawrence podría haber sido el captor del doctor Watson...

 

Sherlock calló deliberadamente que ya lo habían capturado a Lawrence, una información que no se había filtrado en ningún medio de comunicación. Confundir a Georgina sobre el propósito que le hacía preguntar por él haría que el interrogatorio fuese más sencillo y evitaría difundir información que podría extenderse causando problemas.

 

- ¿Lawrence? - se preguntó a sí misma extrañada, intentando recordar, hasta que finalmente exclamó - ¡¿te refieres al señor Moore?! Ese pobre hombre, mis oídos no dan crédito a lo que oyen. - su expresión y su lenguaje corporal mostraba sin ningún lugar a dudas que su sorpresa y aflicción eran genuinas.

 

Holmes asintió, un poco aturdido. No recordaba que el apellido de Lawrence fuese Moore, del mismo modo que había borrado de su mente otra serie de datos inútiles como cuándo era el cumpleños de su hermano, aunque seguía preservando en la memoria el cumpleaños de Watson, el 7 de agosto.

 

- Necesito que me diga todo lo que sepa sobre él que pueda ayudar. Algo sobre su familia, tal vez amigos a los que pudiese acudir si estuviese huyendo.

 

- No sé mucho más de él que los otros compañeros del grupo de teatro, ni siquiera estudiaba medicina conmigo. De hecho, no estoy del todo segura sobre la carrera que cursaba, tal vez abogacía. Tenía mucha labia, pero era quizás muy guapo para ser abogado. Nadie toma en serio a una persona tan atractiva.- Gina paró un instante para mirarle de arriba abajo, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, levemente sonrojada. - Si acaso, señor Holmes, usted es una excepción, al menos para la mayoría de la gente, para mi sigue siendo un sabelotodo insufrible.

 

Hubo un silencio corto pero intenso que pareció significar el fin de toda aquella verborrea incontrolable, pero nada más lejos de la realidad. La doctora retomó pronto el hilo inicial de la conversación.

 

- Creo que dejó los estudios cuando murieron sus padres o sus tutores legales, quienes fueran que hubiesen estado cuidandole. La cuestión era que un omega como él no era capaz de pagarse los estudios una vez que la fuente de ingresos externa se esfumó, y Lawrence era un buen actor, pero ganarse la vida con ello no era algo que pudiera hacer tan fácilmente. Lo que hizo después no lo sé.

 

Con un gran esfuerzo por su parte, Sherlock contuvo la exasperación que le producía la falta de precisión de la señorita Rusell a la hora de exponer los datos. ¿Cómo podía alguien con una carrera universitaria como medicina tener tan poca claridad mental? Holmes recordó por qué siempre había detestado hablar con Georgina, hacerlo exigía una escucha activa y un proceso de desglosado para sustraer la información relevante que provocaba al cabo de pocos minutos un terrible dolor de cabeza. A sabiendas de que se arrepentiría después, Sherlock hizo una última pregunta, no fuera caso que Gina hubiese obviado algún detalle útil.

 

- ¿Y sobre sus amigos? ¿No sabe de ningún conocido, alguien con quien se relacionara?

 

- No realmente, ese chico se pasaba las horas persiguiéndolo a usted ya fuera en el escenario o fuera de él. Si acaso recuerdo que solía tener varios admiradores, pero no espere que sepa el nombre de todos ellos, de hecho no recuerdo el nombre de ninguno, y de todas formas a esos individuos no los llamaría precisamente amigos, más bien acosadores.

 

- ¿Y había alguna mujer o algún omega?

 

- ¿Cómo iba a saber yo si alguno de ellos era omega? Pero ahora que lo menciona sí que recuerdo una mujer. No por nada, sino porque entre tantos hombres una señorita tiene que destacar por fuerza. No sé quién era, pero seguro que no era universitaria. ¿Tal vez una hermana? Tenía el pelo moreno, como él, rizado y muy largo, y la piel algo oscura, como si fuese gitana, pero sus ojos eran claros.

 

Sherlock suspiró, levantándose de la silla antes de que a Georgina se le ocurriese seguir hablando. Ya había conseguido todo lo que ella era capaz de proporcionarle y no podía permanecer un segundo más en aquella consulta, por el bien de sus propios nervios.

 

- Muchas gracias, señorita Rusell. Le deseo buenas tardes. - dijo cortésmente mientras se colocaba el sombrero y salía de la consulta.

 

Ya casi anochecía y Sherlock solamente había conseguido averiguar que Lawrence se apellidaba Moore, que venía de Sussex, que había asistido solo durante dos años a la universidad, parecía que a alguna carrera de letras, y que la había abandonado por falta de ingresos, además era posible que el único pariente vivo que le quedase fuese esa supuesta hermana, si es que realmente existía. Los datos eran escasos pero muy reveladores. Lawrence nunca se había implicado mucho con nadie, todo el mundo le conocía en la universidad pero nadie sabía realmente nada de él. Verdaderamente interesante.

 

Holmes negó con la cabeza. Ya habría tiempo para descifrar los entresijos de la vida de ese psicópata, su hija era prioritaria y se aproximaba la hora en la que había quedado con "los Irregulares".

 

Esta vez a Wiggins le acompañaban unos cuantos chiquillos más de distintas edades, algo común cuando se hacía oscuro, no era seguro caminar a solas por aquellos callejones. Sherlock les echó una rápida mirada a todos, rostros conocidos, ojos observantes que se clavaban en él, esperando a que empezase a hablar.

 

- ¿Algún resultado?

 

- Ninguno en los orfanatos, pero una de las matronas tuvo algo interesante que decir. La tarde del nueve de julio una mujer murió en el parto junto con sus mellizos, un niño y una niña. Prepararon enseguida el velatorio, pero esa misma noche el cuerpo de los dos bebés desapareció.

 

- Tan obvio. - se quejó Sherlock fastidiado y caminó hacia un lado y después al otro, mesándose la barbilla mientras pensaba. - Está bien saber de dónde sacó al impostor, pero eso no responde la pregunta de dónde está Ella. A alguien tuvo que dársela.

 

- Nosotros hemos cumplido nuestra parte. - dijo Wiggins con aparente amabilidad mientras extendía la mano. Sherlock lo miró aún más hastiado si era posible y le dio un chelín. Era cierto que los niños habían hecho lo que les había pedido, incluso con un tiempo tan escaso, pero no era suficiente ni de lejos. Necesitaba más combustible para sus deducciones. - ¿Haríais otro encargo?

 

- No hasta mañana, señor Holmes - le respondió el cabecilla mientras los demás niños asentían. En sus caras se veía el cansancio y Sherlock se resignó a la idea de que debía esperar a la mañana siguiente.

 

De camino a casa, frustrado y confuso, se dio cuenta de que tenía mucha hambre y no era para menos, pues no había comido en todo el día más que unas tristes galletas que le había ofrecido con el té uno de sus antiguos compañeros del club de teatro.

 

Antes de subir a su piso, Sherlock pidió a la señora Hudson que le subiese algo de comer y ella se quejó de que aquellas no eran horas para pedirle nada y que era su arrendataria, no su criada, pero igualmente le trajo en menos de cinco minutos unos scones rellenos de quesos y arándanos y un poco de té con leche.

 

Holmes los devoró con rapidez y se volvió a enfrascar en sus pensamientos. Lawrence debía tener a un sicario trabajando para él, alguien que le hiciese el trabajo sucio, no era un amigo, y su hermana tampoco podía ser, al menos no sola. No creía que hubiera podido arrastrar el cuerpo de Robin Campbell al lugar del bosque donde fue encontrado. No, las huellas eran de un hombre corpulento.

 

Ese sería su siguiente movimiento. Sherlock conocía a prácticamente todos los mercenarios que pululaban por la ciudad de Londres, encontrar al que hubiese contratado Lawrence debía ser, sin duda, pan comido. Pero ninguno de ellos podía estar cuidando de Ella en esos momentos, sin duda.

 

- Después de todo parece que sí existe esa supuesta hermana. - masculló sentado en su sillón, con los ojos cerrados y las manos a la altura de sus labios, unidas como si estuviese rogando a Dios.

 

 

 

Notas finales:

Reconozco que este no es precisamente el capítulo más entretenido que he escrito, pero era necesario. Espero no haber aburrido a nadie (o que al menos si lo he hecho me perdone XD)


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